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El largo camino hacia la equidad de género

Fuentes: Revista Pueblos

Tomando en cuenta la rápida y masiva aceptación que han logrado los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en la comunidad internacional y los ámbitos de la cooperación al desarrollo, no deja de ser asombroso el amplio consenso que existe en la comunidad feminista global sobre las duras críticas que se merecen dichos objetivos. Nada […]

Tomando en cuenta la rápida y masiva aceptación que han logrado los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en la comunidad internacional y los ámbitos de la cooperación al desarrollo, no deja de ser asombroso el amplio consenso que existe en la comunidad feminista global sobre las duras críticas que se merecen dichos objetivos.

Nada hacía presagiar tal consenso cuando en septiembre del 2000, al final de la Cumbre del Milenio auspiciada por Naciones Unidas, 189 Estados plasmaban en la Declaración del Milenio sus compromisos para erradicar la pobreza y el hambre en el mundo. Las mujeres podían sentirse satisfechas por la forma en que la Declaración abordaba las cuestiones de género: abogaba por la igualdad de derechos y oportunidades entre ellas y los hombres, animaba a combatir todas las formas de violencia contra las mujeres y aplicar la Convención para la eliminación de toda forma de discriminación (CEDAW), al tiempo que decidía «promover la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres como medios eficaces de combatir la pobreza, el hambre y las enfermedades, y de estimular un desarrollo verdaderamente sostenible». Una vez más, otra resolución del más alto nivel parecía hacer justicia a los esfuerzos de las mujeres organizadas por poner sus reivindicaciones en la agenda global.

La frustración no tardó en aparecer. En 2001, el secretariado de Naciones Unidas, en estrecha colaboración con las agencias financieras y de desarrollo internacionales, estableció un «mapa de ruta» para poner en práctica la Declaración del Milenio; el documento resumía los compromisos en ocho objetivos, 18 metas y 48 indicadores a ser logrados a más tardar en 2015. Se ponía en marcha de esta manera una agenda minimalista que contenía metas muy inferiores a las que habían sido comprometidas.

Dos ejemplos del minimalismo de los ODM lo constituyen los abordajes de la pobreza y de la desigualdad de género. Mientras la primera ha sido formulada en términos de la proporción de gente cuyo ingreso es menor a un dólar diario, «ignorando la multidimensionalidad y las características relacionales de la pobreza y ocultando la persistente realidad de la pobreza en los países desarrollados» (Elson, 2004), la segunda ni siquiera es tratada como tema transversal en el conjunto de los ODM, a pesar de que fue precisamente Naciones Unidas quien impulsó desde los años 80 la incorporación de la perspectiva de género en todas las políticas.

La combinación de ambas «carencias» afectará negativamente el logro del objetivo prioritario de los ODM ya que, al ignorar la dimensión de género de la pobreza, las estrategias para erradicarla no consideran las particularidades de los procesos de empobrecimiento femenino ni las específicas contribuciones que las mujeres pueden hacer para reducirla. Como plantea Kabeer (2003), «la agencia económica de las mujeres, como una fuerza que puede contribuir a la reducción de la pobreza, sigue siendo pasada por alto en el discurso de los ODM».

La ceguera de género de los Objetivos del Milenio

La principal crítica que las feministas y los movimientos de mujeres del Sur dirigen hacia los ODM es que son, en gran medida, «ciegos al género». Aunque contienen un objetivo específicamente relacionado con la equidad de género (el número 3, formulado como «promover la igualdad de género y empoderar a las mujeres»), se ignoran las desigualdades de género existentes en las problemáticas que el resto de objetivos tratan de enfrentar, siendo particularmente grave la ceguera en los Objetivos 1 («erradicar la extrema pobreza y el hambre»), 7 («asegurar la sostenibilidad medioambiental») y 8 («desarrollar una asociación global para el desarrollo»).

Por si fuera poco, los ODM son además contradictorios en sus planteamientos de género. Mientras el Objetivo 3 expresa una preocupación favorable hacia el empoderamiento de las mujeres, en los Objetivos 5 y 6 («mejorar la salud maternal» y «combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades», respectivamente) las mujeres son vistas simplemente como víctimas que necesitan protección especial.

Exceptuando los del tercer objetivo, la formulación de las metas e indicadores de todos los demás evidencia la ceguera de género del documento en su conjunto. Dado que ni siquiera hay referencias a la necesidad de reunir datos desagregados por sexo, no es de extrañar que la primera recomendación del Grupo sobre Educación e Igualdad de Género del Proyecto del Milenio haya sido añadir al menos un indicador de género al conjunto de indicadores de cada meta.

Luces y sombras del Objetivo 3

Se reconoce como un aspecto positivo de los ODM que la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres estén reflejados en un objetivo independiente y que éste se asiente en un argumento de equidad: lograr niveles equivalentes de bienestar es un objetivo de desarrollo en sí mismo. También se valora positivamente el intento de relacionar la igualdad de género con las capacidades (educación), el acceso a recursos y oportunidades (empleo) y la posibilidad de influir (participación política), como se deduce de los indicadores seleccionados para medir el progreso hacia tal objetivo. Ahora bien, la formulación de este objetivo ha recibido importantes críticas, entre ellas las siguientes:

- El objetivo es muy amplio y, en comparación con el resto de objetivos, excesivamente pretencioso. Su formulación, sin duda políticamente correcta, no da pistas para vislumbrar la complejidad del tema de la equidad de género ni los profundos cambios estructurales que su logro requiere.

- La meta establecida (eliminar la disparidad de género en la educación) es muy estrecha, sobre todo en relación a la amplitud del objetivo y bastante confusa, ya que se solapa parcialmente con la meta del Objetivo 2 (lograr la primaria universal).

- Los indicadores son aún más estrechos: los dos primeros enfatizan el acceso equitativo a la educación pero no son capaces de medir el avance hacia la eliminación de los estereotipos de género en los contenidos de la educación. Los dos últimos transmiten el mensaje positivo de que el empoderamiento requiere algo más que educación, es decir, igualdad de género en la economía y en la vida política. Sin embargo, los indicadores seleccionados (empleo femenino no agrícola y asientos ocupados por mujeres en el Parlamento) no son muy eficaces para medir avances en la igualdad de género.

Las feministas latinoamericanas, en particular, señalan que los ODM no han sacado lecciones de la experiencia de América Latina en lo relativo a la educación, puesto que ni la universalización de la educación primaria, ya lograda en la mayoría de los países, se ha convertido en motor de cambio ni la mayor educación de las mujeres les ha asegurado la equidad de género. Su conclusión es que «el tema de la equidad entre hombres y mujeres reviste una gran complejidad y es tratado de manera simplista en esta nueva agenda social. Las normas, reglas y valores que rigen en la sociedad siguen reproduciendo esquemas patriarcales a pesar de los logros alcanzados por las mujeres en educación, salud e inserción laboral. Si el objetivo es reducir la desigualdad entre géneros, las metas exigirían propósitos más complejos llamados a construir un capital social funcional a estos fines» (López, 2004).

Los temas ausentes

Aunque se espera que nos sintamos satisfechas con la inclusión del Objetivo 3, muchas feministas sostienen que las mujeres ganaríamos más si fueran contempladas las dimensiones de género del resto de los objetivos. Además, el logro representado por el Objetivo 3 queda cuestionado cuando se repasan los temas de género ausentes y/o mal abordados en los ODM, como los siguientes:

- La erradicación de la violencia de género, una de las exigencias de las mujeres que concita mayores consensos, ha desaparecido en el tránsito de la Declaración del Milenio a los ODM.

- Igualmente está ausente el trabajo de cuidar y el aporte económico de las mujeres mediante su trabajo no pagado, así como toda referencia a la precariedad laboral, la desregulación y la informalidad de los mercados de empleo que impiden a las mujeres salir de la pobreza mediante el trabajo remunerado.

- Los derechos sexuales y reproductivos son los grandes ausentes, lo que resulta incomprensible no sólo porque el movimiento feminista global logró su reconocimiento en las conferencias de El Cairo y Beijing, sino además porque son un objetivo crucial y/o un indicador de progreso de al menos cuatro objetivos del milenio: el 3, el 4 (mortalidad infantil), el 5 (salud maternal) y el 6 (combatir el VIH/SIDA). Además, se ignoran temas cruciales como el embarazo adolescente, el aborto selectivo por género, las mutilaciones genitales femeninas y otros relacionados con las «políticas del cuerpo de las mujeres», cuya resolución compromete el logro de varios de los objetivos señalados. La sexualidad y los derechos reproductivos tienen una relevancia capital en la expansión de la pandemia de VIH/SIDA; como dice Antrobus (2004), «ninguna cantidad de educación puede proteger a una mujer de exponerse al virus si ella no puede negociar sexo seguro».

- Las metas y los indicadores no toman en consideración que la etnia, la clase y la edad, entre otros vectores, dan lugar a maneras diversas de vivir la condición y posición de género de las mujeres. Los ODM tratan a las mujeres como si fueran un grupo homogéneo, lo que introduce serias dudas sobre la eficacia de las políticas derivadas de ellos. De nuevo es América Latina, donde los datos existentes muestran que se lograrán en el plazo previsto las metas de paridad en el acceso a la educación primaria, secundaria y terciaria, la que nos muestra que los promedios nacionales esconden desigualdades de raza, etnia, clase y geográficas (urbano/rural) que interactúan con las desigualdades de género produciendo realidades muy preocupantes, como los bajos niveles educativos y de salud de las mujeres indígenas de Guatemala, Bolivia y México (BID, 2004).

Volver a la agenda completa

Frente a quienes consideran que «la inversión en igualdad de género es un instrumento estratégico para alcanzar las demás metas del desarrollo» o que «el éxito en muchos de los objetivos tendrá impactos positivos sobre la igualdad de género» (Banco Mundial, 2003), se alzan las voces de grupos y redes feministas internacionales que tienden a ver los ODM «no como una nueva agenda, sino como un nuevo vehículo para la implementación de la CEDAW y la Plataforma de Beijing» (UNIFEM, 2003).

Para las activistas de los derechos de las mujeres, los ODM son un conjunto de metas mínimas, necesarias pero no suficientes para el desarrollo humano, que no sustituyen a ninguna de las plataformas de acción emanadas de las conferencias mundiales ni superan la visión integral de la equidad de género planteada en los instrumentos de derechos humanos. Sí reconocen que dado el consenso que reúnen y la amplia movilización social en torno a ellos, los ODM pueden servir como una gran avenida por la que circulen, de nuevo, las exigencias de las mujeres de que se hagan realidad los compromisos adquiridos por los gobiernos en la última década.

Como propone Antrobus, «dado que los ODM son débiles en cuanto a la meta de igualdad y que las dimensiones de género son casi invisibles, los esfuerzos deben ser puestos en desarrollar estrategias para lograr progresos en la aplicación de la Plataforma de Beijing, en lugar de abandonar ésta por los ODM. Después de todo, la plataforma es teóricamente consistente, cosa que no son los Objetivos del Milenio, incluye a éstos y además, tiene una amplia base de apoyo».

Referencias:

- ANTROBUS, Peggy (2004): «MDGs-The Most Distracting Gimmick», en Seeking accountability on Women’s Human Rights. Nueva York: WICEJ.

- Banco Interamericano de Desarrollo-BID (2004): Los ODM en América Latina y El Caribe. Retos, acciones y compromisos. (www.eclac.cl/mdg/docs) Banco Mundial (2003): Gender Equality and the Millenium Development Goals. BM. ELSON, Diane (2004): «The Millenium Development goals. A feminist Economics Perspective». La Haya: ISS.

- KABEER, Naila (2003): Gender Mainstreaming in Poverty Erradication and the Millenium Development Goals. Londres: Commonwealth Secretariat.

- LÓPEZ MONTAÑO, Cecilia (2004): «Globalización, pobreza y las Metas del Milenio desde la perspectiva de género». México: REPEM.

- UNIFEM (2004): Pathway to Gender Equality. CEDAW, Beijing and the MDGs. UNIFEM, BMZ, GTZ.


Clara Murguialday es licenciada en Economía, trabaja en la Oficina de Cooperación al Desarrollo de la Universidad del País Vasco y colabora con la Coordinadora de ONGD del País Vasco. Este artículo ha sido publicado en la edición impresa de Pueblos, nº 20, marzo de 2006, pp. 34-36