Sí, sí, el de Tejero, y el de Armada, y el de Milans del Bosch, y el de Torres Rojas, y el de Ibáñez Inglés… y el de todos y cada uno de los implicados en aquél falso golpe militar «a cargo de unos cuantos militares y guardias civiles nostálgicos del anterior régimen», según la […]
Sí, sí, el de Tejero, y el de Armada, y el de Milans del Bosch, y el de Torres Rojas, y el de Ibáñez Inglés… y el de todos y cada uno de los implicados en aquél falso golpe militar «a cargo de unos cuantos militares y guardias civiles nostálgicos del anterior régimen», según la amañada versión oficial mantenida contra viento y marea todos estos años, y que, como la mayoría de ciudadanos españoles sabe a día de hoy (excepto, parece ser, los responsables de TVE y Antena 3), solo fue una chapucera y subterránea maniobra del propio rey Juan Carlos I para salvar su corona de las iras de los generales franquistas que preparaban contra reloj, para el 2 de mayo de ese mismo año 1981, su particular venganza contra él por «perjuro y traidor a los sagrados principios del Movimiento Nacional».
Efectivamente, la mal llamada «intentona involucionista del 23-F» (como digo, una esperpéntica maniobra político-militar-institucional nacida y planificada en La Zarzuela) nunca tuvo nada de un verdadero golpe militar: los golpes militares no se inician jamás a las seis de la tarde; ni las fuerzas que intervienen en una de esas acciones ilegales van dando vivas al jefe del Estado contra el que están atentando; ni los tanques que utilizan las unidades rebeldes van completamente desarmados; ni los golpistas dejan libre en su palacio al primer mandatario del Estado para que pueda hablar por teléfono con todo el mundo y hasta salir en televisión (siete horas después, ojo) condenando su acción; ni los dirigentes de un golpe de Estado son tan estúpidos como para llamar por teléfono a la suprema autoridad de la nación, contra la que están actuando, para explicarle sus movimientos futuros y, menos aún, para obedecer sin rechistar sus órdenes; ni los carros de combate rebeldes respetan los semáforos en sus correrías urbanas; ni el jefe de los golpistas lleva en el bolsillo de su uniforme la lista completa de su futuro Gobierno formado, no por personajes de su entorno rebelde, sino por políticos pertenecientes a partidos del propio sistema contra el que está actuando ilegalmente…
Así que de golpe militar el 23 de febrero de 1981, nada de nada. Muchos españoles ya saben la verdad después de que algún que otro historiador militar (no miro a nadie) se haya pasado media vida investigando esta chapuza histórica para contársela después con pelos y señales a los crédulos ciudadanos de este país. Los que demuestran no estar por la labor, obviamente, son los supremos responsables de TVE y Antena 3 que, sin venir a cuento en este 28 aniversario de aquél triste evento y obedeciendo sin duda sutiles recomendaciones de La Zarzuela en un año ciertamente «horribilis» para su titular, se han sacado de la manga dos engendros televisivos o bodrios históricos (dos mejor que uno), masivamente publicitados, en los que han vuelto a incidir sobre la angelical tesis oficial: el rey Juan Carlos, en aquél recordado día, nos salvó a todos los españoles y a la democracia recién instaurada de los instintos criminales de unos cuantos golpistas sin escrúpulos. Unos golpistas ¡ojo! a los que él conocía muy bien pues hasta entonces habían sido sus validos, sus cortesanos, sus hombres de confianza, sus generales, sus confidentes… los planificadores de sus deseos, vamos.
Las dos cadenas de televisión, la estatal TVE que, como todo el mundo sabe, obedece perrunamente al Gobierno socialista (en la actualidad el único defensor a ultranza de la monarquía juancarlista) y Antena 3, propiedad del orondo marqués de Lara (muy amigo ¡como no! del monarca) rivalizaron entre ellas (coincidieron hasta en las fechas de emisión) en pretender divinizar nuevamente al «valiente» rey de todos los españoles, insultando con descaro la inteligencia de millones de televidentes al presentar en pantalla unos pretenciosos reportajes pseudo históricos, mal paridos, mal realizados, falsos y ridículos. Con unos generales «golpistas» (Milans, Armada…) que más parecían maestros armeros (con mi mayor respeto para estos modestos profesionales de las FAS) a punto de jubilarse, que autoritarios príncipes de la milicia con mando en plaza; y un general Sabino Fernández Campo descolocado, con aires melifluos de confesor regio.
De vergüenza ajena, amigos, esta obscena y nauseabunda operación de «rescate» real puesta en marcha por el poder (el gubernamental y el mediático) coincidiendo con la «emblemática» fecha del vigésimo octavo aniversario de la traición borbónica española a sus generales cortesanos. Un operativo mediático ideado, al margen de historiadores y expertos, para tratar de recomponer como sea la desprestigiada figura del rey Juan Carlos, un hombre ya caduco, en el otoño de su vida y de su reinado, acabado física y mentalmente, y que en los últimos años parece haber encontrado en los viajes y saraos fuera de España su razón de vivir. Y de reinar. Por cierto. ¿Hasta cuando vamos a permitir los ciudadanos de este bendito país que este presunto golpista institucional (lo de «presunto» es solo un bondadoso guiño al Estado de derecho) que los españoles tenemos en la jefatura del Estado, con título de rey por deseo testicular del dictador Franco, siga pegándose la gran vida a costa del erario público español (que alimentamos todos los contribuyentes) viajando a destajo por todo el ancho mundo en plan turista de alto standing, con el único objetivo (parece ser) de no aburrirse en su palacio de La Zarzuela una vez que sus genes hipersexuales borbónicos, jubilados por edad, ya no le permiten buscar con ahínco el placer carnal de antaño u otros más llevaderos como la caza de «mitrofanes» a 8.000 euros el ejemplar?
¿Pero es que puede ser de recibo en este país que el mismo día que muchos españoles ponemos el televisor para enterarnos por la pequeña pantalla del último dato negro de nuestra economía o de los terroríficos dígitos de la penúltima cifra de parados y víctimas de ERE,s asesinos, tengamos también que deleitarnos con la gordinflera imagen de nuestro monarca «corriéndose de gusto» (perdone el lector esta burda expresión coloquial) en la escalerilla del avión oficial ante las formaciones de soldados/majorettes de Trinidad-Tobago y Jamaica, rindiéndole honores vestidos de lagarterana? ¿Es que tan esencial era para la agonizante economía española estrechar lazos con estas dos grandes superpotencias?
Ya está bien, majestad, de tanto viaje gratis total y tanto sarao intercontinental. Si quiere turismo institucional, apúntese al Inserso como la mayoría de jubilados de este país. Y no siga jugando con fuego que el horno no está para bollos y aunque su puesto de «no trabajo» figure como indefinido (vitalicio, vamos), las crisis económicas son capaces de trastocar en muy poco tiempo las premisas políticas aparentemente más sólidas. Su abuelo Alfonso XIII ya tuvo puntual constancia de ello en el año 1931, después de que la gran depresión económica del año 1929 acabara por llevarlo en volandas al exilio de Roma. Por si acaso, y perdone majestad por este plebeyo consejo, sería muy conveniente que mientras dure la actual crisis reduzca sus salidas festivas al exterior. Y se dedique en cuerpo y alma a su trabajo abandonado de «moderador de las Instituciones», que buena falta hace. No vaya a ser que en alguna de esas juergas que se monta por los cuatro puntos cardinales se encuentre, de pronto, con que no tiene billete de vuelta, debiendo quedarse en consecuencia para el resto de su vida…en Las Maldivas, por ejemplo. Que, desde luego, no debe ser ningún mal sitio para vivir.
Amadeo Martínez Inglés es coronel del ejercito y escritor.