Convocadas las generales más inquietantes de esta monarquía con urnas que tenemos, no hay que dejarse nada en el tintero. Por eso, recorreremos el camino que nos lleva hasta el 28 de abril e iremos contando lo que nos encontremos en cada recodo. Será en entregas sucesivas porque no queremos escribir un libro en lugar […]
Convocadas las generales más inquietantes de esta monarquía con urnas que tenemos, no hay que dejarse nada en el tintero. Por eso, recorreremos el camino que nos lleva hasta el 28 de abril e iremos contando lo que nos encontremos en cada recodo. Será en entregas sucesivas porque no queremos escribir un libro en lugar de varios artículos y sí seguir pegados a una actualidad que vendrá más rabiosa y cambiante que nunca.
Hablaremos, entre otras cosas, del juicio incompatible, del rey entrometido, de los triunfos que Sánchez se ha metido en el bolsillo con la disolución y de un cementerio de elefantes al que llaman Senado, inútil durante cuarenta años y que esta vez nacerá de una urna más importante e imprevisible que nunca. Por tanto, la noche electoral será la más larga de todas y al día siguiente habrá que ir a trabajar. Ha sido un error no haber convocado en viernes o sábado.
Pero, a diferencia de los políticos y políticas de segundo y tercer nivel que ayer mismo, día 17, se peleaban como si fueran lo que son en El Objetivo de La Sexta ante Ana Pastor, no dedicaremos ni una lágrima de tinta al dinero que había en unos «supuestos», añadir el «pre» sería mentir, que nadie ha hecho el menor esfuerzo por debatir. Siendo cierto, aunque no obligado causa-efecto, el riesgo de disolución de las Cortes, todos han preferido arriesgarse a un 28·A de 2019 que seguir con el 26·J de 2016. Incluido Sánchez.
Para esta primera entrega hemos elegido mirar de una forma un tanto particular algunas de las mismas encuestas que el presidente y sus más cercanos habrán desmenuzado antes de tomar su decisión más arriesgada. Contrastaremos las diferencias entre las intenciones de voto recibidas por el PSOE y las del resto de partidos que es, sin duda alguna, el éxito que más le interesaba asegurar al presidente, pues no creo que su intención sea seguir gobernando España, y menos en solitario. Si le han enseñado Historia Contemporánea, tiene que saber que acabar como Adolfo Suárez hace 38 años es hoy un peligro muy cierto.
Hemos tomado en consideración doce encuestas publicadas durante los últimos cien días. En cuatro de ellas se producen empates técnicos entre PSOE y PP, pero en las ocho restantes gana siempre el PSOE. Y en la penúltima, publicada por La Vanguardia, con una diferencia de 22 diputados. En cambio, la última es de hoy mismo y la publica La Razón, que presume de dar un diputado más al PP. Pero, al tratarse únicamente de mil entrevistas, si han respetado el criterio de población para repartir a los encuestados por provincias, puede haber no menos de siete circunscripciones en las que el número de personas encuestadas sea inferior al de escaños que deben elegir. Califique usted la fiabilidad que le pueda merecer.
Por otra parte, la escasa diferencia actual con Podemos, 14 escaños, da paso a un abanico de entre un mínimo de 31 y un máximo de 87 escaños a favor del PSOE, también en la penúltima. Es imposible no imaginar el placer oculto de Sánchez a la luz de estas expectativas.
Incluso la diferencia con los de Rivera, que se había reducido de los 53 diputados del 26·J a unos 30 en alguna de las encuestas citadas, en la de La Vanguardia vuelve a elevarse hasta los 59 escaños. La de La Razón la mantiene en 33, que incluso Sánchez firmaría en este momento.
El grupo de «Otros», principalmente nacionalistas vascos y catalanes, se mueve en una horquilla de resultados de 23 a 29 diputados, ahora son 27, lo que permite pensar que seguirán siendo decisivos. La principal incógnita consiste en lo que los independentistas puedan subir, pues el juicio en marcha les puede beneficiar tanto o más que a los de Abascal.
Por último, la incógnita de lo que puedan lograr estos últimos, a quienes en diciembre «El Mundo» les concedía 44 diputados, certifica que el principal beneficiario, en términos relativos, de esta novedad será el PSOE, pues le permite aumentar significativamente la distancia respecto a cada uno de sus dos principales seguidores del flanco derecho.
Conviene aclarar que las doce son encuestas publicadas en periódicos privados, algunos de ellos tan acérrimos anti-Sánchez que dan vergüenza. Por tanto, no se ha tenido en cuenta la demoscopia del denostado CIS de Tezanos.
La segunda información interesante, en este caso del CIS, son las respuestas sobre valoración y confianza de los líderes políticos. Se trata de resultados fiables, pues solo son sumas de respuestas directas, sin «cocina».
Pedro Sánchez está bastante mejor valorado e inspira más confianza que Pablo Casado. En estas condiciones se va a celebrar, con toda seguridad, un debate a dos que ambos están deseando y que cada uno ganará para su electorado, aunque quizás con resultados dispares en cuanto a su traducción en votos.
Y la tercera información interesante es que ganan de calle quienes están a favor de la política de diálogo que Sánchez propone como estrategia para resolver lo del independentismo catalán. A nivel estatal están siempre por encima del 50%, y hasta más del 70% en un CIS que tampoco cocina estas respuestas.
Da igual que esa proclama negociadora de Sánchez sea sincera o publicitaria. Lo cierto es que muchas personas se lo creen, o necesitan creérselo, y podría ser un indicador de que la «no violencia» aún se mantiene como idea mayoritaria entre el electorado para resolver los problemas políticos. El solo pensamiento de que en ese detalle pueda residir la explicación del ridículo de asistencia a la Plaza de Colón es suficiente para comprender la decisión de Sánchez, que podría ser la de cualquier otro presidente que no formara parte de la muy rancia y siempre peligrosa derecha española.
¿Se mantendrán a lo largo de la ya descarada campaña electoral, pues todos piden el voto sin disimulo, las tendencias manifestadas por las encuestas?
¿Tiene Sánchez información demoscópica privilegiada que le ha aconsejado convocar, conseguida con dinero de todos tal como Suárez la tenía para no darle la palabra a España sobre su forma de Estado, o nos creemos que de intenciones de voto sabe lo mismo el presidente que cualquiera de nosotros?
¿Dejará Casado de insultar a Sánchez, tal como dicen algunas portadas que le piden los mismos barones del PP que un mes después tendrán que defender el poco poder autonómico que les queda, o «nuestro electorado quiere contundencia», tal como las mismas portadas dicen que Casado ha respondido?
¿Será efectiva la campaña que, de momento a nivel de periodistas contaminados y otros tertulianos, se está realizando desde PRISA y otros mediáticos menores a favor de un pacto postelectoral entre Sánchez y Rivera? Sería reeditar con tres años de retraso, y en circunstancias mucho peores, aquella investidura que negaron los de Iglesias y Rajoy, hoy perdedores netos y natos.
Más que respuestas, de aquí al 28 de abril es probable que solo podamos escribir nuevas preguntas.
En este mismo instante en el que termino de escribir se reinician las sesiones, con el interrogatorio a Turull, del juicio más peligroso y discutible de nuestra historia, que se cruza en la campaña electoral cual ruleta rusa cuya suerte oculta alterará el color de muchas papeletas electorales. La bala que desde aquí colocamos en ese revolver solo es de fogueo, como la que no mató a la niña en la inolvidable «Crash», de Haggis. En lugar de plomo, lleva dentro un papel escrito que dice que los magistrados del Supremo no soportarán la tensión y que se verán obligados a suspender la vista con cualquier excusa, aconsejando incluso que se abra la puerta de la cárcel a los presos catalanes, dejándolos en libertad para que no salgan perjudicados por el aplazamiento, excusa peregrina que he tenido que soportar. Sería una bomba atómica llena de lágrimas de alegría. Y también una manera adecuada de demostrar lo que significa una «independencia judicial» de primera categoría.
Y, para terminar, no es previsible que hasta el segundo semestre del año aparezca demasiado el rey. O, quien sabe, puede que PP y PSOE se confabulen para usarlo con profusión, aunque con ello sigan perdiendo votos en Catalunya y fortaleciendo poco a poco el nuevo republicanismo en el resto de España. Hagan lo que hagan, el bipartidismo protector de la corrupción está perdido.
Si, desde el día en que fue coronado se hubiera implicado discretamente, pero con firmeza, contra los políticos que cultivaron durante años el odio a Catalunya para cosechar los votos peor alimentados y todavía peor digeridos, el panorama actual sería muy distinto. En cambio, el 3 de octubre de 2017 eligió sumarse, con publicidad y alevosía, a la amenaza de la parte más grande y violenta de España contra la más pacífica y pequeña.
Aquella decisión real, a España, le puede costar Catalunya. Salvo, quizás, que el rey entregue La Zarzuela lo antes posible, entre la melancolía inconfesable de unos y el éxtasis glorioso de la inmensa mayoría.
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