«La juventud siempre empuja, la juventud siempre vence, y la salvación de España de su juventud depende.» Miguel Hernández La Plaza Puerta del Sol en Madrid ya es un símbolo de la desobediencia civil juvenil que se extiende por todo el territorio español, ya es un símbolo de la rebeldía colectiva en uno de los […]
«La juventud siempre empuja,
la juventud siempre vence,
y la salvación de España
de su juventud depende.»
Miguel Hernández
La Plaza Puerta del Sol en Madrid ya es un símbolo de la desobediencia civil juvenil que se extiende por todo el territorio español, ya es un símbolo de la rebeldía colectiva en uno de los nudos centrales del capitalismo mundial, Europa, y ya es un símbolo de la irreverencia de los plebeyos del planeta que desafían al capital financiero global.
La Puerta del Sol es uno de los epicentros de los movimientos sociales que estremecen al mundo actual, una señal de la crisis del sistema que cada día cobra mayor magnitud, amplitud y fuerza.
Desde el 15 de mayo, día que comenzaron las acampadas juveniles denominadas 15M, las coordenadas del movimiento de los Sin Miedo, ese espacio-tiempo fluido, dependen de la indignación y rabia de miles de jóvenes que noche tras noche suman voluntades, sueños, historias pretéritas, perseverancias, logros consumados y esperanzas compartidas, experiencias en los caminos de las resistencias.
Se trata de un movimiento social que no es espontáneo, aunque lo parezca. Fue anidándose en el seno de una sociedad con profundas desigualdades económicas (5 millones de desempleados), falta de libertades políticas (bipartidismo neoliberal PP-PSOE y un arcaica monarquía de papel), nulas expectativas y oportunidades para las nuevas generaciones que nacieron en el contexto de los procesos de desregulación estatal y quiebre de los derechos sociales fundamentales (políticas de ajuste estructural) y desclasamiento y pauperización en la cadena de la división internacional del trabajo que le tocó jugar en el ajedrez de las corporaciones (Unión Europea).
Pero también nació de la creciente conciencia de una juventud que en su amargura y desesperación ante futuros inciertos, hizo de su rabia un arma de indignación organizada y fue creciendo en los torbellinos de las contradicciones del sistema económico planetario buscando su lugar en la historia. Son un ejemplo de los millones de jóvenes en la tierra que viven en las periferias del sistema-mundo, pero a la vez son la materialidad viva que ha mostrado y demostrado las cuarteaduras y zanjas del capitalismo mundial que ya no puede sostenerse ni esconderse pese a las mutaciones del sistema.
Esta juventud desafiante se forjó con los ejemplos de las luchas por la paz y contra la guerra, como una expresión anticapitalista, en las masivas marchas y manifestaciones del año 2003, en las cuales millones de españoles tomaron las calles, como en otras partes de Europa, desafiando la política guerrerista del «Fûrercito» José María Aznar en su aventura bélica en Afganistán y luego en Irak. Por la paz se luchó contra la cara más terrible del capitalismo: la guerra.
Es un movimiento de nuevo tipo, visiblemente y discursivamente, contra la plutocracia financiera y económica mundial, como lo demuestran en las pancartas hechas con creatividad en varios idiomas, con arte y disciplina, hasta brincar en el ciberespacio con producciones audiovisuales que le dan vuelta y modifican el spin del mundo. Se nutre de una juventud que cultivó la furia de una década de ajustes, menos derechos y menos trabajo, lo mismo que sufrió la precarización del empleo, las jornadas laborales cortas e intensas, la anulación de los contratos sociales por contratos temporales, los paros patronales y el despido masivo injustificado, la cancelación de sus futuras jubilaciones.
Algunos de sus participantes resistieron todos estos años tejiendo organizaciones pequeñas, algunas veces grandes, a contracorriente, siempre desiguales. De este trocar a contrapelo surgieron organizaciones como Democracia Real Ya y Juventud Sin Futuro.
Ensayaron acciones conjuntas, un tanto difusas, pero acumuladas, pacifistas, ecologistas, anarquistas, comunistas, anticapitalistas todas; y se sumaron a otras con amplias experiencias y alta cultura combativa de los obreros con inspiración republicana como las más de 852 huelgas realizadas en 2007 que llevaron a la resistencia en las calles a más de un millón 300 mil trabajadores, dentro y fuera de los sindicatos, ante las medidas laborales impuestas por la Unión Europea y las transnacionales de cuño explotador.
Esta juventud vio, vivió y en algún grado participó en la gran Huelga General del 2010 como el punto más álgido de la organización de los trabajadores de la primera década del siglo XXI en España. Acumuló saberes de estas experiencias organizativas, de los piquetes obreros, los cierres de fábricas y comercios, a veces con victorias tangibles, a veces con derrotas, y aprendió de todo ello. Pero aún no había dado «el salto de calidad», ese momento que desvanece la espontaneidad y da paso a la explosión social, a la insubordinación, es decir, a convocar a más y más indignados con conciencia, como ahora lo están haciendo y comenzar a escalar el cielo, tomar las calles, «tomar el cielo por asalto».
Este movimiento de acampadas o New Sit In tiene la característica de sumar a diferentes, a jóvenes marginados, a los sin techo, a los sin empleo, a los sin educación, a los parados, a los si nada, a los sin futuro, pero también a los sin miedo, sin temor a ser nuevamente despojados ya no de lo que por derecho les pertenece, sino a ser despojados de sus cuerpos, territorio de la vida humana y de la ética, pues están dispuestos a mantenerse en las calles pese a los intentos de represión por las fuerzas policiales y poner en riesgos sus propias vidas.
Centran en sus posiciones y sus fuerzas en el término de «democracia» como práctica política y no en eslogan de campañas temporales y por puestos de poder, lo mismo que la ejercen en sus decisiones colectivas tomadas en noches y días de alegría, en medio de acaloradas discusiones, participación y voto a mano alzada o acuerdos por consenso. Estos jóvenes, hombres y mujeres, quieren la democracia de hecho, la desean, la animan, la viven, la anhelan.
Esta verdadera «democracia» —democracia participativa la llaman algunos— no solo se pronuncia sino se ejerce en las plazas de al menos 60 ciudades de aquel país ibérico. Con ello, los desobedientes pusieron en entredicho al sistema electoral vigente, puesto que el 30 por ciento del electorado mostró su desacuerdo por cómo se decide el rumbo del país, en las pasadas elecciones municipales y autonómicas.
El descalabro del PSOE y la vuelta del PP, no representan el tablero político de este movimiento, no se inscribe allí aunque lo critique y su acción lo ponga en aprietos, sino se encuentra debajo, en las placas sociales siempre en movimiento. Y lo mismo pone en crisis a uno u otro partido, que su fuerza organizada se mantiene pasada la tormenta electoral con más y más adeptos, convocando más y más indignación. Se trata de un movimiento de la indignación. Que busca dignificar la política, darle de nuevo sentido.
Es un movimiento que a mediano plazo en toda la geografía española tensará fuerzas con la ultraderecha del PP; construirá organización horizontal y extensiva, creciente, pese a la difícil tarea de enfrentar a la cultura del miedo y el conservadurismo de masas y autoritarismos que forjan la historia el PP como heredero del franquismo y las dictaduras de la conciencia.
Vendrán vientos fuertes para los muchachos, pero como en el marco de las luchas clasistas pretéritas marcharán a la victoria final con nuevos bríos; «enterrarán al amo», como cantaron en las letras populares los jóvenes de la Guerra Civil; podrán alcanzar sus sueños que hoy empiezan a hacerse realidad.
Los jóvenes, hombres y mujeres, sin otra identidad que la que ahora se atreven a construir, pusieron en entredicho la democracia de terciopelo, la partidocracia que anula la participación política y la enjaula en la política de la repartición. Mostraron que se puede construir una nueva forma de hacer política, donde la palabra se democratice y sea colectiva, donde las decisiones sean de los más y no de los menos. Donde no se mande-mandando y la cadena de mando-obediencia termine por romperse.
En los 16 puntos que acordaron previo a las elecciones como plataforma de definición podemos sintetizar tres ejes centrales: anticapitalista, democrático, pacifista.
Son tres bases necesarias para acumularse en las experiencias construidas en otras latitudes que buscan la modificación profunda del sistema, que buscan la construcción radical de otro mundo, que va desde las insurrecciones contra las dictaduras árabes en Túnez y Egipto, los movimientos sociales europeos, los movimientos sociales antisistémicos en América Latina, la ola de manifestaciones sociales y populares en el aquí y en el ahora de esta historia consumada. Las tres dimensiones del tiempo cobran síntesis diluviana en gérmenes de algo que nace, lo que está por venir en ese fluir de construcciones sociales, en esa criticidad edificante, en ese palpitar, en lo nuevo.
Estos muchachos llegaron a la puerta del sol, pero en realidad están a la puerta del cielo…
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