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La nueva lectura de Marx de Michael Heinrich (VI)

El movimiento obrero

Fuentes: Rebelión

Estamos en el primer capítulo del libro: «Capitalismo y «marxismo»», en el segundo apartado: «El surgimiento del movimiento obrero»      Es un apartado breve, páginas 50-52. No es un desarrollo largo, no es el objetivo de MH. Como no hay muchos apartados directamente políticos en el libro, conviene detenerse en él. La condición previa […]

Estamos en el primer capítulo del libro: «Capitalismo y «marxismo»», en el segundo apartado: «El surgimiento del movimiento obrero» 

 

 

Es un apartado breve, páginas 50-52. No es un desarrollo largo, no es el objetivo de MH. Como no hay muchos apartados directamente políticos en el libro, conviene detenerse en él.

La condición previa para el desarrollo del capitalismo industrial (MC habló de ello en el anterior apartado) no fue solo la formación de grandes fortunas. Una condición igualmente esencial fue la «liberación», es decir, la no liberación real, de la fuerza de trabajo

personas que, por una parte, ya no estaban sujetas a relaciones feudales de dependencia, sino que eran formalmente libres y por ello tenían la posibilidad, por primera vez, de vender su fuerza de trabajo, y que, por otra parte, también estaban «libres» de toda fuente de ingresos -no poseían tierra de cuyo cultivo pudieran subsistir-, de modo que tenían que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir.

La cursiva es del autor y es más que oportuna: no hay libertad real cuando solo se tiene la fuerza de trabajo de uno mismo. El republicanismo nos ha enseñado sobre ello.

Ejemplos de estas personas no liberadas realmente: pequeños campesinos empobrecidos o expulsados de sus tierras (recordemos las primeras escenas de «El joven Marx», también el joven Engels escribió sobre ello), debido a que los señores feudales transformaban las tierras de cultivo en pastos porque les era más lucrativo (es justo y conveniente el recuerdo de MH); artesanos arruinados, y también jornaleros, constituían el grueso del proletariado, forzado «al trabajo asalariado permanente a través de la más brutal violencia estatal (persecución de «vagabundos» y «mendigos», fundación de «casas de trabajadores»)». La otra cara, la jurídico-política del «libre desarrollo de las fuerzas productivo-destructivas».

El proceso de irrupción del capitalismo, señala MH con toda razón, no fue un proceso pacífico, nada de eso. Fue un proceso extremadamente violento, con desgarros, desesperación y muerte. MH nos recuerda este texto marxiano del primer libro deEl Capital [EC]:

Si el dinero, según Augier [MH: periodista francés] «viene al mundo con manchas de sangre en la mejilla», el capital nace chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza de los pies.  

No es fácil decir tanto en tan pocas líneas.

Hay más textos marxianos sobre este surgimiento violento y doloroso del capitalismo.

De este modo, el capitalismo se desarrolló en Europa (Inglaterra en primer lugar) a comienzos del XIX como un inmenso sacrificio humano: trabajo infantil (con niños de seis o siete años), jornadas de 16 horas, condiciones insalubres y peligrosas en el trabajo. Los salarios -lo recordamos todos, pensemos en Dickens por ejemplo o en La situación de la clase obrera en Inglaterra- apenas alcanzaban para sobrevivir (Lo descrito no es pasado superado, sigue siendo parte de nuestro hoy si concebimos a las clases trabajadoras como hay que concebirlas: en términos mundiales, no estrictamente nacionales).

Frente a estas terribles condiciones de trabajo y vida, los trabajadores (también trabajadoras, la compañera de Engels entre ellas) intentaron alcanzar salarios más altos y mejores condiciones de vida y trabajo. Los medios para ello, nos recuerda MH, fueron diversos: desde escritos de súplica, pasando por huelgas, hasta enfrentamientos violentos (con muchas muerte obrera ignorada, olvidada o no estudiada).

Las primeras asociaciones de trabajadores fueron duramente perseguidas y sus líderes o portavoces fueron a menudo condenados. A lo largo de todo el siglo XIX, señala MH, «se llevaron a cabo luchas por el reconocimiento de los sindicatos y de las huelgas como medios legítimos de confrontación». En Inglaterra y en otros muchos lugares del mundo.

Algunos ciudadanos, incluso algunos capitalistas (justo es reconocerlo), tomaron conciencia del horror y muerte que estaba ante sus ojos.

También el estado tuvo que reconocer finalmente (por motivos pragmáticos, no humanistas) que los hombres jóvenes ya no les eran útiles: condenados a largas jornadas desde muy niños, apenas valían para el obligado servicio militar. Como consecuencia de ello (el Estado y el capital necesitaban hombres sanos y fuertes para la guerra y la producción) y de las luchas de la clase obrera, comenzó a establecerse a lo largo del XIX la legislación fabril, leyes que prescribían un mínimo de protección sanitaria, aumento de la edad mínima para el trabajo infantil, reducción del tiempo máximo de trabajo diario para los niños. Lo que ahora nosotros mal llamamos Estado de bienestar, por Estado asistencial.

Finalmente se limitó la jornada de trabajo para los adultos: en la mayoría de los sectores, señala MH, se estableció una jornada de 12 horas (más adelante 10; en el siglo XX, 8 horas; en la actualidad, en muchos lugares y empresas del mundo, incluido España en ese mundo, muchas más).

El movimiento obrero se fue haciendo fuerte a lo largo del XIX: sindicatos, asociaciones de trabajadores, también partidos obreros. Con la ampliación del derecho a voto (reducido anteriormente a varones con posesiones, aunque las mujeres, en general, siguieron excluidas), esos partidos tuvieron presencia parlamentaria en algunos países.

La meta del MO, apunta MH, siempre fue controvertida: ¿abolición o reforma del capitalismo? También era controvertido el papel del Estado y del gobierno: ¿aliados en la lucha contra el capital a los que había de convencer de lo que era justo o enemigos como los capitalistas?

Desde principios del XIX fueron numerosos los análisis del capitalismo, surgieron conceptos como socialismo, propuestas de reforma y proyectos estratégicos de cambio. Marx y Engels adquirieron, como es sabido, un papel importante en estos debates.

A finales del XIX, ambos habían fallecido. El marxismo, que MH entrecomilla generalmente, dominaba dentro del MO internacional. No obstante, con estas palabras finaliza el autor este apartado, «se podía preguntar ya entonces cuánto de este «marxismo» tenía que ver con la teoría de Marx».

Volveremos sobre ello pero les anuncio la respuesta de MH: poco o nada y en todas, salvando algunas excepciones, de las corrientes marxistas.

Vayamos ahora al siguiente apartado: «Marx y el ‘marxismo'». MH aclara el uso de las comillas para marxismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.