Quienes defendemos la Soberanía Alimentaria como modelo agroalimentario detectamos, cada vez con mayor preocupación, el poder que ejercen en la cadena alimentaria la gran distribución: los súper e hipermercados. (En España cuatro de cada cinco compras de alimentos se realizan en grandes superficies y entre cinco empresas controlan casi el 60% de este sector). Con […]
Quienes defendemos la Soberanía Alimentaria como modelo agroalimentario detectamos, cada vez con mayor preocupación, el poder que ejercen en la cadena alimentaria la gran distribución: los súper e hipermercados. (En España cuatro de cada cinco compras de alimentos se realizan en grandes superficies y entre cinco empresas controlan casi el 60% de este sector). Con este dominio oligopólico y situados entre los productores y los consumidores ejercen un control al estilo de un doble embudo, como un reloj de arena. Los productores se tienen que plegar a sus condiciones y los consumidores somos victimas, también, de sus caprichos.
Las grandes superficies nacieron en los años 50 «en beneficio de los consumidores» acortando la distancia entre productores y consumidores entonces salpicada de un alto numero de intermediarios y asegurando con grandes acopios buenos precios finales. Pero a medida que la concentración empresarial en el sector ha ido aumentando el ejercicio de la negociación con los proveedores se ha convertido un chantaje que sólo resisten grandes industrias alimentarias (aunque ahora andan preocupadas con el auge de las marcas blancas).
Su búsqueda para pagar el precio más bajo posible conduce a un empobrecimiento de la calidad de los alimentos. Se favorecen los modelos de producción industrializados (deslocalizándolos si así se consigue mano de obra más barata y saltarse algunas regulaciones medioambientales) con sabores uniformes: todo sabe a nada, cargaditos de conservantes para sobrevivir a sus peregrinajes, madurando en las cámaras frigoríficas y con un exceso nada ecológico de porexpán para su embalaje. Eso es lo que nos venden -ahora ya como reyezuelos del Imperio de la Alimentación- ni tan sólo ofreciendo precios ventajosos. Por media, sólo un 27% de lo que pagamos por un alimento, llega al productor. Parecería pues que hay márgenes excesivos.
El reloj de arena es en realidad la cuenta atrás para ambos extremos: en España, coincidiendo con la fuerte expansión de las grandes superficies, hemos sufrido la desaparición diaria de 10 explotaciones agrarias y 11 pequeños comercios. Los garantes de un mundo rural vivo, con una producción sana y respetuosa con el medio ambiente, caen granito a granito, al mismo ritmo que los tenderos que nos atendían personalmente -por nuestro nombre- en nuestros barrios.