“Solo existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro de la primera”
(Albert Einstein)
Podríamos definir el negacionismo, en sentido general, como la oposición consciente a determinadas versiones de los acontecimientos presentes o pasados que han ocurrido a la humanidad, y desde este punto de vista, el negacionismo, en sí mismo, no es malo. Simplemente, es una manifestación del pensamiento alternativo. Pongamos un ejemplo: muchos somos negacionistas de la versión mayoritariamente circulante en cuanto al llamado “Descubrimiento de América”, porque pensamos que la historia no fue como nos la cuentan, y que frente al relato hegemónico que nos presenta los hechos como una gesta histórica, y como una epopeya de nuestros valientes descubridores, nosotros pensamos que lo que hubo fue un afán imperialista de anexionar nuevos territorios, a costa de ejecutar un terrible genocidio durante décadas (siglos, incluso) de tipo humano y cultural, todo un exterminio en toda regla de las culturas indígenas que habitaban aquellas tierras, imponiéndoles nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra religión, y acaparando todas las riquezas que aquellos territorios vírgenes escondían. Bien, desde ese punto de vista, somos negacionistas del relato oficial. Este negacionismo es posible y deseable porque lo que enfrentamos son interpretaciones de unos hechos históricos, o visiones distintas sobre unos relatos, o defendemos ideologías y propósitos distintos, concluyendo otras consecuencias distintas sobre la historia, o proyectando objetivos, políticas y estrategias distintas para el presente y para el futuro.
El problema se presenta cuando este negacionismo no lo practicamos sobre la historia, sobre la ideología o sobre los postulados de algunas ciencias sociales, sino que lo practicamos sobre las ciencias puras. Las ciencias que llamamos puras, absolutas o exactas, y todas aquellas que derivan de ellas o que son aplicación de ellas (matemáticas, física, química, medicina, termodinámica…) no pueden estar sometidas a negacionismo. Es simplemente una aberración. ¿Alguien se imagina la situación en que un padre/madre o un alumno/a discuta en el colegio con su profesor/a sobre la fórmula de resolución de la ecuación de segundo grado, o sobre el Teorema de Pitágoras, o sobre la Teoría de la Relatividad, o sobre el Principio de Incertidumbre de Heisemberg? Sería algo absolutamente ridículo plantear siquiera la posibilidad de estar de acuerdo o no con dichos postulados. Otra cosa distinta sería plantear puntos de vista distintos sobre la ética de la ciencia, es decir, el campo posible de aplicación práctica de determinados descubrimientos y avances científicos, ámbito por cierto muy necesario y desarrollado últimamente, ya que como decimos, una cosa son los avances científicos absolutamente considerados, y otra cosa muy distinta cómo los aplicamos en nuestra sociedad. Pongamos de nuevo un ejemplo de ello: la ingeniería genética permite manipular el genoma humano (y de otras especies animales) de tal manera que interceptamos el desarrollo previsto de dicho genoma, alterando algunas combinaciones para que el resultado final sea controlado por nosotros. La ciencia puede hacer esto hoy día, pero la pregunta sería…¿es lícito llevarlo a cabo? Una gran mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en que, aunque podamos hacerlo, moralmente no debemos.
Pero el negacionismo al que nos referimos, el verdaderamente peligroso, no tiene nada que ver con la interpretación o sustrato ideológico de unos hechos o teorías, ni siquiera con la aplicación ética de los conocimientos científicos, sino que, lisa y llanamente, no admite determinados hechos científicos, los niega y no los reconoce, y desde este punto vista, entonces, es un puro ejercicio de enfrentamiento al sentido común, es decir, de ignorancia activista. Y subrayamos lo de “activista” porque no se trata de una ignorancia, digamos, pasiva, es decir, basada en el propio desconocimiento de unos hechos, sino que es una oposición enfrentada de forma consciente y decidida a los mismos hechos. Pongamos de nuevo un ejemplo: yo puedo desconocer cosas sobre mecánica de automóviles (seré simplemente un ignorante sobre este tema, y no hay nada malo en ello), pero si lo que hago es discutir con un mecánico sobre por qué se quema una junta de culatas de un motor de explosión, entonces no soy un ignorante, sino un ignorante activista, es decir, estoy haciendo apología de la ignorancia. Pues esto es exactamente lo que hace un negacionista, que a este nivel lo podemos catalogar simplemente como un imbécil.
El problema se agrava aún más cuando dicha apología de la ignorancia se ve multiplicada por dos factores de riesgo: el primero de ellos es practicar dicha apología de forma pública y masiva, por ejemplo en la manifestación de Madrid de hace varios días, donde amparados en la “libertad” de manifestación, unos miles de energúmenos/as se convocaron para protestar contra el uso de las mascarillas, negando la evidencia científica de la pandemia y hasta de la misma existencia del propio coronavirus. El segundo factor de riesgo es cuando dicha apología puede tener consecuencias graves sobre la sociedad, por ejemplo, puede convertirse en un delito contra la salud pública, como el ejemplo que acabamos de poner sobre la manifestación antimascarillas. Por tanto, cuando dicho activismo de la ignorancia llega a suponer un delito o un ataque contra la sociedad, entonces ya debe ser reprochable penalmente, porque ya estamos hablando de palabras mayores. Ya no son simples imbéciles que puedan discutir en la barra de un bar, sino que elevan un negacionismo masivo y público a la sociedad, que es profundamente perjudicial para el conjunto de la población.
Pero a continuación cabría preguntarse…¿Es únicamente la ignorancia el motor que mueve la mente de estas personas que niegan las evidencias científicas? Creemos que no, y lo ilustraremos de nuevo con un ejemplo: uno de los razonamientos que abanderan estos negacionistas (activistas de la ignorancia, insistimos) es que determinados hechos atentan contra la libertad individual. En afirmaciones como éstas, es obvio que la carga política e ideológica de su pensamiento es muy evidente, ya que poseen un concepto muy particular de la “libertad”: en efecto, y siguiendo los parámetros del neoliberalismo salvaje, para estas personas la libertad individual es un bien supremo, superior incluso a la libertad comunitaria, es decir, a la libertad (y por tanto, salud, seguridad…) de todos. Como no creen en la comunidad, es decir, en la sociedad, solo en las personas (precepto que ya enunciara claramente la Premier británica Margaret Thatcher en su día), entienden que cualquier concepto queda manchado si le anteponemos la visión comunitaria, y que solo debe existir en su vertiente individual. Si a todo ello le unimos los peligrosos efectos de las fake news, de los vídeos y mensajes de las redes sociales, de las campañas negacionistas interesadas por parte de algunos actores sociales y políticos, etc., el cóctel explosivo se multiplica miles de veces, y actúa como un peligroso detonante social que provoca dichas expresiones masivas.
Pondremos a continuación tres ejemplos donde este negacionismo se manifiesta peligrosamente en nuestros días:
1.- El negacionismo climático. Los negacionistas climáticos son los que niegan el hecho científico del cambio climático entendido como un abismo civilizatorio, es decir, como un peligroso avance hacia un precipicio donde el caos climático provocado por la acción humana (derivada de la civilización industrial-capitalista) y sus perniciosos efectos en todos los órdenes (calentamiento global, pérdida de hielo ártico, subida del nivel del mar, extinción de especies…) nos empuja a toda la humanidad al sufrimiento, la barbarie y la extinción. Los negacionistas climáticos, además de por su ignorancia, están relacionados con las actividades de gigantescas corporaciones transnacionales cuyos negocios son enormemente depredadores para el medio ambiente (empresas petroleras, del sector del automóvil, de la minería, del extractivismo, de los dispositivos móviles…), cuyos enormes beneficios se verían muy afectados si sus actividades decaen significativamente.
2.- El negacionismo sobre las vacunas. Los negacionistas sobre las vacunas son los que niegan los beneficios de las mismas, su extensión a la población y la prevención que llevan a cabo sobre determinadas enfermedades epidémicas (muchas de ellas ya erradicadas en gran parte del planeta), y están muy relacionados con sectores ultrarreligiosos, y con determinadas sectas que, partiendo de planteamientos fundamentalistas, entienden la vida del ser humano al libre albedrío y decisión divina, y por tanto critican cualquier acción que el ser humano pueda llevar a cabo para intentar vivir mejor basándose en métodos científicos y técnicos.
3.- El negacionismo sobre la pandemia. En este sentido, los negacionistas de la actual pandemia del Covid-19, como los activistas de la ignorancia que se manifestaron hace pocos días en Madrid, tienen mucho que ver con los dos tipos de negacionistas anteriormente mencionados, en el sentido de que niegan la pandemia como un hecho mundial, es decir, como una realidad social, política y sanitaria a nivel planetario, alegando motivos conspiranoicos para la misma, y por tanto, negándose a reconocer la necesidad de implementar todos los mecanismos que tenemos a nuestro alcance para evitar el crecimiento de los contagios (se enfrentan al confinamiento, al uso de la mascarilla, incluso niegan que existan enfermos en los hospitales), y todo ello, como decíamos, los relaciona con los negacionistas anteriores, en el sentido de que no reconocen el hecho pandémico como resultado de una provocación del ser humano hacia el entorno natural (el SARS-COV-2 no es un virus de laboratorio, como ha sido difundido por la extrema derecha mundial, sino un virus provocado por zoonosis, es decir, por la falta de respeto del ser humano hacia los ecosistemas naturales y su comercio de especies exóticas), y desde ese punto de vista, se alinean con los postulados religiosos y de ultraderecha que, por ejemplo, son los mismos que condujeron al poder en Brasil a su actual dirigente, Jair Bolsonaro.
En definitiva, el negacionismo como activismo de la ignorancia es un fenómeno social y político altamente preocupante, que debe ser atajado de forma rotunda por las autoridades, ya que en los niveles actuales, como decíamos más arriba, dicha apología de la ignorancia pone en grave riesgo la salud y la seguridad de todos. Sus campañas deben ser interceptadas y desactivadas, y sus dirigentes deben responder ante la justicia por los delitos contra la humanidad que suponen sus peligrosas proclamas.
Blog del autor: “Actualidad Política y Cultural” http://rafaelsilva.over-blog.es