Mientras el virus ha tenido fronteras, allá en África, ese inframundo habitado por parias, el orden de las cosas sigue su cauce. Los muertos no contaban, salvo aquellos pertenecientes a organizaciones religiosas, misioneros, médicos, enfermeras y personal auxiliar de organizaciones humanitarias, de piel blanca, trasplantados al, eufemísticamente apodado, continente negro. Mucha víctimas del Ébola u […]
Mientras el virus ha tenido fronteras, allá en África, ese inframundo habitado por parias, el orden de las cosas sigue su cauce. Los muertos no contaban, salvo aquellos pertenecientes a organizaciones religiosas, misioneros, médicos, enfermeras y personal auxiliar de organizaciones humanitarias, de piel blanca, trasplantados al, eufemísticamente apodado, continente negro. Mucha víctimas del Ébola u otras enfermedades infeccionas han pasado a la categoría de Santos y mártires. Religiosos altruistas que dan su vida por ayudar al desvalido. Una manera como cualquier otra de salvar el alma y redimir el sentimiento de culpa propio de pecadores. Igualmente, médicos, deportistas, actores y gente de la farándula hacen campaña para apadrinar un niño, construir una escuela o levantar un hospital. África es un buen lugar donde practicar la condición de buen samaritano. Inclusive, Naciones Unidas tiene sus embajadores, gente de bien al servicio de causas humanitarias. Acciones que ennoblecen y reivindican al homo sapiens, sapiens, como seres reflexivos y conscientes, dolosos con la desgracia ajena, al decir de Adam Smith. ¿Algo habrá que hacer ante las hambrunas, falta de escuelas, hospitales, desastres naturales y enfermedades que asuelan África? Mil cosas, desde campañas de concientización en medios de comunicación hasta bonos solidarios ubicados estratégicamente en las cajas registradoras de supermercados y grandes superficies que nos recuerdan la necesidad de misericordia con los pobres y desheredados de la tierra. Sin olvidarnos de las órdenes religiosas que se esmeran en recoger alimentos, medicamentos y donaciones para ampliar su labor evangelizadora. Comparte tu riqueza con un pobre, Dios te recompensará en el cielo, pero antes pasa por caja, la Iglesia te lo agradece. Sólo un dato: la orden San Juan de Dios, a la cual pertenecía el sacerdote español repatriado de Liberia y contagiado de Ébola, contaba en 2011 para su filial, Orden Hospitalaria San Juan de Dios, con 12 millones de euros en productos financieros de deuda pública del tesoro español y capitales de riesgo y 1,16 millones de euros en renta fija del Banco de Santander. Todo un detalle, teniendo en cuenta que el medio millón de euros, que dice el Gobierno ha costado el traslado a Madrid, será sufragado íntegramente por el Estado. De esta forma se cierra un capítulo más de la connivencia entre Iglesia y Estado.
Eso sí, mientras nos congratulamos del operativo humanitario, en Estados Unidos el Ejército anuncia poseer un fármaco secreto llamado Zmapp como respuesta al virus del Ébola. Dicho anuncio coincide con los traslados del médico Kent Brantly y la cooperante Nancy Writebol, afectados por el virus, al centro de enfermedades infecciosas de Atlanta, el más completo en el mundo para su tratamiento. Mientras tanto, el religioso español Miguel Pajares es repatriado a un hospital de Madrid, desmantelado, que no cuenta con medios, pero sí con el fármaco, enviado gentilmente por el Ejército estadunidense para ser administrado como paliativo. En ambos casos se da vía libre para experimentar en humanos. Ahora, tras la muerte del sacerdote español Miguel Pajares, el Comité de Ética de la Organización Mundial de la Salud aprueba el uso experimental del fármaco en África como opción para el tratamiento o prevención, aunque no se conozcan sus efectos secundarios y su eficacia no esté comprobada. Pero, oh casualidad, el fármaco está agotado…
Utilizar el Zmapp en los países afectados por el virus del Ébola amplía la población sobre la cual experimentar, pero sobre todo facilita a sus dueños el control, a pie de campo, de los posibles efectos secundarios, convirtiendo a África en un laboratorio al aire libre. Por el momento el brote actual ha causado la muerte de más de mil personas, situando la tasa de mortalidad entre 25 y 90 por ciento de los infectados. Pero nos olvidamos de que los países afectados forman parte del tercer mundo, donde se desarrolla la venta de armas, la extracción de materias primas y el comercio ilegal de diamantes o animales exóticos por auténticas mafias y empresas trasnacionales, donde los gobiernos hacen la vista gorda. No hay nada mejor que una espléndida pandemia vírica para aumentar beneficios. Sirva como recordatorio que África, sus gentes y sus riquezas han sido explotadas por potencias e imperios en nombre del progreso y la civilización occidental. Bélgica, Holanda o Gran Bretaña. Sin olvidarnos de Francia, España, Portugal, Alemania o Italia. Desde el siglo XVI, hombres, mujeres y niños fueron capturados, encadenados y transportados a Europa y América, vendidos como esclavos. Reyes, cortesanos y burgueses amasaron sus fortunas potenciando el comercio de carne humana. Igualmente expropiaron sus territorios y establecieron sus lindes para monocultivos, plantaciones de caucho, cacao, azúcar y cuanta materia prima fuese capaz de generar ganancias. Asimismo, el marfil, las pieles y los trofeos de caza fueron lucidos en las mansiones de Londres, Ámsterdam, París, Bruselas, Brujas, Roma o Hamburgo.
Hoy Europa le cierra las puertas. Antes los importaban como mercancía, hoy los expulsan como seres humanos. Pateras atestadas de jóvenes africanos, atraídos por las sociedades opulentas, dejan su vida en el mar por un sueño imposible. Son miles los africanos muertos en las aguas que bañan las costas de España e Italia o ven cómo se les reprime cuando tratan de saltar las alambradas de Melilla. El Ébola es un argumento más para cerrar puertas y, de paso, seguir obteniendo beneficios económicos en nombre del progreso. El Ébola es una bendición para las empresas farmacológicas. Además lo sufren africanos, no la gente civilizada. Una verdadera ventaja.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/08/17/opinion/018a1mun