El espectáculo que está dando estos días el PSOE al respetable puede considerarse de todo, menos edificante. Sabiendo -como se sabe- que en nuestro país se suele castigar electoralmente la división interna de los partidos, la batalla sin piedad desatada por las baronías regionales, enfrentada a la resistencia numantina de Sánchez y su aparato, no […]
El espectáculo que está dando estos días el PSOE al respetable puede considerarse de todo, menos edificante. Sabiendo -como se sabe- que en nuestro país se suele castigar electoralmente la división interna de los partidos, la batalla sin piedad desatada por las baronías regionales, enfrentada a la resistencia numantina de Sánchez y su aparato, no puede acabar bien de ninguna de las maneras. Quien, finalmente, se imponga en el pulso, lo hará sobre las cenizas del que algún día fue el principal partido político del país.
Para muchos, desde luego, no será motivo de pena. El que suscribe, si alguna vez tuvo simpatías por el PSOE, se esfumaron al poco de cumplir la veintena tras la incorporación engañosa del estado español a la OTAN, con el desmantelamiento de sectores industriales clave, con la privatización del sector público, con las sucesivas reformas laborales aniquiladoras de derechos de los trabajadores y trabajadoras, con la corrupción y con la guerra sucia dirigida por las cloacas del estado, convertidas en una organización terrorista en toda regla.
La debacle interna del PSOE no es un proceso simple y unifactorial, responde tanto a problemas exclusivos de nuestro país como a fenómenos mucho más generales. Como comentaba anteriormente, el debe de los socialdemócratas españoles está tan lleno de todo tipo de tropelías que no pueden lavar sus contribuciones en materia social, sanitaria o educativa de sus años de gobierno. El régimen del 78 supuso el control, por las estructuras del bipartidismo, de todas las instancias del estado y la creación de una clase política plegada a los intereses poderosos o provenientes de los mismos poderes fácticos que nunca dejaron de controlar el país desde la época de Franco. Es lo que algunos llamaron casta, aunque ya parece que muchos han dejado de usar el término para facilitar su mimesis institucional. Este alejamiento de las clases populares, a las que jamás volvían tras el paso por la política (si es que alguna vez se les acababa el chollo), sumado a una crisis-estafa y a una corrupción sistémica, es lo que ha provocado la desafección que sufre el PSOE.
Podemos preguntarnos por qué el PP no la sufre en igual o mayor medida, si también ha saqueado las arcas públicas, ha desmantelado más profundamente el estado del bienestar y ha degradado la calidad de democracia a niveles bananeros. Hay por ahí un dicho que viene al pelo que afirma que, la cuando gobierna la derecha, nunca decepciona, mientras que la izquierda siempre lo hace. Y es que nadie espera que la derecha gobierne para los de abajo, por mucho que hayan prometido durante una campaña electoral o mientras han estado en la oposición. Todo lo contrario, su objetivo es satisfacer la voracidad de los que los han llevado al poder. Satisfacer a los de su casta, a los que pagan sus campañas, les hacen propaganda en sus medios o les costean los sobresueldos que necesitan para vivir con el tren de vida al que acostumbran y sobrellevar las renuncias económicas que les supone la dedicación a la cosa pública. Ese proceder está en su naturaleza, en su ADN. Pero si uno de los nuestros se comporta así, jamás recibirá el perdón y su mácula salpicará a los que le rodean y comparten con él mesa y mantel. Puede ser más o menos justo o más o menos triste, pero es así. Cuanto más de izquierda se sea, mucho más íntegro se debe ser y se debe proceder. Lo que se le perdona al PSOE no se le perdona a Izquierda Unida, recordemos por ejemplo el caso Willy Meyer y las pensiones del parlamento europeo…
Pero no se explica todo en clave nacional. La deriva de la socialdemocracia, acomodada a vivir en el capitalismo más salvaje y desregulado, bajo el diktat económico y militar de Estados Unidos, le hace perder la necesaria diferenciación con las opciones de la derecha más liberal o conservadora. ¿Que hay de aquellas nacionalizaciones de la banca o de sectores industriales estratégicos de Francois Miterrand? No ha pasado tanto tiempo para justificar un viaje -o un viraje- tan profundo al vacío, a ese centro izquierda que ahora dicen ocupar, a la nada. Cualquiera puede imaginarse la cara que se le quedaría al capo Felipe González si alguno de sus pupilos en Ferraz propusiera hoy tales medidas, seguro que le daría con todo el jarrón chino en la cabeza.
En general, la socialdemocracia hace mucho que tiró la toalla, que se ha rendido. Gestionar los cada vez más exiguos espacios que la omnipresente economía deja a eso que insisten en llamar democracia, y sacar algunas migajas para los suyos, es con lo que se han conformado. Por eso no son extrañas las grandes coaliciones con la derecha más rancia como la que sufre Alemania, pero tampoco debacles como las de Grecia, Austria, Bélgica, Italia… Cada vez es más difícil distinguirlos a los socialdemócratas con los conservadores, al estilo más norteamericano. En nuestro país quizá el PSOE encuentre un mayor espacio político que en Europa porque la derecha aún mantiene muchos tics autoritarios y cavernarios en temas de derechos individuales, en el reconocimiento de la diversidad o el laicismo, pero poco más. Tampoco es que en el PSOE sean especialmente atrevidos con estas cuestiones, más bien son lentos, miedosos y pusilánimes.
En fin, todo indica que estamos asistiendo a una pelea de perros por los despojos del PSOE y que, tras cada dentellada, estos van menguando peligrosamente. Si les ciega el odio y no paran a tiempo, probablemente no quede mucho botín por el que luchar. Contradiciendo a muchos analistas, el único debate que hay sobre la mesa, como el mismísimo González ha explicitado hoy, es que hay que apoyar a un gobierno de Rajoy sea como sea, aunque ello suponga provocar un mayor desapego de sus bases y votantes. Por mucho que se esfuercen en lanzarnos cortinas de humo, no hay otra cuestión de fondo. Relacionar este tema del «bloqueo institucional» con el resultado electoral en dos comunidades autónomas del estado español es ridículo, sobre todo cuando no han sorprendido a nadie por esperados y Sánchez ya recogió un partido en plena crisis tras la segunda legislatura infame de Zapatero.
La crisis del PSOE es estructural, no coyuntural. Han perdido su identidad, son vistos como parte de los culpables del latrocinio sufrido por la población del paìs, como cómplices de los poderes externos que han impuesto sacrificios inasumibles por los más débiles, que han contribuido a devaluar los salarios a niveles de repúblicas arroceras, que han aumentado la brecha entre ricos y pobres… todo mientras sus cuadros seguían pegándose la dolce vita a costa del erario público. Un cambio de líder no va a cambiar la apreciación o la depreciación pública del PSOE, es necesaria una refundación en toda regla del partido y comenzar desde nuevas bases para que se invierta la tendencia de desapego que afrontan elección tras elección. Pero para ello, lo primero que deberían hacer es sacudirse las nefastas influencias de los que han sumido al partido en el pozo histórico en el que se encuentran y eso es algo que, visto lo visto, no se va a producir, más bien todo lo contrario.
Fuente: http://www.bitsrojiverdes.org/
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