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Reseña de "Sombras del progreso. Las huellas de la historia agraria" de Ramón Garrabou

El magistral esfuerzo cooperativo de Ramon Garrabou

Fuentes: El Viejo Topo

Ramon Garrabou, Sombras del progreso. Las huellas de la historia agraria. Barcelona, Crítica (libros de Historia), edición de Ricardo Robledo, 504 páginas.

«Despachar la experiencia campesina como algo que pertenece al pasado y es irrelevante para la vida moderna; imaginar que los miles de años de cultura campesina nos dejan una herencia para el futuro, sencillamente porque ésta casi nunca ha tomado la forma de objetos perdurables; seguir manteniendo, como se ha mantenido durante siglos, que es algo marginal a la civilización; todo ello es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas. No se puede tachar una parte de la historia como el que traza una raya sobre una cuenta saldada». Con estas hermosas y brechtianamente imprescindibles palabras de Puerca tierra de John Berger, abre su introducción al volumen Sombras del progreso. Las huellas de la historia agraria [SDP] su editor, el profesor del departamento de Economía e Historia Económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Salamanca, Ricardo Robledo. Son abono que deja profunda huella en toda la cosecha del libro.

SDP, se señala en su solapa, es una nueva contrastación de la renovación historiográfica iniciada hace ya un cuarto de siglo con la publicación de Historia agraria de la España contemporánea. Recoge SDP aportaciones innovadoras en este ámbito -un terreno historiográfico que sería difícil de explicar sin la labor incansable de Ramon Garrabou, maestro de la historia agraria española y catedrático de Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona- con la finalidad de echar una mirada hacia atrás que permita, por una parte, falsar la extendida y poco temperada idea de que los avances científicos y tecnológicos aseguran y van a asegurar per se un crecimiento indefinido y aproblemático de la agricultura y, por otra parte, cara complementaria, generar con la ayuda de la historia una comprensión más cabal y ajustada de los verdaderos mecanismos del progreso social y económico.

Aparte de la introducción y presentación del editor, SPD se estructura en tres partes. En la primera, tomo las palabras del editor, «se presenta la evolución, a muy grandes rasgos, de la sociedad campesina desde la Edad Media a la situación creada actualmente en la agricultura mundial por el modelo dominante de crecimiento económico». Cuenta esta parte con los trabajos de Isabel Alfonso, de Ángel García Sanz, de Domingo Gallego, Iñaki Iriarte y José Miguel Lana, de Ricardo Robledo y de Josep Fontana. La segunda parte, que centra sus análisis en «cuatro modelos de cambio agrario -Cataluña, País Valenciano, Galicia, Italia- que, al no arroparse en los prejuicios del progreso y del atraso, ofrecen una visión más compleja de la historia contemporánea», incorpora las investigaciones de Rosa Congost, J. Planas, E. Saguer y E. Vicedo, de Salvador Calatayud y Jesús Millán, de Lourenzo Fernández Prieto y David Soto Fernández, y de Franco Cazzola. Finalmente, la tercera parte, en la que con una perspectiva a largo plazo, «se analizan los aspectos medioambientales del crecimiento agrario», asunto que constituye el centro de interés actual de la investigación del propio Garrabou, contiene cuatro trabajos de Jesús Sanz Fernández, Manuel González de Molina, Enric Tello y José Manuel Naredo. Una amplísima y casi inabarcable bibliografía, páginas 425-478, cierra el volumen.

No es posible dar cuenta aquí de las tesis y argumentaciones de los trece trabajos recogidos en el libro. La perspectiva que abona una parte sustantiva de las investigaciones está recogida en las palabras con las que Ángel García Sanz (capítulo II: «No se ponía el sol… ni el hambre») abre su investigación sobre las condiciones económicas y sociales en que vivían, durante «el brillante siglo XVI», los vecinos de la Tierra de Sepúlveda: «[…] Hace unos años se celebraron centenarios que evocaban variadas efemérides relativas a Carlos V y a su hijo Felipe II. ¡Qué alardes y ostentaciones para evocar una de las centurias más duras para el campesinado de los reinos peninsulares, dureza que quedó plasmada en la grandeza del patrimonio aristocrático y clerical y en el poderío universal del Estado de la familia habsbúrgica!. En las exposiciones se exhibían afamadas pinturas de niños y mujeres de las reales casas, reyes y altos jerarcas, armaduras, arcabuces, cañones,… Yo, como historiador, no me sentía orgulloso de todo aquello y pensaba que allí faltaba algo muy importante. Pensaba en lo mal que tuvieron que vivir la inmensa mayoría de los vecinos del reino para proporcionar, con su sudor, a los monarcas, aristócratas y algo clero aquellas riquezas, aquellas glorias» [el énfasis es mío]. Ese es, señala García Sanz, el primus movens de las páginas dedicadas a «un amigo que tanto ha laborado por las condiciones de vida del campesinado contemporáneo».

No es arriesgado generalizar al resto de aportaciones esta motivación esencial. La arista política de esta línea historiográfica había sido ya anunciada por Ramon Garrabou, como recuerdan Gallego, Iriarte y Lana en su escrito, en una ponencia sobre el desarrollo del capitalismo en el campo presentada al I Coloquio de Historia Económica celebrado en 1972: «… no podemos olvidar que los avances más significativos se realizaron precisamente en aquellos regiones donde el latifundio tenía poca importancia». No es, desde luego, la única tesis de importancia. La defendida espléndidamente por Ricardo Robledo, quien ciertamente cita muy generosamente La miseria del historicismo de sir Karl, en su investigación no es de menor calado: «[…] Sin embargo, el movimiento campesino más importante, la gran ocupación de fincas del 25 de marzo de 1936, fue todo lo contrario al episodio de una revolución desenfrenada. Es decir, la reforma agraria del Frente Popular no puede interpretarse de modo fatal como la caída imparable hacia el precipicio de la guerra civil» (p. 145).

Además de los escritos de Naredo y Tello, una de las aportaciones más singulares al volumen acaso sea la de Josep Fontana. Se trata de una mirada a la crisis de 2006-2008 desde la perspectiva de la historia agraria. La brillantez con la que el gran historiador catalán presenta los compases básicos de la crisis, las caras usualmente ocultadas que aquí son sabiamente iluminadas, deja casi sin respiración al lector. Shiva y Roy, por ejemplo, acompañan a Fontana en su espléndido análisis con afirmaciones tan razonables y penetrantes como la siguiente: «Sostener una alternativa basada en la pequeña explotación campesina, auxiliada por formas diversas de coordinación y cooperación, no significa apoyar un cultivo tradicional o retardatario». La recuperación de la racionalidad de la pequeña explotación agraria, añade el autor, es paralela y consistente con la vindicación de la gestión comunal.

El editor, y los restantes participantes en el volumen, señalan que es de justicia apreciar la inmensa labor historiográfica de Ramon Garrabou. SPD está en consonancia con esa justa finalidad y a la altura de la obra de un historiador que tan enorme huella ha dejado en la investigación en historia agraria de nuestro país. Una huella, por lo demás, que siempre ha tenido muy presente la voluntad, con palabras de Jaume Torras, de hacer avanzar el saber histórico en compañía, a través del debate colectivo. El secreto del modo de ser dirigente de Ramon Garrabou, ha escrito Enric Tello, es acompañando, sin estar al frente de nada, sino «al lado de mucha gente con la que ha llevado a cabo innumerables iniciativas a favor de muy buenas causas, y un amplio abanico de proyectos de investigación colectivos. Siempre abriendo caminos a los demás, mientras andaba junto a ellos y ellas».

Josep Fontana cierra su aportación con un magnífico programa para historiadores conscientes de la importancia de su tarea, como lo son todos los participantes en este volumen que tiene el magisterio de Ramon Garrabou como eje básico: «La función del historiador en estos momentos y en este terreno es la de ayudar a desvanecer los mitos de un sistema en quiebra y a desvelar la lógica interna de las alternativas. Contra las simplificaciones de los Collier, que legitiman el asalto a las grandes empresas a las tierras africanas, y llegan a proponer el uso de la fuerza si no basta el de la corrupción de los gobiernos, el historiador debe aportar unas razones basadas en un análisis adecuado de la realidad. La utilidad específica de los estudios de historia agraria para esclarecer las bases de un uso productivo y socialmente justo de la tierra me parecen una de las grandes promesas de futuro para nuestra profesión» (p. 168) [el énfasis es mío]

Así, pues, un magnífico volumen que ayuda a abrir los ojos a personas como el que suscribe, que, desgraciadamente, han comprendido muy tarde (raíces campesinas hubieran obligado a una actitud muy otra), la importancia de la historia agraria como alimento intelectual y político, sabiendo además, como bien señalan Congost, Planas, Saguer y Vicedo en su artículo, que «los grupos subalternos, y entre ellos los campesinos, no escriben la historia… el análisis de los campesinos como actores en el proceso de cambio agrario inevitablemente se fundamenta en indicios y en datos parciales a veces sujetos a discusión. Sería un grave error, sin embargo, que la escasez de datos diese lugar a su silenciamiento histórico».