Los grandes bloques están tomando posiciones para mantener su hegemonía en un mundo con menos recursos y en el que las reglas del juego serán otras
Aunque la invasión rusa de Ucrania parece situar el centro del teatro de operaciones en el Este de Europa, algo está ocurriendo un poco más alejado del foco, como entre bambalinas. Algo muy importante. El viraje del centro de poder del mundo desde el océano Atlántico hacia el Pacífico. Una mudanza que irá coincidiendo, paradójicamente, con un aumento de las posibilidades de conflicto bélico –incluso nuclear– a gran escala, en una era marcada por el descenso energético. Todo normal y bien.
La Administración Biden difundió hace pocos meses el documento Estrategia Indo-Pacífico en el cual declaran: “Ninguna región será más importante para el mundo y para los estadounidenses que el Indo-Pacífico”. Recientemente, China ha cerrado un acuerdo de defensa y seguridad con las Islas Salomón, un acuerdo insignificante, pero que ha puesto nerviosos tanto a estadounidenses como a australianos.
Estos sucesos que dibujan una tendencia peligrosa ya han sido analizados por Rafael Poch o Xulio Ríos, quien recientemente alertó del creciente riesgo de conflicto en Taiwán. También lo ha tratado Olga Rodríguez, que en este artículo señala que “la inercia hacia un marco de guerra, como si fuerzas irreversibles de la historia nos llevaran a ella, es evitable”. No podemos estar más de acuerdo con esa frase, y para ello, qué mejor que identificar qué fuerzas son esas, para tratar de entenderlas y así poder desactivar su aparente irreversibilidad.
La trampa de Tucídides 2.0
La trampa de Tucídides es un concepto creado en 2015 por el politólogo estadounidense Graham Allison. Hace referencia al conflicto entre Atenas y Esparta –narrado por Tucídides en Historia de las Guerras del Peloponeso– como una manera de explicar el dilema que existe entre una potencia hegemónica pero en decadencia (Esparta – Estados Unidos) y otra en ascenso (Atenas – China). El temor a que la potencia emergente acabe siendo la dominante llevó supuestamente a Esparta a iniciar una guerra contra Atenas, la cual ganó, evitando así el ascenso de su rival, aunque pagando un alto precio en forma de desgaste.
¿Es Rusia el verdadero rival de Estados Unidos? No, por supuesto que no. Es China. La guerra en Ucrania, Tucídides no lo quiera –y sobre todo tampoco los halcones estadounidenses–, podría ser la antesala de un conflicto mayor para evitar el ascenso final de una potencia emergente que ya domina los sectores industrial y económico. Le falta el militar, aún muy claramente del lado de la organización atlántica. Que vivamos una época nuclear no disminuye el riesgo de que la OTAN –la que se reúne dentro de un mes en Madrid– considere esta opción.
Otro factor –probablemente el más importante– que hay que tener en cuenta en esta historia es el energético. EE.UU. es un gran consumidor de energía. China, también. De hecho, superó a EE.UU. hace aproximadamente una década como el primer consumidor de energía del mundo. Y en ambos países el consumo de energía crece sin cesar. Normal: numerosos estudios, como los del economista y profesor de la Sorbona Gaël Giraud, han mostrado que la pretendida desmaterialización de la energía es solo un mito, que si se quiere seguir creciendo económicamente, el consumo de materiales y de energía tiene que crecer, aquí o en el lugar al que hayamos deslocalizado la fábrica que nos suministra los productos.
La cantidad de energía que nos proporcionan los combustibles fósiles y el uranio ya no crecerá más. Peor que eso, caerá con fuerza durante esta década
Pero resulta que la disponibilidad de energía en este planeta es finita y que las fuentes de energía no renovables (petróleo, carbón, gas natural y uranio), que nos proporcionan el 90% de nuestro consumo de energía primaria, han tocado techo. Faltando minas y yacimientos tan buenos como los que agotamos en las décadas precedentes, la cantidad de energía que nos proporcionan los combustibles fósiles y el uranio ya no crecerá más. Peor que eso, caerá con fuerza durante esta década, lo que ya se ha empezado a notar, y de qué manera: cortes de luz en China por falta de carbón, falta de diésel y de queroseno para aviones en la costa Este de EE.UU., inventarios de combustible en mínimos por todas partes, aumento de precios generalizado, la verde Unión Europea aumentando la proporción de carbón en el mix…
Los grandes bloques están tomando posiciones para mantener su hegemonía en un mundo con menos recursos y en el que las reglas del juego serán otras. Rusia, por razones históricas, miraba hacia Europa y por ello ve con recelo la expansión de la OTAN en los países del Este europeo. Europa, por su lado, mira sobre todo hacia África, como demuestran las operaciones militares auspiciadas por Francia en el Magreb o los planes de producir hidrógeno verde para Alemania patrocinados por el gobierno teutón en Marruecos, Namibia o Congo. China también tiene intereses en África, pero mira todavía más hacia el Sudeste Asiático, pretendiendo extender su área de influencia y ganarle la carrera a su gran rival regional, la India, que aún está demasiado ensimismada en su grandeza y su enorme diversidad cultural y étnica. ¿Y EE.UU.? ¿Hacia dónde mira EE.UU. para afrontar la Era del Descenso Energético?
EE.UU. ha empezado a girar su atención hacia el Pacífico, con la cada vez más declarada intención de que este océano deje de hacer honor a su nombre
De manera natural, EE.UU. debería mirar hacia Sudamérica, pero se resiste a abandonar su papel de imperio planetario. Con más de 800 bases repartidas en más de 70 países, los amigos americanos tienen todavía intereses repartidos por todo el planeta. Y si bien el expansionismo africano de los europeos no les quita el sueño, sí que les preocupan y mucho las veleidades rusas en Europa, y aún más las ambiciones chinas en el Sudeste Asiático. Por eso EE.UU. ha empezado a girar su atención hacia el Pacífico, con la cada vez más declarada intención de que este océano deje de hacer honor a su nombre.
Una parte importante de la estrategia americana se centra en la protección de Taiwán, lugar crítico por ser uno de los dos países (el otro es Corea del Sur) que alberga las más avanzadas fábricas de microchips de última generación. China no ha ocultado nunca su interés por recuperar el control de la que considera una isla rebelde, parte de su territorio nacional. Por eso el juego de maniobras militares estadounidenses, replicadas con maniobras militares chinas, durante los últimos meses. Y unas recientes declaraciones de Biden en su visita a Japón –como buscando complicidades en un lugar nada casual– han añadido un poco más de picante al asunto: “Defenderemos Taiwán si China lo ataca”.
Debido a la escalada de tensión, otra parte importante de la estrategia americana son las alianzas en la zona: AUKUS, la reciente entente con Reino Unido y Australia, quien también ve con recelo el avance imparable de la influencia política china en su flanco noroccidental y con la que coincide también en la QUAD: otra alianza militar –en este caso resucitada- que incluye a India y Japón.
China ya está librando su guerra de conquista de manera relativamente incruenta: la primera víctima ha sido Sri Lanka
Y sin embargo China ya está librando su guerra de conquista de manera relativamente incruenta: la primera víctima ha sido Sri Lanka, que recibió con los brazos abiertos las inversiones chinas en puertos y otras infraestructuras y ahora tiene a China como su principal acreedor y negociador en la definición de las condiciones de liquidación económica y política de la gran isla del Índico. Pero Sri Lanka no es el único país en manos chinas, solo el primero en caer: la estrategia de la Nueva Ruta de la Seda de China, financiando nuevas infraestructuras en otros países con créditos aparentemente ventajosos pero en la práctica impagables, dado su alto monto, les está dando grandes réditos.
A pesar de que su estrategia de dominio es más comercial que militar, China es bien consciente de la Trampa de Tucídides y sabe perfectamente que EE.UU. no se quedará impasible mientras continúa avanzando escalones hacia la hegemonía de su región, y por eso continúa con su rearme y mostrando su músculo militar cuando precisa. Y a pesar de que EE.UU. apuesta más por la intimidación física, juegan también algunas de sus cartas con sutileza, esperando estrangular el acceso de China a los preciados y cada vez más escasos recursos: de ahí todos los problemas con el carbón australiano que China embargó durante meses o las recientes protestas de Japón por las prospecciones de China en el Mar de la China.
Todo este vertiginoso choque de trenes a cámara lenta es la consecuencia lógica de una actitud ilógica: la de intentar mantener el crecimiento infinito en un planeta finito. Una idea no solo equivocada, sino suicida. Una idea que nos puede llevar a muchas otras guerras. Nuevas ucranias que tendrán que sucumbir al horror de la más nociva y peligrosa de las ideas que ha conocido este planeta: la del crecimiento infinito.
¿Hay acaso algo más estúpido que una guerra? Pueden apostar que sí: una guerra cuando los recursos menguan rápidamente y cuando la única respuesta posible al reto ecológico que tenemos delante es compartida, cooperativa.
La única solución a la trampa de Tucídides
Si queremos solucionar este enredo hay que reconocer la hipocresía de Occidente: por un lado consideramos cualquier mínimo gesto, como el del acuerdo con las Islas Salomón, de una China poco expansionista –al menos militarmente– como una amenaza para nuestra seguridad. Por otro lado, la expansión de la OTAN ha sido espectacular en estos últimos 30 años. Y luego nos extraña que un país que ha sido invadido dos veces en los últimos 200 años por ejércitos europeos (Napoleón y Hitler) tema que pueda haber una tercera invasión, y que a la tercera, ya se sabe. Hasta el papa Francisco comprende esto perfectamente y no teme decir que la guerra de Ucrania quizá ha sido provocada por los “ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia”.
¿Esto quiere decir que la OTAN sea la mala de la película y Putin una novicia inocente? En absoluto. Putin es un sátrapa autoritario, liberticida, y la invasión no se puede justificar de ninguna manera. La solución a la Trampa de Tucídides es precisamente esa, salir de esquemas maniqueos de “buenos y malos”, asumir la complejidad de las relaciones geopolíticas e internacionales, y empezar a reconocer que va a ser imposible hacer frente a los retos que tenemos como civilización si pensamos en seguir creciendo. Cuando el espacio o los recursos energéticos son finitos más te vale dejar de crecer salvo que tu intención sea aplastar a los de al lado.
Toca cooperar para enfrentar el dilema del prisionero global que conforman la crisis climática y la energética, un enredo en el que estamos todos metidos y del que no se puede salir bien parado mediante guerras. La Trampa de Tucídides 2.0, es evidente, no tendrá vencedor alguno. En el Otoño de la civilización todas son potencias crepusculares. Puede haber un bando que pierda menos, sí, pero el riesgo de destrucción mutua total no existía en los tiempos de las Guerras del Peloponeso. La única opción pacífica es que la potencia dominante renuncie a dominar militarmente a la ascendente y la ascendente sea generosa con la que le deja espacio sin guerrear.
Necesitamos imaginar una política que no sea de bloques. No necesitamos recetas conocidas o suaves reformas. Necesitamos un cambio enorme en poco tiempo, pero que aún es posible. Hagámosle caso a Tolstoi, que algo sabía de guerras y paces cuando escribió “pensamos que todo está perdido cuando se nos hace salir de nuestro sendero habitual, pero es ahí precisamente donde empieza lo nuevo y lo bueno”.
Juan Bordera, es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. @JuanBordera
Antonio Turiel. Investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC. @amturiel