Con prohibición de hacer fotografías, el recién creado Servicio Nacional de Turismo metió en 1938 a grupos en autobuses nuevos y se les mostraron escenarios simbólicos de la Guerra Civil como Irún, el cinturón de hierro o Durango con la contienda sin haber finalizado.
Cuando en 1937, en plena Guerra Civil pero con las provincias vascas ya conquistadas en su integridad, el bando sublevado constituyó un Gobierno no democrático y alternativo al legítimo de la II República con capital en Burgos, Vitoria acogió los relevantes ministerios de Justicia y Educación y Bilbao fue la sede del de Industria. Donostia pujó también por ese estatus, pero no le fue posible. Sin embargo, sí se instaló en la ciudad un relevante organismo, el Servicio Nacional de Turismo, entonces adscrito al Ministerio del Interior, cuyo titular era Ramón Serrano Suñer, cuñado de Francisco Franco y uno de los máximos ideólogos de la asimilación del franquismo al nazismo alemán y al fascismo italiano. Y desde Donostia se organizó en el verano de 1938 un plan para mostrar a turistas extranjeros las bondades del nuevo régimen en las zonas conquistadas cuando la guerra no había finalizado aún. Se crearon las “rutas nacionales de guerra” como paquetes de viaje ofrecidos fuera de España para visitar lugares simbólicos para los sublevados. La primera, la denominada “ruta del norte”, arrancó en Irún en julio de 1938, pasó por Donostia y Bilbao e incluso tuvo una parada para que los que se apuntaban, a los que se les prohibía tomar sus propias fotografías, vieran las ruinas de la Gernika bombardeada por nazis y fascistas unos meses atrás aunque la versión franquista culpara de su destrucción a los “rojos”. Después, el trayecto seguía a Cantabria y Asturias.
“La España Nacional se enorgullece de presentar su prosperidad a todo el mundo”, promocionaba la prensa controlada semanas antes del inicio de las visitas. Se vendían como las rutas “de la verdad” para explicar en el exterior la realidad sobre la “cruzada” frente a la versión de los “sóviets”. “Ellos mienten. Nosotros luchamos, vencemos y creamos”, se insistía. La ruta del norte, que fue la única que se pudo poner en marcha en primer término aquel tercer verano de la Guerra Civil, arrancó en Irún, en la frontera hispano-francesa en la que en 1940 se reunirían Francisco Franco y Adolf Hitler y en la que la presencia nazi fue muy corriente durante años. “Irún es el primer pueblo de la ruta de guerra del norte, ruta de la verdad que el Generalísimo abre al mundo para que experimenten todos los hombres de buena voluntad lo que fue el dominio de las hordas y lo que es la prosperidad y el orden del Gobierno de Franco”, se podía leer en el diario ‘Pensamiento Alavés’ junto a una fotografía del centro de la localidad fronteriza.
Seguía hacia Donostia, donde había convenidos tres hoteles para los turistas, el María Cristina, el Continental y el Londres. Precisamente donostiarra era una de las agencias de viaje que colaboró con el proyecto, Cafranga. Antes de Bilbao, donde los alojamientos eran los hoteles Carlton y Torrontegui, en la ruta estaban Zarautz, Zumaia, Mutriku, Deba, Elgoibar, Eibar, Durango, Ondarroa, Lekeitio, Amorebieta-Etxano y, desde luego, Gernika. Muchos de esos pueblos habían sido bombardeados duramente. En el folleto que se editó en varios idiomas se mostraba una fotografía aérea de la villa totalmente aniquilada, así como a dos requetés carlistas protegiendo el árbol símbolo de los fueros vascos. Previamente a pasar a Cantabria y Asturias, los viajeros veían también Balmaseda. En total, eran 1.101 kilómetros en nueve días incluido el regreso al punto de origen, la frontera francesa.
El plan estaba diseñado de modo tal que se editaron grandes folletos en idiomas como el inglés, el francés, el portugués, el italiano o el alemán. La versión anglosajona se titulaba “The path of war in Spain” y, además de las decenas de fotografías de los pueblos del camino y de prisioneros republicanos encarcelados o hacinados en campos de concentración como un reclamo más, venía un retrato de Franco y también de otros de los principales militares golpistas, incluido el ya fallecido Emilio Mola.
Se les comparaba a los turistas el paseo por Gernika y por otros lugares como una estancia “en las Termópilas, en Rocroi o en Waterloo”, escenarios de grandes gestas de la historia. Se citaban también recientes hitos de la I Guerra Mundial como Verdún. “Pero la España nacional es el primer país que ha organizado visitas en tiempo de guerra”, se jactaba el régimen. Se prometían hasta cuatro “rutas de guerra”, pero el 1 de julio de 1938, a nueves meses del final de la contienda todavía, el programa empezó en Irún con la del norte. “Los grupos serán acomodados en hoteles de primera clase dotados con todos los requerimientos modernos”, se les decía. Como facilidad adicional para los forasteros, se apuntaba como logro que la zona conquistada de España había “adoptado” el huso horario de Alemania (“cosa que la República había abolido”).
“Gipuzkoa es una tierra sonriente donde la civilización despliega sus más grandes victorias y recursos. Bizkaia destaca particularmente por su riqueza minera e industrial. […] San Sebastián es destino costero moderno y cosmopolita. Bilbao es considerada la ciudad más rica del mundo […]. Además de las capitales, hay puntos atractivos de la costa como Zarautz, Zumaia o Deba [o] románticos y pintorescos pueblos como Mutriku, Ondarroa, Lekeitio o Bermeo”, se podía leer en ese folleto, que también glosaba las bellezas de Cantabria y Asturias. Sin embargo, ni Vitoria, que fue el primer municipio en ser conquistado por los franquistas tras el 18 de julio de 1936, ni Álava eran parte del viaje.
El paquete turístico costaba al principio 8 libras esterlinas o su equivalente en francos franceses, liras italianas, marcos alemanes o escudos portugueses, lo que evidentemente no cubría todos los gastos particulares. Eran unas 850 pesetas según el tipo de cambio legítimo del momento, es decir, el republicano. Al cambio actual, aplicada la inflación, serían unos 2.300 euros. Eso sí, además de los lujosos hoteles, “para el transporte de los visitantes” se fletaron “autocares confortables y seguros” -de la marca Dodge y matriculados y “guías-intérpretes”. Luego pasó a nueve libras esterlinas en otras ediciones.
Los que entraban en Irún -en el archivo municipal de esta localidad constan agradecimientos a grupos de extranjeros que hicieron la ruta- tenían que seguir unas instrucciones muy precisas. El equipaje tenía que ser ligero, como mucho “una maleta corriente por persona” y quizás “un pequeño maletín o efecto de mano” como complemento. Se les recomendaba un “impermeable” a pesar de ser verano pero también un bañador, “pues habrá ocasión de poder tomar baños de mar”. El pasaporte tenía que estar visado por el consulado español en el país de origen. Se facilitaba a los viajeros que cambiaran sus divisas a pesetas, incluso en los propios hoteles, pero se les prohibía sacarlas del país después. En aquellos años había un auténtico caos monetario e incluso llegó a circular una peseta vasca. Los inscritos no podían meter en España mapas; solamente podían usar el folleto creado ‘ad hoc’ por el Servicio Nacional de Turismo. Y muy relevante: “Estará prohibida la entrada y salida de máquinas fotográficas”. Se les vendían postales ya editadas como recuerdo de la estancia.
Los autobuses Dodge fueron comprados ese mismo 1938, a tenor de sus matrículas correlativas emitidas en Bilbao. Iban identificados con una letra y, según las fotografías encargadas por el Ministerio del Interior a un conocido retratista de Donostia, Foto Marín, eran al menos siete, el A, el B, el C, el D, el E, el F y el G. Los extranjeros tuvieron especial interés en ver el cinturón de hierro diseñado para la defensa de Bilbao y se permitieron incluso fotografiarse haciendo el saludo fascista. También posaron en el exterior de la Casa de Juntas de Gernika, junto al viejo roble, uno de los pocos puntos no destruidos por el bombardeo. Esas imágenes muestran el gran cambio paisajístico que se produjo en pocos meses. El hotel Carlton, que fue la sede de la Presidencia vasca tras la constitución del primer Gobierno autonómico dirigido por José Antonio de Aguirre había pasado a tener varios ‘¡Arriba España!’ en su entrada.
Aunque Donostia era ya y siguió en el franquismo como un relevante destino turístico -era la residencia estival del dictador-, las rutas fueron un espejismo. Los años de la II Guerra Mundial supusieron una caída de las entradas de extranjeros. Según datos del Archivo Provincial de Gipuzkoa, en 1940 pernoctaron 1.838 hombres y 658 mujeres y en 1941 ya cayeron a 102 y 53, respectivamente. En 1945, último año de la contienda mundial, las cifras eran de apenas 71 y 54.
El hombre de Franco para poner en marcha en Donostia el Servicio Nacional de Turismo y las rutas fue un andaluz, Luis Antonio Bolín Bildwell. Periodista, con dominio del inglés, fue la persona encargada de organizar el traslado en avión de Franco a África para que se pusiera al frente del golpe de Estado en 1936. Fue máximo responsable turístico del nuevo régimen desde 1938 a 1952. Falleció en 1969. Constan intentos realizados por carta desde Donostia para organizar viajes para estudiantes al margen de las rutas abiertas al público, pero siempre con los mismos fines propagandísticos.