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El retorno de la política

Fuentes: Rebelión

El Congreso Español llevaba décadas dormido. Envuelto en un sueño turnista entre dos partidos que escenificaban sus supuestos disensos mediante faltas de respeto y actuaciones histriónicas en el hemiciclo -tal y como volvieron a hacer al comienzo del debate de la primera sesión de investidura- para tapar su consenso en las decisiones políticas fundamentales que […]

El Congreso Español llevaba décadas dormido. Envuelto en un sueño turnista entre dos partidos que escenificaban sus supuestos disensos mediante faltas de respeto y actuaciones histriónicas en el hemiciclo -tal y como volvieron a hacer al comienzo del debate de la primera sesión de investidura- para tapar su consenso en las decisiones políticas fundamentales que han venido tomando desde hace años en España. Decisiones al servicio de las élites financieras y contrarias a las mayorías sociales que han traído desigualdad, dolor y falta de prosperidad.

Más allá de sus representaciones teatrales, los partidos del turnismo están acostumbrados a ponerse de acuerdo en obedecer a los oligarcas en cuanto a las cuestiones fundamentales que determinan nuestra vida colectiva, como en la paradigmática reforma del artículo 135 de la Constitución Española. Esto se debe a su concepción de la democracia como una forma política en la que los proyectos políticos antagónicos no tienen cabida, sino que la partida se establece a partir de una serie de reglas preestablecidas (por para quienes trabajan) e inmutables que hacen que sus proyectos, aparentemente diferentes, no conlleven ninguna diferencia fundamental.

Sin embargo, hay conflictos que no pueden resolverse de manera racional, poniendo de acuerdo a los diferentes sectores con intereses enfrentados. Es el caso del momento actual en el que una mayoría social empobrecida por las políticas comenzadas por el PSOE en la última legislatura de Zapatero y profundizadas en los últimos cuatro años de gobierno del PP, tiene por fin a su disposición una herramienta política cuyo proyecto es realmente antagónico con respecto al de los hasta ahora dos grandes partidos. Una herramienta política que solo se debe a la gente, por lo que no tiene ningún tipo de ataduras con poderes al margen de la soberanía popular. Una formación que sí entiende que los conflictos son específicos a la política y que, por lo tanto, el objetivo de una sociedad democrática no debe ser intentar poner a todo el mundo de acuerdo tapando los disensos existentes y estrechando el margen de lo que puede ser decidido, sino ampliar este margen edificando una arquitectura institucional que permita que los conflictos se expresen dentro de un marco democrático.

Por ello, Pablo Iglesias, como líder y portavoz de esta herramienta política en manos de la gente (además de Xavier Domènech y Alexandra Fernández en representación de las alianzas plurinacionales) despertó al Congreso en el debate de la primera sesión de investidura de la mejor forma posible: trayendo la Política -con mayúsculas- de vuelta.

Y es que en este debate las razones de las gentes y los pueblos de España han irrumpido con fuerza en el Congreso tras décadas de silencio en las que solo pequeños reductos de dignidad como José Antonio Labordeta, Julio Anguita o Sabino Cuadra habían tratado de introducirlas, lastrados por la escasa fuerza que tenían detrás a la hora de molestar realmente a los poderosos.

Quienes entienden la política como un juego de trileros en el que lo crucial siempre se acaba decantando hacia el lado de quienes mandan sin presentarse a las elecciones se han enfrentado a la política como conflicto, como articulación de un proyecto hegemónico realmente opuesto al que ellos representan. Por eso han tenido que escuchar verdades a la cara que algunos, no avezados a ellas, han respondido con abucheos y descalificaciones. Hoy las palabras de Pablo Iglesias han sido el reflejo de la irrupción plebeya en una institución que los privilegiados habían patrimonializado a través de los representantes políticos a su servicio.

Hoy se han escuchado voces en català y en galego llevando al Congreso una parte de la realidad plurinacional del Estado español. Hoy las razones de los pueblos de España han sonado muy alto provocando el rencor de unas élites políticas que, tras décadas de calma, ven cercano el momento de comenzar a perder parte de sus privilegios, sin importar las siglas tras las que se sientan en el lugar donde debería residir la soberanía popular.

Pero hoy, también, la voz de Pablo Iglesias ha vuelto a trasladar el deseo sincero de millones de personas para la conformación de un gobierno de cambio que represente un proyecto realmente opuesto al que nos ha traído hasta aquí. Un Gobierno que revierta las políticas austericidas que en su última legislatura comenzó a ejecutar ya el PSOE y que llevó a su máxima expresión el PP. Un gobierno que esté al servicio de las gentes y los pueblos de España. Que revierta los recortes en educación, derogue la Lomce sin paliativos, aplique la dación en pago, aplique una solución democrática al conflicto catalán y afronte de verdad la cuestión territorial desde el libre acuerdo y el respeto a la diversidad y derogue las dos últimas reformas laborales para defender el empleo de calidad.

Y, para ello, ha vuelto a insistirle a Pedro Sánchez en que la mano de Podemos está tendida hacia el PSOE. Sigue siendo Pedro Sánchez el que tiene que decidir entre seguir al dictado de los poderes fácticos al margen de la soberanía popular y las viejas glorias de su partido hoy sentadas en consejos de administración de empresas energéticas o ponerse al servicio de la gente recuperando lo mejor del legado histórico socialista. Ya no vale el lenguaje del cambio con el que el PSOE trata de disfrazar su pacto firmado con la bisagra naranja del continuismo para perpetuar, en lo fundamental, las políticas dictadas por los oligarcas y aplicadas por el PP. No vale usar el dolor de las víctimas del terrorismo o Catalunya como arma arrojadiza para tratar de ocultar que su agenda económica está mucho más cerca de la FAES que de cualquier partido socialdemócrata de los años 70. Ya solo vale decantarse entre dos proyectos radicalmente diferentes. Es decir, es la hora de la Política.

En definitiva, se ha abierto un tiempo nuevo en la política española. El Congreso empieza a llenarse de pueblo para dejar de ser un «Congreso de ratones» en el que la mayoría de sus integrantes estén «vendidos a todos los banqueros» para que «siempre manden los mismos» -como cantaba Evaristo, el profeta del punk. y convertirse progresivamente en una cámara en la que se escuche la voz de las gentes y los pueblos del Estado con proyectos frontalmente antagónicos a los que en los últimos años nos han llevado a la actual situación en la que vivimos.

La Política ha vuelto. Los más estamos aquí para quedarnos.

Marcos Martínez Romano, miembro del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.