La excusa que me llevó a Bellpuig fue la noticia de que allí se encuentra uno de los murales independentistas más grandes de la provincia de Lleida
En el país de las certezas, todo es incertidumbre. Nadie sabe qué pasará en el próximo cuarto de hora. El terreno ha quedado abonado para los sondeos de opinión que predicen y dan forma a lo impredecible. En el caso catalán, los diagnósticos y pronósticos suelen transcurrir por el mismo camino soleado de los excesos. Y, entre tanto entusiasmo declarativo con visión de futuro, va asomando poco a poco la sospecha de que nadie está muy seguro de nada. Para evitar el riesgo de creer que lo que sucede es ese serial interminable en el que se recrean algunos medios de comunicación, existe la posibilidad de viajar, darse una vuelta, observar y escuchar. Posibilidad que exploré el pasado 10 de noviembre en el municipio de Bellpuig (Lleida).
La excusa que me llevó a Bellpuig fue la noticia de que allí se encuentra uno de los murales independentistas más grandes de la provincia de Lleida. Noticia matizada por la circunstancia de que el mural, ejecutado sobre una valla publicitaria en desuso próxima a la autovía A-2, ya ha sido objeto de tres intervenciones. La primera tuvo lugar pasado el 7 de julio, estuvo organizada por el Comité de Defensa de la República (CDR) de la localidad y consistió en pintar sobre la valla el lema «Fem República», en mayúsculas negras sobre fondo amarillo, junto a una estelada de estrella y franjas rojas sobre fondo amarillo.
La segunda intervención aconteció en la madrugada del 11 de julio, cuando unos desconocidos pintaron sobre la obra inicial la bandera de España y eliminaron la estrella de la estelada. En este caso, a juzgar por las imágenes publicadas, los autores realizaron un repinte rápido aunque concienzudo: trazaron franjas rojas en la parte superior e inferior del cartel y taparon con pintura amarilla las letras del lema inicial y la estrella de la bandera. La tercera y última intervención hasta la fecha se inició el mismo día 11 de julio, en horario diurno, y consistió en una restauración de la obra.
Lo que pude ver el 10 de noviembre fue un cartel de grandes dimensiones similar al de la primera intervención: el lema «Fem República» en letras negras sobre fondo amarillo y la estelada de trazos rojos sobre fondo amarillo habían sido restaurados. La única diferencia apreciable se encontraba en las dos últimas letras del lema, cuya parte superior había desparecido y dejado al aire la estructura metálica que sostiene el cartel. Rodeaban la obra unas terrazas de almendros y unas señales que indicaban la presencia de un campo de tiro.
Era sábado y Bellpuig parecía despertarse con calma. Los lazos amarillos, las banderas en los balcones, los carteles con los rostros de los presos y las pintadas exhortativas asemejaban a un mural ya integrado en el paisaje de la localidad, un cuadro de grandes dimensiones con vocación de permanencia. Debería tal vez hablar de la fachada del teatro Armengol, de la escalinata que da acceso a la iglesia y de todo lo contenido en la visita guiada prevista para las once de la mañana -creo recordar-, pero reconozco que me quedé abstraído en la primera imagen de un lugar donde los llamamientos y las interpelaciones a quien pasea hablan de un momento único, distinto, tal vez urgente. Una de las pintadas denunciaba que la neutralidad suponía una complicidad con el opresor. Leído el asunto en estos términos, me pareció el momento de tomar un café.
El ligero problema de este tipo de observaciones mínimas consiste en el riesgo de elevar a categoría cualquier anécdota. Así que la amabilidad extrema y el gusto por encontrar las palabras exactas de las personas con las que hablé podría convertirlas en el indicio de algo, pero sería un exceso. Sí puedo decir, al menos, que un paseo matutino por Bellpuig contradice la visión apocalíptica del serial televisivo y restaura las ganas de escuchar.
A modo de despedida, me dirigí al pabellón de deportes, donde estaba anunciada la celebración de la séptima Feria de la Conserva. Estaban preparando los puestos y descargando la mercancía. Así que solo me fui con la invitación para volver por la tarde y disfrutar de la degustación gratuita de mermeladas, del taller de aperitivos saludables y de una charla sobre la relación emocional con el comer.