Para Enrique Santiago, por lo vivido y lo por vivir. En una de mis últimas conversaciones con el maestro Pietro Ingrao estuvimos comentando temas partidarios y, específicamente, la vieja y nueva cuestión de la organización política de los trabajadores. Recuerdo -la memoria es siempre selectiva- dos cuestiones que me impactaron mucho. La primera tenía que […]
En una de mis últimas conversaciones con el maestro Pietro Ingrao estuvimos comentando temas partidarios y, específicamente, la vieja y nueva cuestión de la organización política de los trabajadores. Recuerdo -la memoria es siempre selectiva- dos cuestiones que me impactaron mucho. La primera tenía que ver con lo que él llamaba la ley del número y la segunda, sobre fracciones y corrientes en el partido político. Lo que quería decir con la ley del número -me dijo que lo aprendió de Togliatti- era que organizaciones pequeñas tienden a tener, también, ideas y proyectos pequeños. La verdad es que esto me molestó, como si el ser pequeña una organización dependiera de la voluntad de sus dirigentes y militantes ; me pareció injusto.
Con una irónica sonrisa me explicó que él no pretendía valorar ni los sacrificios ni los enormes esfuerzos que organizaciones como IU hacían para ser mayoritarias. Simplemente que era como un pez que se muerde la cola. Éramos pequeños, teníamos enormes dificultades para generar políticas mayoritarias con voluntad de gobierno y de poder. La forma-organización, la relación y los vínculos con la clase trabajadora y el tipo de dirección política difícilmente podrían dotarse de una estrategia que convirtiera a este tipo de fuerzas en algo más de un núcleo de resistencia y propaganda. No me convenció del todo.
En el otro asunto, Ingrao fue más claro y convincente. El argumento podría explicarse así: en un partido de masas, inevitablemente, hay corrientes y negarlas sería como intentar ponerle puertas al campo. Sin embargo, distinguía estas de las fracciones. El viejo dirigente comunista italiano me lo repitió con rotundidad: l as fracciones implican el reinado de los «jefes», matan el debate partidario, lesionan la democracia interna e impiden trenzar vínculos y relaciones duraderas con las clases trabajadoras. Al final, son la vía previa a crisis permanentes y hacen imposible la unidad de acción.
Las elecciones de junio de 2016 pusieron de manifiesto la relación entre el partido electoral y el partido orgánico . El bloque social de oposición -desde su radical pluralidad y su heterogeneidad cultural- encontró en Unidos Podemos el contenedor de demandas, aspiraciones y necesidades de la quinta parte del electorado. Es bueno, antes de continuar, insistir en que un sector del bloque de oposición, por distintas razones, no votó, sintió miedo, vértigo de darle el gobierno a una fuerza como UP . En lo fundamental, ese bloque electoral sigue siendo amplio y, de una u otra forma, continúa apostando por UP, a veces a pesar de nosotros mismos.
La relación entre bloque social-electoral y organización partidaria es compleja, cambia con el tiempo y unas veces es más estrecha y otras más lejana. Se puede decir que vivimos en un estado de crisis de representación permanente donde la fidelidad del voto no es demasiado alta, las percepciones sociales cambian rápidamente y lo viejo y lo nuevo se entrelazan, a veces, confusamente. A mi juicio, hay un tema que siempre se olvida: el problema de la organización. UP tiene muchos votos y poca organización. Se podría decir que una cosa y otra van por separado hasta el punto que se acaba haciendo del vicio virtud, despreciando los problemas organizativos de la política, de toda política. No es posible mantener el voto actual de UP si no se desarrolla la organización partidaria por abajo, si no se profundizan los vínculos con la base electoral y social, si no se buscan nuevas relaciones entre los cargos municipales y las asambleas locales. En definitiva, la volatilidad del voto refleja también carencias organizativas de mucho calado.
Lo peor es no tomarse estos problemas en serio. Crear organización, fomentar su pluralidad y sus engarces sociales tiene el inconveniente de que se puede perder el control sobre un partido que tiene mucho poder que repartir y que hace muchas veces de las dinámicas fraccionales su modo normal de funcionamiento. La clave, insisto, es construir un nuevo sujeto político que organice UP por abajo, en medio y por arriba. Sin esto, difícilmente seremos alternativa y, lo que es peor, podemos entrar en una fase de retrocesos electorales significativa. La organización es política; la política es organización. Lo que tenemos que aprender es a construir una forma-partido a la altura de los desafíos del presente, de una sociedad que cambia aceleradamente y que requiere formas distintas de organizar la política. Sin subjetividad política organizada, sin organizaciones basadas en el trabajo voluntario, articuladas con el territorio y el sector, que fomenten el altruismo y el compromiso, no podremos cambiar la sociedad y el poder. Se me dirá que la cuestión es difícil, claro que sí; pero es un problema ineludible para una fuerza política que tiene un proyecto de emancipación. Hay ejemplos que ayudan a comprender estos fenómenos como los operados el Partido Laborista británico, las formas de organización que ha venido desarrollando Bernie Sanders o la Francia Insumisa en sus intentos de utilizar el método Alinsky.
He venido defendiendo la idea de unos estados generales por la alternativa y sigo en ello. La unidad es un proceso que va de menos a más, que no está garantizada y que exige tenacidad y prudencia. Un asunto clave es el método del consenso como instrumento para dar los primeros pasos hacia la unidad. Todo tiene sus contradicciones. Ninguna fuerza política, pequeña o grande, aceptará un método que le condene a no tener representación o que ésta sea insignificante. El consenso hay que verlo como un medio que protege a las minorías sin sofocar formas de democracia directa y de representación proporcional. Unidad implica tensión. ¿Dónde está la clave? En crear comités unitarios en la base que llamen a la ciudadanía a implicarse en la lucha social y electoral más allá de la suma de los partidos existentes en UP. Se fomenta la unidad para ser más, para vertebrar la alternativa política y, sobre todo, fortalecer nuestros vínculos sociales.
Un tema inevitable que siempre generará conflictos y problemas variados es la necesidad de un equipo dirigente común. Unidos Podemos necesita urgentemente dar señales inequívocas de solvencia, transmitir confianza a los afiliados y afiliadas y demostrar en los hechos que se va en serio y que hay coherencia entre lo que hacemos y lo que decimos. Paciencia, división del trabajo, responsabilidad individual y dirección colectiva. Este sería el método para ir construyendo con nuestras gentes una dirección a la altura de una tarea histórica impostergable.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.