Que las derechas pro-capitalistas sean machistas hasta el trágico desbordamiento de sus implicaciones, es algo coherente con el sistema de explotación y opresión que representan. Esto no bebe sorprender porque la conversión de la mujer en instrumento sexual, económico y social del hombre, que data de muchos milenios atrás, se ha convertido en algo extraordinariamente […]
Que las derechas pro-capitalistas sean machistas hasta el trágico desbordamiento de sus implicaciones, es algo coherente con el sistema de explotación y opresión que representan.
Esto no bebe sorprender porque la conversión de la mujer en instrumento sexual, económico y social del hombre, que data de muchos milenios atrás, se ha convertido en algo extraordinariamente funcional al capitalismo, a su fase de sobre-explotación neoliberal, al proceso de mercantilización extrema de las relaciones humanas y potenciación de los egoísmos de quienes ejercen y disfrutan del poder.
La congruencia de la explotación capitalista con el trabajo doméstico femenino no remunerado y mal remunerado, con la discriminación salarial por sexo, con la precarización de los contratos de explotación por la condición mujer, es sencillamente esencial a la mezquindad y afán de lucro de la clase burguesa.
La nefasta armonía entre el interés del hombre que asume a la mujer como su propiedad y del capital bajo propiedad de los hombres, es más que evidente.
La creciente violencia de la dominación social, cultural y estatal de estos tiempos es perversamente armónica al incremento de la violencia contra todos los sectores discriminados y subordinados, y muy especialmente contra la mujer humilde.
La complementación entre la explosión mercadológica del negocio del sexo en función de la satisfacción del placer masculino y toda la dinámica del sistema capitalista en proceso de degradación y senilidad (extracción de plusvalía, maximización de las ganancias por vías extralegales y «extra-económicas», concentración de poder y riqueza, corrupción-delincuencia-narco-
Y ninguna de estas imposiciones y relaciones de poder y explotación ceden- ni siquiera en aspectos limitados- sin una contrapartida fuerte que la obligue.
De esa realidad dominante se derivan las aberraciones en las relaciones de pareja y familia, que en fases explosivas como la actual, escandalizan -no sin grandes hipocresías- hasta a los agentes de la dictadura mediática capitalista-patriarcal y a la partidoracia que le sirve: feminicidios, golpizas, torturas psicológica y física, asesinatos de los hijos, suicidios, acoso, abandono…
Esto no es -como profusamente se pregona- simple violencia «intrafamiliar», sino violencia sistémica, violencia derivada de la ideología y cultura dominante, y especialmente de la nefasta amalgama capitalismo-patriarcado que la genera.
Como también es sistémica la impunidad que la protege y reproduce (policial, militar, política, judicial, eclesiástica…), y la propaganda, cultura y publicidad mediática que la estimula; siempre abrazadas al pensar y al quehacer político y filosófico-religioso hegemónico.
En todo caso lo intrafamiliar de este fenómeno es solo el escenario en que se produce cuando la violencia tiene lugar entre parejas, en el seno de la familia o del hogar. Pero sus causas fundamentales son inseparables de las esencias de la clases dominantes-gobernantes y de la masculinización despótica del poder que ejercen sus grandes beneficiarios desde dentro y desde fuera del Estado contra la mayoría de la sociedad.
Igual resulta -en sus concretas dimensiones y con sus especificidades- la manera como el gran capital incorpora a su dinámica de explotación-exclusión la demás discriminaciones (racial, generacional, homofóbica, xenofóbica…) y la expoliación-contaminación de la naturaleza.
El «olvido» de la mujer por las izquierdas.
Si bien todo esto es desgarrador, aunque coherente con la «naturaleza» de las fuerzas dominantes, duele y resta mucho a la causa libertaria en materia de opresión de género, la específica y grave incongruencia de las izquierdas consecuentes con las luchas contra el capitalismo y el imperialismo en tanto sistema explotador y saqueador e inconsecuentes en el combate a la opresión patriarcal que acompaña la explotación capitalista.
Es, en fin de cuentas, el producto de un pensamiento emancipador parcial , limitado al trascendente tema de la explotación de clase, pero atado en buena medida -o fuertemente influido- por los intereses generales y grandes favores particulares del patriarcado al ser masculino.
Es producto del «olvido» de la mujer por una izquierda anticapitalista, antiimperialista, incluso pro-socialista y hasta comunista, pero fundamentalmente y hegemónicamente masculina y masculinizada; además de sensiblemente autoritaria y estatista, sobre todo a partir de las deformaciones de las primeras revoluciones obreras, campesinas y populares de orientación socialista.
A lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI esa ha sido una realidad preponderante, que solo en años recientes ha comenzado a agrietarse por la embestida de la teoría de género de corte revolucionario y en general por los aportes de todas las corrientes feministas. Esto pese a loables esfuerzos anteriores de una minoría de mujeres militantes del socialismo, lúcidas en el tema vinculado a la lucha de clase y rebeldes frente a su condición sector discriminado, y también de las contribuciones de unos pocos hombres consecuentes en esa materia relacionada con la emancipación de la humanidad.
Así las cosas, el peso determinante del machismo en las mentes y los corazones de los hombres que han dominado las estructuras dirigentes y de base de las izquierdas y de los movimientos populares, y el predominio de la concepción patriarcal que ha dominado la historia de la humanidad hasta la fecha, le han restado integralidad emancipadora a las luchas que se han librado; y, además, han contribuido a disminuir y a bloquear las energías redentoras de las mujeres Y de los componentes femeninos de las diversas clases explotadas, excluidas o afectadas por el gran capital.
Esta valoración no obvia el enorme peso de la cultura patriarcal sobre las propias mujeres, como acontece con la ideología del capital sobre los/as trabajadores/as.
Las izquierdas cultivadas en el pasado siglo, dolorosa e injustificablemente, han sido machista; y muy resistente al tema, sobretodo después de decirse tantas verdades sobre el patriarcado derivadas de valiosas investigaciones.
Desde el «olvido» en el Manifiesto Comunista de la cuestión femenina hasta el desprecio de los varones revolucionarios por el significado desgarrador de la doble opresión de la mujer y del imperio del patriarcado, pasando por una persistente doble moral frente forma de opresión, esas izquierdas en gran medida -salvo ciertas excepciones y no pocas proclamas formales y hasta hipócritas- le han dado de lado a tan importante cuestión.
Y lo que es peor han despreciado el contenido de justicia que encerraría, que junto a la emancipación de las clases y sectores explotados, la liberación femenina sea consecuentemente asumida en tanto abolición de la opresión de género combinada con la erradicación de la explotación de clase y el fin del capitalismo.
En tanto lucha por el socialismo y el comunismo integral.
En consecuencia: un enorme potencial liberador ha sido desatendido, menospreciado y no pocas veces golpeado y vejado.
La relegación de las demandas de género, la exclusión y discriminación en las instancias de decisión de esas izquierdas, la aplastante mayoría numérica masculina, la exclusión del género femenino del lenguaje, las burlas, el maltrato o la subestimación de las compañeras, el maltrato en el hogar, la constante reproducción de las ideas y prácticas patriarcales… han copado también las filas de las izquierdas y ha provocado costosas segregaciones de los movimientos feministas que se han venido conformado y potenciando con especial dignidad.
Más allá de cierta legislación favorable y de ciertos discursos formales, la discriminación estuvo y está presente hasta en procesos revolucionarios y en las llamadas «sociedades socialistas» o regidas por regímenes de izquierda.
A duras penas, dentro y fuera de las izquierdas, con muchos sacrificios v amarguras, los movimientos feministas han logrado perforar o debilitar limitadamente esa coraza machista que protege una de las dominaciones más antiguas de la sociedad humana, desde una actitud evidentemente autodefensita de los privilegios que ofrece esa relación desigual.
¿Cuántos «cuadros» valiosos le han restado esa actitud y esa concepción machista a nuestro movimiento? ¿Cuántos destacamentos femeninos combativos han sido bloqueados? ¿Cuántas potencialidades emancipadoras han sido despreciadas?
Las mujeres del mundo siguen cargando con el mayor peso de la opresión, terriblemente reforzada en la era neoliberal, expresándose mayores índices de pobreza, en más precarización del trabajo femenino y en más feminización de la fuerza de trabajo, sin que hayan sido liberadas de doble jornada: una mal pagada (la remunerada extra-familiar) y otra sin sueldo (la doméstica).
Además, con niveles alarmantes manipulación de los atributos femeninos y clientelización de su ser y su ciudadanía.
Crece la paternidad irresponsable, crece el número de madres solteras.
Crecen, dentro de un sistema que convierte todo en mercancía, la comercialización de su cuerpo, su sexo y su imagen y la desgarradora humillación espiritual.
Crece la violencia de género junto a la violencia capitalista en sentido general y global.
Crece la violencia contra la mujer en la relación de pareja, en la vida familiar, en el negocio del sexo, en el tráfico de personas, en el trabajo, en el desempleo, en el empobrecimiento, en la sociedad toda.
Crecen los feminicidios
Y crece la violencia opresora contra la mujer -y se torna más dramática- a pesar de las luchas femeninas y de sus conquistas tangibles e intangibles como represalia patriarcal-machista contra ellas e incluso como venganza personal ante sus reclamos de respeto a derechos formalmente consagrados o ante el ejercicio autónomo de los mismos.
Es tiempo ya para un viraje serio, profundo, radical de esas izquierdas a favor de una inseparable relación entre lucha de clases y la emancipación del género femenino.
Es tiempo para que lo mejor, lo más reflexivo y con mayor capacidad crítica y autocrítica de las izquierdas masculinas y masculinizadas, dejen de serlo.
Esa sería una formidable contribución a esa causa y especialmente al desarrollo de una naciente nueva izquierda juvenil, masculina y femenina, trabajadora y estudiantil, que comienza a emerger con bríos innovadores.
Esto estimulará a que esa fuerza naciente confluya, junto a todo lo autotransformador y renovado revolucionariamente, hacia la conformación de un torrente diverso, radical e integralmente transformador; y a su creciente participación en los combates contra el tenebroso y decadente capitalismo machista, racista, adulto-céntrico, ecocida, homo-fóbico, xenófobo… estremecido en la actualidad por la peor crisis de su historia.
Así habrá de crecer nuestra autoridad como parte del torrente transformador por la democracia real, el socialismo participativo y el mundo solidario que tanto anhelamos.
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