El PSOE es uno de los mayores fraudes de los últimos 40 años. Hace poco han celebrado su 137 aniversario con la pérdida de seis millones de votos desde 2008 y el descubrimiento de convertirse en el tercer o cuarto partido del país. No es de extrañar semejante desastre dado que si los fundadores, gran […]
El PSOE es uno de los mayores fraudes de los últimos 40 años. Hace poco han celebrado su 137 aniversario con la pérdida de seis millones de votos desde 2008 y el descubrimiento de convertirse en el tercer o cuarto partido del país. No es de extrañar semejante desastre dado que si los fundadores, gran cantidad de afiliados históricos o los que arriesgaron su vida por ese partido levantaran la cabeza tendrían serios problemas digestivos.
Los socialistas son un partido refundado en muchos aspectos desde que Felipe González decidió convertirse en el instrumento legitimador de aquello que se llamó transición, una especie de gobierno colaboracionista con el régimen existente a cambio de prebendas. Su legado aún perdura: ambición, luchas de poder y sillones por encima de las ideas.
Como partido han sido capaces de defender en público una idea para hacer justo la contraria y no hay que negar que lo han hecho con un nivel de perfección considerable. El embuste en su caso es casi una manifestación artística y cuando este se aborda con éxito durante 40 años y se embauca a más de 10 millones de personas estamos hablando de un oficio desempeñado con gran maestría.
El PSOE ha sido capaz de apoyar a la Monarquía siendo republicanos, abandonar a los saharauis después de jurar que jamás lo haría, entrar en la OTAN después de clamar contra esta organización, declararse demócrata y estar en la «lista de los 19» que pretendía formar un gobierno de concentración nacional con un militar como presidente para derrocar la voluntad popular (Adolfo Suárez), proclamarse un partido de izquierdas y organizar una banda terrorista de extrema derecha (GAL), declarar la Alianza de las Civilizaciones y multiplicar por seis la fabricación y venta de armas, afirmar que respetan los Derechos Humanos y luego declarar que nos unen muchas cosas con la Guinea de Obiang para hacer negocios con ellos (desde luego los GAL hacen que nos parezcamos a muchos países), llevar la palabra obrero en su nombre y que el último acto de Zapatero fuese indultar al número dos del Banco Santander o que casi todos los dirigentes hayan terminado en grandes empresas con salarios astronómicos. Y podríamos dedicar una enciclopedia a las pruebas del gran delito que han cometido y que son.
Con esa «organización» me tuve que reunir junto a Ana Garrido y la Plataforma por la honestidad para solicitarles que apoyaran una Ley Integral de Protección al Denunciante que terminase con el calvario de los denunciantes. Les explicamos que perdemos nuestros trabajos, somos destrozados en campañas de difamación mediática, los medios de comunicación esconden o silencian nuestras historias y terminamos arruinados por los gastos de los procedimientos judiciales. Ana Garrido vive en un piso que le han cedido y yo en casa de mis padres o en el coche en el que he pasado la noche escribiendo esta entrada, Ana sobrevive vendiendo pulseras y yo lo hago vendiendo libros en presentaciones o en esta página… Les hicimos ver que denunciar corrupción no puede ser una actividad de alto riesgo que lleve a las personas a la ruina y al drama y les dejamos muy claro que como partido no habían hecho nada por nosotros y que nos sentíamos abandonados.
Isabel Rodríguez se ofendió con la misma vehemencia que el «compiyogui» al que la prensa «maltrata». Menuda impertinencia la de estos denunciantes, con lo que hemos hecho nosotros por destapar los EREs», debió pensar. Alegó que ellos no podían conocer a los denunciantes de corrupción y que no sabían de nosotros, pero que estemos tranquilos porque aman la Paz Mundial, la Alianza de Civilizaciones, la República, la Democracia, los Derechos Humanos, la redistribución de rentas, los derechos y libertades de los trabajadores y, por supuesto, apoyan a los denunciantes de corrupción. Lo cierto es que resulta casi más preocupante oír buenas palabras de los socialistas que malas. Si nos hubieran echado del despacho a empujones tendríamos más posibilidades de conseguir la ley de apoyo a los denunciantes que con las buenas palabras con las que intentaron narcotizarnos. La historia de traiciones de estos personajes así lo corrobora.
Cuando afirmaron que llevaban años trabajando en la protección de los denunciantes se me pusieron los pelos de punta.
Por lo que se ve, se les da mejor organizar grupos terroristas para asesinar a ciudadanos, quitándoles la piel y las uñas, que impulsar una ley integral para proteger a los denunciantes. Para lo primero tardaron muy poco y para lo segundo llevan un retraso de catorce años con siete de ellos en el gobierno (en 2003 España firmó un compromiso en la ONU para proteger a los denunciantes y el PSOE gobernó entre 2004 y 2011).
A pesar de sus afirmaciones, Isabel Rodriguez, no ha querido prestarse a una fotografía con los denunciantes y no se ha comprometido a incluir esta ley en su programa electoral o a impulsarla en la siguiente legislatura. Buenas palabras todas, compromisos ninguno. Nuevamente, han terminado con sus buenas intenciones en el mismo sitio que el PP: al lado de los corruptos y frente de todos los demás partidos políticos, a los que agradezco su colaboración.
No deberían volver a engañarnos a nosotros ni a nadie. El PSOE no luchará por los denunciantes como tampoco lo hace por la República, los Derechos Humanos, la Democracia, los trabajadores o los refugiados. La gran preocupación del PSOE es mantener el poder, apuñalarse entre ellos, conservar los asientos, conseguir puestos en grandes empresas o entidades a lo Trinidad Jiménez o Felipe González, tener negocios con Marruecos, Guinea o cualquier país que les permita ganar dinero sin importar las atrocidades que cometan y, por supuesto, proteger a sus corruptos en el PSOE Andalucía, en el PSC, en Galicia o allá donde se encuentren. La realidad es que una óptima protección de los denunciantes puede suponer que se destapen más casos de corrupción en su partido que demuestren que no se diferencian tanto del PP como muchos creyeron un día. La distancia que les separa es tan exigua que hasta Esperanza Aguirre ha propuesto un gobierno de coalición con Felipe González y este que el PSOE se abstenga para que gobierne el PP.
La cosa que se hace llamar Partido Socialista debería saber que aquello que con tanta excelencia han perpetrado durante años, ese fraude que han cometido y que son, es hoy como esos efectos especiales que hace años nos maravillaron y ahora nos parecen acartonados, infantiles y cochambrosos. Por todo ello, deberían pedir perdón, hacer una profunda reflexión después del peor resultado electoral en unas generales y cambiar radicalmente. Como mínimo deberían dejar a la hipocresía fuera de su programa electoral. Ya es hora.
Luis Gonzalo Segura, es exteniente del Ejército de Tierra, miembro del Colectivo Anemoi.
Puedes obtener más información en las novelas «Código rojo» (2015) y «Un paso al frente» (2014).
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