La laguna costera es considerada la mayor del país, además de un hábitat esencial para varias especies animales y vegetales. En pleno 2019, su estado se observa como uno de los mayores atentados ambientales del Mediterráneo
-Lo que no podéis hacer los periodistas es venir aquí, ver que el agua de la playa está bien y grabar y echar fotos donde está mal -dice Manoli mientras pasa una bayeta por la barra de madera de su chiringuito-. El agua estaba turbia, sí, pero eso fue hace tres años, ahora se ha recuperado.
Pronuncio la palabra ecologistas. Me interrumpe. Levanta la mano con la que sujeta la bayeta. Señala a una mujer a su espalda.
-Esos deberían callarse, que parece que no quieren que haya turismo.
La mujer a su espalda, por cierto, es una europea rojo gamba a dos metros de la orilla, esclafada en una silla con rayas blancas y azules, las palmas de las manos hacia arriba, como implorando al cielo un poco -todavía un poco más- de sol. Una cosa: verán ustedes que ese todavía un poco más explica casi todo en esta historia. Seguimos. Unos cuantos metros mar adentro, decenas de barcos rodean el Club Náutico Mar Menor. En la cafetería del club, un grupo de europeos rojo gamba bebe refrescos. Al lado, una intensísima partida de dominó. Entre jugada y jugada, los cuatro abuelos miran con recelo a cualquiera que no huela a Mar Menor. Todavía se respira tranquilidad, aunque no por mucho tiempo: en nada, la población de Los Alcázares (16.000 habitantes) se volverá a multiplicar por cinco. Lo hará mientras el proceso de eutrofización sigue afectando a sus aguas. Precisamente, uno de los puntos señalados por la asociación Pacto por el Mar Menor como origen de nuevos vertidos de nitratos a la laguna está justo aquí al lado. Pero empecemos por el principio.
El Mar Menor, una laguna costera situada en la cuenca del Campo de Cartagena y separada del Mediterráneo por La Manga (una barrera natural de 22 kilómetros de largo), es considerado uno de los grandes ejemplos de la riqueza y variedad medioambiental de España. Sus características ecológicas (aguas hipersalinas que experimentan grandes cambios de temperatura entre verano e invierno) la convierten en la mayor laguna litoral del país, además de un hábitat esencial para varias especies animales (aves acuáticas, sobre todo) y vegetales. O la convertían: en pleno 2019, su estado se observa -junto al de la bahía de Portmán, a unos kilómetros de aquí- como uno de los mayores atentados ambientales del Mediterráneo.
«El origen del problema es la puesta en funcionamiento del trasvase Tajo-Segura, en el año 79 -explica el profesor Antonio Urbina-, y el consiguiente traslado del regadío al otro lado del Puerto de la Cadena [hasta entonces, la mayoría de la agricultura del Campo de Cartagena era de secano]: al mismo tiempo que la agricultura tradicional iba desapareciendo de la huerta del Segura, sustituida en los alrededores de la ciudad de Murcia por la especulación urbanística, toda esa capacidad de regadío, que estaba destinada para esa zona, salta al otro lado». Pedro Luengo, de Ecologistas en Acción, apunta que en poco tiempo se sobrepasó la superficie en la que se permitía una ampliación del regadío: «Se generó una burbuja especulativa. Aquí, en cuanto tienes un poco de agua, puedes sacar bastante rendimiento económico. Es muy goloso, así que se instalaron varias empresas muy potentes, que han ido desarrollando un tipo de cultivo muy intenso y muy industrializado, que arrasa con el paisaje de la zona y la convierte en una planicie». Hasta ese momento, el margen oeste solo debería aportar al Mar Menor el agua de la lluvia. El desarrollo de este nuevo sistema de producción introdujo el uso indiscriminado de fitosanitarios y nitratos, que acababan filtrándose al Acuífero Cuaternario, situado bajo el Campo de Cartagena. Lo que pasó después no te sorprenderá. Lo explica Pedro Luengo: «Al no controlarse el avance de la superficie de regadío [se calculan más de veinte mil hectáreas ilegales] se crea una necesidad continua de agua. Siempre queremos más. Como a través del trasvase no llega más y de forma legal tampoco se puede conseguir más, se empezaron a construir pozos ilegales para sacar agua del acuífero. Agua contaminada de nitratos, inútil para su uso agrario. Para quitarle el excedente de sales, se metía en desalobradoras [también ilegales] y se generaba un agua útil y un residuo con gran concentración de sales, entre ellas, los nitratos». Ese residuo se vierte en la rambla del Albujón y llega al Mar Menor, donde también hay, a esas alturas, agua contaminada que proviene directamente de los cultivos. Así durante 40 años.
40 años en los que las agrupaciones ecologistas no han dejado de dar la voz de alarma. «En 1980, un año después de la puesta en marcha del trasvase, el Instituto de Oceanografía hizo la primera jornada del Mar Menor, -cuenta Isabel Rubio, de Pacto por el Mar Menor- y en ella se dijo que si se instauraba todo el regadío planificado, los abonos e insecticidas iban a llegar al Mar Menor y eso aniquilaría la flora y la fauna. Han pasado 40 años, y, a pesar de que la comunidad científica ha advertido, las administraciones [Confederación Hidrográfica del Segura, perteneciente al ministerio de Agricultura, y la Comunidad Autónoma] han mirado siempre a otro lado. Esa ha sido la tónica». Dicen los expertos que un ecosistema va dando avisos de que puede ocurrir un desastre. Así ocurrió en el Mar Menor: «A mediados de los 90 ya hay voces muy claras, apoyadas en la explotación del regadío, que apuntan al alto riesgo de eutrofización, como había pasado en otras lagunas de Europa. Era una amenaza: empieza a desaparecer la posidonia, el caballito de mar…y nadie hizo nada», explica Antonio Urbina.
Ya en esta década, la exagerada proliferación de medusas fue otro aviso: en el Mar Menor había demasiados nutrientes. ¿La solución de la Administración? ¿Prohibir el vertido de nitratos a la laguna? ¿Controlar la superficie de regadío? No, no: colocar redes. Hace tres veranos, el agua adquirió un tono verde pardo. Se trataba, claro, de la eutrofización. O, lo que es lo mismo, la acumulación de residuos orgánicos en un litoral marino que causa la proliferación de algas. «En 2016 no bajaron mucho las temperaturas en invierno, y eso propició, gracias a la gran cantidad de nutrientes que tenía el Mar Menor por los nitratos, que hubiese una explosión de vida. Se desarrollaron las microalgas. Se oscurece el agua y no entra suficiente luz, así que esas algas mueren y también las plantas que había al fondo, así como sus organismos asociados. Nos encontramos con un fondo lleno de materia orgánica que empieza a descomponerse. Ese proceso consume oxígeno, por lo que hay una capa del fondo que se queda sin oxígeno. En este proceso, conocido como anoxia, todos los animales que no pudieran escapar rápido de esa zona, mueren. En la orilla empezamos a ver, por ejemplo, holoturias», explica Luengo.
Ahora sí, la voz de alarma saltó. El estado del Mar Menor abrió telediarios y copó portadas y tertulias, en las que, por cierto, no solo políticos del PP, sino también periodistas paniaguados tachaban de cenizos a los ecologistas, con el pretexto de que no se vende la burra si se habla mal de ella. Isabel Rubio califica la reacción de las administraciones de insuficiente. La Comunidad instaló una tubería para evitar los vertidos (una tubería que aún no se ha utilizado) y la CHS selló las tuberías que llevaban los nitratos a la rambla. Aún así, siguen llegando vertidos. Se descubren entonces unos tubos subterráneos que recogen la salmuera. Al cerrarlos, se experimenta una mejoría en el agua. Una mejoría insuficiente, según Rubio: «A las alturas que estamos, parar los vertidos ayuda, pero no soluciona nada, todo el agua de la laguna está contaminada ya y hay mucha materia en descomposición, corremos el riesgo de que el Mar Menor se convierta en una laguna de agua estancada».
La venta Simón está a 500 metros de la desembocadura de la rambla del Albujón. Barra de chapa, servilleteros de Estrella Levante y bocadillos que podrían ser bolas de cañón. En la barra, un tipo, 60 años, sabelotodo, de los que dicen «Escúchame una cosa» para interrumpirte, imparte una cátedra sobre el Mar Menor. Dice que él lo arreglaría todo en un año. Simón, desde detrás de la barra, se encoge de hombros y hace girar el palillo que sostiene entre las muelas.
«La explotación agraria -explica Urbina- está condicionada por los intereses de la agroindustria, aglutinada en el grupo Proexport. Lo que pasa es que, culturalmente, el discurso del Agua para Todos [el lema y el relato construidos por los gobiernos regionales del PP para sustentar la explotación del regadío y la burbuja inmobiliaria] ha calado tanto que, solo el plantear restringir el regadío, parece que estás atacando a la raíz de la cultura de Murcia. Ojalá esta cultura estuviera basada en un ejemplo de equilibrio en un ecosistema frágil amenazado por el cambio climático. Ojalá exportáramos un modelo sostenible de explotación agraria en un medio semiárido y no decir ‘Destruyo todo'». Los últimos informes no son esperanzadores: en cinco de los seis parámetros que miden la calidad del agua (transparencia, turbidez, clorofila, temperatura, salinidad y oxígeno), la laguna está peor que el año pasado. El dato del nitrato es escalofriante. Se estima que el acuífero comunica con el Mar Menor un rango de entre cinco y sesenta y ocho hectómetros cúbicos. En el primer caso, la laguna estaría recibiendo mil toneladas de nitratos al año. En el segundo, 13.600 toneladas. «La merma de los fondos ha sido muy importante. Además, la gente suele ver la orilla, donde apenas se ve la eutrofización. El problema está más adentro, que es un páramo absoluto. Aunque en algunas zonas la cosa ha mejorado, está por ver que el ecosistema tenga la suficiente resistencia, tras haber quedado tan tocado, para aguantar y recuperarse», expone Luengo. El año pasado, el gobierno regional aprobó una ley de medidas urgentes, «un brindis al sol totalmente nimio», en palabras de Luengo. Un año y medio después, no hay ni rastro de su puesta en marcha. «Una de las medidas era, por ejemplo, instalar setos entre fincas para frenar el agua de las escorrentías de las lluvias y frenar la erosión -cuenta Rubio. Pues se ha hecho un paripé: se han instalado unos baladres…y así montas un seto en 30 años. Muchos agricultores se quejan porque pierden algunos metros y los tractores tienen que dar más vueltas. Puro egoísmo». Urbina va por el mismo camino: «La situación es insostenible, además de la contaminación, tienes el cambio climático amenazando y los trasvases serán cada vez menores. Con la vuelta a la construcción se reducen los filtros verdes, que era una medida muy interesante».
-Eso del Mar Menor te lo arreglo de un día para otro -dice Enterado, golpeando la barra con la palma de la mano- ¿que no? Ponme ahora mismo con el presidente de la Comunidad, que lo arreglo yo de un día para otro.
Su mujer, al lado, medio escondida, susurra: «Pero qué inteligente es mi marido, por Dios, qué inteligente».
La gran mayoría de partes implicadas (excepto la Administración y el grupo Proexport) se reúnen en la agrupación Pacto Por el Mar Menor, y coinciden en la solución: una ley integral del Mar Menor. «La actual es solo de agricultura, pero la laguna se enfrenta a otras amenazas, y se debe ir a la raíz: náutica, el Mar Menor no tiene espacio para aguantar tantos barcos, por ejemplo regeneración de playas, turismo, urbanismo…no es normal que se esté construyendo un hotel como el de Los Urrutias [La Perla, de 150 habitaciones y cuatro estrellas] en lugar de regenerar lo que se hizo de mala manera».
«No es coincidencia que los desastres de Portmán y el del Mar Menor hayan sido aquí -reflexiona Urbina-, hay un patrón: un recurso natural que, siendo de todos, se considera que no es de nadie y lo explotan unas empresas privadas que nunca pagan las externalidades de destrucción ambiental. Explotan, sacan máxima rentabilidad, dejan un desastre económico y se van. Cuando la agricultura del Campo de Cartagena se agote, porque falte agua o porque los suelos estén agotados, las grandes empresas se irán, dejarán atrás el desastre y no pagarán».
Apuramos la cerveza. Me acerco a la barra. Pago y pregunto. Simón me señala a Enterado.
-¿Eres periodista? -me pregunta este, con la barbilla en línea recta con las orejas.
-Sí.
-¿Y vas a decir lo que yo te diga, que nadie se atreve a decir?
-Sí.
Y, bueno, lo cierto es que no lo voy a decir, porque es una sarta de gilipolleces. Solo les digo que el tipo, Ángel González, insistía en que el 23F era culpa de Felipe González, en que no era racista porque había comido en la misma mesa que unos del Congo y en que Franco era, al menos, honrado. A mí, que la caída del sol me pone tontorrón, me dio por decirle que lo malo de Franco era su manía de matar a gente. Me vi rodeado de tres franquistas con su espuma franquista escapándoles de su boca franquista.
-¡Ya sabemos de qué palo vas, periodista! -dijo uno, vocalizando a duras penas.
Cada vez que conseguía esquivar los puñales y le preguntaba a Ángel González cuál era su plan para arreglar el Mar Menor en un rato, se me iba por peteneras.
-¿Tú te crees? ¡Los zagales hablando de la guerra! -dice otro.
-¿Y por qué crees que pasa todo esto? -pregunta Fascista González.
Simón le da la vuelta al palillo. Nos mira a los dos. Sabe que el cliente siempre tiene la razón, pero nunca ha pasado que dos clientes que defiendan lo contrario tengan razón al mismo tiempo. Se encoge de hombros.
-Pues porque esto es España.