Desde 1965 hasta su muerte en 1993, el economista Kenneth Boulding estuvo repitiendo su mensaje con una metáfora muy eficaz. Existen dos tipos de economías, la estilo «cowboy» y la economía del género «astronauta». La primera está basada en la idea de que la base de recursos naturales es tan extensa que, para fines prácticos, […]
Desde 1965 hasta su muerte en 1993, el economista Kenneth Boulding estuvo repitiendo su mensaje con una metáfora muy eficaz. Existen dos tipos de economías, la estilo «cowboy» y la economía del género «astronauta». La primera está basada en la idea de que la base de recursos naturales es tan extensa que, para fines prácticos, puede considerársele ilimitada. El vaquero de las planicies puede cazar, abrir minas, perforar pozos y romper los suelos para sembrar lo que quiera. La dotación de recursos es tan grande que el impacto ambiental de sus actividades pasa desapercibido. Las palabras clave en el vocabulario del vaquero son «extensión» y «crecimiento».
La economía del astronauta es distinta. Viaja en una pequeña cápsula espacial, su dotación de recursos es reducida y cualquier actividad deja una huella ecológica importante en todo momento. Hasta su respiración puede envenenar su restringida atmósfera si no filtra los desechos de sus exhalaciones. El astronauta tiene que ser muy cuidadoso: viaja en un sistema cerrado, debe buscar niveles de «cero desperdicio» y reciclar todo lo que puede. La piedra de toque en el vocabulario de la cápsula es la palabra «metabolismo».
El mensaje central de Boulding concluía de manera convincente: debemos concebir al planeta Tierra como una especie de cápsula espacial en la que la humanidad es el astronauta. Es necesario repensar la lógica del crecimiento económico en este sistema cerrado y diseñar los instrumentos que permitan convertir a la economía mundial en una especie de metabolismo auto-regulado. Habría que comenzar con el manejo racional y cuidadoso de los recursos naturales.
Pero si quisiéramos retomar la metáfora de Boulding, tendríamos que suponer que en la cápsula espacial hay por lo menos dos astronautas. Y desgraciadamente ambos ya escogieron pelear por los recursos en la nave. En la soledad del espacio, su conflicto ha degenerado en una serie de guerras larvadas y abiertas que amenaza con destruir el vehículo espacial en el que viajan. La maldición de los recursos naturales los atrapó.
El acceso a los recursos naturales está enmarcado en conflictos étnicos, corrupción, competencia estratégica y guerras civiles e internacionales. El caso de los diamantes de conflicto es un ejemplo entre muchos. Minerales, coltan, madera, petróleo y gas natural, son sólo algunos de los recursos que están en el corazón de estas contiendas. Pero, ¿de dónde viene la maldición?
Los estudios patrocinados por el Banco Mundial sobre la relación entre recursos naturales y conflictos se concentran en la relación entre estas riquezas y las disputas étnicas, dictaduras, corrupción y tráfico de armas. Por eso predominan en esos trabajos las referencias a las guerras civiles en Sierra Leona, Liberia o la República Democrática del Congo.
Esas investigaciones pretenden analizar cómo una dotación generosa de minerales, maderas o petróleo provoca la codicia y conduce a conflictos. El ciclo típico es sencillo: un dictador utiliza los recursos para construir su aparato represivo y mantenerse en el poder. Los grupos rebeldes buscan hacer lo mismo. Las secuelas en términos de muerte y destrucción ambiental son terribles y muy costosas para todos, incluyendo a la comunidad internacional que termina por intervenir y ayudar a los refugiados y desplazados.
En los estudios del Banco Mundial los recursos naturales están en el centro del conflicto porque un ejército necesita dinero. Los grupos en pugna ven en las riquezas naturales la plataforma para obtener los recursos monetarios para comprar armas y pagar la nómina de sus ejércitos. Independientemente de los motivos de la rebelión, la organización rebelde debe comportarse como una organización comercial. Y para el Banco Mundial, el problema entonces es que existen compañías y bancos dispuestos a servir de intermediarios para revender los recursos en el mercado internacional. La corrupción en las empresas multinacionales es un buen aliado de estos conflictos.
Pero la narrativa de esa visión es muy miope. El verdadero vínculo entre recursos naturales y conflictos está en otra parte. Por supuesto que la corrupción y los pleitos étnicos insondables desempeñan un papel siniestro en los recursos naturales de conflicto, pero quizás ni siquiera son el ingrediente más importante.
Existen fuerzas económicas anónimas (el mercado y la competencia inter-capitalista) que generan presiones crecientes sobre la base de recursos naturales en el mundo. El modelo neo-colonial no es distinto del modelo neoliberal en ese sentido: ambos promueven las exportaciones de recursos naturales hacia los países industrializados y en la competencia estratégica entre esas potencias se vale todo, incluso promover las guerras civiles o invadir un país alegando su posesión de armas de destrucción masiva. Esa reflexión implica cuestionar el modelo económico internacional, por eso el Banco Mundial prefiere culpar a los gobiernos corruptos de los países pobres.
Líderes corruptos o fuerzas económicas anónimas, lo cierto es que los astronautas de la nave espacial «Planeta Tierra» han escogido la guerra para acceder a los recursos naturales. Ensoberbecidos por haber descubierto la cara oculta de la luna, no alcanzan a ver el lado oscuro de los recursos naturales.