José Herrera Plaza (Almería, 1955) cursó estudios de Economía en la Universidad de Valencia. Técnico Superior en Imagen y sonido, trabaja actualmente, como cámara operador, en Canal Sur TV. Desde 1985 ha seguido de cerca todo lo relacionado con el accidente nuclear de Palomares. En 2003 fue coautor y coorganizador del libro y exposición en […]
José Herrera Plaza (Almería, 1955) cursó estudios de Economía en la Universidad de Valencia. Técnico Superior en Imagen y sonido, trabaja actualmente, como cámara operador, en Canal Sur TV. Desde 1985 ha seguido de cerca todo lo relacionado con el accidente nuclear de Palomares. En 2003 fue coautor y coorganizador del libro y exposición en el Centro Andaluz de Fotografía «Operación Flecha Rota. Accidente nuclear en Palomares». Posteriormente dirigió el largometraje documental homónimo (2007).
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Estábamos en el capítulo VI, «El proyecto Indalo», en el apartado de las implicaciones bioéticas del proyecto, un anexo de las páginas 234-238. ¿Por qué hablas de las implicaciones bioéticas del proyecto Indalo? ¿A qué haces referencia?
JH.- Dejar voluntariamente un número indeterminado de kilos de una de las sustancias más tóxicas como es el plutonio, alrededor de una población, lleva aparejada la evidencia de unas insoslayables cuestiones morales. Si además se realiza cualquier tipo de experimentación científica con las personas, entra en juego una serie de preceptos garantistas para los implicados, en el ámbito de la bioética. He querido mostrar cuáles son los principios morales y legales a nivel internacional como texto de apoyo, para que cada uno saque conclusiones si se cumplió al menos alguno -o ninguno- de estos principios en el Proyecto Indalo.
Sostienes, de entrada, que la investigación en y con humanos es tan lícita como plausible si cumple ciertos requisitos. ¿Qué requisitos son esos?
JH.- EL principal puntal es el consentimiento informado. Para que este se dé, es preciso primeramente una información veraz y completa del ensayo, de sus beneficios y riesgos reales, sin omisiones ni minusvaloraciones. Tras estudiar la información, la persona puede decidir libremente, sin presión de ningún tipo, participar o no. Otro requisito es más una filosofía o criterio que ha de inspirar todo el ensayo. Se puede resumir con la frase del Código de Deontología Médica: El respeto por el sujeto de investigación es el principio rector de la misma.
Hablas también de la valoración riesgo/beneficio que supone, para los sujetos de estudio, su participación en ese estudio. ¿Qué riesgos pueden ser esos? ¿Cabe un balance así en una situación de este tipo?
JH.- La valoración de riesgos eficaz y certera en la experimentación con humanos no siempre es posible, porque el objeto de esa experimentación consiste en reducir los niveles de incertidumbre y ahondar en las relaciones causales y el comportamiento del objeto de estudio en las personas, es decir, se intenta avanzar en el conocimiento específico de un principio activo del que se ignoran sus consecuencias, efectos secundarios, etc. En el caso del plutonio, se conocía su altísima toxicidad en los mamíferos, medida en millonésimas de gramos, por la experimentación con centenares de perros beagle que se masacraron para alcanzar tal conocimiento. De ahí la gravedad y la insidia de los responsables por acción u omisión de dejar varios kilos alrededor de donde vivían y comían 1.200 personas.
El que ha sido coordinador español del Proyecto Indalo, Emilio Iranzo, asiste en el Laboratorio de Los Álamos (04/1966) a la demostración de un contador de cuerpo entero, por parte del especialista Phil Dean (H-4), en un habitáculo blindado para la radiación natural, parecido a que les mandarían a la JEN en los años posteriores. (Foto: B. J. Rodgers. The Atom)
¿Qué es el Código Núremberg al que haces referencia? ¿De quién surgió la idea? ¿Qué países u organizaciones lo aceptaron?
JH.- Nació cuando en los juicios de Núremberg (1945-46) contemplaron horrorizados las monstruosidades que algunos médicos realizaban con presos judíos. A partir de ahí el bando aliado elaboró este código en 1947 y lo incorporaron a sus ordenamientos jurídicos. Unos pocos años más tarde no tardarían ellos mismos en saltárselo y realizar las mismas atrocidades en el ámbito militar y no eran nazis, sino miembros del ejército de una democracia.
Hablas también de la declaración de Helsinki. ¿Qué declaración es esa? ¿Cuándo fue modificada o ampliada por última vez? ¿Quienes la aprobaron?
JH.- El Código Núremberg fue el primero. Posteriormente ha habido otras normativas como la de la Asociación Médica Mundial (AMM) en Helsinki en 1964 y sus distintas modificaciones, adaptándola a los nuevos retos de la Ciencia (Tokio, 1975; Venecia, 1983; Hong Kong, 1989….). La última fue en 2013 durante la 64ª Asamblea de la AMM en Fortaleza, Brasil.
También haces referencia al informe Belmont. ¿Qué vacío quiso llenar este informe?
JH.- De origen norteamericano (1978), quiso establecer unos principios generales básicos en las que se ha de fundamentar y derivar cualquier regulación moral y ética en la investigación clínica con humanos. Parte de unos enunciados paradigmáticos basados en una sólida concepción humanista.
¿Son complementarios estos informes? ¿Variaciones en torno a la misma necesidad, proteger a los seres humanos de desmanes de científicos inhumanos y descerebrados?
JH.- Conocedores de nuestra naturaleza humana, todos estos referentes éticos intentan efectivamente protegernos de los salvadores de la humanidad, supuestos prohombres de la Ciencia o los salvapatrias que, con excusas-pantalla, esconden su maquiavelismo y ambición personal desmedida, están dispuestos a todo.
Cambio de tercio. Haces referencia a la información de la Pirenaica. Creo que algo de ello ya hemos hablado. Pero te pregunto de nuevo. ¿Cómo llegaron a saber de lo ocurrido? ¿Qué información dieron?
JH.- Pues con las emisiones transcritas de Radio España Independiente, «la Pirenaica», que eran entregadas en la Vicepresidencia del Gobierno, regida por Muñoz Grandes, se percataban que daban demasiados detalles. Tal precisión podría provenir únicamente de algún infiltrado en la zona y no solamente de las agencias de noticias. Pensaban que la información era transmitida por alguna pequeña radio de onda corta, por lo que se incrementaron los registros en los transeúntes a la zona. Pero no era así. Había una persona que firmaba como » El Emigrante » , natural de Villaricos, que les enviaba frecuentes notas usando la infraestructura del PCE, con la ayuda de otro improvisado cronista que residía en Lorca (Murcia) y que firmaba como » El Lorquino » . De Palomares salía un motorista hacia el norte con el escrito escondido bajo sus ropas.
La historia que acabas de contar merece una buena novela. ¿Puedes citar lo escrito en carta por Otero Navascués, el director de la JEN, al todopoderosos ministro López Bravo? ¿Cómo pudieron tener tanto rostro? ¿Les importaba un bledo la gente?
JH.- Pasados dos años del accidente, el director de la JEN visitó Palomares y concedió unas entrevistas en las que defendió la historia oficial; lo descontaminado que estaba todo y la ausencia de razones para estar preocupados. Cuando regresó a Madrid le escribió una carta el 13 de agosto al ministro del Opus en la que le decía: No se ha registrado ninguna anormalidad hasta la fecha, pese que como Vd. sabe, se quedaron en el terreno unos cuantos kilos de plutonio.
¿Tampoco informaron a los trabajadores del Servicio de Prospección de Geología y Minería?
JH.- A nadie que perteneciera a los niveles bajos de la jerarquía, o sea, los mandados. Sin embargo algunos de los jefes o altos oficiales desplazados a Palomares, como el Coronel Santiago Noreña o Guillermo Velarde sí se enteraron de los resultados (positivos) de sus análisis. Algo propio y ancestral de la España cañí que aún pervive: las normas, reglas y leyes, para los de abajo.
A pesar que lo dieron todo, los prospectores mineros de la JEN que fueron a Palomares para confeccionar el mapa radiométrico, transitando por todos los lugares más contaminados, con calmas o vientos, de sol a sol, no recibieron nunca los datos de sus análisis radiológicos. En la foto: Gabriel García Bachiller, Pablo Romero Núñez, Fco. Paredes Rojas (recientemente fallecido), Juan Luis Porras Ortiz y en cuclillas Manuel Pardillo Dorado. (Foto: M. Pardillo)
¿Qué les contaron entonces a las gentes en la reunión que se celebró en el cine de Palomares a finales de enero?
JH.- Según las crónicas, los distintos soliloquios de las autoridades norteamericanas y españolas giraron en tranquilizar a los afectados con una perfecta desinformación. Que la contaminación no tenía importancia y no existía peligro para nadie, que todos los daños serían adecuadamente indemnizados, que los campos se iban a quedar como antes del accidente. Por una vez existió concordancia entre lo que ellos querían decir y la población deseaba escuchar. La realidad quedó al margen.
Hablas también de la prohibición de lecturas de tesis doctorales. Nos lo cuentas por favor. ¿De quién partió la idea? ¿Por qué?
JH.- Durante décadas no publicaron ni en revistas especializadas, ni se leyeron tesis relacionadas con la problemática radiológica de Palomares. Este largo periodo coincide con aquellos funcionarios de la JEN que estaban presentes cuando los norteamericanos incumplieron su compromiso. Con el relevo generacional y la jubilación de Emilio Iranzo las cosas comenzaron a cambiar. Esta aparente casualidad nos puede hacer pensar que tan férreo silencio pudiera tener un origen, o al menos estar alentado, por aquellos españoles que habían colaborado personalmente con los autores de la descontaminación parcial. La excepción fue Catalina Gascó que presentó su tesis en 1991 sobre la distribución de plutonio en el ecosistema marino de Palomares y no estuvo accesible al público hasta hace algunos años. El resto de tesis comenzaron con el reconocimiento oficial de la situación real de Palomares a partir de 2003.
Haces referencia también, con admiración, de Asunción Espinosa Canal. ¿Quién fue?
JH.-Comenzó en los 70 a trabajar con el equipo de Emilio Iranzo. Su solvencia para la investigación científica en equipo se ha demostrado ampliamente con numerosos trabajos, al tiempo que era capaz de ganarse la confianza de los habitantes de la barriada. Sustituyó a Emilio al frente del Proyecto Indalo. No le fue posible leer su tesis (2003) hasta unos pocos años antes de su jubilación. Pertenece a la brillante generación intermedia de mujeres científicas en un organismo con una tradicional predominancia masculina. La capacidad laboral que mostró es comparable a las pioneras: Conchita Álvarez, Dolores Lara y posteriormente Catalina Gascó y Mª Paz Antón Mateos, por citar algunas de las últimas generaciones incorporadas.
La científica Asunción Espinosa Canal formó parte del equipo de Emilio Iranzo a partir de los 70, centrándose en el Proyecto Indalo, del que fue coordinadora hasta su jubilación. En la foto explica las lecturas de los alfaespectógrafos del CIEMAT usados en los análisis radiológicos. (Foto: J. Herrera)
Las libertades civiles de nuestra democracia, afirmas en otro momento, no llegaron a Palomares hasta principios del siglo XXI. Te pregunto sobre eso a continuación. Este apartado -no digo que los demás no lo sean- es absolutamente «apasionante».
Cuando quieras y gracias por lo de «apasionante».
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