Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
El ambiente que había en la inmensa marea de gente que participó en la Marcha del Clima [1] de la pasada primavera era electrizante. Y la electricidad era también el tema de muchas de las consignas exhibidas. Aquí y allá podía leerse en letreros y pancartas: «Cambiemos el sistema, no el clima». Pero la mayor parte de los lemas daban a entender que para acabar con la emergencia climática y evitar catástrofes naturales como las que asolarían el país unos meses más tarde -los huracanes Harvey e Irma y los grandes incendios forestales del Oeste- era suficiente con echar de su cargo a Donald Trump y pasar a una energía de fuentes 100 por cien renovables.
Los brillantes letreros y las alegres pancartas que prometían un cuerno de la abundancia energética estaban inspirados en algunos estudios académicos publicados estos últimos años destinados a mostrar cómo Estados Unidos y el resto del mundo podrían cubrir el 100 por cien de la futura demanda eléctrica con energía solar, eólica y de otros sistemas «verdes». Los que han adquirido mayor notoriedad son un par de informes publicados en 2015 por un equipo de la Universidad de Stanford, dirigido por Mark Jacobson, pero ha habido otros.
Cada vez son más las investigaciones que tiran por tierra la pretenciosa afirmación de que nos encontramos en un momento de bonanza para la energía verde. Sin embargo, Al Gore, Bill McKibben [2] (que hace poco expresó sus esperanzas de que el ataque del huracán Harvey a la industria petrolera en Texas fuera una «llamada de atención» para buscar una energía 100 por cien renovable) y otras lumbreras de la corriente principal del movimiento por el clima han cobrado nuevas fuerzas gracias a informes como el de Jacobson y han incorporado a su discurso el sueño del «100 por cien renovable».
Y esa visión se está mezclando con otra afirmación más general y más espuria que se ha popularizado especialmente en la era Trump: el sector privado, nos dicen, ha tomado la delantera en la cuestión del clima y las fuerzas del mercado inevitablemente lograrán el sueño del 100 por cien energía renovable y resolverán la crisis por su cuenta. En este sueño, todo es posible; Jacobson ha llegado a afirmar que si se instalaran decenas de miles de turbinas eólicas en el mar se podría llegar a amansar huracanes como Katrina, Harvey o Irma. El sueño del 100 por cien ha adquirido el estatus de dogma entre los liberales y los activistas climáticos mayoritarios. Los expertos en energía serios que publican análisis mostrando las graves debilidades de esta idea se arriesgan a que les califiquen de títeres de la industria petrolera o incluso de negacionistas climáticos. Jacobson ha llegado a sugerir que podría emprender acciones legales contra el científico de la NOAA [3] Christopher Clack y otros veinte colaboradores que publicaron una evaluación crítica de su obra en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) en junio.
El equipo de Jacobson y otros se aferran a la idea de la transición a una energía 100 por cien renovable porque desean (y con razón) eliminar la energía fósil y nuclear y prevén que cualquier futuro fallo en el suministro provocado por un déficit en la generación de renovables será compensado por esas fuentes sucias. De hecho, eso es lo que afirman o dan a entender muchos de los análisis opuestos, incluyendo el estudio de Clack.
Sin embargo, ambas partes comparten otros supuestos básicos. Las dos pretenden satisfacer toda la demanda futura de electricidad mediante la producción industrial, las mejoras tecnológicas, la eficiencia y los mercados, sin límites regulatorios estrictos sobre el total de energía consumida en la producción y el consumo. Quienes defienden el postulado del 100 por cien renovable están convencidos de que es posible alcanzar dicho escenario mientras sus críticos concluyen lo contrario, pero ambos coinciden en el objetivo final: el mantenimiento de una economía de elevado consumo.
Este aspecto del dogma es el problema, no lo relativo al 100 por cien. Estados Unidos necesita convertirse en un consumidor de energía 100 por cien renovable lo antes posible. El «100 por cien renovable para un objetivo del 100 por cien de la demanda» es el problema. Los escenarios que permitirían cumplir dicha promesa, junto con los estudios que la analizan minuciosamente, me llevan a la conclusión de que sería mucho mejor -al menos en los países ricos- transformar la sociedad de modo que pudiera funcionar con mucho menos consumo final de energía pero garantizando la suficiencia para todos. Eso supondría un sistema 100 por cien renovable más al alcance de la mano y evitaría las escandalosas proezas tecnológicas que requiere el dogma del alto consumo energético. También cuenta con la ventaja de ser posible.
El despertar del sueño
La búsqueda del sueño del 100 por cien renovable no se inició con los trabajos de Jacobson y sus primeras críticas no fueron las de Clack y colegas. Peter Loftus y su equipo, por ejemplo, evaluaron críticamente 17 «escenarios de abandono del carbono» en un trabajo de 2015. Y, anteriormente ese mismo año, el estudio realizado por un grupo de investigadores australianos dirigidos por B.P. Heard evaluó la viabilidad de 24 estudios publicados que describen escenarios basados en un 100 por cien de energía renovable.
Este último grupo concluyó que ninguno de los trabajos de investigación evaluados (entre los que se incluían varios dirigidos por Jacobson) «proporciona pruebas evidentes de que puedan cumplirse los criterios básicos de viabilidad». Descubrieron una amplia gama de fallos técnicos en los sistemas propuestos. La mayor parte de las situaciones hipotéticas asumían mejoras tremendamente irrealistas y sin precedentes en la eficiencia energética (en términos de kilovatios hora consumidos por dólar invertido en su producción). Como la producción de las principales fuentes de energía renovable, el viento y el sol, fluctúa continuamente y cae regularmente a cero, si se pretende satisfacer toda la demanda sin interrupciones hay que contar con el respaldo de grandes cantidades de electricidad de «carga base»; ningún estudio podía gestionar esta limitación sin quemar niveles ecológicamente destructivos de biomasa o hacer estimaciones descabelladas de producción hidroeléctrica.
Las distintas situaciones hipotéticas no tenían en cuenta la sobrecapacidad y la redundancia que necesitaría para funcionar esa economía de elevado consumo energético en medio de un clima global cada vez más imprevisible. (Este año, las gentes de Texas, Florida y el Oeste en particular pueden atestiguar las profundas consecuencias que ha tenido esa imprevisibilidad). Los estudios no valoraban el crecimiento de cuatro a cinco veces de la infraestructura necesaria para alojar la energía renovable. Ni tampoco las dificultades para mantener el voltaje y la frecuencia de la corriente alterna dentro de límites extremadamente ajustados (una necesidad en las sociedades dependientes de la tecnología) cuando gran parte del suministro proviene del viento y del sol. Todo esto nos lleva, escribe el equipo de Heard, a una fragilidad sistémica que frustrará los intentos por proporcionar la producción eléctrica prometida cuando sea necesaria.
El grupo de Loftus descubrió esas mismas debilidades en los estudios que examinó. Pero además resaltó algunos escenarios de los trabajos de Jacobson y Delucchi, del World Wildlife Fund (WWF) y de Worldwatch. Esos escenarios tenían en común dos hipótesis consideradas fuera de la realidad: una mejora de la eficiencia equivalente al triple o al cuádruple del índice histórico y la fabricación de una capacidad de generación basada en fuentes renovables muy superior a la capacidad de generación eléctrica construida en las últimas décadas. Su conclusión es que «sería prematuro y muy arriesgado ‘apostar el planeta´ a la posibilidad de lograr situaciones hipotéticas como esas.
Límites irrevocables
En su publicación de la revista PNAS, por la que Jacobson amenazó con demandar a Clack, el grupo de expertos examinó dos trabajos de 2015, uno de los cuales era una muy aclamada «hoja de ruta» para alcanzar la plenitud, 100 por cien de energía renovable en todos los estados de EE.UU. Además de los «errores de modelización», gran parte de la crítica de Clack se relaciona con la utilización generalizada de tecnologías que todavía no existen o que no han sido suficientemente comprobadas y no pueden ampliarse a la descomunal escala prevista. Entre estas se incluyen la acumulación subterránea de energía termal en prácticamente cualquier edificio del país, un sistema de transporte aéreo que funcione solo con hidrógeno (¡!), granjas eólicas desplegadas sobre el 6 por ciento de la superficie de los 48 estados contiguos, un aumento escandaloso e irrealista de la energía hidroeléctrica con efectos ecológicos perjudiciales y una ampliación de la capacidad de generación eléctrica meteórica a un ritmo de unas 14 veces el índice de la expansión de capacidad media el último medio siglo.
Pero aunque fuera físicamente posible lograr todos estos incrementos de escala y el Congreso encontrara la manera de derogar y sustituir la Ley de Murphy, el sueño del 100 por cien a gran escala no sería posible. Patrick Moriarty y Damon Honnery, de la Universidad Monash de Australia han identificado (en una serie de trabajos publicados desde 2000, por ejemplo el publicado en 2016 en Energy Policy) varios factores cruciales que limitarán la potencia global de salida de la energía renovable. Por ejemplo, las tecnologías renovables explotan primero las localidades con vientos más fuertes o mayor insolación y, al ampliarse, se trasladan a territorios cada vez menos productivos. Allí, su construcción y funcionamiento requerirán tanta aportación de energía como en las localidades anteriores, pero su producción será menor.
Además, debido a su generación intrínsecamente intermitente, gran parte de la energía eléctrica procedente del viento y del sol tendrá que almacenarse utilizando baterías, hidrógeno, aire comprimido, agua bombeada u otros medios. Luego tendrá que reconvertirse en electricidad y trasportarse desde regiones a menudo remotas a los lugares donde se concentran la población y las empresas. Ello supone una grave disminución de la energía neta disponible para la sociedad, porque una gran parte se gasta o se pierde durante su conversión y trasmisión. Por último, la producción de energía eólica, solar, geotermal, de biomasa y, especialmente, hidroeléctrica, tiene un impacto ecológico sobre el paisaje. Por tanto, si queremos detener la degradación y destrucción de los ecosistemas naturales de la Tierra, será necesario vetar extensas áreas al sector eléctrico.
Moriarty y Honnery demuestran que si tomamos en cuenta todos esos factores, la ampliación de la energía renovable se estrella contra una pared de ladrillo, el momento en el que se precisa tanta energía para instalar y hacer funcionar instalaciones eléctricas como la que estas generarán a lo largo de su vida operativa. Pero, incluso antes de alcanzar dicho punto, no tendrá sentido expandir una capacidad de generación con una producción neta cada vez menor. Su conclusión es que, como resultado, la producción total de energía renovable del futuro «podría ser muy inferior al consumo actual de la energía».
¿Qué es (exactamente) lo que esperamos?
Un punto fundamental pero que se suele pasar por alto al hablar de la meta de utilizar energía 100 por cien renovable es que intenta cubrir las pautas de demanda del futuro dejando intactas las grandes diferencias en el acceso a la energía y otros recursos. La economía estadounidense mantendría su sobreproducción, sobreconsumo y sus desigualdades, mientras miles de millones de personas de las regiones y países más pobres seguirían si tener acceso a la energía necesaria para una calidad de vida mínimamente buena.
Los escenarios de energía 100 por cien renovable y sus objeciones críticas encierran una valiosa lección. Sin proponérselo, muestran de forma cruda por qué los países ricos necesitan empezar a planificar cómo vivir en el mundo de energías renovables con un menor consumo imaginado por Moriarty y Honnery y no en el de elevado consumo energético previsto por la mayoría de los escenarios convencionales del 100 por cien renovables. El mundo que estos últimos crearían, centrado en el mantenimiento del nivel de derroche actual, no sería un mundo verde y agradable. Se consumirían hercúleas cantidades de fuerza de trabajo físico y mental, desaforadas cantidades de recursos físicos (Incluyendo inmensos tonelajes de combustibles fósiles) y se sacrificarían ecosistemas enteros de toda la superficie de la Tierra para generar más electricidad. Todo ello daría lugar un mundo bastante sombrío. Mientras la sociedad esté completamente centrada en la adquisición de suficiente energía para seguir conduciendo, volando y sobreproduciendo tanto como deseemos, hay pocas esperanzas de que vayan a ser resueltos otros problemas, como la enorme distorsión del poder político y económico y de la calidad de vida, o la opresión racial y étnica.
Dentro el movimiento por el clima, algunas personas creen en el dogma del 100 por cien y en el sueño que ofrece: que el acomodado estilo de vida estadounidense (el «American way of life») pueda perpetuarse y ampliar su esfera de influencia sin variar el paso. Otras saben que se trata de un sueño imposible de color de rosa pero instan al movimiento a limitar la discusión pública sobre esas ensoñaciones verdes, porque hablar de una economía regulada de baja energía sería fatal para las esperanzas y el entusiasmo de los activistas de base.
El debate sobre la esperanza ignora la cuestión principal: ¿qué es lo que esperamos? Si nuestra esperanza es instalar la suficiente capacidad solar y eólica para mantener indefinidamente en las sociedades ricas del mundo la actual producción de energía, entonces sí, la situación es desesperada. Pero podemos mantener otras expectativas que, aunque de momento parezcan borrosas, al menos están a nuestro alcance: limitar el calentamiento producido por el efecto invernadero para que las comunidades actualmente empobrecidas y oprimidas de todo el mundo puedan mejorar sus vidas; que todo el mundo tenga suficiente acceso a comida, agua, refugio, seguridad, cultura, naturaleza y otras necesidades; o que se acabe la explotación y la opresión a los humanos y la naturaleza. Siempre hay esperanza, a menos que confundamos los sueños con la realidad.
Notas del traductor:
[1] Jornada de protestas realizada el día 29 de abril de 2017, en la que miles de personas en varias ciudades de Estados Unidos marcaron el centésimo día de gobierno del Presidente Donald Trump marchando en protesta contras sus políticas medioambientales .
[2] A mbientalista estadounidense , especialmente conocido por sus escritos sobre el impacto del calentamiento global .
[3] La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (National Oceanic and Atmospheric Administration, NOAA) es una agencia científica del Departamento de Comercio de los Estados Unidos cuyas actividades se centran en las condiciones de los océanos y la atmósfera .
Fuente : https://www.counterpunch.org/2017/09/14/100-percent-wishful-thinking-the-green-energy-cornucopia/
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