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Debate sobre cómo se construye la imaginación

El pasado al gusto del consumidor: La vida de los otros

Fuentes: Telepolis

Traducido para Rebelión por Vicente Romano

¿Qué hay realmente de extraordinario en el melodrama de Disney sobre la RDA «La vida de los otros»?

Cuando Disney saca en su distribuidora «Buena Vista» una película sobre la Stasi y la tristeza de la RDA es que debe tratarse de algo especial. Y efectivamente: El melodrama «La vida de los otros» de Florian Henckel von Donnersmarck, rechazado con razón por la Berlinale va acompañado desde el principio por un bombo sin igual. Ahora todos tienen que verla.¿Pero por qué? 

Se trata de una de esas películas que gustan a los ministros estatales de cultura. Un melodrama agradable de la época sombría de la RDA, sazonado con un poco de sexo y arte, mucha represión abyecta, unos cuantos muertos, más dolor, un par de malos, muchas víctimas alemanas y un Saulo que se convierte en Pablo. El ministro estatal de cultura Bern Neumann invitó al Parlamento al estreno exclusivo, el entendido profesional en asuntos de la RDA Wolfgang Tírese lo encuentra «que corta la respiración», y los miembros de la exclusiva «Academia de Cine Alemana» no pueden estar equivocados: once veces han nominado «La vida de los otros», de Florian Henckel Donnersmark.

Esto es, el sacro «gremio·, qué sonido tan venerable, cuando el anciano Günter Rohrbach, que antes promoviese a Fassbinder, pronuncia ahora esta palabra como presidente de la academia, al que Fassbinder, si todavía viviera, amenazaría con pegarle, y otros, afortunadamente no todos parte de la crítica de cine alemana, secundan con todas sus fuerzas: «¡Grandioso, grandioso, grandioso, grandioso, grandioso! » se dijo efectivamente cinco veces seguidas en la Radio Alemania, antes que «crítica» de cine como reflexión y preguntas. «Unsexy» se dice laudatoriamente en la hoja cultural Steadycam, pero esto tampoco la hace buena. Y como si el compromiso no pudiera ser también sexy, bellamente escenificado y repleto de estilo.

La cocordancia hace la película de consenso

Los astutos periódicos germano-occidentales, para estar seguros, echaron mano de un «ossi» (germano-oriental, V. R.) , preferentemente un escrito que, como experto en la RDA qua nacimiento, ennoblece el film como documento y lo expone como testimonio autentico. «El sonido político es auténtico, el complot me ha conmovido», clamaba Wolf Biermann en Die Welt, y luego, con dos signos de admiración: «¡El no lo ha vivido personalmente! ¡Y a pesar de todo así puede hablar un hombre joven!» De lo que puede asombrarse uno es que, en realidad, sólo pueda juzgarse lo que uno mismo ha vivido. Así se han liquidado desde los años 50 los debates sobre la época nazi.

Y Thomas Brussig encontró todo en el Süddeutsche Zeitung «tan realista en los detalles que uno cree que se basa en hechos». A ellos se sumaron también críticos del 68 y teóricos del totalitarismo, cartonistas renombrados y seguros desde hace años, como Mariam Lau, que vocifera en el Welt contra «esta curiosa minimización de la dictadura del PSUA» (Partido Socialista Unificado de Alemania), y a continuación desarrolla una pequeña teoría de conjura occidental: «El que la película no lo haya logrado en la Berlinale de este año ya no es de extrañar ante este trasfondo [esta falsa identificación con la RDA].»

Uno se inquieta ante tanta concordancia: ¿No hay siquiera uno que se salga de la fila, que disienta? ¿No se pueden contraponer un poco de pro y contra? ¿O acaso se es mala persona, defensor de la dictadura cuando uno no encuentra un film tan maravilloso como los demás? El FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung) vuelve a ser casi el único que diferenció y reconoció el film de consenso:

No hace mal a nadie, organiza el acuerdo al encontrar sentido en el fracaso y el absurdo, pero nunca es excitante u original… Como si se disolviera en él la actitud de contención.

A pesar de todo es un deber ciudadano ver la película sobre la Stasi. En primer lugar porque no es tan mala y al final, con la sangre de una noble mujer, reconcilia en una gran comunidad a todos los alemanes, autores y víctimas. Ahora tienen que verla todos. Su visión se ha convertido en acto de estudio y mandamiento político. Y puede apostarse que «La vida de los otros» recibirá en el gozoso mes de mayo el antiguo premio federal de cine. Precisamente la unanimidad y la estridencia de las loas actuales hacen que desconfiemos y suscita la sospecha de que aquí no se trata únicamente de una hermosa película y su calidad.

Las amargas lágrimas del capitán de la Stasi

Hay un momento, aproximadamente en el centro de «La vida de los otros», en que llora Gerd Wiesler, Sólo es una larga lágrima que le cae muda y fría por la nariz a este hombre duro, cuyo resto de la figura permanece casi impasible. A primera vista, llorar no parece pegarle en absoluto a este capitán de la Stasi reservado, endurecido también por dentro, ocupado precisamente con el «Operativo Laszlo», encogido en una buhardilla de la Brenzlauer Berg de Berlín y que espía a un artista.

«Laszlo» es el nombre que la Stasi ha asignado al escritor Georg Dreymann en sus archivos. Todos los detalles reconstruibles a la entrada del edificio por ruidos y una cámara de vigilancia los recoge puntualmente hora tras hora Wiesler con rigor burocrático. «Supuestas relaciones sexuales» se dice.

Wiesler no llora de aflicción, aunque acaba de conocer el suicidio de otro artista por una docena de «chinches» colocadas por su organización en la vivienda del autor. Más bien llora un poquito por compasión porque le emociona la música que toca Dreymann, medio inconsciente en el piano del salón, todavía conmocionado por la noticia.

Pero lo más probable es que Wieler llore por él mismo. Llora porque vive y concibe precisamente un momento decisivo de autocomprensión de aquello en lo que realmente participa, lo que eso significa para la Stasi, para la que hace su trabajo sucio. Y qué lejos está de lo que constituye realmente la vida: decencia, lealtad, confianza, intimidad, sentimientos, valor. A partir de ahora cambiará su vida. No se trata de ninguna decisión que se tome de repente, ya se ha anunciado en una visita al teatro, y durante mucho tiempo seguirá luchando consigo mismo, hará el bien, y luego otra vez lo que su organización le pide.

«… y procura ser bueno»

Más tarde se ve a Wiesler leyendo poesías de Brecht y luego escuchando una canción con la letra de Wolfgang Bochert » … y procura ser bueno». Es el arte lo que lo convierte en una buena persona y «La vida de los otros» nos habla de eso. Es sorprendente y la fuerza con que el director Florian Henckel von Donnersmarck cree en el arte, aunque al mismo tiempo uno se pregunta con cierto escepticismo si no es ésta una idea muy pasada, al estilo biedermeier, del arte, la que aquí predomina: el arte como lo bello, lo que causa consuelo, lo que, de momento, está lejos de la vida y la hace mejor. Según Henchel Von Donnersmarck, el arte también está lejos de la política.

En tanto en cuanto el film construye semejante contraste entre arte y política se vincula a la estética clásica del idealismo alemán: el «hombre estéticamente producido» como programa contrapuesto a las fuerzas brutas de la política marcada por la Revolución Francesa. Es significativa la cita de Lenin en relación con la Apassionata de Beethoven:

No puedo oír a menudo esta música porque me entran ganas de acariciar la cabeza de la gente a la que tengo que cortársela sin compasión.

La película podría llamarse también «La sonata de la buena persona», como se titula la pieza que se toca en ella, pues su verdadero tema no es, como se dice siempre, la RDA o la Stasi, sino la cuestión de lo que significa ser bueno. «Usted es una buena persona», le dice un día Christa-Maria Sieland a Wiesler cuando ambos se encuentran casualmente en una taberna, la actriz, compañera del escritor, y su sombra de la Stasi, quien , como conoce sus problemas mejor que su compañero, le murmura unas palabras de ánimo.

Por eso, desde el punto de vista político, la película es un engaño

Sí, «La vida de los otros» trata también de la RDA. Habla de unos meses de su fase final, desde últimos de 1984 a la primavera de 1985. Sieland es una exitosa actriz de teatro, pero frágil, pues depende de ciertos medicamentos. Sobre todo ha entrado en relaciones con el Ministro de Cultura de la RDA Hempf, que utiliza sin la menor vergüenza su poder y la coacciona. La vigilancia de Dreymann se remonta también a Hempf, quiere «encontrar algo», en caso necesario construirlo, para eliminar al competidor.

Esto es lo curioso de la película: la vigilancia de la que habla, y con lo que quiere exponer la verdadera índole del Estado policía, está puramente motivada por celos personales y en ningún modo políticos. Pues, por de pronto, Dreymann es leal al régimen, como muchos otros, un exitoso escritor fiel a la línea y amigo personal de Margot Honecker, que, quien lo diría, le regala libros de Solyenizin con dedicatoria personal. Pero su corazón lo tiene, claro esta, en el sitio correcto. Y cuando descubre la cita secreta de su novia cobra el valor para escribir una crítica secreta del régimen. Los motivos también son aquí los celos y el amor, y no, en primer lugar, el compromiso político. Por lo demás, esto lo tiene también en común con otro film mejor de Benjamín Heisenberg, «Schläfer». La tragedia de la RDA, como podría entenderse esta película, consistió en que destruía a sus partidarios y su idealismo con pequeñeces personales y el egoísmo de sus funcionarios. De ahí que políticamente la película sea un engaño.

Wiesler, el vigilante de Dreymann, se ha convertido para entonces en el oculto ángel custodio y redacta, resistiéndose pero convencido, el texto sobre las estadísticas de suicidios en la RDA, por lo demás un aspecto interesante. Cuando se publica cono anónimo en la revista germano-occidental Der Spiegel, la Stasi aplica con toda su dureza el aparato de poder para buscar al autor. Mas, también en este caso sorprende que la dictadura exija siempre pruebas de lo que en el fondo sabe desde hace tiempo y de lo que incluso en algún momento ha registrado en una confesión. ¿Quería conservar la dictadura al menos la apariencia de Estado de derecho? ¿Pero por qué? ¿Acaso era la RDA un Estado de derecho?

Quien critique ahora «La v ida de los otros» desde la izquierda, léanse, por ejemplo, los textos arrogantes (1) de los criptoestalinistas (2) de Junge Welt (otro intento de legitimar la RDA), debiera tener en cuenta que: Florian Henckel Von Donnersmarck presenta a personas buenas de la RDA y que no iguala las diferencias entre las dos dictaduras alemanas, al contrario.

Sacrificio femenino y purificación masculina

Sin embargo, no todo termina bien; se termina con la traición de todos a todos con final consecuentemente trágico. «Fui demasiado débil. Jamás podré reparar lo que hice», dice Sieland a su vigilante cuando yace moribunda en la calzada y por fin ha comprendido lo que él ha hecho. Y, naturalmente, la única mujer entre los protagonistas es la que tiene que entregar su vida y es sacrificada al final por el director/autor en aras de la libertad de dos hombres. Para que se ponga en marcha la purificación de los protagonistas la mujer tiene que ser violada primero y yacer en su sangre después.

Con esta acción, «La vida de los otros se adapta a las leyes clásicas del melodrama, Esto, naturalmente, es siempre excitante y a menudo conmovedor. Y tal vez sería hermoso si efectivamente hubiese sido así. Con «la verdad sobre la RDA», como afirman ahora el director y muchos de sus imitadores, no tiene demasiado que ver. Incluso aunque Margret Köhler, representante de muchos, afirme en la revista del gremio Blickpunkt Film que la película se ha «investigado limpiamente», tampoco es más cierto porque se repita. La pretensión de reflejar fielmente la realidad histórica no resiste el examen preciso.

El error cardinal en relación con los hechos históricos estriba en que no existió el hombre de la Stasi que al mismo tiempo era profesor en la academia de la Stasi , vigilante personal y director de interrogatorios de sospechosos. La Stasi practicaba efectivamente la rigurosa división del trabajo. Y lo decisivo para la esencia del sistema era la vigilancia recíproca y múltiple. Nadie podía confiar en nadie.

Esto lo ilustra muy bien una anécdota de la vida del escritor de la RDA Jurek Becker. En una mesa redonda de ocho personas, en la que estaban él y Manfred Krug, cada uno de los otros seis redactó un informe. Un ministro de cultura que en este puesto ni siquiera era miembro del politburó de la RDA, tampoco podía impartir ninguna orden a un oficial de la Stasi ni influir en su carrera. Ningún funcionario podía tampoco emplear la Stasi contra un ciudadano cualquiera de la RDA, y mucho menos por esos motivos personales, aunque suene tan bien como material para la novela y el cine. Se examinaba cada «operativo». Tampoco se conoce el suicidio de ningún director de renombre ni de ninguna actriz en los años 80.

Clisé del cine de tristeza

La película tampoco acierta en su intención de narrar la historia de un Schindler de la RDA. En la RDA no hubo ningún Oskar Schindler, pues ni uno solo de los cientos de miles de colaboradores de la Stasi ha protegido y ocultado sus objetos de vigilancia de una forma parecida a la del episodio del film ni ha intentado ayudar a sospechosos. Henckel Von Donnermarck se inventa el buen hombre de la Stasi, y a uno le gustaría saber de dónde viene en realidad el despido que se otorga en esos escenarios.

La figura de Wieler y su justificación cinematográfica que al final lo presenta como víctima del sistema, como buena persona y benefactor secreto de la Prenzlauer Beerg, convierte al agente común de la Stgasi en una figura identificativa de todos los envejecidos aprovechados del régimen que con sus altas pensiones cultivan sus huertecillos y votan al SPD. Hubertus Knabe, director del memorial de la Stasi en Hohenschönhausen subraya que:

Las películaes innecesariamente incrédula, eso no ha existido, ni tampoco podía existir porque la Stasi también vigilaba a su propia gente con manía orwelliana.

Jörg Dresemann, director del memorial de la Stasi en la calle Normanen, en donde parcialmente se rodó la película, también «ve muchas faltas» en el film. Tan sólo aduce la defensa de que no se trata de un «documental sino de una historia imaginada», argumento del que se deduce sobre todo cierto menosprecio por el género. Solo presenta otro aspecto de la verdad, como los de «Sonnenallee» y «Goodbye Lenin».

Son los clisés del cine de tristeza: calles vacías, habitaciones vacías, casas grises, rostros grises. La prostituta que estaba al servicio gratuito de los miembros de la Stasi es una vieja bruja como su sistema. La vivienda de Wiesler está tan escasamente amueblada como la celda de un monje, marcada por el vacío, decorada con objetos personales ordenados de forma pedante, el espacio de un tipo compulsivo, depresivo, y como tal, reflejo del sistema que representa. En general, Henckel Von Donnersmarck contempla la RDA como un sistema de creencias. Su Wiesler es uno que se hizo parte creyente del sistema y ahora entra en una crisis de fe. Al purificarlo el film critica, moralmente seguro, el poder, la carrera, la lascivia, de lo que podría estar menos seguro si contase una historia occidental.

Pero este vacío tampoco tiene nada que ver con la realidad de una agitada vida cultural alrededor de la Prenslauer Berg, con tabernas llenas, con círculos de lectura y discusión, con la sociedad burguesa del socialismo realmente existente. A pesar de todo. El film transmite el sentimiento de lo que significa un Estado de vigilancia. Pero casi todas las personas de esta película, incluidos los cargos bajos de la Stasi, son en primer lugar víctimas y «buenas personas». «Malos» en sentido profundo son únicamente el ministro y el oficial que dirige a Wiesler. El secreto de la larga existencia de la RDA, como también de otras dictaduras, estribaba más bien en que había muchos autores, también «pequeños», en que casi todos podían ser autores. Todo esto se realiza con la brillante actuación de los actores. Ulrich Mühe, haciendo de Wiesler, encarna de forma creíble la transformación y ablandamiento de su personaje. Todavía mejor es el abismal Ulrich Tukur como jefe suyo. Sebastian Koch nunca estuvo tan caracterizado como aquí haciendo de Dreymann, mientras que Martina Gedeck queda algo difuminada ante él en el papel de la Sieland.

Así que a fin de cuentas no todo ha salido realmente bien, domina el descontento. Esto se debe a que toda la película discurre muy plana. Como los telefilmes «Luftbrücke» o «Dresden», todo se ha trasladado aquí de acuerdo con los manuales y distribuido de forma políticamente correcta. Y éste es precisamente el problema. La cuestión es y tiene exclusivamente que ser: ¿es una buena película? Con independencia del relato y de nuestra opinión ideológica. Claro que las películas de Eisenstein y Riefenstahl son clásicas, aunque rechacemos la ideología que subyace tras ellas y propagan.

Pero en el director Florian Henckel Von Donnermarck no se ve una caligrafía realmente personal. Para un debutante es una película casi demasiado madura, un cine industrial fríamente calculado. Pero más allá del compromiso moral incuestionable y del interés por el tema, no se nota un interés estético, cualquier gusto, una expresión individual, una actitud, un riesgo. Y eso es precisamente lo que distingue a las buenas películas de las malas. 

Corrimiento de bastidores históricos

La película de Dominik Graf «Der Rote Kakadu», hay que mencionarla aquí, y a pesar de todo lo que pueda objetarse contra ella, con su forma tan distinta de contar la RDA, al menos con la libertad que se toma Graf, ha llevado a un resultado históricamente más exacto y presenta una versión del pasado que tiene algo que decir al presente, que también mantiene abierto el pasado como reto, como exigencia. «La vida de los otros», en cambio, es un corrimiento de los bastidores históricos. Mientras el pasado es totalmente masa disponible para el presente, el pasado no puede cuestionar el presente, la RDA no puede volver a ser de ningún modo una «alternativa». Esto no les gusta a nuestros teóricos del totalitarismo. Ni una palabra más, por favor, acerca del «nacionalismo del marco alemán», de las consecuencias de la II Guerra Mundial, de las condiciones de la guerra fría, en las que un presidente de los EEUU incluyó con toda seriedad a la RDA en el «imperio del mal».

De eso se trata. Y a decir verdad con links: un film sobre la vigilancia podría contarnos algo sobre las condiciones en las que vivimos, en las que en la «lucha por la seguridad interior» se mina la libertad del ciudadano. En las que el derecho a la esfera privada está por debajo. En las que el Ministerio Federal del Interior Schily-Schäubel lleva a cabo la guerra contra el terror como escudo y espada de la república. En las que los militares se hacen policías y los policías se militarizan. De eso no quiere saber nada la película ni su director. De eso no quiere saber nada el gremio sagrado, que sueña con la gran industria y celebra ahora esta película sobre todo porque les permite soñar y no remite a la mísera realidad.

Las irritaciones se evitan de manera consecuente

Desde el punto de vista de la historia política es más que una película que con medios estéticos forja una comunidad de sacrificio alemana. El que evita de manera consecuente las irritaciones, construye un sistema eludiéndolas. El Kitsch de la reconciliación. De ahí que el título de la película sea traicionero: «La vida de los otros» trata de la vida de otros, no de la del director. Henckel Von Donnersmarck ha hecho una película sobre la vida de los alemanes de la RDA, con la mirada agermano-occidental del pasado:

No es nuestro, sino algo ajeno que nada tiene que decirnos, sino tan sólo confirmar que todo está bien así como está ahora. ¿Existe una figura que encarne algo así como la legitimidad de la RDA? No se trata de excusas como: también hay que ver los buenos aspectos. Mas, de lo que se trata es de la diferenciación. «La vida de los otros» es, de una lado, una película sobre lo peor de la RDA y, sin embargo, un film que comprende a los autores y que, con ello, por otra parte, no hace nada más que «Das Untergang»: la humanización del mal. Al fin y al cabo no eran tan malos, ¿no?

Henckel Von Donnersmarck se establece cómodamente en el miedo. Presenta la RDA de una forma tan sencilla y clara que no hay que reflexionar mucho, pues uno sabe dónde se está. Divide el pasado en trozos pequeños, al gusto del consumidor, en unidades docentes. Se proyectará en las aulas hasta que ya no se pueda ver. Incluso ahora, cuando se dice algo en contra de la película, no es que se tenga otra opinión, se es en realidad una mala persona. Pero de nada le sirve al director que uno se engañe ahora acerca de esos aspectos y de los grandes déficits estéticos, que se haga como si un buen tema y una actitud moralmente correcta hagan ya un buen film, como si no se notase precisamente que es una opera prima.

Claro: «La vida de los otros» será un éxito. Y lo será, pero no sólo porque esté bien hecha. Pero no hará avanzar el cine. Y aunque en algunos lugares, incluso allí donde no se explique por los intereses manifiestos, se celebre como «gran cine», aunque se haga como si se tratase de una revelación cinematográfica, esto tiene mucho que ver con los déficits de nuestra cultura cinematográfica, con el hecho de que en realidad no exista una educación estética del cine en Alemania.

Y el que en la RDA los niños sólo hayan habado de la Stasi y la política no se lo cree nadie. «La vida de los otros» tiene también , pese a toda su destreza profesional, el gusto insípido de una película de tesis y, en última instancia, lo deja a uno frío.

Enlaces

(1) http://www.jungewelt.de/2006/03-23/022.php

(2) http://www.jungewelt.de/2006/03-23/021.php

Telepolis Artikel-URL: http://www.heise.de/tp/r4/artikel/22/22334/1.html

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