Antes de nada, explícanos: ¿a qué se debe el título del libro? El título del libro es, en primer lugar, un homenaje a los estudiantes y profesores que lucharon aquí por un sindicato democrático y que contribuyeron a poner las bases de una universidad democrática hace cuarenta años, bajo la dictadura de Franco. Pero con […]
Antes de nada, explícanos: ¿a qué se debe el título del libro?
El título del libro es, en primer lugar, un homenaje a los estudiantes y profesores que lucharon aquí por un sindicato democrático y que contribuyeron a poner las bases de una universidad democrática hace cuarenta años, bajo la dictadura de Franco. Pero con este título también pretendo llamar la atención de los estudiantes y profesores de hoy sobre lo que queda por hacer para lograr una democratización plena de la universidad pública, pues aún hay en la institución residuos del fascismo que ahora se juntan con los intentos neoliberales de limitar o liquidar las formas de gobernación democrática logradas precisamente por la presión de los estudiantes, de los profesores y del personal de la administración con espíritu crítico.
En los dos primeros capítulos del libro hablas acerca del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB). ¿Con qué objetivo fue creado? ¿Qué reivindicaciones tenía? ¿Qué significó la creación de un sindicato democrático para el movimiento estudiantil barcelonés en plena dictadura franquista?
El objetivo central del SDEUB fue lograr una organización propia, autónoma, de los estudiantes universitarios, que hasta 1965 estaban obligados a pertenecer el Sindicato Español Universitario (SEU) por el mero hecho de matricularse en la universidad. La primera y más sentida reivindicación fue, pues, tener una organización auténticamente estudiantil, libre de las ataduras del fascismo y de los jerarcas del Movimiento, con una estructura democrática, o sea, en la que los estudiantes pudieran elegir libremente a sus representantes. La panoplia de reivindicaciones del SDEUB era muy amplia: desde las más concretas e inmediatas (ayudas a los estudiantes en los comedores y en el transporte universitario) hasta las más generales y políticas: la gestión democrática de la universidad en una sociedad democrática. Todo eso iba unido a la rebelión contra la dictadura de Franco, contra la censura imperante, contra las imposiciones y las prohibiciones del régimen entonces existente.
Para el movimiento estudiantil barcelonés la constitución del SDEUB en 1966 fue un hito, el punto más alto alcanzado por la rebelión antifranquista hasta entonces. Se ha calculado que hasta dos tercios de los estudiantes universitarios matriculados entonces en la Universidad de Barcelona se sintieron directamente vinculados o representados por el SDEUB. Eso es muchísimo bajo un régimen dictatorial.
En tu opinión, ¿cuáles fueron las causas de la «derrota de los sindicatos democráticos» a finales de los años sesenta?
La causa principal del ocaso de los sindicatos democráticos fue sin duda la intensidad de la represión que ejerció la Dictadura sobre sus dirigentes y sobre las personas que les daban apoyo (estudiantes, profesores, intelectuales, curas, profesionales, artistas, obreros, etc.). La situación que se había creado a partir de 1966 en las universidades era insólita: las autoridades nombradas a dedo por el régimen de Franco no tenían ya fuerza materia, y menos moral, para sofocar la rebelión estudiantil, así que se vieron obligadas a utilizar continuamente medios represivos: entradas de la policía en la universidad, expedientes a los estudiantes más activos, utilización del Tribunal de Orden Público (TOP), detenciones y encarcelamientos, envío forzado de estudiantes a hacer el servicio militar en las colonias, etc. En la Universidad de Barcelona la represión del franquismo afectó a muchísimas personas entre 1966 y 1970. No es que la represión fuera la única causa de la derrota del SDEUB, pero todas las otras se derivaron, directa o indirectamente, del mal que hizo la represión en el movimiento estudiantil. Esa es mi opinión.
La experiencia de los sindicatos democráticos bajo el franquismo dejó constancia de la limitación en sus objetivos que impuso la dictadura. ¿Crees que el contexto socio-político puede actuar como «techo-límite» de los objetivos de las reivindicaciones del movimiento estudiantil, tal y como pasó bajo la dictadura?
Así lo creo, efectivamente: crear un sindicato democrático que de verdad actúe democráticamente bajo un régimen dictatorial es posible, y los hechos probaron esa posibilidad, sobre todo en Barcelona; pero mantener durante cierto tiempo una organización así en un contexto abiertamente dictatorial es muy difícil, por no decir imposible. El contexto socio-político, sin más, no limita del todo las finalidades de un movimiento social, sus objetivos y reivindicaciones, puesto que el horizonte utópico de los movimientos y la voluntad colectiva están siempre por encima de eso, pero sí pone límites a su factibilidad, a la consecución de tales o cuales objetivos. Por ejemplo: una universidad propiamente democrática en un estado totalitario como aquél era algo muy improbable. Pero los estudiantes de entonces no eran ingenuos. Sabían eso perfectamente; sabían que sólo habría universidad democrática en un estado igualmente democrático. Eso es lo que se dice en el Manifiesto «Por una universidad democrática» aprobado por los estudiantes barceloneses el 9 de marzo de 1966. Y vale la pena recordar que aún se decía más, a saber: que una universidad democrática sólo sería posible en una sociedad que reconociera el carácter plurilingüistico y pluricultural del estado español.
Dedicas los tres siguientes capítulos del libro al Mayo del 68. Como dices, se ha hablado mucho sobre ello, tanto de sus orígenes o motivaciones como de las reivindicaciones. Podrías explicarnos, a 40 años vista, ¿cuál fue el alcance y el impacto real de aquella experiencia? ¿Qué consecuencias tuvo en España?
Mayo del 68 es la fecha principal y, desde luego, más relevante, de un ciclo movimentista que se extendió desde 1964 hasta bien entrada la década siguiente. Afectó a las principales ciudades universitarias del mundo y en su momento fue caracterizado, creo que con acierto, como «el gran rechazo»: rechazo de los dos mundos entonces enfrentados por la llamada «guerra fría», del capitalismo y del socialismo que se llamaba a sí mismo «real». Fue la gran rebelión socio-cultural de la segunda mitad del siglo XX: contra el capitalismo imperialista enfangado en Vietnam; y a favor de un nuevo socialismo, de un socialismo que se quería auténtico, de un socialismo ideal.
También ahí se percibía el horizonte utópico. En este caso, mundializado. Pero a pesar de su dimensión utopista aquella rebelión, que hermanaba a los jóvenes de California y de Chicago con los jóvenes de Berlín, París o Milán, y a éstos con los latinoamericanos o con los jóvenes de Tokio, vino a ser un «gran susto» para las clases dominantes de entonces. Y lo fue, fue «un gran susto», porque en la rebelión o en el pronunciamiento tendían a juntarse en la calle, en las universidades o en las fábricas jóvenes estudiantes, intelectuales de renombre y jóvenes obreros, proclamando reivindicaciones revolucionarias como no se habían escuchado en el mundo desde 1917 o desde 1936.
Aquella experiencia tan notable y tan estimulante acabó siendo derrotada no tanto, creo, porque sus principales dirigentes fueran utópicos en el sentido negativo de la palabra, o sea ilusos, como se suele decir ahora, cuanto porque el adversario al que se enfrentaban era mucho más fuerte. Aún así el impacto de aquel movimiento fue muy grande y no sólo, como es obvio, desde el punto de vista socio-cultural, sino también desde otros puntos de vista. Para decirlo con pocas palabras: el «gran rechazo» no triunfó, ni logró el socialismo «auténtico» al que tantos aspirábamos, pero el pueblo de Vietnam algo debe de su liberación a la activa generosidad de aquel movimiento y las relaciones entre padres e hijos cambiaron en Occidente por las ideas que aquel movimiento traía.
Sobre las consecuencias que mayo del 68 tuvo en España no me puedo extender aquí sin simplificar más de lo que ya estoy simplificando la cosa, así que tendré que remitir a lo que he escrito en el libro.
El movimiento de profesores universitarios no numerarios fue la primera experiencia de organización reivindicativa por parte del profesorado. ¿Cuál fue su objetivo?
El objetivo principal, ampliamente compartido, fue lograr la estabilidad laboral del profesorado. Hay que tener en cuenta que en aquellos años un profesor no-numerario de universidad (el equivalente al ayudante o al asociado) tenía un contrato administrativo leonino, revocable en cualquier momento, ganaba un sueldo de miseria y ni siquiera tenía seguridad social. En algunas universidades el profesorado no-numerario cargaba con el setenta u ochenta por ciento de la docencia. De ahí que se reivindicara la contratación laboral y se criticara al mismo tiempo la permanencia de las cátedras vitalicias. Esta reivindicación, la reivindicación laboral, fue casi siempre unida, al menos en las facultades y escuelas de la Universidad de Barcelona, a la reivindicación político-social y cultural, una vez más en favor de la democratización de la universidad y de la democratización del país. Probablemente el punto de fusión más alto de las dos reivindicaciones se logró en el Manifiesto de Bellaterra, redactado al calor de la larga huelga de los profesores no-numerarios. Hay un interesante libro, compilado entonces, sobre eso. Y el título dice mucho del momento: «La agonía de la universidad franquista».
Con la llegada de la democracia se empiezan a suceder los gobiernos y también las reformas educativas, no sólo universitarias. ¿Qué supusieron simultáneamente el Informe Universidad 2000 (Informe Bricall) y la Ley Orgánica de Universidades (LOU) para la democracia universitaria?
En líneas generales creo que se puede decir que desde 1978 las leyes de reforma han llegado siempre con retraso a la universidad y han chocado además con las reivindicaciones en curso de los sectores universitarios más activos. Eso ocurrió ya en 1984 con la Ley de Reforma Universitaria (LRU) impulsada por el PSOE durante el ministerio de Maravall. Y volvió a ocurrir, con más razón aún y con más protestas, con la Ley Orgánica de Universidades (LOU) impulsada por el PP. La primera de esas leyes consagró la funcionarización del profesorado, contra lo que había sido durante diez años la opinión mayoritaria de los PNN; y la segunda consagró la privatización directa e indirecta de la educación superior, contra lo que venía siendo la opinión mayoría de los sectores más activos, defensores de la universidad pública. Por otra parte, en lo que hace al gobierno de la universidad pública las leyes han estado siempre por detrás de las consecuciones de los movimientos (de estudiantes, profesores y PAD). Un solo ejemplo: ha habido desde 1978 universidades con vicerrectores estudiantes, cosa, en mi opinión, positiva, pero no reconocida nunca abiertamente por las leyes. En cuanto al Informe Bricall, que tenía cosas indudablemente positivas y en cuya redacción participaron personas bien informadas de la evolución de las universidades en el mundo, se quedó en eso, en informe…
La creación del SDEUB resultó clave en aquel proceso de creación de nuevos sindicatos democráticos y en la lucha por la Universidad Pública. ¿Cuál crees que era, y es, la importancia de los sindicatos y asociaciones de estudiantes para alcanzar una universidad democrática?
El papel de los sindicatos y asociaciones de estudiantes en la democratización de la universidad ha sido fundamental y creo que lo seguirá siendo en el futuro. Lo que yo he visto en la universidad en los cuarenta años que llevo trabajando en ella me lleva a pensar que siempre que se impone la crítica o el desprecio genérico de los sindicatos (y no sólo estudiantiles) algo malo va a ocurrir. Y eso es precisamente lo que apunta en una información que daba el otro día el suplemento del diario El Mundo (Campus nº 570, 10/II/2010) sobre el cambio en las estructuras de gobierno de la universidad que pretende imponer la Conferencia de Rectores, acerca del cual vienen insistiendo, por cierto, desde hace algún tiempo banqueros y empresarios del país. Sintomáticamente la idea de «eliminar el lastre que suponen la burocracia y las presiones internas sobre la gestión» deriva ahí hacia un ataque en toda regla contra los sindicatos y contra los claustros universitarios, que son el núcleo de la representación democrática de los distintos sectores que componen la comunidad universitaria.
La campaña de desprestigio que aseguras que está sufriendo la Universidad Pública a menudo ha ido en paralelo de un desprestigio del movimiento estudiantil, y en detrimento de los éxitos alcanzados por éste en las décadas anteriores. ¿Qué lugar ocupa el Plan Bolonia en el desprestigio tanto de la Universidad Pública como de las movilizaciones del movimiento estudiantil durante el pasado curso?
El Plan Bolonia viene siendo utilizado desde hace años por los sectores más conservadores de la sociedad española para desprestigiar a la universidad pública y como pretexto para imponer en ella un modelo de gestión, tomado de las universidades privadas o mixtas, directamente funcional a los intereses del mercado, que son los suyos, claro. Lo que se propone de hecho cuando se habla de eliminar las «trabas burocráticas» y «las presiones internas» es llevarse por delante todos los órganos deliberativos y de toma de decisiones de las propias universidades, sustituyéndolos por rectores y otros órganos de dirección nombrados a dedo, o sea, hablando en plata: liquidar lo que ha costado años de luchas de estudiantes, profesores y PAS en favor de la democratización. La forma demagógica en que se está presentado esto a la opinión pública es también sintomática. Vuelvo a citar el suplemento de El Mundo: «Ésta [o sea, lo que se quiere liquidar] es la ingobernable herencia que ha dejado en los campus españoles una cultura de gestión sustentada sobre principios aparentemente democráticos pero que coloca el servicio público de la educación superior y la investigación a merced de luchas intestinas y de los cuatro estudiantes que votan en las elecciones».
A propósito de esto, y en relación con la pregunta, hay cuatro cosas sobre las que querría llamar la atención:
1) que lo que ahí se llama «herencia ingobernable» es lo que los críticos, estudiantes y profesores, hemos llamado siempre «democracia insuficiente o demediada», que hay que mejorar y profundizar, no liquidar;
2) que es falso que la educación superior y la investigación estén hoy a merced de luchas intestinas, y, por supuesto, ridículo responsabilizar de eso a los estudiantes que votan (votan pocos y se abstienen muchos no porque la democracia sea «ingobernable» en la universidad sino porque hay poca democracia);
3) que es llamativo el que los rectores dejen pasar tal tergiversación de los hechos, que tienen que conocer, como justificación de un cambio de modelo en la gobernación de las universidades directamente antidemocrático; y
4) que es casi un sarcasmo que en una crisis de las dimensiones de la actual, y conociendo como se conoce quienes son los principales responsable de la misma, se proponga un cambio de modelo en la gobernación de la universidad pública basado en principios y formas de gestión de los cuales lo menos que puede decirse ahora es que son manifiestamente menos democráticos, y probablemente peores en lo que hace a eficacia, que los que han estado vigentes en la universidad pública.
Esto que está ocurriendo se parece a las viejas proclamas de los conservadores de la segunda mitad del siglo XIX cuando se quejaban amargamente ante los primeros bosquejos de sociedades democráticas: «La democracia nos mata…». Y se comprende que los estudiantes y profesores que ven insuficiente democracia en la democracia que los otros quieren matar por «ingobernable» protesten y se manifiesten.
Fuente: El Queixal, nº 51, Primavera de 2010.