En el ocaso del neoliberalismo y el surgimiento de gobiernos progresistas en América Latina se asoma como una gran oportunidad que no debe ser desperdiciada el retomar el proyecto antiimperialista tercermundista de mediados del siglo XX. Pero más que retomarlo, hace falta modernizarlo y ponerlo al día con las nuevas realidades- nuevas realidades como el […]
En el ocaso del neoliberalismo y el surgimiento de gobiernos progresistas en América Latina se asoma como una gran oportunidad que no debe ser desperdiciada el retomar el proyecto antiimperialista tercermundista de mediados del siglo XX. Pero más que retomarlo, hace falta modernizarlo y ponerlo al día con las nuevas realidades- nuevas realidades como el cambio climático, el cénit del petróleo, la crisis alimentaria, la debacle económica mundial, y desastres humanos de proporciones terroríficas como el derrame de BP en el golfo de México y, más recientemente, el horror nuclear de Fukushima.
Este proyecto de justicia económica global surgido desde los países del Sur fue concebido por pensadores destacados, particularmente economistas progresistas de los cuales es necesario mencionar a R. Prebisch y C. Furtado, llevado adelante por líderes del tercermundismo militante, como Nehru, Sukarno, Nyerere, Nasser, Castro y Allende, y reflejado en el programa de trabajo de instituciones internacionales como el Grupo de los 77, el Movimiento de Países No Alineados, la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
Pero como era de esperarse, el imperio respondió con saña. Ya se veía venir en el primer informe de la Comisión Trilateral, en el que el teórico imperialista Samuel Huntington se quejaba de que había un «descontrol democrático» y que era imperativo restaurar la disciplina y la gobernabilidad. Primero vinieron los golpes de estado en el cono sur y su secuela de dictaduras y desaparecidos, necesaria para eliminar cualquier posible oposición al jihad económico del profesor Milton Friedman y sus pupilos de la Universidad de Chicago (lo cual le ganó el Nobel al señor Friedman), y después las políticas retrógradas y beligerantes de Reagan y Thatcher. La contrarrevolución económica global estaba en pleno auge. Las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) usaron su poder no para adelantar el desarrollo económico de los países del Sur sino para poner sus economías en sindicatura y desmantelarlas. Se impuso la ideología del neoliberalismo mediante cátedras e institutos generosamente financiados desde el Norte, y un periodismo burgués afiliado a la Sociedad Interamericana de Prensa. Para rematar, se renegociaron los términos del comercio global en la Ronda de Uruguay, la cual llevó a la formación de la antidemocrática Organización Mundial de Comercio.
Pero después de la larga noche del neoliberalismo llegó el ALBA. Con el descrédito y hundimiento del modelo neoliberal los sectores progresistas y populares recuperaron la iniciativa y cambiaron gobiernos mediante elecciones (Venezuela, Brasil, Uruguay) o revoluciones (Ecuador y Bolivia). La más clara señal de que la marea había cambiado fue cuando movimientos sociales de todo el hemisferio, junto con los gobiernos de Brasil, Argentina y Venezuela, dieron al traste con las pretensiones del gobierno de Bush II de establecer un Area de Libre Comercio de las Américas, que hubiera arropado al hemisferio bajo la dominación económica de Estados Unidos.
Desde entonces, el nuevo progresismo ha hecho avances electorales en casi todos los países de América Latina. La Alternativa Bolivariana de las Américas se perfila como alternativa a bloques económicos subordinados a EEUU y Europa, y aparecen una serie de nuevas instituciones regionales, como UNASUR y el Banco del Sur, y numerosos medios noticiosos bolivarianos, como Telesur y ABP.
Este es el momento más propicio en décadas para reanudar el proyecto progresista al que referimos al principio de este artículo, y repetimos que hay que adaptarlo a la nueva realidad global. El proyecto original que surgió en las décadas de los 50 y 60, fundamentado sobre la crítica estructuralista, el pensamiento desarrollista y la teoría de la dependencia, no tenía sensibilidad hacia lo ecológico. Es de entenderse, quienes desarrollaron este ideario fueron hombres de su tiempo, no tenían la información que tenemos hoy.
La reacción inicial a los planteamientos ambientalistas fue hostilidad: ‘¿Cómo pretenden los blanquitos privilegiados del Norte que nos ocupemos de las ballenitas y las mariposas cuando nuestra gente padece de hambre?’, preguntaban retóricamente a los ambientalistas del Norte que cuestionaban los impactos ambientales de los megaproyectos que se construían en el Sur. Mahathir Mohamed, primer ministro de Malasia de 1981 a 2003, lanzó numerosas arengas contra los ambientalistas, a quienes declaró enemigos del desarrollo económico de los países pobres. Pero en parte tenian un punto válido en sus reservas acerca del ambientalismo del Norte. Gran parte de ese ambientalismo, lo que se conoce en inglés como mainstream, era subvencionado por la elite mediante fundaciones y patrocinios corporativos, de visión Malthusiana y encajado dentro de las paranoias de la guerra fría- un ambientalismo elitista, tecnocrático, sin visión social, que miraba las aspiraciones de desarrollo económico del tercer mundo con suspicacia, y hasta hostilidad.
Pero en los años que siguieron ocurrieron una serie de desastres nada naturales que obligaron hasta el más sonámbulo a considerar la destrucción ambiental como un asunto serio, para nombrar solo unos pocos: Love Canal, Bhopal, Chernobyl y Exxon Valdez. El evento clave en la paulatina y gradual creación de conciencia sobre la problemática ambiental entre políticos de todas las ideologías y de todos los países del mundo fue la Conferencia de Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo (UNCED), celebrada en Río de Janeiro en 1992. La UNCED, recordada como la Cumbre de la Tierra, fue la mayor reunión de jefes de estado en la historia y posiblemente la más importante actividad en la historia de la ONU. Tras este trascendental evento se perdió la inocencia, ya nadie en la vida pública o aspirante a algún liderato político podría alegar no saber nada de la crisis ambiental o no haber oído el término ‘desarrollo sustentable’.
Pero se trata de más que hacer desarrollo económico con algunas salvaguardas ambientales. La evidencia y la historia muestran que las economías de los llamados países desarrollados, que son para los gobernantes del Sur el modelo a seguir y emular, no son sustentables en modo alguno, ya sea desde el punto de vista político, económico o ecológico. Este tipo de desarrollo no es posible alcanzar sin acceso ilimitado e irrestricto a los recursos de otros países, lo cual es posible solamente mediante invasión militar, intervención encubierta, o tratado de libre comercio. Dicho de otro modo, no es posible sin imperialismo.
Esta observación es especialmente vigente e importante ahora en vista del ascenso de los países emergentes, que incluyen a China, India, los tigres del Sureste Asiático, los emiratos del Golfo Pérsico, y Brasil. Estos países de rápido crecimiento podrían ser considerados de clase media. No importa la ideología que promulguen, lo cierto es que las prósperas clases medias y dominantes de estos países miran a Estados Unidos como el modelo a seguir.
Quien dude que pueda haber desarrollo al estilo USA sin imperialismo solo tiene que ver cómo China se ha movido agresivamente hacia el Medio Oriente, Africa y América Latina para obtener los recursos estratégicos que necesita para su voraz crecimiento. Y Brasil, con su hambre insaciable de energía y recursos minerales, proyecta una sombra sobre todos los países suramericanos, lo cual causa en el continente grados variables de recelo y alarma.
Las implicaciones ecológicas de las ambiciones de los países emergentes son altamente preocupantes. La industrialización de Europa y Estados Unidos en los siglos XIX y XX se realizó en un planeta con recursos naturales y ecosistemas prácticamente vírgenes. Pero estamos en un mundo muy distinto hoy. La Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (trabajo colectivo de sobre 1,300 expertos), el estremecedor informe de 2007 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, y los informes anuales de ‘Estado del Mundo’ del no gubernamental Instituto Worldwatch, muestran claramente que los sistemas naturales que posibilitan la vida humana en el planeta y los suministros de recursos (particularmente los no renovables) en los que depende la economía mundial están en peligro inminente de colapso. Si el planeta fuera una cuenta bancaria, se podría decir que no estamos viviendo de los dividendos sino comiéndonos el principal.
No hay manera de evadir la realidad: no hay posibilidad de un segundo despegue industrial. Los recursos naturales y espacios ecológicos se hacen escasos y simplemente no dan abasto hoy. Dijo el economista y ecologista E.F. Schumacher:
«Es obvio que el mundo no puede sostener (afford) a Estados Unidos. Ni tampoco a Europa Occidental o Japón. De hecho, podemos llegar a la conclusión de que la tierra no puede sostener el ‘mundo moderno’… La tierra no puede sostener, digamos, 15% de sus habitantes- los ricos que están utilizando todos los maravillosos avances de la ciencia y tecnología- para indulgir en un crudo y materialista modo de vida que saquea la tierra. Los pobres no hacen mucho daño… Prácticamente todo el daño está hecho por ese 15%… Los pasajeros problemáticos de la nave espacial Tierra son los pasajeros de primera clase y más nadie.»
Estas palabras las dijo en 1973. Asi que como ven, no somos los primeros en plantear esto. Tambien, la célebre activista eco-feminista, autora y educadora ambiental india Vandana Shiva lleva un par de décadas precisamente advirtiendo que si el Sur se pone a imitar los patrones de desarrollo económico del Norte industrializado el resultado sería un catástrofe global. Y antes que ella, su compatriota Mahatma Gandhi había hecho advertencias similares. El declaró una vez que «Si la India se decide a imitar a Inglaterra, será la ruina de la nación». Gandhi era no solamente luchador independentista y titán del activismo no violento, sino que además sus observaciones sobre desarrollo económico y sus propuestas de autodependencia local hicieron de él un importante pensador pre-ecologista adelantado a su tiempo.
Gandhi tenía diferencias con su contraparte modernista, el primer ministro Jawaharlal Nehru, precisamente en torno a este punto. Cito al eco-filosófo alemán Wolfgang Sachs:
«Gandhi quería sacar los ingleses del país para dejar que India fuera más india; Nehru, por su parte, vió la independencia como la oportunidad para hacer a India más occidental. La bala de un asesino evitó que la controversia entre ambos héroes de la nación llegara al público, pero la correspondencia a lo largo de una década entre ambos claramente muestra los asuntos en cuestión.»
Años después de la muerte de Gandhi, su pensamiento influyó decisivamente sobre el ya mencionado Schumacher, uno de los más importantes precursores del radicalismo ambiental moderno y de las políticas de los partidos verdes. Su libro «Lo pequeño es bello», un ataque frontal contra las premisas de la modernidad y la tiranía del economismo productivista, es considerado un clásico del pensamiento ecologista.
Afortunadamente hay numerosos otros referentes valiosos para formar e informar un proyecto revolucionario que armonice el progresismo con el ecologismo y asuma los mandatos incumplidos de aquel tercermundismo del siglo pasado. En América Latina, por ejemplo, se están impulsando propuestas de post-extractivismo, lo cual significa el sacar la región del modelo de capitalismo dependiente basado en la extracción de recursos naturales para exportación, y darle primerísima prioridad al uso local de estos recursos para facilitar un desarrollo verdaderamente local, nacional y «endógeno».
Esta propuesta no está confinada a pequeños círculos de intelectuales sino que está cobrando auge entre movimientos progresistas y alternativos, organizaciones no gubernamentales y recintos universitarios. Más importante aún, las nuevas constituciones progresistas de Ecuador y Bolivia son post-extractivistas en orientación.
No es posible abordar la reconciliacion de la ecología y el antiimperialismo dentro del marco de una propuesta post-extractivista sin hacer referencia a la figura del presidente boliviano Evo Morales. El presidente Morales ha puesto la ecología en el centro de su discurso político y es el único jefe de estado en el mundo que asume una postura explícitamente antiimperialista y anticapitalista, a la vez que incorpora avanzados conceptos de ecología.
En la cumbre de la ONU sobre cambio climático en Copenhague en 2009, Morales llevó la voz cantante en pro de los intereses de los países pobres, los cuales son los menos que tienen culpa de la caos climático y los que más se perjudicarán, y a la vez dirigió la denuncia en contra de la inacción e hipocresía de los países industrializados, particularmente Estados Unidos. En respuesta al fracaso de la cumbre de Copenhague, convocó a una conferencia mundial de la sociedad civil para enfrentar el problema y formular un plan de acción, que se llevó a cabo en Cochabamba en 2010. Esta actividad estableció a Morales como indiscutible líder ambientalista a nivel mundial y exponente de un ambientalismo progresista.
Pero para poder dilucidar nuevos referentes y caminos hacia un post-extractivismo latinoamericano es más importante conocer el activismo no gubernamental- sociedad civil, ONG, pueblos indígenas, ecologistas- que seguir los pronunciamientos de jefes de estado. Tristemente, los gobiernos progresistas de la región están practicando lo que ha venido a conocerse como neo-extractivismo, como venimos documentando en artículos recientes. Las actividades extractivas destructoras del ambiente, identificadas con el neoliberalismo, el subdesarrollo económico y siglos de explotación imperialista, continúan como antes pero ahora justificadas con un nuevo discurso que se canta de izquierda.
Para contrarrestar el cambio climatico, el problema ambiental más apremiante de nuestra era, uno pensaría que lo más obvio que puede hacer un país exportador de combustibles fósiles con un gobierno de discurso ecologista, sería reducir la dependencia de la economía nacional en la exportación de estas materias, renunciar a la expansión de esta actividad extractiva, y dirigir divisas hacia inversiones estratégicas para promover las energías renovables y financiar medidas para enfrentar los efectos del cambio climático. Pero en la Bolivia de hoy nada de esto se está haciendo. La exportación de hidrocarburos es una tajada más grande de la economía nacional que bajo el gobierno neoliberal que le precedió. El gobierno de Evo se dispone a abrir la Amazonia a la explotación petrolera a pesar de las objeciones de ecologistas y pueblos indígenas locales que serían afectados- el presidente ya ha declarado que la explotación del petróleo amazónico es innegociable y que la consigna de «Amazonia sin Petróleo» es inaceptable, y hasta ha insinuado con poca sutileza que se trata de manipulaciones de elementos foráneos opuestos al gobierno.
El gobierno boliviano tambien está emprendiendo masivos proyectos energéticos y de transporte de gran controversia debido a su impacto ambiental- autopistas, hidrovías, mega-represas hidroeléctricas-, y para rematar tiene planes de desarrollar la energía nuclear y ha expresado interes en explotar yacimientos locales de uranio.
En los otros países de la Suramérica progresista, el panorama ambiental no luce mucho mejor. En Ecuador, el presidente izquierdista Rafael Correa abre el país a la minería a cielo abierto, una de las actividades humanas más espectacularmente destructivas del ambiente, y prosigue sin reparo alguno la extracción petrolera- excepto en el famoso bloque petrolero ITT, objeto de la muy celebrada Iniciativa Yasuní. Ante las críticas, dice Correa que «No crean a los ambientalistas románticos, todo el que se opone al desarrollo del país es un terrorista».
En Uruguay el gobierno del Frente Amplio está empeñado en consolidar el modelo de colonialismo corporativo agroexportador establecido por su predecesor, basado en monocultivos insustentables productores de soya y celulosa. Y por su parte, Brasil bajo el gobierno de Lula abandonó cualquier pretensión de cuidado del ambiente- si alguna vez la tuvo- y embarcó su pais en un desarrollismo a ultranza con un saldo ambiental estremecedor. En cuanto a reducir la dependencia de los combustibles fósiles, Brasil va en dirección contraria. Su compañía nacional petrolera es la segunda a nivel mundial y tiene ambiciosos planes para extraer oro negro del lecho del océano Atlántico, en aguas tres veces más profundas y bastante más peligrosas que donde ocurrió el calamitoso derrame de BP en el golfo de México en 2010.
En resumen, en este momento histórico es posible y necesario retomar y reanudar el proyecto progresista tercermundista que se emprendió en las décadas de los 50, 60 y 70, pero si no se incorporan a éste las nuevas corrientes de pensamiento ecológico el resultado será la hecatombe global. Sin embargo, la ventana de oportunidad que se asoma no es muy grande, como evidencian los traspiés de los gobiernos progresistas suramericanos. A pesar de las perspectivas nada halagadoras, no se puede abandonar este emprendimiento. Se trata de la encomienda del milenio, nada menos.
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Carmelo Ruiz Marrero es autor, periodista y educador ambiental. Sus artículos han sido publicados por Ecoportal, Rebelión, ADITAL, Biodiversidad en América Latina, la Agencia Latinoamericana de Información, Counterpunch, Corporate Watch, La Jornada, Food First, Inter Press Service, Americas Policy Program, y otras organizaciones y medios. Su primer libro, «Balada Transgénica: Biotecnología, Globalización y el Choque de Paradigmas» fue publicado en 2005. Dirige el Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico (http://bioseguridad.blogspot.com/) y su página web bilingüe Haciendo Punto en Otro Blog es actualizada a diario (http://carmeloruiz.blogspot.com/).
Fuente: http://alainet.org/active/45424
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