Uno de los últimos brigadistas internacionales de la guerra civil, Josep Almudéver de 95 años, historiador empírico y combatiente del fascismo en primera línea de fuego, hace una crítica implacable de la entronización del nuevo soberano Felipe VI. Fiel hasta la muerte al espíritu republicano ve incomprensible la sumisión del pueblo español a las veleidades […]
Uno de los últimos brigadistas internacionales de la guerra civil, Josep Almudéver de 95 años, historiador empírico y combatiente del fascismo en primera línea de fuego, hace una crítica implacable de la entronización del nuevo soberano Felipe VI. Fiel hasta la muerte al espíritu republicano ve incomprensible la sumisión del pueblo español a las veleidades de una monarquía anacrónica y feudal.
Una de las razones fundamentales de la abdicación del rey don Juan Carlos el pasado día 17 de junio ha sido la pérdida de credibilidad de la institución monárquica por culpa de los múltiples escándalos de corrupción y abuso de poder. Aparte de la lamentable imagen que produce el contemplar un rey enfermizo y achacoso. Urgentemente la Casa Real ha decidido entronizar a su augusto hijo el príncipe Felipe en un desesperado intento por salvaguardar el legado de la dinastía borbónica. Según los analistas, don Juan Carlos I con este gesto magnánimo, cargado de coraje y valentía, demostraba una vez más su inmensa generosidad.
Estos acontecimientos nos han desvelado un hecho desgarrador y es que el pueblo español ¡¡¡no existe!!! ¡¡¡No existe!!! porque el único protagonista de la historia es el rey, el sol que alumbra es el rey. Un ser engendrado, no creado, de la misma naturaleza del padre que encarna a Osiris, Amón Ra, Júpiter o Zeus.
El dictador Franco desde un principio había manifestado sus preferencias por restaurar la monarquía y por tal motivo adoptó a Juan Carlos de Borbón. En su regazo lo fue modelando a su imagen y semejanza instruyéndolo disciplinadamente en los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. El generalísimo lo designó heredero del mentado «Imperio hacia Dios» y tras su muerte el príncipe fue proclamado el soberano de los españoles. Así consta en la Constitución redactada por los «padres de la patria» -y luego aprobada -por mayoría absoluta (87,78%)- en referéndum el día 6 de diciembre de 1978.
El rey es el mejor embajador de España pues ha sabido vender una marca de éxito a nivel mundial. Sin él España no sería más que una pobre y triste república bananera. Hoy, por el contrario, hacemos parte los países más poderosos de la tierra. La transformación que ha sufrido el reino en estas últimas décadas ha sido espectacular. Una obra que se debe en gran medida al empeño de la Casa Real por sacarnos del retraso atávico y conducirnos por el camino del desarrollo, la modernidad y la democracia.
El rey don Juan Carlos I ha sacrificado su vida por España, ha sido el mejor rey de toda la historia de España, 39 años de servicio incondicional a España lo hace merecedor a los más altos elogios.
El monarca es una garantía para la paz y la unidad de España ¿acaso entre los animales de la jungla no hay un rey? Son leyes naturales imposibles de contradecir. Los vasallos incapaces de asumir su propio destino necesitan un ser omnipotente y omnipresente que les brinde confianza y seguridad. Sin el protagonismo del rey, sin su mano bienhechora los españoles estarían sumidos en la barbarie y el caos.
Debemos estar eternamente agradecidos con el rey pues en los momentos más aciagos de la transición ha demostrado su infinito amor a España. Quien no recuerda ese infausto día 23 de febrero de 1981 cuando con ardor guerrero supo conjurar el golpe de estado cometido por una banda de traidores que intentaron destruir el orden constitucional. Desde entonces se le considera el paladín de la paz y la libertad.
Aparentemente los 45 millones de españoles no cuentan, son incapaces de decidir por sí mismos pues aún no se han emancipado. Los anales de la historia oficial ignoran por completo la lucha del pueblo español contra la dictadura franquista: la resistencia clandestina, los maquis, las huelgas sindicales o las manifestaciones estudiantiles. 40 años de brutal represión policial y militar, 40 años de terror y persecución contra aquellos «enemigos» que pretendían destruir a la España Una, Grande y Libre. Esos «forajidos apátridas», «rojos» y «ateos» merecían la cárcel, la tortura, el pelotón de fusilamiento o al garrote vil. Crímenes atroces que contaron con el beneplácito de su majestad don Juan Carlos I que en ese entonces ostentaba el título de príncipe heredero.
Felipe VI fue elegido por abrumadora mayoría en unas increíbles elecciones sexuales que se disputaron en la suite nupcial del Palacio Real de Atenas hace ya más de 46 años. Gracias a la suprema calidad de los espermatozoides del rey Juan Carlos I, que fecundaron el santo óvulo de la reina doña Sofía, se obtuvo una pura sangre de características mitológicas insuperables.
¡Aleluya! Bienaventurada sea la reina madre que trajo al mundo un brioso ejemplar de casta y trapío: 1.97 metros de altura, porte atlético, dotado de una inteligencia superior y heredero de unos valores morales y religiosos solo comparables a los del Sumo Pontífice.
Esta magistral función del teatro del absurdo hubiera sido imposible concebirla sin el concurso de la armada real mediática.( con un continuo bombardeo a través de los canales de la radio, la prensa, la industria editorial, la TV o el Internet) Expertos en manipular a las masas con los métodos más perversos de lavado cerebral han conseguido endiosar a sus altezas reales, elevarlos a los altares y convertirlos en el producto estrella de la sociedad de consumo.
Los súbditos agitan los pañuelos, lanzan vivas, se inclinan, hacen venias; majestad, a la orden de vuecencia; besan sus manos, besan sus pies arrastrados se revuelcan en una humillante actitud de demencial servilismo. La Casa Real emocionada premia a los más leales otorgándoles títulos nobiliarios y prebendas para saciar sus delirios de grandeza.
En este cuento de hadas no pueden faltar los poetas palaciegos que le dedican loas y versos floridos al nuevo rey Felipe VI. Un soberano pluscuamperfecto, inteligente, amable, serio y responsable. Un deportista de élite abanderado de España en los juegos olímpicos de Barcelona 92, el mejor estudiante, el primer puesto en los colegios, academias, universidades más prestigiosas, un sabio poliglota de indiscutible pedigree y exquisito refinamiento.
Pero quizás la principal protagonista de toda esta mascarada sea la reina doña Letizia, la plebeya que logró conquistar el corazón del príncipe Felipe gracias a su glamour y deslumbrante belleza. En esta pasarela de vanidades, del narcisismo más delirante su serenísima majestad sabe imponer un estilo muy peculiar de musa inspiradora.
Que apuesto está el rey enfundado en el uniforme de Capitán General de los ejércitos imperiales; soberbio saca pecho enseñando la ristra de condecoraciones ganadas en unas épicas batallas que solo existen en su imaginación. Sus Altezas Reales son el tesoro más valioso de la patria, un patrimonio de la humanidad que debe ser protegido con celo por las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado pues si les sucediera algo a estos seres celestiales los españoles quedarían condenados a la más absoluta orfandad.
Según dicta la constitución en todos los ayuntamientos, comunidades, ministerios, cuarteles, embajadas, universidades, colegios, organismos públicos deben estar presididos por la foto del rey. Un culto a la personalidad que igualmente se refleja en los sellos, los timbres, las monedas, los billetes, o en todos los documentos oficiales. Los mejores artistas de la corte; los pintores, los escultores, diseñadores se desvelan por sublimar aún más la nobleza de la Familia Real y recordarle así a los súbditos ante quien deben inclinar la cabeza y rendirle pleitesía.
La memoria de Felipe VI y de la reina doña Leticia, debe perdurar eternamente en nuestros corazones, en su nombre se bautizarán aeropuertos, museos, institutos, universidades, hospitales o estadios para que las futuras generaciones aprendan quienes fueron los impulsores de uno de los periodos más prósperos de la historia de España.
No obstante este cuento de hadas esconde una gran podredumbre. Desde hace décadas los escándalos de corrupción de la dinastía borbónica son más que notorios -a pesar de los denodados esfuerzos de la justicia por ocultarlos -Se calcula que las ganancias obtenidas por el rey con sus sucios negocios pueden alcanzar los cientos de millones de euros. Así lo corroboran las cuentas secretas que manejaban sus testaferros Mario Conde, de la Rosa, o Colón de Carvajal, intermediarios ante el grupo kuwaití KIO y la monarquía saudita. De ahí que no nos sorprendan para nada las travesuras financieras de su yerno Iñaki Urdangarín y la infanta Cristina en el caso Nóos (una fundación sin ánimo de lucro que se enriqueció fraudulentamente con el trato a su favor por parte de los políticos la derecha españolista)
La Casa Real niega cualquier implicación en estos «maléficos montajes en contra de la institución más querida de los españoles» y confían en que pronto se aclare este «turbio asunto y la justicia restablezca los principios de ejemplaridad y rectitud de los acusados». Intentan capear el temporal a la espera de que los súbditos, con el paso del tiempo, olviden estos «pequeños deslices financieros». Atentar contra la persona de los reyes es un sacrilegio, poner en duda su palabra y honorabilidad, un pecado mortal castigado con penas de cárcel. Tal y como está reflejado en la constitución: la figura del rey es inviolable pues pertenece más al orden divino que al humano.
Sería imposible que ocurrieran todas estas arbitrariedades sin la complicidad de una sociedad española permisiva y tolerante. A los súbditos poco les importa el derroche y la haraganería de la que hacen gala sus majestades: sus viajes a paraísos perdidos, las estaciones de esquí, las cacerías de elefantes, de osos, las corridas de toros, los banquetes en los mejores restaurantes, las concubinas secretas, y todo tipo de fechorías que se financian con los impuestos de los contribuyentes. Esto es algo inaudito que se produzca con total impunidad mientras padecemos una masacrante crisis económica.
Se da la paradoja que en Latinoamérica – en las antiguas colonias de ese imperio donde jamás se ocultaba el sol– los borbones gozan de una alta popularidad; son amados y queridos hasta el punto que muchas repúblicas estarían encantadas de retornar bajo su tutela. Ni siquiera los presidentes o jefes de estado más progresistas como Raúl Castro, Cristina Fernández, Maduro, Evo Morales, Ortega o Correa se atreven a levantar la voz, ni insinuar la más leve crítica contra sus majestades. Todos brindan con la copa en alto y le desean larga vida al nuevo rey Felipe VI.
En todo caso, aprovechando esta coyuntura histórica, el espíritu republicano de insumisión y rebeldía se ha revitalizado. Aunque aún no exista una fuerza política mayoritaria va tomando fuerza y se consolida una firme aspiración de recuperar su soberanía popular. Las multitudinarias manifestaciones prorepublicanas que se celebraron en las grandes capitales españolas, nos devuelven la esperanza. A pesar de que el derecho a decidir no esté admitido constitucionalmente debemos insistir en nuestras justas reivindicaciones. La pregunta es clara y contundente: ¿queremos una monarquía o una república?, o, mejor dicho, ¿monarquía o democracia? ¿Qué nos impide decidir sobre nuestro futuro? Sería necesaria una reforma constitucional pero en la actualidad en las Cortes Generales domina la voluntad de los partidos monárquicos PP y PSOE y por lo tanto dichas aspiraciones son imposibles de alcanzar. Según las encuestas, y en el hipotético caso que se llegará a realizar dicho referéndum, solo en Cataluña o el País Vasco se obtendría una votación favorable.
Felipe VI no es más que un rey capitalista, un soberano al servicio de la OTAN, el imperialismo norteamericano y la Unión Europea, un rey abanderado del nacionalismo español, Capitán General de los ejércitos al que no le temblará la mano a la hora de ordenar reprimir cualquier maniobra separatista que ponga en peligro la unidad de España.
A lo largo de la historia la humanidad ha evolucionado en pos de los valores de justicia y libertad. Desde la Revolución Francesa hasta la Revolución de Octubre en Rusia el combate ha sido constante contra el poder opresor de la clase dominante. Pero en España las ruedas de la historia se hunden en el fango, no avanzan, sino que dan marcha atrás. Parece mentira que nosotros todavía estemos luchando por emanciparnos de ese yugo feudal, anacrónico y decadente.
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