«Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie». Fidel Castro, La historia me absolverá El 16 de octubre se conmemoran 56 años del alegato de defensa pronunciado por Fidel ante el Tribunal de Urgencia que le […]
«Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie».
Fidel Castro, La historia me absolverá
El 16 de octubre se conmemoran 56 años del alegato de defensa pronunciado por Fidel ante el Tribunal de Urgencia que le juzgaba, junto a sus compañeros de la Generación del Centenario del Apóstol, por los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de 1953.
Conocido por la frase lapidaria con que Fidel concluye su autodefensa, La historia me absolverá, este alegato político constituye un formidable análisis de la situación en que vivía Cuba al terminar la primera media centuria republicana. Pobreza, hambre, abandono y desesperanza para la inmensa mayoría del pueblo por un lado, y por el otro, la opulencia, el desacato, la impunidad y la corrupción rampantes protegidas por un gobierno criminal que no vacilaba en callar para siempre toda voz que se levantara demandando justicia, pan o decencia en el manejo de la cosa pública.
Verdadero tratado de ética extraída de lo más hondo del sentimiento nacional cubano, La historia me absolverá -no obstante las angustiosas condiciones físicas y psicológicas en que tuvo que ser concebido- deviene por derecho propio en el más preclaro ejemplo de la integralidad del pensamiento cubano acumulado hasta entonces en lo político, jurídico, social y filosófico, asumiendo con un sentido práctico y expresando a la vez con elevada concepción estética, la premisa científico pedagógica planteada por el sabio don José de la Luz y Caballero que aconsejaba «todas las escuelas y ninguna escuela: he ahí la escuela».
El cúmulo abrumador de argumentos irrebatibles, sólidamente trenzados con ejemplos del devenir histórico de la nación cubana, unido a la elocuencia arrolladora que brotaba indetenible de la honda herida provocada en la conciencia cívica y en el amor patrio en que había sido formada la personalidad del líder del alzamiento y de sus compañeros, es lo que explica la estupefacción en que quedaron sumidos los asistentes al juicio, en su mayoría -como el propio Fidel deja ver en su discurso- por militares. La periodista Marta Rojas, una de esos pocos periodistas afortunados que Fidel menciona, rememora en su libro El juicio del Moncada, el silencio que siguió al momento en que el joven acusado, devenido en irrefutable acusador de la tiranía, culminó la famosa frase que cerró su discurso. Nadie se movió. Todos estaban pendientes de su voz, hasta que el propio Fidel dijo: «Bueno, terminé».
Más de medio siglo después de este discurso, cuando ya Fidel entró y salió de la prisión, fue al destierro, regresó en el Granma y combatió en la Sierra Maestra hasta derrocar por la fuerza de las armas a una tiranía sangrienta que se había impuesto y mantenido por las armas; cuando finalmente triunfó la revolución que reiniciaron aquellos jóvenes guiados por él, en homenaje de desagravio del pueblo cubano al Apóstol de su independencia justo en el año del Centenario de su Natalicio, la patria en que vivimos continúa debatiéndose en una lucha sin cuartel contra los mismos mantenedores de regímenes de oprobio como aquel que hubieron de combatir los jóvenes que hicieron la Revolución.
En La historia me absolverá, Fidel se refiere a «una razón que nos asiste más poderosa que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano implica un deber, no cumplirlo es crimen y es traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos. Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires.»Es imprescindible que las nuevas generaciones de cubanos volvamos los ojos a este texto no solo como gloriosa historia pasada, sino como imprescindible necesidad presente, para no olvidar lo que éramos hace apenas medio siglo, para inocularnos contra la desmemoria a la que apuestan cada día más descaradamente los que quieren destruir la Revolución de Fidel, que sería destruir la obra de todos los que han dado la vida defendiendo los principios que nos han levantado en apenas doscientos años, de un pueblo obligado a vivir en la esclavitud y el deshonor, a la altura de un pueblo digno, libre y solidario.
A Fidel y a sus compañeros de la Generación Histórica ya el infalible tribunal del tiempo los absolvió y les consagró un sitio inolvidable en el alma agradecida de los cubanos buenos y aún más allá. Los demás hemos de ser muy consecuentes para que la patria nunca nos llame cómplices y la historia no nos pueda declarar culpables. Ese es el desafío tremendo que enfrentamos hoy y que enfrentaremos en el futuro, pero como diría Martí, «En la arena de la vida, luchan encarnizadamente el bien y el mal. Hay en el hombre cantidad de bien suficiente para vencer: ¡Vergüenza y baldón para el vencido!»