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El nobel acierta: Harold Pinter

Fuentes: Quimera

La verdad es que el Premio Nobel no ha sido generoso con la literatura dramática, aunque lo hayan obtenido nada menos que Maurice Maeterlinck, Luigi Pirandello, Eugene O´Neill, Samuel Beckett y Dario Fo, entre otros autores que quizá sea mejor olvidar. Que a esta escueta lista se haya añadido el nombre de Harold Pinter, es […]

La verdad es que el Premio Nobel no ha sido generoso con la literatura dramática, aunque lo hayan obtenido nada menos que Maurice Maeterlinck, Luigi Pirandello, Eugene O´Neill, Samuel Beckett y Dario Fo, entre otros autores que quizá sea mejor olvidar. Que a esta escueta lista se haya añadido el nombre de Harold Pinter, es una muy buena noticia que no debe sorprender a nadie que conozca el teatro, ya que coincide con un momento en el que el texto dramático vuelve a tener una presencia en los escenarios que había ido perdiendo.

La decisión de la academia sueca se ha recibido en España entre las arbitrariedades de los comentaristas de ocasión – preocupados sobre todo por las inquietudes políticas, las duras críticas a Tony Blair debido a su participación en la guerra de Irak, el antiamericanismo y el supuesto hermetismo de las obras de Pinter – , y la alegría de la gente de teatro que lo reconoce como a uno de los más grandes e influyentes de los autores dramáticos de la segunda mitad del siglo XX.

Harold Pinter nació en 1930, en Hackney, un modesto barrio del East End de Londres, donde siendo joven padeció el antisemitismo, ya que su padre era un sastre judío. Formó parte de aquella generación de escritores y cineastas, los Young angry men o Jóvenes airados (John Osborne, Arnold Wesker o Ann Jellicoe) y el free cinema (Tony Richardson, Karel Reisz o John Schlesinger), estética y políticamente renovadora y comprometida, aunque nunca caiga Pinter en los habituales clichés de la literatura política. Tras un primer matrimonio con la actriz Vivien Merchant, con quien tuvo un hijo, se casó en segundas nupcias con la historiadora de origen aristocrático Lady Antonia Fraser, biógrafa de la familia real británica.

Ha sido autor teatral, director, actor (aparece, por ejemplo, en la reciente El sastre de Panamá ) y guionista de cine ( El sirviente , de Joseph Losey; El último magnate , de Elia Kazan; La mujer del teniente francés , 1981, de Karel Reisz; y Reencuentro de Jerry Schatzberg, basada en la excelente novela de Fred Uhlman) novelista ( The Dwarfs , 1990) y poeta ( War , 2003). Y no ha tenido inconveniente alguno en escribir para la radio y la televisión, aunque haya reconocido que lo más difícil sea hacerlo para el teatro. Nos ha dicho también que su trabajo como actor ha sido fundamental a la hora de componer sus piezas, de crear un diálogo creíble. En el terreno cinematográfico, quizá su decepción mayor fuera que Losey no llegara a rodar su guión de En busca del tiempo perdido .

Sus vínculos con el teatro han sido diversos. Así, fue director asociado del Teatro Nacional de Londres (1973-1983). No es fácil, entre tantas obras de interés, hasta un total de 29 piezas teatrales, destacar las más relevantes. Quizá yo me quedaría con La habitación (1957), su primera obra, La fiesta de cumpleaños (1958), El portero (1960), El amante (1962); Regreso al hogar (1965); Viejos tiempos (1971), Tierra de nadie (1975), Traición (1978) y Polvo eres (1996).

Para entender las obras de Pinter (teatro, cine, radio y televisión), es imprescindible tener en cuenta que se inscribe en una tradición que proviene de autores tan distintos como Chéjov, Joyce, Kafka y Beckett, por sólo recordar a los principales. Así, las obras transcurren en espacios cerrados, en los que nuestro autor, maestro en el uso de la elipsis, utiliza un lenguaje sintético, preciso, lleno de pausas y silencios (importa tanto lo que se dice como lo que se calla), de diálogos impredecibles, en donde se muestra la escasa consistencia de nuestros recuerdos. Sus obras se ocupan de las relaciones personales, de los extraños lazos que se crean entre los miembros de una familia, en el matrimonio.
Todo estos rasgos componen aquello que se ha denominado pinteriano y que, frente a lo que suele comentarse, nada tiene de absurdo , sino que vendría a ser un recurso que pone de manifiesto la utilización del lenguaje como máscara del pensamiento e instrumento de engaño. Las obras de Pinter, que precisan de un espectador activo, tratan de las relaciones de poder, de cómo el lenguaje se erige en instrumento de sometimiento y dominio en todas las relaciones humanas. Él mismo ha definido su método: «lo que ocurre en mis obras es realista, aunque lo que yo haga no sea realismo».

A pesar de su máxima exigencia y de su poco complaciente actitud civil y artística, o quizá por ello, en el teatro de las últimas décadas su influencia ha sido grandísima, no hay más que pensar en autores como Albee, Sam Shepard, Kushner, Neil La Bute o Sarah Kane, a quien defendió cuando -con motivo del estreno de Blasted la acusaron de utilizar una violencia gratuita en sus obras.

También me gustaría recalcar que su recepción en España, hasta donde yo conozco, ha sido mucho mayor de la que se ha comentado estos días. Valgan como ejemplo unos cuantos datos. En 1962, Dido Pequeño Teatro montó El cuidador , dirigida por Trino Trives. A Luis Escobar le debemos un memorable montaje de Viejos tiempos en el Teatro Eslava, con Irene Gutiérrez Caba, Lola Cardona y Paco Rabal. En el añorado Lliure de Gracia se estrenó en catalán, en 1987, dirigidos por Carme Portacelli y Xicu Masó, El montaplatos y La ultima copa . Pero quizás el mayoracontecimiento al respecto haya sido el ciclo del llamado ‘Otoño Pinter’ (1996-1997) en la Sala Beckett, de Barcelona, que contó con la presencia del autor, y del que destacaría, además del montaje de Ashes to ashes , dirigido por el propio Pinter e interpretado por Lindsay Duncan y Stephen Rea, la puesta en escena de Un ligero malestar , bajo la dirección de Ian Mandell, y que interpretaron Lina Lambert, José Carlos Lillo y Pep Navarro. También el Teatro Pradillo de Madrid y el Espai MOMA de Valencia le han dedicado ciclos en estos últimos años. Como tampoco me olvido de las acertadas versiones de El amante y Traición que dirigieron, respectivamente, Pere Sagristà y Xavier Albertí. Por tanto, sus seguidores en España no podían ser pocos. Entre ellos, se cuentan algunos de los mejores autores de las últimas décadas, como son José Sanchis Sinisterra, Ernesto Caballero, Llüisa Cunillé, Paco Zarzoso y Juan Mayorga. No menos significativos son los elogios que, con motivo de la concesión del premio, le han dedicado algunos de los mejores escritores y directores del teatro español actual, como Francisco Nieva, Fernando Arrabal, Ignacio Amestoy, Sanchis Sinisterra, Mario Gas, Álvaro del Amo, Xavier Albertí y Calixto Bieito.

Sus obras aparecieron publicadas muy pronto en la revista Primer acto y en las colecciones de teatro de Aymá y Cuadernos para el Diálogo. En la actualidad, sus libros pueden encontrarse en las editoriales Losada e Hiru, la casa de Alfonso Sastre. Con todo, acaso sea la versión cinematográfica de Regreso al hogar la perla de cuanto pueda hallarse hoy en España sobre él, dentro de la serie American Film Theater, dirigida por Peter Hall, quizás el director que más lo ha acompañado durante toda su trayectoria.

Y así, un hombre de 75 años, mal afeitado, con barba canosa y un aparatoso esparadrapo sobre la ceja izquierda, tocado con una gorra marinera y ayudándose de un bastón, consumido por la enfermedad (desde el 2003 padece un cáncer de esófago), sale a la puerta de su casa de Holland Park, en Londres, para responder a la prensa, con su habitual laconismo, tras la consabida pregunta de por qué le han dado el Premio Nobel: «Eso me pregunto yo…».