La socialdemocracia, las políticas reformistas que durante tanto tiempo han estado al frente de los gobiernos no han impedido el deterioro de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, por más que las actuaciones concretas que han venido realizando y realizan vienen a ser algo que no supera la entrega de pequeñas migajas a la población.
Pequeñas concesiones, en muchos casos caritativas sin la capacidad de dar una radical solución a los problemas de explotación y opresión que afectan a las condiciones de vida de los pueblos.
Estos gobiernos socialdemócratas han contribuido a la continua pérdida de derechos de las clases trabajadoras, a ser incapaces de frenar el incremento de la depauperación que alcanza los sectores sociales que sufren la falta de viviendas, la precariedad laboral, la privatización y el socavamiento de los servicios públicos, el abandono de los jóvenes, la entrega de los recursos naturales a las grandes empresas eléctricas, la ruina de los pequeños y medianos agricultores, etc.
El reformismo ha creado partidos que están en la frontera de enfrente y por tanto no sirven para nada a la clase obrera. Buen ejemplo lo tenemos en la actualidad con el PSOE, Podemos, Syriza y otros, que huyen de la lucha de clases y renuncian a ser partidos de vanguardia capaz de orientar las luchas de los trabajadores y de los pueblos, partidos imbuidos y más atentos a la personificación de las relaciones sociales de producción, como decía Marx; es decir, algo muy estudiado y fomentado por las élites para dividir y desviar la atención a la lucha contra el sistema globalmente considerado. Se trata de la creación de enemigos concretos que nos alejen de la lucha contra el sistema capitalista en su totalidad. Esto es, el reclamo a culturas populistas que fragmentan al enemigo al que tenemos que enfrentarnos, rehuyen la denuncia del sistema de explotación capitalista, y se centran es aspectos concretos aislados que en su conjunto forman parte y están inscritos en la la irracionalidad del capitalismo. Son las ideas en las que se centra la crítica burguesa sin atreverse a entrar en el nexo de unión de todas ellas, que forman el origen de la cuestión, la lucha de clases. Este campo de acción de las políticas y movimientos reformistas inscritos en la democracia burguesa se centra en los banqueros, los políticos corruptos, el parlamentarismo ineficaz, los monopolios, en una palabra el úso de “la casta” que vale para todo. Es la recuperación de las bases del populismo que se centran y banalizan el feminismo, ecologismo, y otros conceptos con tal de rehuir la lucha de clases como una totalidad que engloba a todos esos movimientos parciales y fragmentados.
En este ambiente nos encontramos con partidos que buscan acuerdos totalmente imposibles para cuadrar el círculo intentando el consenso entre trabajadores y empresarios, el acuerdo entre explotador y explotado, la paz social de los muertos, con una visión ciega en el parlamentarismo, sin tener en cuenta la lucha de clases y sin hurgar para nada en la raíz de la contradicción que es la plusvalía que arranca de la propiedad privada de los medios de producción y el hecho de que la inmensa mayoría de la sociedad depende de un salario que unas veces no puede obtener.
En nuestros días el reformismo convive con el poder económico y cultural y no se atreve a tomar medidas que molesten a la burguesía y que sean comprometedoras para la reproducción ampliada de capital, para la explotación y la propiedad privada de los medios de producción; como hemos mencionado, su ámbito político se reduce a actuaciones relacionadas con la caridad, ecologismo, humos, residuos, y poco más. Los partidos que se llaman socialistas y comunistas han abandonado las ideas políticas que le dieron vida, renunciando a dominar y transformar el aparato del estado para avanzar hacia el socialismo, abandonar al control popular y obrero de los medios de producción. Estas tareas ya no entran en su ideario, ni en sus programas.
La transformación del aparato del estado no es una tarea fácil. Las lecciones de la historia lo ponen de manifiesto. No es nada fácil, ni mucho menos, que el estado capitalista servidor de los intereses de los ricos, de los banqueros, de los grandes empresarios y arraizado socialmente cambie de manos para colocarse al servicio de los trabajadores y sectores populares. La memoria histórica de los pueblos nos recuerda que las burguesías para mantenerse en la jerarquía social emplean las violencias más extremas, sin importarles el recurso a las matanzas humanas como última trinchera en la que resistir antes que ceder el poder político y económico, y la pérdida del control del aparato del estado. La burguesía jamás entrega amistosamente sus posiciones de poder aceptando la paz y la concordia de unos resultados electorales. El Che, Mao y otros grandes revolucionarios pudieron comprobarlo, y así lo decían, que el poder nace del fusil.
El fascismo crece y se extiende a toda vela porque en la actualidad los trabajadores ven como los resultados son los mismos sean gobiernos de conservadores o liberales que se presentan con las caretas de socialistas; la conclusión final es independiente del voto dado a unos u otros, las cosas no cambian para nada, ni evitan el empeoramiento de sus condiciones laborales, la pérdida de derechos sociales y el empobrecimiento genealizado que afectará a sus hijos que encontrarán mil dificultades para tener unas posibilidades de vida dignas.
Buena parte de la izquierda tiene culpa de que nos hayamos olvidado de lo que son los fascismos, de los masivos crímenes cometidos por el nazismo y el facismo en Alemania, Italia o España, en el Este de Europa o en la URSS, aunque tampoco se dice nada de los exterminios masivos cometidos por las democracias burguesas en esas fechas y en posteriores períodos de tiempo. La prensa y la mayoría de los historiadores han pasado de puntillas sobre estas historias de dolor y sacrificio. Ya no nos acordamos de los bombardeos sobre Durango y Guernica, sobre Irak y Vietnam o los bombardeos de los nazis sobre Londres, y de los fascistas españoles sobre Madrid o Barcelona. Después las democracias burguesas dieron cobijo y protegieron a miles de nazis expertos en reprimir a los movimientos de lucha contra el fascismo y el nazismo, no conformes los dieron paso a formar parte de las policías nacionales y de los ejércitos como la OTAN. No sólo este tipo de expertos tuvieron aposento en la estructura militar de los países de ocidente, también policías, jueces, maestros educadores, políticos y toda una fauna que había formado parte del monstruo facista. Con el apoyo de la Iglesia Católica y de otras religiones cientos de facistas se libraron de la justicia y pasaron servir a estados que se llaman democráticos pero que tienen en silencio la semilla de la represión por si en un momento determinado los procesos revolucionarios de las clases explotadas tuviron un florecimiento y pusieran en peligro el gobierno de la burguesía.
Los trabajadores se alejan del sistema político instaurado en la transición puesto que son olvidados por los partidos políticos que mantienen y dan vida al régimen monárquico, consideran que esos partidos son corruptos, que los diputados y senadores, altos cargos y ministros viven estupendamente disfrutando de privilegios, con buenos sueldos, que sólo se preocupan de buscar colocaciones en el aparato del estado a sus dirigentes y militantes. En este ambiente, el triunfo de la ultraderecha, de los fascismos encuentra muchas facilidades. Las clases populares entienden que el fascismo es la alternativa a quienes se han dedicado a construir una sociedad individualista volcada en el consumo y en la ficción del capital, con una cultura idiotizada que venden sistemáticamente las fábricas de mentiras como las televisiones y medios de comunicación, empresas de producción ideológica como las factoría Disney y Hollywood que inundan a todas horas del día y de la noche nuestras pantallas de una cultura autoritaria y alienante.
Lo que debemos tener claro es que nadie nos va a defender del fascismo y su crecimiento electoral. Si alcanzan el triunfo en las urnas darán paso a la puesta en marcha de políticas ultraconservadoras en todas las esferas de la vida particular y social, con ejes fundamentales que aseguren el beneficio al capital y el nacionalismo retrógrado y necesario para el la obtención de la máxima plusvalía. desde la represión a las clases trabajadoras hasta la persecución de lo que es diferente pasando por los inmigrantes.
Ante la pregunta de lo que podemos hacer nosotros está claro que somos débiles no tenemos muchas fuerzas para decidir e influir decisivamente en el tablero político, pero sí podemos hacer lo que nuestras posibilidades nos permitan desde difundir y colaborar en la construcción de un partido obrero y revolucionario que tome los principios de quienes lucharon y crearon un movimiento por la justicia y el socialismo. Por la participación y la organización.
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