Con gran alarde, la British Petroleum (BP) acaba de donar una enorme suma para fondos de investigación de la Universidad de California en Berkeley, los Laboratorios Lawrence Livermore y la Universidad de Illinois, a fin de que puedan desarrollar nuevas fuentes de energía: básicamente biotecnología para desarrollar plantaciones que generen biocombustible. La donación se produce […]
Con gran alarde, la British Petroleum (BP) acaba de donar una enorme suma para fondos de investigación de la Universidad de California en Berkeley, los Laboratorios Lawrence Livermore y la Universidad de Illinois, a fin de que puedan desarrollar nuevas fuentes de energía: básicamente biotecnología para desarrollar plantaciones que generen biocombustible.
La donación se produce en el aniversario del infeliz negocio de Berkeley con la gigante de semillas Novartis para investigación, hace diez años. Sin embargo, con 500 millones de dólares, la donación de la BP representa diez veces más la inversión de Novartis. La presentación visual del anuncio fue inconfundible: el logotipo de la corporación BP está perfectamente alineado con las banderas de la Nación, del Estado y de la Universidad.
El director ejecutivo y presidente Robert A. Malone dijo que la BP se estaba «uniendo a algunos de los mejores talentos mundiales en ciencias e ingeniería para responder a la demanda por energías de bajo contenido de carbono, que estaremos trabajando para mejorar y expandir la producción de energía limpia, renovable, a través del desarrollo de mejores plantaciones». Esta asociación refleja un alineamiento global corporativo rápido, sin fiscalización, y sin precedentes de las más grandes empresas del mundo en el agro-negocio (ADM, Cargill y Bunge), la biotecnología (Monsanto, Syngenta, Bayer, Dupont), el petróleo (BP, TOTAL, Shell) y las industrias automotrices (Volkswagen, Peugeot, Citroen, Renault, SAAB). Para ellas es una inversión relativamente pequeña, ya que estas empresas se van a apropiar de la pericia académica construida a través de décadas de apoyo gubernamental, lo que se traduce en billones de ganancias para esos socios globales.
¿Esta sería una programación que sólo trae ganancias a la Universidad, al público, al medioambiente y la industria? Difícilmente. Además de sobrecargar la programación de las investigaciones de la Universidad, lo que los científicos que están detrás de este evidente negocio privado omiten mencionar es que la aparente «boca-libre» de combustible basado en plantaciones no puede satisfacer nuestra hambre de energía y que no será gratis, ni saludable desde el punto de vista ambiental.
Destinar toda la producción actual de maíz y soja de EE UU para la producción de biocombustibles sólo satisfaría el 12% de nuestra demanda de gasolina y el 6% de diesel. El total del área de EE UU para plantaciones alcanza 625.000 millas cuadradas. Para sustituir el consumo de petróleo de EE UU por biocombustible serían necesarias 1.4 millones de millas cuadradas para etanol de maíz y 8.8 millones de millas cuadradas de soja para biodiesel. Se estima que los biocombustibles van a transformar los estados de Iowa y Dakota del Sur en importadores de maíz hacia el 2008.
El equilibrio energético del biocombustible -la cantidad de energía fósil usada para producir las plantaciones de biomasa comparada con la que será producida- no es nada prometedor. Los investigadores Patzek y Pimentel identifican graves equilibrios negativos de la energía proveniente de biocombustibles. Otros investigadores encuentran un retorno de sólo 1.2 a 1.8 veces para el etanol, en el mejor de los casos, con dudas en relación a biocombustibles basados en celulosa.
Los métodos industriales de producción de maíz y granos de soja dependen de los monocultivos en gran escala. El maíz industrial exige altos niveles de fertilizante químico de nitrógeno (responsable en gran parte de la zona muerta en el Golfo de México) y el herbicida atrazine, un fragmentador endocrino. La soja exige cantidades masivas de herbicida no-selectivo Roundup, que desequilibra la ecología del suelo y produce «súper malezas dañinas». Ambos monocultivos producen una masiva erosión de la capa superficial del suelo y contaminación del agua superficial y subterránea debido a la evacuación de pesticidas y fertilizantes. Cada galón de etanol absorbe de 3 a 4 galones de agua en la producción de biomasa. La expansión de combustible «en espiga» para áreas más secas en el Centro-Oeste va a reducir el ya perjudicado acuífero Ogallala.
Uno de los motivos industriales más subrepticios del proyecto de los biocombustibles -y el motivo por el que Monsanto y compañía son actores clave- es la oportunidad de transformar irreversiblemente la agricultura en plantaciones genéticamente modificadas (GMOs en inglés). Actualmente, el 52% del maíz, el 89% de la soja y el 50% de la colza en EE UU son GMOs. La expansión de biocombustibles a través de «maíz programado», genéticamente adaptado para plantas especiales para el procesamiento de etanol, va a remover todas las barreras prácticas para la permanente contaminación de todas las plantaciones no genéticamente modificadas.
Obviamente, EE UU no puede satisfacer su apetito de energía con biocombustibles. En su reemplazo, los cultivos para combustibles estarán ubicados en los países en vías de desarrollo, sean estas plantaciones en gran escala de caña de azúcar, palmeras que producen aceite y granos de soja, que ya están sustituyendo bosques tropicales primarios y secundarios y pastos en Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Malasia. La soja ya causó la destrucción de más de 91 millones de acres de bosques y pastos en Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia. Para satisfacer la demanda del mercado mundial, sólo Brasil tendrá que talar 148 millones más de acres de bosque. La reducción de gases que producen el efecto invernadero se pierde, cuando los bosques que captan carbono son talados para dar paso a las plantaciones que producen biocombustibles.
A más de esto, centenas de miles de pequeños productores campesinos están siendo desplazados por la expansión de la soja. Muchos más perderán sus tierras debido a los biocombustibles. La expansión de tierras cultivables con plantaciones de maíz amarillo para etanol ya redujo el suplemento del maíz blanco para tortillas en México, provocando un aumento de los precios en un 400%. Eso hizo que los líderes campesinos presentes en el reciente Foro Social Mundial en Nairobi exigieran: ¡»Nada de tanques llenos cuando todavía hay estómagos vacíos!».
Con la promoción en gran escala de monocultivos mecanizados, que exigen la introducción de agro-químicos y máquinas, y conforme los bosques que captan carbono sean destruidos para dar paso a las plantaciones para biocombustibles, las emisiones de CO2 aumentarán y no disminuirán. La única manera de parar el calentamiento global es promover la agricultura orgánica en pequeña escala y reducir el uso de todos los combustibles, lo que implica disminuir los patrones de consumo y el desarrollo de sistemas masivos de transporte público, áreas que la Universidad de California debería estar activamente investigando y en las cuales la BP y los otros asociados en función de los biocombustibles nunca invertirán uno solo centavo.
Las consecuencias potenciales para el medioambiente y la sociedad del financiamiento de la BP son profundamente perturbadoras. Después del informe de la revisión externa del acuerdo entre la Universidad de California y Novartis, que recomendó que la Universidad no realizase tales acuerdos en el futuro, ¿como se pudo anunciar un negocio tan grande sin un amplia consulta al cuerpo docente de la Universidad? La universidad ha sido conducida a una asociación corporativa que puede transformar irreversiblemente los sistemas de alimentos y combustibles del planeta y concentrar un enorme poder en las manos de unos pocos socios corporativos.
Cabe a los ciudadanos de California exigir a la Universidad se responsabilice de investigaciones que verdaderamente apoyen alternativas sostenibles para la presente crisis energética. Un debate público serio sobre este nuevo programa ya debió haberse realizado hace tiempo. (Traducción ALAI)
– Miguel A. Altieri, Profesor de la Universidad de California en Berkeley
– Eric Holt-Gimenez, Director Ejecutivo, «Food First», Oakland