Multinacionales estadounidenses como Archer Daniels Midland (ADM) y Cargill, están tratando de comprar activos o, lo que es igual, tener participación y ejecución directas sobre las compañías locales latinoamericanas ocupadas en el negocio de los biocombustibles. Las presiones de las naciones ricas por pasar de los combustibles tradicionales a los biológicos eran, por supuesto, de […]
Multinacionales estadounidenses como Archer Daniels Midland (ADM) y Cargill, están tratando de comprar activos o, lo que es igual, tener participación y ejecución directas sobre las compañías locales latinoamericanas ocupadas en el negocio de los biocombustibles.
Las presiones de las naciones ricas por pasar de los combustibles tradicionales a los biológicos eran, por supuesto, de esperarse, y así tenemos que transnacionales como ADM al tener mejor acceso al financiamiento pueden modernizar e introducirse, más rápidamente en el llamado sector de los biocombustibles en Sudamérica.
Otras interesadas son la australiana CSR, la germana Südzucker y la india Bajaj Hindusthan. Esta última es la mayor productora de azúcar y biocombustible (etanol) en Asia meridional, y proyecta invertir 500 millones de dólares en la compra de instalaciones brasileñas.
Todas esas entidades tienen, por supuesto, infinidad de ventajas si se les compara con la mayoría de las industrias locales latinoamericanas que operan de forma poco seria y atomizada, sin estadísticas fiables, evadiendo impuestos y con métodos laborales muy primitivos.
Una de las firmas latinoamericanas objeto de presiones es Companhia Açucareira Vale do Rosario (CAVR) productora de azúcar de caña para elaborar etanol, por la que un consorcio de origen belga-argentino, Bunge Ltd., ha ofrecido 775 millones por su compra. La esfera de la producción azucarera tiene, no obstante, una característica casi patriarcal en naciones como Brasil, donde algunas de las seculares familias de la burguesía nacional –como la Junqueira, que controla el negocio del dulce desde que los portugueses expulsaron a los holandeses de ese país en el siglo XVII–, aún se mantienen reacias a escuchar propuestas de compra y venta, o que los escasos operadores dispuestos a hacerlo exijan precios muy superiores al ofrecido por Bunge Ltd, por citar un ejemplo.
Huelgan los motivos para este interés de un grupo de transnacionales: los altos precios de los hidrocarburos y la decreciente influencia de las grandes petroleras de Estados Unidos.
A su vez, lo segundo refleja dos hechos: la decadencia de los republicanos en el poder y el repudio internacional contra el efecto invernadero, problema crucial frente al cual la primera economía del mundo ha hecho caso omiso hasta la fecha, soslayando tratados internacionales como el Protocolo de Kyoto, que tiene como propósito reducir para el período 2008-2012 los niveles de los seis gases de efecto invernadero de origen humano entre ellos dióxido de carbono, metano y óxido nitroso.
Al respecto, un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford, en California, consideraron que la utilización del etanol aumentaría el número de enfermedades respiratorias, como consecuencia del incremento del nivel de ozono en la atmósfera.
Mas la situación crítica apunta hacia el futuro pues, según expertos, hacia el 2016 los biocombustibles habrán sustituido el 15% de los hidrocarburos y, todo parece indicar que países como Brasil y Argentina -involucrados en producir maíz y caña de azúcar, los dos cultivos claves (hasta ahora) para su elaboración—, continuarán aportando tierras, experiencia, bajos costos, fuerza de trabajo y, a la vez, despertando la codicia de grandes transnacionales productoras o intermediarias de insumos, firmas energéticas y fondos especulativos, entre otros. Definitivamente, producto de las acciones de expansión y riqueza de distintas transnacionales y por la falta de cordura, mediocridad y desinterés de algunos gobernantes, los bosques, selvas, pampas, llanuras, montañas… extensas áreas de terreno latinoamericanas dedicadas durante milenios a la supervivencia del ser humano, se están transformando día a día en herramientas (como opinan algunos observadores), al servicio del capital para alimentar autos de naciones ricas.