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Entrevista a Clara Valverde Gefaell sobre Desenterrar las palabras (I)

«El no nombrar lo que vemos y sentimos no es bueno para la salud de nuestra sociedad, el silencio otorga el horror»

Fuentes: Rebelión

En memoria de los/as asesinados, desaparecidos, exiliados, torturados, represaliados, violadas, maltratadas, explotadas, exterminados/as en campos de exterminio, en memoria de sus hijos robados. En su honor, en recuerdo de Matilde Landa. Nunca habitará el olvido sobre ellos ni sobre ellas (también olvidadas aquí en ocasiones). Profesora de enfermería jubilada por la Encefalomielitis Miálgica (Síndrome de […]

En memoria de los/as asesinados, desaparecidos, exiliados, torturados, represaliados, violadas, maltratadas, explotadas, exterminados/as en campos de exterminio, en memoria de sus hijos robados. En su honor, en recuerdo de Matilde Landa. Nunca habitará el olvido sobre ellos ni sobre ellas (también olvidadas aquí en ocasiones).

Profesora de enfermería jubilada por la Encefalomielitis Miálgica (Síndrome de Fatiga Crónica), enferma rebelde , activista de y en el 15M, firme defensora de la sanidad pública, escritora sobre biopolítica y resistencia, luchadora de amplio y largo recorrido, Clara Valverde Gefaell es coordinadora del Equipo Aquo de Formación en la relación terapéutica, trauma generacional y activismo. Entre sus numerosos artículos y libros, cabe destacar No nos lo creemos. Una lectura del lenguaje neoliberal (Icaria, 2011)

***

Después de felicitarte y agradecerte por lo mucho a ti (directamente) debido tras la lectura de tu último libro, me gustaría preguntarte, en primer lugar, por sus alrededores (como diría Víctor Sánchez de Zavala). ¿Desenterrar las palabras? ¿Qué palabras hay que desenterrar? ¿Y cómo se desentierran las palabras? ¿Desenterrar palabras o hechos?

CV: Somos los nietos, el producto, de un siglo mucha violencia política. Esa violencia política la vivieron en persona nuestros abuelos y nuestros padres, pero ellos estuvieron demasiado desbordados para poner palabras en sus emociones y emociones en sus palabras. Y no hicieron los duelos de tanto que se perdió. Todo eso se acumuló en sus inconscientes y lo hemos heredado.

Hay que desenterrar las palabras. Claro que los hechos hay que desenterrarlos también, pero eso es cosa de los historiadores, politólogos, activistas de la memoria histórica y de muchos más. Mi implicación en este tema es desde la psicología política. Se pueden desenterrar todos los hechos pero si no se ponen palabras en lo que ocurrió, en lo vivido y cómo eso nos ha afectado y nos sigue afectando, seguiremos siendo una sociedad herida y paralizada.

Tenemos que poner palabras en los silencios heredados, en las emociones raras, hacer consciente lo inconsciente, hacer preguntas incómodas a nuestras familias, a nuestros compañeros y a nosotros mismos.

El subtítulo del libro: «Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español.» Aunque dedicas un capítulo, escrito al alimón con Elena Álvarez Girón, al concepto, luego te preguntaré con más detalle, ¿nos resumes o aproximas sucintamente al concepto de «transmisión generacional»? ¿Qué trauma es ese de la violencia política?

CV: Si en una sociedad, dicen los teóricos de la transmisión generacional, no se elaboran los traumas causados por la violencia política de forma consciente y abierta, ya sea por razones externas (represión o estar luchando contra la represión) o internas (negación y desbordamiento psíquico), sus efectos nocivos interfieren en el funcionamiento social y político de futuras generaciones.

Estos efectos se ven en comportamientos individuales y grupales como, entre otros, en el miedo a hablar y cuestionar el poder, en la vergüenza, en el victimismo, en la rabia explosiva, en la polarización y la necesidad de tener enemigos y en muchas otras manifestaciones.

La transmisión pasa de generación en generación a través del inconsciente, esos silencios cargados de emociones, esos mensajes que comunican que no se deberían hacer preguntas, por las maneras de evitar y reprimir emociones.

El trauma es un evento, o en el caso de la violencia política, una serie de eventos que son tan impactantes que desbordan al ser humano. Lacan lo explicó muy bien cuando dijo que el trauma es la experiencia no asimilada que no se puede simbolizar ni poner en palabras, una experiencia que no ha podido ser lenguaje, con lo cual no se ha incluido en la historia. Por eso tenemos que elaborar y poner palabras en lo que hemos heredado de esos traumas para poder incluir en la historia a todos y todas, a todos nuestros antepasados.

¿A qué violencia política del siglo XX en España haces referencia? ¿A la de la guerra civil fundamentalmente? ¿Sólo a esa?

CV: No, a toda la del siglo XX: el golpe de estado del 36, la guerra, la posguerra, el fascismo, la gran violencia que hubo durante la Transición, etc.

Dedicas el libro a tu abuelo materno Wilhelm Gefäll Fiel. ¿Nos hace una pequeña biografía de él? ¿Cómo logró sacar a ciudadanos judíos de las garras de la barbarie nazi?

CV: Sobre mi abuelo se podrían escribir muchos libros. Todos los primos Gefaell hemos trabajado en recoger información y hacer el mapa del árbol de la familia de unas 10 generaciones. Contratamos a una arbolista especializada en el Holocausto para ayudarnos con algunos parientes que no localizábamos y para ver cómo estamos emparentados con los Gefaell de Israel y de otros países. También tenemos un blog interno con toda la correspondencia y fotos de nuestros antepasados Gefaell.

Mi abuelo, Willy Gefäll, era un ingeniero vienés que vino a España a principios del siglo pasado para trabajar en la construcción la presa de Flix y luego en la electrificación de la ciudad de Barcelona. No tenía intención de quedarse, pero se enamoró y se casó con mi abuela, Pilar Gorostegui y tuvieron 10 hijos. Vivieron sobre todo en Madrid.

El abuelo Willy era judío pero no se lo dijo a nadie. Ya en Viena, de pequeño, no dijo que era judío para cantar en el Coro de los Niños de Viena. Su madre y sus hermanos venían a España cuando él se casó a pasar los inviernos a verle y a huir del frio de Viena, pero como mi abuela Pilar no hablaba alemán, no se enteró de que su familia política era judía. Y mi abuelo hizo todo lo posible para esconder esa información. Era rubio, de ojos azules y nadie sospechó.

Cuando el nazismo aumentó en Austria, mi abuelo intentó que su familia se viniera a España, pero su madre y sus hermanos le decían: «Willy, esto no va a ir a más. ¿Qué más nos van a hacer?». Pues claro que fue a más y la madre de mi abuelo, dos de sus hermanos y muchos otros familiares fueron exterminados en campos de concentración. No fue hasta entonces que mi abuela Pilar, mi madre y mis tíos supieron que el abuelo era judío. Tenemos las últimas cartas de mi bisabuela y mi tía abuela Mina desde el campo de traslado en Viena y son desgarradoras.

Cuando mi abuelo murió en Madrid en 1953, al vaciar su despacho, se encontraron cartas procedentes de Estados Unidos de gente que, en alemán, le daba las gracias. Por esas cartas la familia supo que durante los últimos 10 años de su vida, mi abuelo había falsificado pasaportes (no debería ser muy difícil ya que trabajaba en una compañía de patentes) y financiado el viaje a judíos austriacos a través de España a Lisboa y de ahí a los EEUU.

¡Tienes que escribir un libro sobre todo ello!

Hay más. Yo, de pequeña, en Washington DC, conocí a gente que mi abuelo había salvado. Creo que la Gestapo se olía lo que estaba haciendo mi abuelo porque la unidad de la Gestapo que estaba en Madrid entonces, en los años 40, visitaron a mi abuelo varias veces. Cuando le pregunté a mi madre sobre eso, me dijo que ella no sabía por qué les visitaba la Gestapo.

Pero para mí, personalmente, lo más relevante de toda la historia de mi abuelo Willy, es el olvido y la negación que se hizo en la familia de mi madre sobre los parientes muertos en el Holocausto, el silencio sobre todo eso y el sufrimiento sin palabras de mi abuelo. Después de que supieron del Holocausto y de la desaparición de la familia, no se habló más, hasta nuestra generación. El creer que el no hablar evita sufrimiento es un error. Lo único que hace es aumentar el sufrimiento en la mente y pasarlo a las próximas generaciones.

Y pienso mucho en las frases de mi bisabuela, Pauline: «Esto no va a ir a más. ¿Qué más nos pueden hacer?». Creo que esas frases son muy relevantes hoy en día. Pensamos que los gobiernos neoliberales no nos van a hacer más daño, que esta situación que vivimos no va a ir a peor. Es peligroso negar la realidad que estamos viviendo.

También dedicas el libro a José María Valverde Cano, el padre de José María Valverde. Dices: «pasó el resto de su vida en silencio escribiendo poesía». ¿Nos explicas un poco la vida de tu abuelo paterno?

CV: Mi abuelo paterno era republicano pero no muy convencido. Era muy religioso. No estaba muy interesado en la política. Lo suyo era leer y escribir. Su pasión era la literatura. Escribía poesía religiosa. Vivía entre libros. Tenía una gran biblioteca en la cual mi padre creció y ya, desde los dos años, leía todos los libros que le rodeaban.

Salvador, tú conocías a mi padre y sabes que era alguien muy dulce, muy amable, muy abierto a hablar y a escuchar.

¡Sin ninguna duda!

Y de izquierdas.

¡Con menos dudas aún!

Pero aún con la buena relación que yo tenía con él, hay muchas cosas que no le pregunté sobre su padre y sobre la guerra, porque mi padre solo contaba una anécdota sobre la guerra y cada vez que la contaba se emocionaba mucho. O más bien creo que escogía momentos de gran intensidad emocional para contar esa anécdota.

¿Qué anécdota era esa?

Era sobre cómo él y dos de sus hermanos, cuando tenían 10, 11 y 13 años, tuvieron que irse a Francia solos para no morir de hambre, mientras su madre se quedaba en España con los dos pequeños cerca de mi abuelo que estaba en la cárcel, encarcelado por los republicanos. Era republicano y le encarcelaron los republicanos.

Los llantos de mi padre sobre su viaje a Francia me frenaban de preguntarle más sobre por qué mi abuelo estaba en la cárcel. Creo que mi abuelo tuvo diferencias con algunos republicanos. Pero no era una persona con grandes ideas políticas. Como digo, lo suyo era la religión y la literatura.

A mi padre no le pregunté más sobre la guerra (aunque creo que vio todo tipo de horrores) porque no quería verle triste. Y a mi madre sí le preguntaba sobre el Holocausto pero ella evitaba el tema y decía que no sabía o que no se acordaba.

Con toda esa herencia… ¿cómo no voy a escribir un libro como el que he escrito?

Exacto, ¡cómo no! Añades: «sus silencios -el de ambos- son ahora mis palabras». ¿Cómo es posible que sus silencios se transformen en palabras tan sustantivas como las tuyas?

CV: Bueno, no sé si son tan sustantivas. Mis abuelos callaron por miedo, por el momento histórico que vivieron y por su manera de ser. Yo no me puedo callar. Me he ganado la fama de inoportuna y a mucha honra. Seguro que tiene que ver con toda la herencia esa: siempre he tenido un espíritu anti-autoritario y nombro lo que veo. He elaborado y sigo elaborando mi sitio en varias generaciones de mi familia. He luchado mucho contra mi tendencia a la negación tan bien aprendida de mis antepasados. Pero ya se acabó. Basta de negar, de fingir y de callar.

Entiendo y respeto el silencio de mis abuelos, pero no es algo que yo quiera repetir. El no nombrar lo que vemos y sentimos no es bueno para la salud de nuestra sociedad. El silencio otorga el horror.

Hablando de violencia política, el exilio lo es también en muchos casos. Tu familia se exilió en 1967 tras un valiente e inolvidable gesto valverdiano y un comentario nunca olvidado sobre ética y estética. ¿Qué crees que significa el exilio para las personas que se ven obligadas a huir o a marchar de su país?

CV: En el exilio se pierde mucho: sitio, idioma, familia, amigos, cultura, paisajes y todo lo conocido. Y se pierde eso para obtener seguridad y en muchos casos, para salvarse la vida. El exilio es un gran golpe que rompe el corazón y exige mucho del ser humano. Y deja huellas profundas.

Claro que también se aprende mucho y se conocen otras maneras de vivir. Y uno ve cosas de uno mismo que no hubiera visto en su propio país. El exilio cambia a la persona y aunque algún día pueda volver a su país, la persona ya nota que no es de aquí ni de allá. Hay muchos autores palestinos que han escrito brillantemente sobre el exilio. Me encantan, sobre todo, los libros de Mourid Barghouti y la poesía de Mahmoud Darwish.

¡Tienes buen gusto! Entre los agradecimientos citas a los indígenas Cri de la Bahía de James de Québec, los Eeyou Istchii. ¿Quiénes son estos indígenas? ¿Qué tienes que ver tú con ellos?

CV: Los últimos cuatro años que viví en Canadá, los pasé en el subártico con los Cri. Se suponía que tenía que trabajar con ellos en temas de salud, como diabetes, pero las promotoras de salud me pidieron que colaborara con ellas trabajando en la elaboración de su trauma histórico, de la colonización, que ellos llaman «curación», con sus ceremonias tradicionales.

Esa experiencia ya la conté en el libro En tránsito de sueño en sueño, pero básicamente fueron unos años impactantes y mágicos para mí. Fui testigo de cómo una sociedad puede elaborar el daño causado por políticas genocidas. Yo ya había trabajado 10 años en el tema de la transmisión generacional del trauma de la violencia política con refugiados y exiliados en Canadá. Pero con los Cri fue una experiencia muy especial. Creo que podríamos aprender mucho de los indígenas canadienses sobre cómo llevar a cabo procesos y comisiones de verdad y reparación.

Luego te pregunto también con más detalle. Escribe el prólogo del libro Montse Armengou. ¿Quién es Montse Armengou?

CV: Montse es cineasta y escritora y se dedica, sobre todo al tema de la Guerra Civil y el franquismo y su impacto. Sus documentales en TV3 son de gran importancia. Para los que no los hayan visto, están disponibles en la web de TV3 y recomiendo, especialmente, ver el documental sobre el Valle de los Caídos y el documental sobre la epidemia de la polio.

Me sumo a tu recomendación. Afirma Armengou en su texto: «Así que psicólogos, periodistas, antropólogos, forenses, historiadores, etc que deberíamos estar al servicio de las más elementales políticas de reparación impulsadas por el Estado, acabamos siendo los bomberos del rescate de la represión de la dictadura y, lo que es más grave y vergonzoso, del olvido de la democracia». ¿Es así?¿Es justa y equilibrada Armengou en su comentario?

CV: Montse da en el clavo. Las pocas personas en el Estado español que se interesan por la reparación de la violencia política del siglo XX, son como bomberos: escuchan el dolor de los que relatan sus historias familiares en momentos puntuales, de forma informal, desorganizada, casi en secreto. No tenemos, como en tantos países, comisiones de verdad y reparación, procesos de elaboración, espacios públicos y amplios para la memoria histórica, para incluir y dignificar a nuestros abuelos, para hacer los duelos pendientes.

Tengo muchos correos de personas que han leído mi libro y que necesitan que alguien les escuche ese «ahora entiendo cosas de mi familia, de mí mismo, de mi generación, de nuestra historia». Lo único que no estoy de acuerdo con Montse es sobre los psicólogos. No están implicados en este tema. En todo el Estado español debe haber, como mucho, media docena de psicólogos que conozcan y trabajen con este tema.

Yo sé que tú y otras personas habéis hecho el importante trabajo de buscar a un pariente desaparecido y luego hacerles un homenaje, devolverles la dignidad que merecen.

Menos, muchos menos de lo que deberíamos haber hecho… Y, además, mucho antes.

Procesos y eventos así no deberían ser algo que se hace entre unas cuantas personas. Debería ser algo que vemos en las noticias todas las noches, en documentales. Todos en el Estado español deberíamos participar y saber de todos los desparecidos.

En Canadá, se puede seguir la comisión de verdad y reparación todas las semanas por la televisión a medida que van de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, escuchando las historias del trauma, de los antepasados y del dolor de ahora. Y los niños de las escuelas primarias y secundarias van a los actos de la comisión a escuchar los testimonios. Toda la sociedad tiene que estar implicada. Porque los más de 100.000 desaparecidos que aún hay en el Estado español son los abuelos de alguien, alguien en su corazón aún les espera. Todos les esperamos y necesitamos saber quién eran si queremos saber quiénes somos nosotros.

Bien, muy bien. Hablamos ahora de la introducción. Su título: «No es solo pasado». ¿Te parece?

CV: Claro, cuando quieras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.