Desde hace casi medio siglo una de las cuestiones políticas que más me han preocupado es «la cuestión organizativa». Siguen existiendo seria lagunas sobre esta cuestión en el pensamiento revolucionario. Sería muy extenso hacer un repaso, aunque sea somero, a las fuentes y posturas que han tratado en profundidad esta cuestión. Desde los «falansterios» de […]
Desde hace casi medio siglo una de las cuestiones políticas que más me han preocupado es «la cuestión organizativa». Siguen existiendo seria lagunas sobre esta cuestión en el pensamiento revolucionario. Sería muy extenso hacer un repaso, aunque sea somero, a las fuentes y posturas que han tratado en profundidad esta cuestión. Desde los «falansterios» de Charles Fourier, las «cautelas» del pensamiento anarquista hacia la organización, la denuncia del «trotkismo» sobre la degeneración burocrática, la aproximación del «joven» Luckács a la esencia de esta cuestión-dilema, hasta llegar a Rosa Luxemburgo con su «Huelga de masas, partido y sindicatos» y por supuesto con su gran ensayo «La revolución rusa». Los espartaquistas alemanes quizá hayan sido los revolucionarios que con más denuedo se enfrentaron teórica y prácticamente a esta cuestión, su influencia se dejó sentir en el debate sobre «la cuestión organizativa» a la hora de la constitución del Partido Comunista Alemán, del que ellos formaron parte, pues en sus primeros Estatutos se aceptaba «como un mal menor» organizarse como Partido.
El «Partido-Iglesia» ha estado viciando al movimiento comunista desde sus inicios. «Fuera del Partido no hay salvación», se llegó a decir, fruto de la degeneración burocrática del mal llamado «leninismo». Lenin fue fundamentalmente un gran pragmático y un buen divulgador de ideas, desde la del partido con férrea disciplina interna formado por revolucionarios profesionales, hasta la de los soviets y consejos obreros como instrumentos de poder en «El Estado y la Revolución» inspirado en el «consejismo» del holandés Antón Pannekoeck. En el Xº Congreso del PCUS (1921) con motivo de los debates sobre los sindicatos, Lenin con gran clarividencia (adelantándose a los trotskistas) afirmó que el Estado Soviético había cristalizado con una deformación burocrática y la clase obrera debía utilizar sus órganos de poder de base como los sindicatos y los soviets para defenderse de ese Estado y defenderlo cara a la amenaza exterior. Curiosamente, Pannekoeck que participó en la fundación de la IIIª Internacional, fue expulsado de la misma en 1921 por enfrentarse a las concepciones autoritarias del «leninismo» imperante en la Internacional.
Valgan estas pinceladas para avanzar que «la polémica sobre la cuestión organizativa está servida».
Toda organización tiende a vivir para sí. Nos organizamos para obtener un fin, es decir, toda organización es en esencia un instrumento, un medio, pero es innegable la tendencia de toda organización para dejar de ser un medio y transformarse en un fin en sí misma, generando de sus necesidades sus propias leyes para desarrollarse y perpetuarse. Cuando una organización (hay miles de ejemplos) se vanagloria de su antigüedad como meritoria garantía de fiabilidad y autenticidad, no hace sino negar su esencia, pues todo medio por definición es temporal, su vigencia está determinada por los fines y lógicamente como toda herramienta sujeta a mutaciones.
Así quedan esbozadas dos de los principales peligros que subyacen en toda experiencia organizativa:
1º La tendencia a dejar de ser un medio y transformarse en un fin.
2º La tendencia a perpetuarse.
Pero queda una tercera tendencia (la que aquí nos ocupa) de tipo superestructural que se sitúa en el ámbito de la conciencia: la percepción alienada de la organización. La tendencia a identificar la organización con su «representación». La imagen de la organización no sería sino las imágenes de sus líderes, dirigentes o portavoces. Efectuándose primero «in mente» y luego en la práctica, un proceso de sustitución y apropiación.
De todos es sabido que la información es poder, pero no todos saben que la popularidad también lo es.
Cuando la organización son los personajes que la representan existe una cesión del poder de las bases hacia ellos.
Se pueden articular mecanismos para contrarrestar este acaparamiento de poder (por ejemplo la rotación, revocabilidad, etc.). Pero la mejor manera de luchar contra el monstruo es acabar con él cuando todavía está dentro del huevo. En este trance se encuentra actualmente el movimiento 15-M.
Las posturas sanamente confrontadas en el seno del movimiento parten de la aceptación a priori de la horizontalidad organizativa, pero conforme el movimiento crece surgen nuevas necesidades que reclaman soluciones a veces inéditas en consonancia con lo inédito del movimiento. Aquí menos que en cualquier otra experiencia organizativa las recetas no encajan, los manuales están desfasados. Lógico es que en las soluciones propuestas se filtren concepciones ideológicas imperantes, antitéticas con la idea de horizontalidad de la que se parte. Un ejemplo de esta confrontación pudiera ser por un lado el artículo de José López del 22/06/2011 en Rebelión La importancia de la portavocía y por otro lado el documento Reflexión colectiva de la C. de Barrios sobre la Asamblea Popular de Madrid.
Empecemos por el artículo de José López (en adelante JL) en el que pretendía realizar «una crítica constructiva de la intervención de Jon Aguirre, portavoz de ¡Democracia Real Ya!, en los desayunos de Televisión Española del día 20 de junio de 2011». Con igual predisposición me permito criticar las concepciones lideristas de dicho artículo.
JL critica la participación de Jon Aguirre en el programa televisivo, no porque sea contrario a que existan portavoces oficiales del movimiento 15-M, todo lo contrario, sino porque Jon Aguirre carece del «perfil» para desempeñar satisfactoriamente dicha función.
Avanzo que no voy a entrar en juzgar la idoneidad de Jon Aguirre como portavoz, porque además de no haber visto la entrevista, no es el objeto de este artículo.
JL considera que el «que no haya una portavocía del 15-M es en sí un gran problema que deberá solventarse de alguna manera cuanto antes». Y argumenta que «Si bien es deseable la máxima horizontalidad posible, en determinados momentos, es inevitable que ciertas personas se erijan en portavoces. No todos los ciudadanos asumen el mismo protagonismo en cualquier movimiento social. Por muy horizontal que sea el movimiento 15-M, cualquier movimiento, algunas personas hablan más que otras, hablan por otras, organizan más que otras, representan a otras». Es cierto que siempre aparecerán individuos ávidos de popularidad y dispuestos a arrogarse una representatividad que nadie les ha otorgado, como ya he expuesto, no es sino una tendencia inherente en cualquier organización. Pero eso no es una virtud, sino un peligro real del que hay que defenderse. El que existan diferentes niveles de compromisos y de capacidades, no puede ser pretexto para ensalzar y agudizar las diferencias, porque ello equivaldría a institucionalizarlas.
JL asevera que «Si el movimiento 15-M quiere darse a conocer ante la opinión pública, si los medios de comunicación, al menos algunos de ellos, desean conocer algo sobre dicho movimiento, es inevitable que se acuda a ciertas personas concretas. ¡No es posible entrevistar a miles de ciudadanos al mismo tiempo!» Si realmente existen medios de comunicación que desean conocer algo sobre el movimiento ya obtienen información directa de las asambleas a las que sin ningún impedimento acuden. Si «la prensa» quiere dar a conocer las propuestas del 15-M le sobran medios para exponerlas de forma atractiva y veraz. Pero, claro, una información por muy objetiva y completa que sea, no se «vende» como el «espectáculo» de una entrevista con una «cara conocida».
Para JL las entrevistas son inevitables porque «Mucha gente sólo puede (o quiere) conocer al movimiento a través de las entrevistas a sus portavoces». No es cierto que sólo se pueda conocer el movimiento mediante entrevistas a sus portavoces. Precisamente el movimiento se ha expandido a los barrios, y acercado las asambleas locales a los ciudadanos, no sólo para darse a conocer sino sobre todo para hacer participar. No existe mejor conocimiento que la praxis. Un gran acierto del 15-M ha sido primar la participación por encima de la propaganda. Frente a los clásicos carteles con fotos super retocadas de políticos con forzadas sonrisas y frases vacías de contenido, fabricadas en las agencias de publicidad, que no buscan comprensión sino imprimación subliminal en las mentes de frases e imágenes, no para hacer pensar sino para adormecer, frente a esa estupidización de la política, el movimiento 15-M ha desplegado miles de pancartas llenas de imaginación, con mensajes para hacernos pensar, para despertar a la gente, nada de estandarización sino potenciación de la creatividad individual. Este nuevo estilo de hacer política marca una gran diferencia con el tradicional que dilapida millones de euros en publicidad que reduce el papel de la gente a meros receptores o a formar parte del decorado de sus mítines. En efecto, a la gente se la ha acostumbrado a recibir la «información» en forma de shows. Lo que nosotros tenemos que hacer es no integrarnos en ese juego alienante, no reforzarlo, sino denunciarlo. Y hacerlo con unas formas en sí mismas tan educativas como los propios mensajes.
Razón tenía Marshall MacLuhan cuando afirmó que «El medio es el mensaje». La forma en que la información política llegue a la gente puede ser tan importante como la propia información. Un movimiento capaz de movilizar multitudes sin líderes ni portavoces conocidos es un revulsivo para el poder dominante. Aquí no hay grandes figuras protagonistas, protagonistas los somos todos. Este es nuestro mensaje no verbal sino práctico, con el que la inmensa mayoría de la gente se puede identificar.
JL no lo ve así, opina que «Necesitamos portavoces que tengan las ideas claras, que sepan hablar en público.» Aunque lo haya vivido se le olvida que miles de personas han aprendido estas semanas en las asambleas a hablar en público, muchos ha sido la primera vez que lo han hecho. Las asambleas son entre otras cosas una magnífica escuela de oratoria. Pero estamos hartos de locutores de perfecta dicción y talante prefabricado, tan falsos como sus mensajes. Por el contrario la naturalidad y espontaneidad es un privilegio del pueblo. Cualquiera puede ser portavoz. Además JL confunde la función de los portavoces al requerirles «que tengan las ideas claras» con representantes o dirigentes. Lo que hace un portavoz, como explica el propio término es «portar» la voz, no la suya sino la de los que le han encomendado.
JL dice identificarse con el 15-M pero sigue siendo impermeable a lo más genuino del movimiento: la ausencia de líderes. Por eso JL se ve inmerso en una gran contradicción, pues al tiempo que «avisa» que para que el movimiento no sea «controlado por ciertas personas u organizaciones que nos lleven a un sistema demasiado parecido al actual, o que imposibiliten el cambio, ya sea consciente o inconscientemente, con esa intención o no», aconseja al movimiento que se dote de eficientes portavoces tan completos que más que portavoces se tratarían de líderes y dirigentes.
Ese gusto por las «cabezas visibles» es consustancial con la tendencia a «la percepción alienada de la organización» que comenté al principio. JL a merced de esa tendencia degenerativa de las organizaciones, afirma con rotundidad que » La portavocía de cualquier movimiento social es la imagen del mismo». Más claro, el agua. Publicitar una imagen, concretada en determinadas personas «atractivas», no por lo que dicen, sino por cómo lo dicen e incorporando su impronta personal, cuanto más personalizada mejor. Una de las cosas innovadoras (aquí y ahora) del movimiento 15-M es precisamente que a pesar de los intentos de los principales medios, la ausencia de líderes sigue siendo un principio y una realidad. No existe ni se necesita una portavocía «especializada y oficial». Es normal que ello produzca cierto malestar entre muchos ciudadanos mal acostumbrados, así como entre la prensa siempre dispuesta a encontrar a esos mirlos blancos de los que servirse para transformar lo político en chascarrillos, y la información política en «ecos de sociedad». Y por supuesto, muy incómodos deben empezar a sentirse los oligarcas y sus políticos al no tener al alcance unos intermediarios (adecuadamente publicitados y con capacidad decisoria) con los que negociar, o para decirlo con más precisión, a los que presionar, manipular o comprar. Al fin y al cabo, es lo que entienden los poderosos por «negociar».
La imagen del 15-M que debe llegar a la gente no es la de unas caras atractivas sino las propuestas ampliamente debatidas del movimiento, sus asambleas, acampadas, manifestaciones, sus acciones contra los desahucios, en defensa de los servicios públicos, contra leyes injustas, y un larguísimo etcétera en continuo aumento, pero sobre todo la de que aquí sí puede participar, hacer oír su voz, de una manera realmente democrática.
Pasemos ahora a analizar un documento diametralmente opuesto. Se trata de una propuesta organizativa elaborada por la Comisión de Barrios sobre la estructura y funcionamiento de la Asamblea Popular de Madrid (en adelante APM) para ser tratada en las asambleas locales. Estamos, pues, ante unas ideas vivas, sujetas a ser enriquecidas o modificadas desde abajo. «Una manera de hacer política y de participar en la vida pública que nada tiene en común con los estrechos límites que nos ofrece la democracia representativa que conocemos. Creemos y hacemos nuestra la máxima de «todo el poder para las asambleas».
Apuestan por dotarse de unas herramientas de coordinación horizontal que faciliten al apoyo mutuo y la acción. «Mediante una red absolutamente tupida de interrelaciones formales e informales entre las asambleas y grupos de trabajo, pero también entre l@s habitantes de los pueblos y los barrios.» Dicha red no es una invención teórica, sino algo que ya existe y que ha demostrado su eficacia en diversas acciones. El papel de la APM que desde un punto de vista convencional y desfasado se podría entender como el órgano supremo del movimiento en Madrid, ellos no lo denominan así, sino que la consideran «fundamentalmente un espacio de encuentro y coordinación: lo importante es que las convocatorias se difundan, que pongamos en común con otras asambleas, que tejamos redes». Dicen no ver «ventaja alguna en generar más burocracias de las estrictamente necesarias».
Esta propuesta está formulada escrupulosamente para facilitar la eficacia, pero asegurando que las formas organizativas que se adopten sean meras herramientas. Huyen de cualquier tendencia a sublimar esos instrumentos. Así, la que algunos consideraría el máximo órgano, la APM, ellos consideran que «en la mayoría de los casos que la Asamblea Popular de Madrid como tal, apoye o deje de apoyar algo, no debería ser una prioridad. Ésta no debe asumir un papel «mediador» con el Poder, las asambleas son autónomas; pero sí puede ser el reflejo de la voluntad colectiva de las mismas. Entendemos que la APM es una herramienta (entre otras muchas), y que por tanto, debemos reflexionar sobre cuándo hace falta utilizarla y cuándo no».
Sorprende la naturalidad con la que la Comisión de Barrios expone unas concepciones organizativas que históricos teóricos del movimiento revolucionario han necesitado de la redacción de gruesos tratados para poder formularlas.
La APM asumida como una herramienta está sujeta a la temporalidad y mutación. Han elaborado un diagrama de funcionamiento de la APM en el que han puesto el ejemplo de convocar una hipotética Huelga General desde las asambleas populares con meses de antelación, piensan «que para objetivos concretos y realmente colectivos es interesante disponer de dicha herramienta (una única voz y sujeto político)». No obstante dejan las puertas abiertas a la mutación de la herramienta: «La Asamblea Popular de Madrid sería ese sujeto al que deberíamos progresivamente ir dotando de legitimidad popular en contraposición con los órganos de poder controlados por la clase política y empresarial».
Es la primera vez que encuentro en un documento de trabajo del movimiento una propuesta que apunte en una dirección definitivamente revolucionaria: Las asambleas como órganos de poder. Y esto elaborado por gente que está pegada a la realidad de lo que es el 15-M, no por «analistas políticos». ¿Qué cabida tienen aquí una portavocía oficial? Ninguna.
Esta propuesta de la Comisión de Barrios intenta eliminar el peligro del burocratismo cuando aún se está incubando. Esperemos que la bestia no llegue a salir del cascarón.
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