Después de cuatro años de reuniones, la comisión del Pacto de Toledo ha concluido su informe sobre la reforma del sistema público de pensiones, que -se supone- servirá de soporte a la futura ley. El informe tiene avances significativos, aun cuando se resiste a librarse del lastre originado por el propio Pacto de Toledo en 1995, la separación de fuentes y la disociación entre el Estado y la Seguridad Social (SS).
Para eliminar el actual déficit de la SS, el informe recomienda el procedimiento, defendido con frecuencia por los sindicatos, de mantener la dualidad, pero traspasando al presupuesto del Estado aquellas cargas que actualmente están presentes en las cuentas de la seguridad social y que no son en sentido estricto pensiones contributivas. Es lo que se denomina “gastos impropios”, y que engloba, por una parte, prestaciones derivadas de la actuación social del sector público, pero que no están ligadas a cotizaciones sociales y, por otra, las ayudas a las empresas en forma de reducción de cuotas para promocionar el empleo.
Todos estos gastos se estiman en 22.871 millones de euros y se supone que al final de 2023, cuando haya finalizado el traspaso, la SS se habrá librado del déficit. Pan para hoy y hambre para mañana, porque se continúa afirmando que las cotizaciones sociales tienen que mantenerse “como la fuente básica de las prestaciones contributivas”, con lo que para el futuro se dejarán las pensiones al albur de la variación de las cotizaciones o, lo que es lo mismo, de la evolución del mercado laboral y de los cambios demográficos, sin considerar ni la productividad, ni la renta per cápita, ni la presión fiscal, que son las variables a tener en cuenta en todo tipo de gastos sociales.
Es verdad que tras calificar de fuente básica a las cotizaciones sociales, se añade: “…sin perjuicio de los apoyos y recursos económicos adicionales, como pueden ser las transferencias del Estado”. Y es también verdad que hablar de transferencias y no de préstamos es un paso importante, pero no podemos ocultar que los denomina recursos adicionales, lo que coloca a las pensiones en una situación peor que otro tipo de prestaciones, como, por ejemplo, la sanidad o la educación. No es por casualidad que en todas las crisis económicas las pensiones se encuentren en el centro de la diana.
A pesar de que se traspasen al presupuesto del Estado los gastos impropios, la dependencia de las pensiones contributivas de las cotizaciones sociales como fuente básica de financiación amenaza con que, antes o después, retorne el déficit de la SS y con él la pretensión de reforma y la demanda de ajustes, y que dentro de 10, 15 o 20 años estemos en la misma situación. (Ver, entre otros, mi artículo del 14-12-2017, titulado “La OCDE y de nuevo los sofismas sobre las pensiones”).
La recomendación 2 del Pacto de Toledo señala que las pensiones contributivas deben mantener el poder adquisitivo y actualizarse, por tanto, anualmente por el IPC. Pero ello no garantiza nada en caso de dificultades económicas. Una recomendación como esta constituía el núcleo central del Pacto de Toledo original firmado en 1995, y eso no fue óbice para que Zapatero en 2010 congelase las pensiones y para que Rajoy elaborase una ley que cambiaba el sistema de actualización. En los momentos presentes, las tasas de inflación son muy reducidas, incluso negativas, con lo que regularizar las pensiones por el IPC no constituye un problema, pero la cosa puede cambiar radicalmente si la inflación alcanza niveles más elevados.
Es posible que detrás de estos planteamientos se encuentre el propósito de incluir en la futura ley la modificación de otros aspectos del sistema público de manera que compense los cambios futuros en el mercado laboral y en el deterioro de la pirámide de población. Algo de ello se insinúa en la recomendación 12 indicando que la edad de jubilación real debe acercarse a la legal. Quizás quien se haya expresado de forma más clara sobre esta materia sea el actual ministro, no solo desde su actual cargo, sino también desde su anterior puesto al frente de la AIReF, y es de suponer que por ese camino se vaya a adentrar la nueva ley.
El ministro independiente (dependiente, como el resto de ministros, de los golpistas) ha defendido que el retraso en la edad de jubilación y la entrada de emigrantes compensarán la tendencia demográfica negativa. Lo cual podría ser cierto siempre que España estuviese en situación de pleno empleo, pero no cuando mantenemos más de tres millones de parados, y sin demasiadas esperanzas de que la tasa de desempleo se reduzca sustancialmente, al menos a corto plazo. Este error es una consecuencia más de separar SS y Estado y considerarlos como compartimentos estancos. Desde una óptica global, el posible ahorro en pensiones se compensaría con un mayor gasto en el seguro de desempleo, o en otro tipo de ayuda a los parados. Desde luego, lo que tiene mucho menos sentido es incentivar, tal como proponen el ministro y el mismo Pacto de Toledo, el retraso voluntario de la edad de jubilación, mientras que las cifras de paro mantengan los niveles actuales y constituyan el problema número uno de la economía española.
Por otra parte, las jubilaciones anticipadas tienen su origen en buena medida en los expedientes de regulación de empleo, y se utilizan para facilitar el despido de los trabajadores en las crisis o en la reestructuración de empresas y como complemento al seguro de desempleo. Una vez más, la interrelación entre Estado y SS es un hecho y reducir los gastos de uno influye en la otra.
La prueba de que el informe actual del Pacto de Toledo continúa esclavo de la antigua filosofía es que mantiene, en su recomendación número 3, la hucha de las pensiones. Subraya que, una vez que se recupere el equilibrio de las cuentas de la SS, deberá retomarse la regla según la cual los excedentes de las cotizaciones, sin límite alguno, han de incorporarse al Fondo de Reserva. Conservar la hucha de las pensiones resulta contradictorio con defender que los déficits de la SS, cuando existan, se enjuguen con aportaciones del Estado y no con préstamos. El Fondo de Reserva se invierte en deuda pública, por lo que en realidad se trata de un préstamo de la SS al Estado. Para ser coherentes, los excedentes se deberían transferir al Estado, lo mismo que se pide a este que sufrague los déficits.
No se puede negar que el reciente informe del Pacto de Toledo da pasos en la buena dirección, pero no termina de despegar y de abandonar la teoría de la separación de fuentes. En la recomendación 19 bis se afirma que “ante el riesgo de una reducción de ingresos de la SS debida a la digitalización, hay que corregir una excesiva dependencia de las cotizaciones sociales en un contexto productivo y demográfico muy distinto al de las últimas décadas del siglo XX”. Y continúa: “Si la revolución tecnológica implica un incremento de la productividad, pero no necesariamente aumento del empleo, habrá que encontrar mecanismos innovadores que complementen la financiación de la SS más allá de las cotizaciones sociales”.
Todo ello es muy cierto, pero ¿qué mecanismos innovadores? Los únicos ingresos posibles son las aportaciones del Estado. Son todos los impuestos, incluyendo las cotizaciones sociales, pero también los gravámenes que inciden sobre el capital y no exclusivamente sobre la mano de obra, los que tienen que financiar las pensiones, al igual que financian la totalidad de los servicios públicos y el resto de las prestaciones sociales. Es el Estado, con todos sus ingresos, el que debe garantizar la sostenibilidad del sistema público de pensiones. Dejémonos de dar rodeos, y de inventar soluciones ingeniosas que no son más que pan para hoy y hambre para mañana.