Uno de los principales medios de difusión de la lucha contra el cambio climático, quizá la que tiene mayor capacidad de recepción por parte de la ciudadanía, especialmente en lo que se refiere a los menores de 30 años, es la llamada «novela gráfica«. Lo que antes se conocía popularmente como cómic o tebeo, pero transfigurado en relato de superhéroes, mundos de fantasía o epopeyas varias con la diferencia de que, en el momento actual, todos debemos convertirnos en superhéroes para librar la epopeya más grande jamás contada: ni más ni menos, que la lucha por nuestra supervivencia y la de los que nos sucedan.
Por todo lo anterior, quería traer a colación una novela gráfica que es la que da título a este artículo. En ella, un dibujante y escritor francés, Christophe Blain y un científico y ensayista también francés (todo queda en casa), Jean Marc Jankovici, dialogan sobre los recursos naturales finitos que hay en este planeta, pros y contras de las nuevas fuentes de energía, proximidad de la llegada del “Juicio Final” y posibilidades de revertir la situación, todo ello sin catastrofismos y, sobre todo, explicando los conceptos de la forma más didáctica y entretenida posible. Pero, ¿Quién es Jean Marc Jankovici? Simplemente 3 apuntes para comprender su trascendencia en el ámbito del ecologismo:
En su labor como divulgador, es el fundador de The Shift Project, un think tank que trabaja por una economía libre de la dependencia del carbono.
También es cofundador de Carbone 4, un gabinete asesor en la estrategia de reducción de carbono y del cambio climático.
Y, por último, pero no menos importante, es el creador del concepto de “huella ecológica”, pero no sólo como concepto sino como fórmula matemática para calcular el coste que supone para el ecosistema nuestros desechos materiales y residuos, es decir de la huella de nuestro paso por el planeta. Dicha fórmula fue donada al estado francés para que fuera popularizada y calculada de forma autónoma por cada hogar, empresa y persona física o jurídica.
Jankovici es el creador del concepto de “huella ecológica”, como fórmula matemática para calcular el coste que supone para el ecosistema nuestros desechos materiales y residuos
Pero, entrando de lleno en lo que este cuento ilustrado nos comenta, la primera conclusión a la que llegamos es que estamos muy cerca de un punto de no retorno donde todos debemos poner nuestro granito de arena para contribuir a la mejora de nuestras condiciones medioambientales o, como mínimo, para evitar que se deterioren de manera irreversible. Para ello, es esencial reducir el calentamiento global que amenaza con volver inhabitable este planeta.
Pero, todo esto genera múltiples contradicciones. Por ejemplo:
¿Somos conscientes de que, dentro del apartado de energías renovables, la energía fotovoltaica implementada y recogida a través de placas solares, requiere de una gran superficie de terreno para su implantación, modificación de los paisajes rurales y urbanos en los que se sitúa y gran cantidad de minerales o “tierras raras” para ser realmente efectivos? ¿Cuál es la relación rentabilidad vs respeto medioambiental en esta ratio? Es necesaria una puesta en común económica y medioambiental de esta disyuntiva porque de ello dependerá, en gran medida, la pertinencia de su puesta en funcionamiento.
Este es solo un ejemplo, pero se puede aplicar a prácticamente todas las máquinas, herramientas, procesos y recursos utilizados para fabricar energía con la que “dar de comer” a dichas máquinas y poder fabricar otros productos o dispensar otros servicios, frecuentemente innecesarios, que contribuyen a mantener el nivel de vida medio de la sociedad. Pues no podemos olvidar que, en el momento actual, cada ser humano consume de media 22.000 KWh (kilovatios hora) al año y subiendo…
En este aspecto, la filosofía económica imperante, el Capitalismo, tiene una gran importancia para explicar la situación en la que nos encontramos en la actualidad. Esa voracidad insaciable por seguir creciendo, sin una necesidad económica y/o material aparente que lo sustente, impide reconsiderar la puesta en funcionamiento de otros sistemas en donde la naturaleza no sea siempre la víctima y, sobre todo, contagia a toda la humanidad en un deseo inexorable para tratar de elevar siempre su nivel de vida, convirtiéndolo en una especie de competición en donde el perdedor siempre es el planeta.
Esta lucha por conseguir siempre batir el record de beneficios del año anterior suele tener como referencia la cotización bursátil de la empresa siendo aquellas las instituciones aptas para calibrar si una empresa es digna merecedora de continuar confiando en ella o no y donde las subidas en sus valoraciones económicas es más fácil conseguirla con un expediente de regulación de empleo en donde las familias de los trabajadores son las más perjudicadas.
Esa voracidad insaciable por seguir creciendo impide reconsiderar la puesta en funcionamiento de otros sistemas en donde la naturaleza no sea siempre la víctima
En la novela gráfica se utilizan símiles que nos podrían escandalizar. Por ejemplo, si usáramos la energía y el despliegue que de ella se hacía en la Edad Media, cada uno de nosotros necesitaría la puesta a disposición de 200 esclavos de promedio para sostener su nivel de vida, con grandes diferencias entre países. Así, Egipto “solo” necesitaría 100 esclavos, pero los habitantes de Islandia necesitarían 2.250 esclavos. Pero, si vamos a acciones concretas propias de nuestro mundo actual, tenemos varios ejemplos similares: un año de iluminación de una vivienda supone 800 días de esclavos, un vuelo transoceánico supone 5.000 días de esclavos y calentar una casa de 100 m2 puede oscilar entre 20.000 y 40.000 días de esclavos en función de su grado de aislamiento.
Y todo ello, partiendo del hecho de que ahora acabamos de superar los 8.000 millones de personas, pero ¿cuántos de nosotros había hace 6 o 7 siglos? 73 millones en el año 1.300. ¿Podría haberse producido este crecimiento tan espectacular sin energía abundante? La respuesta es no. No hay que olvidar que la población ha aumentado no exponencialmente, sino hiperbólicamente, como dice Jankovici, pero nuestro planeta sigue teniendo la misma extensión y, cada vez menos recursos naturales.
Por último, pero no menos importante, conviene recalcar que desde 1995, el carbón ha aumentado su uso 12 veces más que la solar y 5 veces más que la eólica, aunque sí es cierto que esta diferencia en los últimos 5 años se va acortando. Y los fondos procedentes de la Unión Europea, marcan una senda de fomento de las energías renovables que puede marcar un hito en la historia de la humanidad y del aprovechamiento energético.
Otra de las contradicciones evidentes es el grado de contaminación ambiental que tienen aquellas actividades que sustentan nuestra supervivencia en el planeta, y con esto me refiero no al mantenimiento de nuestro nivel de vida, sino simplemente a nuestra supervivencia como seres humanos. Es decir, el sector primario. Las emisiones de metano por parte del subsector ganadero, las grandes superficies de terreno y de energía necesaria para el cultivo sostenible y sostenido en el subsector agrícola no son baladíes. Cuando la alimentación, sin la que no sobreviviríamos, supone un contraste que deteriora el medio ambiente debido a la sobrepoblación existente, el plantear sinergias se puede antojar casi como un imposible, pero es indispensable hacerlo.
Urge que nuestros valores y principios impregnen el buen hacer individual y colectivo de todos y cada uno de nosotros con el rol que a cada uno le toque desempeñar
No obstante, siempre hay un camino por el que salir adelante. La labor coordinada de gobiernos, asociaciones, colectivos, organizaciones supranacionales, etc deviene en fundamental y, sin caer en alarmismos, no cabe duda que tenemos que hacer la necesaria pedagogía para tratar de imbuir en la forma de ser de cada uno un necesario decrecimiento en nuestras aspiraciones de desarrollo económico y productivo tratando de acompasar nuestras necesidades a las posibilidades y recursos que nos da la naturaleza.
De todos modos, no será fácil. A las ansias y aspiraciones de países que se encontraban en vías de desarrollo a finales del siglo pasado como China y, sobre todo India, que ya supera a la anterior como el país más poblado del planeta y uno de los más jóvenes de edad media, se les contrapone esa necesidad de establecer límites a nuestras posibilidades de crecimiento.
Los riesgos políticos son evidentes. El principal a nivel geopolítico es la posible desestabilización que pueda causar dicha limitación de recursos y las fricciones que ocasione a los países implicados.
El egoísmo intrínseco a cada ser humano también jugará un papel fundamental. Ya hemos visto en el pasado las consecuencias que origina una redistribución de la riqueza drástica y obligada por la fuerza como se planteaba con la doctrina comunista y que chocaba de frente con las aspiraciones individuales de cada uno de nosotros. No digo que haya que volver a ese sistema, ni mucho menos, pero la Tierra nos está avisando y nuestra supervivencia está en juego.
Urge que nuestros valores y principios impregnen el buen hacer individual y colectivo de todos y cada uno de nosotros con el rol que a cada uno le toque desempeñar a nivel familiar, social, profesional y político para tratar de poner empeño y remedio a la tarea más importante que debemos acometer en los próximos años a escala mundial que no es otra que nuestra propia supervivencia como especie ya que, en caso contrario, es posible que el título del comic de Jankovici y Blain tengamos que cambiarlo por El Mundo Finito.