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El Pasolini que yo admiro

Fuentes: Rebelión

A Diego Medina. Por esta pasión compartida   Si para algo me está sirviendo la última estancia de trabajo que estoy disfrutando en Roma, además de para decir que estoy trabajando mucho (¡qué vas a decir!), es para haber profundizado en mi admiración por ese genio que fue Pier Paolo Pasolini, el último renacentista. El […]

A Diego Medina. Por esta pasión compartida

 

Si para algo me está sirviendo la última estancia de trabajo que estoy disfrutando en Roma, además de para decir que estoy trabajando mucho (¡qué vas a decir!), es para haber profundizado en mi admiración por ese genio que fue Pier Paolo Pasolini, el último renacentista. El «desesperado intérprete de los cambios sociales de Italia», por utilizar palabras de Luigi Martellini. Poco antes de que yo llegara a Roma se cumplieron treinta años de su asesinato en el Idroscalo di Ostia, y con motivo de tan señalada fecha, reeditaron la completa «Vita di Pasolini» de Enzo Siciliano, así como salieron múltiples libros de fotografías del genio y nuevas ediciones de sus libros a precios cuando menos razonables. Obras completas y todo lo que se pueda imaginar: llegué en el momento justo para quedarme con casi todo (veremos a ver cómo lo cargo de vuelta a España, los de las compañías aéreas no entienden de gaitas literarias). Se publicó de todo, claro. Ya se sabe cómo funciona esto: primero matamos al genio para que no dé guerra en persona y luego lo encerramos en un póster (como al Che) o lo convertimos en motivo para turistas (estoy seguro de que debe haber tangas con la cara del Che, o incluso condones con la cara de Pasolini).

A Pasolini lo han masacrado en más de un sentido, no sólo lo trituraron en el Idroscalo de Ostia, y no sólo «La rana» Pelosi (hubo más gente, es un secreto a voces). Muchos otros y en muchos sentidos le han triturado una y otra vez. Pero Pasolini es mucho más que esa imagen difundida de él con la intención de desacreditarlo: mucho más que el «frocio» (maricón, para los no iniciados en el italiano o en las artes eróticas) que buscaba «ragazzi di vita» en Termini o en el Forte di Pietralata (chicos que dibujará en sus novelas y de ese estilo que, en sus películas, plasmarán Ninetto Davoli o los hermanos Citti, por ejemplo). El «frocio» que los llevaba a comer un pedazo de pizza a taglio (con su cerveza, certo) a Ostia y después terminaban la cosa sexual en el desgraciado Idrostalo. Pasolini es mucho más que ese comunista fanático que pontificaba ardorosamente contra la Iglesia católica, contra el propio PCI y contra el que se le pusiera enfrente. También es mucho más que ese pecador con malas compañías que arruinó su vida con esa conducta «intrínsecamente desordenada», que diría un cura. Ya lo confesó el jesuítico Andreotti cuando supo de su muerte: «él se la buscó». Le salió del alma al Onorevole, no se puede negar.

Mucho más, no me cansaré de repetirlo (aunque posiblemente tú, lector, sí te cansarás de leérmelo). Y por eso quiero escribir estas líneas, lanzando al aire algunas ideas que considero sugerentes. No sé las que saldrán ni lo que saldrá, pero me da igual, hago camino al andar. Por otra parte, esto que hago no es crítica literaria ni pretende ser nada sistemático, no se llamen a engaño: por tanto, si quieren saber sobre Pasolini desde un punto de vista riguroso, como dice alguien que conozco, vayan a Salamanca. Busquen libros serios, o incluso páginas web quetelodigantodo.com. Esto que escribo «no es esto, no es esto» (gracias, Ortega, siempre a punto para el capotazo salvador). Esto no es más que un montón de pensamientos dispersos que he ido madurando durante mis paseos en autobús por la Piazza Venezia, o por el Corso Vittorio Emanuele, leyendo el libro de Siciliano, mirando por la ventana, entre empujones, o a ratos pensando. Alguna otra idea está madurada en el propio Forte di Pietralata, el mismo que describe Pasolini en más de un sitio, esperando un autobús que no llegaba jamás. Ideas que me surgen, y que pueden ser exactas o no, dejo a los sabios y entendidos que me juzguen y, evidentemente, me condenen. Yo a lo mío, a escribir lo que me da la gana. Como siempre.

De entrada, algo que me resulta curioso de Pasolini es cómo se puede ser tan avanzado en posiciones político-eróticas y, a la vez, tan increíblemente entroncado con la tradición en lo literario: primero friulano, después romanesco, siempre terminaba salvando los muebles gracias a los ancestros (representados, de algún modo, en los dialectos autóctonos de donde iba). A lo mejor esto es una contradicción, a lo mejor, no: ¿será que sólo el marxismo salva la tradición, como escribió en «Le belle bandiere»? No sé, puede ser. A lo mejor uno debe navegar a sus orígenes y desde ahí construir lo que sea, aunque construir signifique destruir. Pero hay que salir del puerto de origen. Puede ser también, no lo descarto. Y en política, ya, ni cuento: era el demonio para Andreotti y sus mariachis del incienso vaticano, pero pasaba de polemizar con el fascismo demócrata-cristiano, como él lo llamaba, a oponerse a la legalización de las drogas («nos drogamos por falta de cultura») o al aborto de modo no menos feroz, con lo que pasaba a ser un aliado fáctico de esas mismas derechas que no soportaba. Se hizo comunista (pese a que éstos tuvieron su buena culpa en la muerte de su hermano Guido), pero tuvo sus polémicas con el PCI: lo expulsaron a las primeras de cambio, con su primer proceso judicial, por «indignidad moral y política». Ya lo explicaba Siciliano: incluso para un comunista era muy fuerte aplaudir a un «frocio». Evidentemente, todo esto le convierte en un francotirador iconoclasta, crítico con todas las iglesias, religiosas y laicas, y defensor a ultranza de lo que denominó «mi provocadora independencia». Tan provocadora como para salir, casi, a proceso por película o libro. Con todo lo que implicaba esto: proceso, secuestro judicial de algo, polémica periodística, fotos con su abogado, entrando o saliendo de algún tribunal, gritos, caos, absolución, ¿manchas en el expediente?

Pasolini era contradictorio y consciente de ello, y esto le atormentaba hasta cierto punto. Se quejaba de que le tomaran por frívolo, por ejemplo: si le sacaban en Via Veneto ya pensaban que estaba de fiesta, cuando «podía haber bajado a comprar un periódico extranjero», según se quejaba en «Le belle bandiere». Sin embargo, por otra parte ponía por escrito cosas como aquello de que «la inocencia está hecha para ser perdida», sentando cátedra. Y para un cazador de «ragazzi di vita» del estilo de Ninetto Davoli, no es inocente esa reflexión. Siciliano es claro: «pasoliniano» pasa a ser adjetivo de uso normal en las crónicas periodísticas para describir todo aquello que se vinculaba al lumpenproletariado romano o, en general, a la vida pícara y homosexual. Casi nada. Durante el rodaje de «Salò o los 120 días de Gomorra», le gustaba incitar a que los actores, heterosexuales y no profesionales, se besaran apasionadamente entre ellos, pese a sus reticencias (un viejo heterosexual besando con pasión a un niño que puede ser su nieto tiene su miga en la mente del anciano, vamos a ser serios). Al infierno vamos a ir todos por este camino.

Pensemos, por otra parte, que mucho en su obra no es sino un modo de matar literariamente a su padre, un modo de resolver un Edipo quizá mal digerido (a lo mejor intentó resolverlo dirigiendo «Edipo Re» en 1967, o llorando sobre el hombro de la Callas, cuando aquello de «Medea»). Su padre, ese militar fascista y apuesto que quería que su hijo fuese poeta, pues atribuía a la poesía un carácter oficial (pensaba en D’Annunzio y, claro, extraía las conclusiones que extraía). El hombre que siempre sintió como una traición personal las tendencias sexuales de su hijo: el hijo, al final, le salió poeta, pero no de los que a él le gustaban, sino de los que se sirven de la poesía para ubicarse en el mundo. Me suena eso, sin que quiera yo compararme con Pasolini, pues para mí la poesía es, por una parte, un modo de ser ciudadano y, por otra, un modo de disfrutar de la belleza del mundo. Si no fuera así, por ejemplo, yo no escribiría versos. Volviendo al maestro, puede que esa relación con su padre determinara su negativa a ser padre él mismo, para no desarrollar ese rol jamás (lo explica con atención en «El caos»). Sugerente idea, en cualquier caso.

Sus enemigos (enemigos procedentes de todas las trincheras, ya lo hemos comprobado) se recreaban en esa imagen suya de depravado sexual, de desviado que tenía sus contactos pecaminosos con los «ragazzi di vita» a cambio de unas liras y algo de pizza a taglio. Algo de eso fomentaba él también, claro, con sus visitas furtivas a Termini o al Forte di Pietralata (doy fe de lo que es el Forte, veramente un altra cosa), su modo de presumir con el cochazo por los suburbios o sus excentricidades. Son las cacerías nocturnas a las que aludía Enzo Siciliano, literalmente. Pero en el fondo era un hombre solo, y esa vida sexual tan intensa y furtiva no es sino otra faceta más de la soledad. Son relaciones gastronómicas, no lo olvidemos: desear es querer acostarte con alguien, amar es querer despertarte con alguien. En ningún sitio he leído que Pasolini quisiera despertar junto a alguien alguna vez. Lo otro es otra película diferente, claro.

Siciliano tiene razón en un tema muy importante, y es que su fama de director de cine eclipsó su fama como literato, y es una pena. A mí me duele, y eso ha sido lo que me ha llevado a emborronar estas hojas. El Pasolini que yo admiro es tanto el polemista como el literato, sobre todo, aunque reconozca que su genio también se desparramó en el cine. Pero a mí me llega menos detrás de la cámara que delante del tavolo di lavoro, con la pluma en la mano.

En cualquier caso, no es poco lo que acumuló como novelista o como poeta, además de como periodista o crítico, ya quisieran/quisiéramos los saltimbanquis del tres al cuarto que ruedan/rodamos por las estanterías de las librerías de pueblo. Por poner tres ejemplos paradigmáticos: además de socavar los cimientos de la sociedad que le tocó en suerte (la necesidad cívica de intervenir), por ejemplo, con «Ragazzi di vita» logró en 1955 el Premio Colombi-Guidotti, con «Una vita violenta», en 1959, el Premio Crotone, y con el poemario «Le ceneri di Gramsci» el Premio Viareggio en 1957. Y tantas otras cosas literarias de primera línea que podría citar, claro: desde su poemarios «Poesia a Casarsa» o «Poesia in forma di rosa» (o su no menos poético homenaje a la tos del obrero, en «Il caos») hasta su experimental «Teorema» o la bomba de relojería póstuma que fue «Petrolio», con sus escandalosas escenas homosexuales, pasando por sus polémicas «Le belle bandiere», «Il caos» y «Lettere luterane». Por no hablar de sus amistades, filias y fobias con gentes del mundo literario italiano como Gadda, Moravia, Morante, Sciascia, y otros, sus revistas literarias, etc.

Aunque me interese menos, no puedo negar el peso del cine en su imagen mítica: como regista pasará a la historia como el Notario de los suburbios romanos y de los «accattone» («Accatone» se llama una de sus películas más polémicas, la primera, a la que seguirán cintas tan escandalosas como «Mamma Roma», «La ricotta», «Il Vangelo secondo Matteo», «Uccellacci e uccellaccini», o la «Trilogía della Vita», compuesta por «Il Decameron», «I racconti di Canterbury» e «Il Fiore delle Mille e una Notte»). Él mismo sufrió los suburbios en sus propias carnes, viviendo a su llegada a Roma primero cerca del Portico D’Ottavia y después en Ponte Mammolo (Via Tagliere, 3). Cuando yo viví en este último barrio ya había perdido esa condición, para convertirse en un simple barrio de la periferia romana.

Pasolini. Un genio que tira con fuego propio, también: se considera ateo, pero no por ello reniega de la cultura cristiana en que está imbuido. «Pecar no significa hacer el mal; / no hacer el bien, eso significa pecar», escribe en «A un Papa», poema a la muerte de Pío XII. Salía a pleito por novela o película, o porque sí, como le sucedió más de una vez (gente que buscaba notoriedad, gente que se sentía tocada, etc.). Su amiga Laura Betti recogió en un libro su Via Crucis ante los tribunales, pero no lo he logrado encontrar. Italia es ese país que se puede permitir tener un genio como Pasolini y sentarlo a cada momento ante los tribunales por cuestiones morales o religiosas. De Gaulle se negó a detener a Sartre durante el mayo del 68 alegando que «no se puede encerrar en la cárcel a Voltaire, ni los monarcas absolutos se atrevieron a tanto». Aquí pensaron de otro modo, e hicieron lo que pudieron. Pero no fue posible, aunque le amargaran la existencia un poco más.

» Amo la vida ferozmente, desesperadamente. Y creo que esta ferocidad, esta desesperación, me conducirán hacia el fin», declaró en una entrevista a una revista francesa. A toro pasado, no se puede negar el carácter premonitorio de sus palabras.

Pero Pasolini, guste o no, es el último genio que ha dado Italia. Más completo, valorándolo en su conjunto, incluso que Mario Benedetti, mi gran mito, el todoterreno de las letras hispanas. Otro genio capaz de nadar en bastantes aguas y en todas con estilo. Pasolini. Alguien que es, entre otras cosas, narrador, poeta, cineasta, polemista y articulista, y todo de modo genial, no puede ser sino un genio. Y encima le gustaba jugar al fútbol, ¡qué coño! Para que luego digan que el fútbol es cosa de bobos 1 .

Pasolini. El último renacentista: cineasta y, ante todo, literato. El Pasolini que yo admiro.

No sé si aclaré o enredé más, aunque eché fuera ideas que me quemaban en el cerebro, eso sí. Pero si logro que te acerques a una estantería a ver qué tienen de un autor que aparecerá previsiblemente como «PAS», me doy por satisfecho.

 

 

1Soy aficionado al fútbol porque entiendo que puede haber gran belleza en este deporte, y a veces se encuentra y todo esa belleza. Soy aficionado de ese modo en que lo era mi admiradísimo Manuel Vázquez Montalbán, que en algún sitio explicaba la cuestión como el poeta que fue: venía a decir que somos de esos seguidores que dependemos de los instantes mágicos de jugadores como Maradona para continuar confiando en que el fútbol no ha acabado convirtiéndose definitiva y únicamente en un entramado de pactos entre mafiosos. Amén. Ni una coma que añadir.