El problema no es que la crisis arrecie. Ni que se espere un año 2019 «de grandes desafíos», como aseveran nuestros eufemísticos medios oficiales. El problema no es que las dos últimas generaciones de cubanas y cubanos nacieran bajo el Período Especial. Tampoco que tal etapa sea ya tan extensa que pudiera cuestionarse si el […]
El problema no es que la crisis arrecie. Ni que se espere un año 2019 «de grandes desafíos», como aseveran nuestros eufemísticos medios oficiales. El problema no es que las dos últimas generaciones de cubanas y cubanos nacieran bajo el Período Especial. Tampoco que tal etapa sea ya tan extensa que pudiera cuestionarse si el verdadero período especial no fue el que Cuba vivió bajo el manto protector del campo socialista. La secuela más terrible de una larga crisis es el cambio que sufren las personas que la soportan.
Se modifican sus proyectos de vida, en realidad dejan de tener proyectos de vida ante el imperativo de la cotidianidad. En consecuencia, se transforman sus sistemas de valores. Nociones contrapuestas, como lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo legal y lo ilegal, difuminan sus demarcaciones debido al aumento de la pobreza y al incremento de las familias, con hijos que no tienen culpa alguna de que el salario de sus madres y padres tenga cada vez menos influencia en la economía doméstica. Resultado de lo anterior: cada vez nacen menos hijos. Aun así, este no es el verdadero problema.
Una crisis puede valorarse desde dos puntos de vista: interno y externo. Sin embargo, no se trata aquí de perspectivas geográficas, sino de visiones respecto a la misma crisis. De un lado se ubican los que la sufrimos en carne propia, con su corolario de carencias, migraciones, depresiones, decepciones y deserciones; del otro, los que han hecho de la lucha por superarla su razón de ser, los que se ocupan y preocupan de ella, pero que no saben en verdad lo que es sentirla, ni ellos ni sus familias.
La existencia de una clase de burócratas en Cuba debe ser considerada también teniendo en cuenta su actitud ante la agudización de la crisis económica. ¿Cuál es su propuesta concreta para sumarse a la austeridad y al ahorro que tanto le piden al pueblo? En Cuba existe un enorme aparato de dirección, partidista y estatal, que lejos de disminuir tiende a incrementarse. Hace poco escribí en un post: «Un país empobrecido como el nuestro, cuya economía prácticamente no crece desde hace casi una década no puede mantener tal derroche de recursos materiales y humanos al sostener dos formas de dirección, una que orienta y otra que gobierna».
Otra arista del asunto es la relacionada con los gastos individuales en que incurren nuestros dirigentes y sus familias. El presidente de México pretende disminuir los salarios a los funcionarios y magistrados -lo que le está costando mucho lograr-, pero en Cuba los sueldos de los burócratas no son los que determinan su estilo de vida. Nuestra burocracia -y en eso sí se parece al pueblo-, no vive del salario. Ello fue una práctica común de los países socialistas, como bien asevera Mario Valdés en su ensayo «La tríada burócratas-burocracia-burocratismo y la hora actual de Cuba» (Premio Temas 2017, en Temas 91-92, julio-diciembre 2017, pp. 117-125):
(…) la vocación antimercantilista de los estados en transición socialista hizo que la satisfacción de muchas de las necesidades de estos cuadros y sus familias a expensas del Estado se percibiera como una manera superior de distribución, más cercana a la comunista y ajena a las tentaciones del dinero; rara interpretación que daría lugar a toda una gama de privilegios, prebendas y beneficios que los alejaría cada vez más de las condiciones reales de subsistencia del pueblo trabajador. Por ello la burocracia socialista es representada socialmente por gran parte de la población como una cleptocracia parasitaria, ajena a las vicisitudes de las masas (…)
Dietas especiales, transporte asegurado, atención médica especial, vacaciones a cargo del «quinto departamento», que es el protocolo bajo el que se reconocen los gastos de los dirigentes y sus familias en los hoteles; estas condiciones diferenciadas explican que el discurso que genera la dirigencia sobre el cambio y las transformaciones medulares que requiere la Isla esté permeado de términos como «progresividad», «paulatinamente», «sin prisas». Es claro que quien no sufre la pobreza no tiene la misma premura en salir de ella
Lo criticable no es que la burocracia dirigente viva mejor que el pueblo al que dicen representar, ese tampoco es el problema. Es lógico que quienes desempeñan funciones tan complejas no se distraigan pensando qué pondrán a la mesa familiar o cómo podrán comprar los zapatos que necesita su hijo. La cuestión es que cuando esos burócratas terminen sus períodos de mandato constaten en su experiencia personal el punto de vista popular sobre la crisis. Y aquí sí se manifiesta el verdadero problema.
La tesis de la física que afirma que la materia no se destruye, solamente se transforma, puede ser aplicada a nuestra dirigencia. En Cuba la burocracia es prácticamente vitalicia, los dirigentes que concluyen sus mandatos pasan «a ocupar otras funciones», se reciclan, se convierten en asesores de otros burócratas, pero es claro que nunca sabrán lo que es vivir como «el pueblo en general», frase que detesto en lo personal por la carga de demagogia que porta.
Cuba necesita dirigentes que nazcan del pueblo, pero que regresen a él cuando concluyan sus mandatos. De ese modo nuestros gobernantes se apresurarán a realizar cambios que en plazos breves mejoren las condiciones de vida de cubanas y cubanos. Bien dijo Marx que la gente piensa según vive, y no a la inversa.