Según un estudio de dos universidades, el transporte de alimentos que llegan al Estado español emite grandes cantidades de CO2 a la atmósfera. En muchas ocasiones se importan de otros países los mismos productos que se exportan al extranjero. En 2007 se importaron 29 millones de toneladas de alimentos al Estado español, cantidad equivalente al […]
Según un estudio de dos universidades, el transporte de alimentos que llegan al Estado español emite grandes cantidades de CO2 a la atmósfera. En muchas ocasiones se importan de otros países los mismos productos que se exportan al extranjero.
En 2007 se importaron 29 millones de toneladas de alimentos al Estado español, cantidad equivalente al consumo de los mismos en los hogares ese mismo año. En el mismo periodo, se exportaron 20 millones de toneladas. Este flujo de alimentos es el resultado de políticas comerciales neoliberales que se fomentan desde la Organización Mundial del Comercio (OMC), tratados bilaterales de comercio o la Política Agraria Común (PAC). Su misión es apoyar a la agroindustria y las multinacionales de la alimentación en su necesidad de reducción de costes a lo largo de la cadena, sin que las consecuencias sociales y ambientales se vean reflejadas en los precios con este modelo.
Impactos ambientales
La globalización económica que promueve y necesita estos flujos de alimentos y capital también globaliza los impactos negativos, sociales y ambientales. En 2007 la importación de alimentos al Estado español generó 4,74millones de toneladas de CO2, un 66% más que en 1995, según un estudio de las Universidades de Sevilla y Vigo publicado recientemente por Amigos de la Tierra. En el actual contexto de cambio climático, los impactos de estas emisiones agravan la situación y nuestra deuda ecológica con el Sur, puesto que son las poblaciones empobrecidas de estos países las más susceptibles ante estos cambios del clima.
Las causas de esta desigualdad son varias. Por una parte, importamos desde lejos porque es más barato, no porque sea más sostenible o enriquecedor para las poblaciones de los países que exportan. La práctica totalidad de los productos importados pueden producirse localmente -salvo el café, cacao, ciertos productos «exóticos»- o bien su consumo puede ser drásticamente reducido o sustituido por alternativas locales. Esto incluye la gran cantidad de piensos animales que necesitamos para alimentar nuestro modelo de ganadería intensiva, así como el sobre consumo de carne y derivados animales.
Un claro ejemplo de esta deslocalización de la producción de alimentos, que incluye elementos básicos de la tan nombrada dieta mediterránea, son los 7.330 km que recorrieron de media los garbanzos que importamos, principalmente de México y Estados Unidos. A pesar de ser un cultivo tradicional en el Estado español, importamos el 87% de los garbanzos que consumimos. Otro ejemplo es el ir y venir de las manzanas: se importan unas 250.000 toneladas y a la vez se exportan otras 100.000.
Por otro lado, la globalización y nuestro cambio de hábitos hace que incluyamos en nuestra dieta frutas y verduras fuera de temporada o bien exóticas, que por tanto han de ser importadas, y que en 2007 viajaron una media de 5.013 kilómetros. Este es el caso de la piña, cuya presencia en los hogares españoles ha aumentado muchísimo a pesar del impacto social que su monocultivo, en manos de grandes industrias agroalimentarias como Del Monte y Grupo Acon, tiene sobre la población local en Costa Rica.
Dentro del preocupante proceso de ocupación de tierras en el Sur para abastecer el consumo del Norte encontramos que más del 60% de los alimentos importados por el Estado español en 2007, último año del que hay cifras completas, corresponden a la partida de cereales y piensos para animales, es decir, alimentan a la ganadería intensiva.
Este modelo de ganadería es altamente dependiente de la soja, una leguminosa de alto contenido en proteínas, cuyo coste es extremadamente barato al no incluir los costes sociales y ambientales de su producción, como el desplazamiento de comunidades, contaminación de acuíferos, deforestación, y otros impactos asociados al modelo de agricultura transgénica. La dependencia europea de la soja, provocada por acuerdos comerciales con Estados Unidos, hace que cada año se utilicen 11 millones de hectáreas en países como Argentina y Brasil, el equivalente a la superficie cultivable de Alemania, para alimentar la ganadería industrial europea.
La soja para el ganado es por lo tanto de los alimentos con mayor impacto ambiental, puesto que sólo su transporte, casi 7.000 km de media, supone la emisión de 768.000 toneladas de CO2.
Por otro lado, la entrada de maíz como cereal para alimentación animal es otra importante entrada de alimentos modificados genéticamente. Todo sin informar a las personas consumidoras, al no existir la obligación de etiquetar los derivados animales (carne, leche, huevos…) alimentados con transgénicos.
Por otro lado, la elección del medio de transporte también afecta a nuestra huella ecológica en el consumo de alimentos. En 2007, el 0,3% de las toneladas importadas viajaron en avión, mientras que en tren se transportaron 0,5% de las importaciones. El avión provoca 590 veces más emisiones que el tren, 107 veces más el barco y 56 veces más que la carretera. Es decir, el impacto ambiental de importar un alimento en avión desde Francia es equivalente a que ese mismo alimento vaya y vuelva a Francia 28 veces en camión, o más de 250 veces en barco.
Estos datos muestran que el modelo alimentario globalizado no sólo plantea graves impactos sociales y amenaza la soberanía alimentaria de los pueblos. También es un importante factor que agrava la crisis climática, y que tanto desde las políticas públicas como desde los movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil se debe considerar.
La reforma de la Política Agraria Común, las negociaciones internacionales sobre el clima, los tratados bilaterales de comercio o las políticas de compra pública y ahorro de emisiones no tienen en cuenta el impacto climático del modelo agroalimentario industrial, tampoco en lo que respecta al transporte.
Por otra parte, crece otro modelo de agricultura y alimentación alternativo, con proyectos agroecológicos, huertos urbanos, mercados campesinos, grupos y cooperativas de consumo desde los movimientos sociales. Organizaciones ambientales y campesinas reclaman un modelo de agricultura local, social, de pequeña escala, dirigido a mercados locales, respetuosa con el medio ambiente y en manos tanto de agricultores como de consumidores para garantizar la soberanía alimentaria y dar respuesta a la amenaza del cambio climático.
EL VIAJE DE LOS PRODUCTOS QUE CONSUMIMOS
Café, té y especias
La distancia que recorren productos como el café, el té y las especias es de un total de 6.227 kilómetros. Sobre el café y el té se imponen unos precios de miseria a los productores que permiten trasladar y vender en el llamado primer mundo estos alimentos. El trasporte genera grandes cantidades de CO2 al aire.
Pescado y moluscos
En el estudio sobre el recorrido de alimentos, Amigos de la Tierra señala que la pesca es una de las actividades que mayor impacto tienen. El pescado, los crustáceos y moluscos recorren una media de 6.786 kilómetros al año. Estos alimentos provienen desde caladeros africanos.
Cereales y derivados
Aunque el Estado español produce grandes cantidades de cereales, éstas se exportan fuera de sus fronteras y al mismo tiempo se importan toneladas de estos cultivos procedentes de otros países lejanos. En 2007 los cereales que llegaron a los consumidores recorrieron 4.234 kilómetros.
Marien González y David Sánchez, de Amigos de la Tierra (Madrid)
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/El-recorrido-kilometrico-de-los.html