Recomiendo:
8

El Rey Felipe VI se mete en política

Fuentes: Rebelión

“La OTAN amarra a la Unión Europea y la subordina a las ambiciones imperiales de Washington. La Unión Europea carece de visión estratégica, no se atreve a diseñar una opción independiente para su defensa, y se resigna al papel de socio menor: aunque en posición subordinada, forma parte del mismo bloque imperialista y depredador que dirige Estados Unidos, y pese a sus proclamas pacifistas y solidarias (la mentira de los «valores europeos») ha prescindido de cualquier criterio de solidaridad con los países pobres del resto del mundo, acompañando siempre las rapiñas del imperialismo norteamericano”

(Higinio Polo)

Ya estamos habituados, durante este último año, a escuchar declaraciones falaces, absurdas, altisonantes y solemnes en relación a la Guerra en Ucrania por parte de nuestros dirigentes políticos, pero lo que es ciertamente novedoso es que dichas declaraciones vengan de parte del Rey Felipe VI, quien en la reciente celebración de la Pascua Militar, en presencia de toda la plana mayor de nuestro Ejército y de la Ministra de Defensa, Margarita Robles (que dicho sea de paso, también se lució en su discurso), aseguró que la guerra en Ucrania es “injustificable, ilegal y brutal”, y que dicho acontecimiento “he hecho evidente la importancia de invertir en Defensa”. Son declaraciones ciertamente peligrosas, que atraviesan una línea roja que pensamos el monarca nunca debiera traspasar. Podríamos preguntarnos si los discursos de otras monarquías europeas (homologables a la nuestra, es decir, bajo la forma constitucional de Monarquía Parlamentaria) se introducen en la valoración de dichos criterios, pero lo hagan o no, y en cualquier caso, estamos ante situaciones ciertamente inéditas. Pero vayamos por partes.

Según nuestra Constitución, la figura del monarca es únicamente simbólica, es decir, actúa en representación del Reino de España, y se limita a sancionar las leyes y decretos nacidos en el seno del Parlamento, así como a diferentes tareas de agenda representativa (como la reciente visita para el acto de toma de posesión del Presidente electo Lula da Silva en Brasil), y de actos ceremoniosos (como el también reciente y tradicional discurso de Nochebuena, o la rueda de contactos que establece tras cada proceso electoral para proponer la figura del Presidente del Gobierno). En teoría, todos los discursos que pronuncia el Rey son escritos “de parte” del Gobierno, es decir, se limitan a dirigir a la nación (o a determinados colectivos) las consideraciones que el Gobierno le marca. Todo ello, como decimos, es parte fundamental de su misión representativa, pues el Rey en nuestro país, como se ha dicho siempre coloquialmente, “reina pero no gobierna”. Es decir, que el Rey no puede ni debe “meterse en política”. Bien, llegados a este punto, debiéramos establecer qué queremos decir con la expresión “meterse en política”.

Tenemos aún latente (quizá como efecto de tantas décadas de dictadura franquista) que dicha expresión tiene que ver con la dedicación profesional a determinados aspectos de servicio público, o bien a declarar determinado ideario sobre aspectos concretos, pero que, el resto de asuntos, no son políticos. Craso error. De hecho, aún hoy día nos intentan confundir con declaraciones absurdas que, además de ser un insulto a la inteligencia, no resisten ni el más mínimo y serio análisis: por ejemplo, en la reciente huelga de profesionales de la Sanidad madrileña, hemos oído decir varias veces a la Presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, que la huelga era “una huelga política”. La pregunta es evidente: ¿es que hay alguna huelga que no lo sea? Una primera lección de lo que pudiéramos llamar “educación política” es aprender algo muy sencillo: TODO ES POLÍTICA. Puedo opinar prácticamente de todo, en cualquier momento y lugar, de cualquier faceta o parcela de la sociedad, sobre cualquier disciplina, y estaré emitiendo, en el fondo, un juicio político.

Y es que, salvo los conocimientos estrictamente científicos (que dicho sea de paso, también están instrumentalizados por criterios políticos en una buena parte), el resto de los aspectos de nuestras sociedades pertenecen al ámbito de la política. Véase, sin ir más lejos, el conflicto que colea desde hace más de cuatro años en torno a la renovación de los miembros del Consejo General del Poder Judicial (y del resto de instancias judiciales de alto rango), y se comprenderá que obedece a un conflicto político. Véase el reciente Mundial de Fútbol celebrado en Qatar, que ha planteado hasta qué punto el “deporte” (lo ponemos entre comillas porque el fútbol hace mucho tiempo que dejó de ser un simple “deporte” para convertirse en un instrumentalizado fenómeno de masas) debe o no ser sensible, responder, boicotear, concienciarse o denunciar determinados acontecimientos que son políticos (en este caso, el maltrato a la mano de obra migrante que construyó los estadios donde se han celebrado los partidos). Y así podríamos continuar poniendo miles de ejemplos que nos ilustrarían lo mismo.

Y, por supuesto, la actual guerra en Ucrania obedece a objetivos claramente políticos, pues debemos alejarnos de la versión falaz, interesada y reduccionista  que se limita a afirmar que existe un “agresor” (que es Rusia) y un “agredido” (que es Ucrania). Me remito a anteriores artículos donde hemos analizado a fondo estos aspectos, pero dicho lo cual, lo que me interesa resaltar aquí es que el discurso de Felipe VI entra a emitir criterios sobre la guerra que son absolutamente políticos, y que aunque sean el eco de los criterios del Gobierno, entendemos que el monarca no puede ni debe emitir. La flagrante contradicción la podemos encontrar en la hemeroteca de anteriores discursos reales: ¿cuándo se ha referido Felipe VI a la cruel matanza que sufren los palestinos a manos de Israel? ¿Se ha solidarizado alguna vez con la población del Sáhara Occidental? ¿Se ha pronunciado alguna vez Felipe VI sobre la guerra en Yemen, considerada la de mayor crisis humanitaria del planeta? ¿Alguna vez hemos oído a Felipe VI denunciar las atrocidades de las guerras de Siria, Irak o Afganistán (en este caso a su padre, Juan Carlos I, por ser conflictos más antiguos en el tiempo)? ¿Quizá se ha pronunciado alguna vez Felipe VI sobre las crueles guerras en los países africanos? ¿Es que acaso dichas guerras no eran “injustificables, ilegales y brutales”? ¿O es que sólo nos importan las guerras que ocurren “en nuestro continente”? ¿Es que quizá sólo “en nuestro continente” viven seres humanos, y el resto está poblado por extraterrestres?

Pero no contento con la calificación de la guerra de Ucrania en dichos términos, también instó, como Jefe del Estado, a una mayor inversión pública en el ámbito de la Defensa, porque, según él, la guerra de Ucrania ha vuelto “evidente” su necesidad y su “importancia”. Estimamos absolutamente inadmisibles estas declaraciones, que se introducen claramente en una vertiente muy peligrosa, pues además de emitirse como “alumnos aventajados” de la OTAN que pretendemos ser (y fieles perritos falderos del imperialismo estadounidense), instan a un modelo de sociedad mucho más inestable, que abandona otras amenazas que sí son reales para la vida de la gente y que hay que garantizar (como son la vivienda, el trabajo, los servicios sociales, las rentas mínimas, la sanidad, la educación…), para dar prioridad a unas supuestas amenazas que no son reales, sino absolutamente fabricadas desde prismas, enfoques y objetivos políticos, en este caso la expansión constante de la OTAN y el desgaste de Rusia, de cara a la perpetuación de un mundo y un sistema unipolar liderado por los Estados Unidos (del que además aseguran cínicamente que está “sometido a reglas”), ante un creciente panorama de escasez de recursos naturales y de peligro de colapso civilizatorio.

Pero parece que nuestro Rey Felipe VI no está en estos asuntos, no ve las cosas de esta forma, le importan bien poco, sino que apoya sin fisuras la inversión en el complejo militar-industrial, ofreciendo a la nación (por mucho que sea bajo el contexto de la Pascua Militar) un mensaje muy peligroso, que contribuye a la escalada del conflicto y a convertir el planeta en un polvorín continuo e imprevisible. Tenemos por tanto muy claro que esas declaraciones de Felipe VI cruzan un peligroso umbral, que están fuera de sus competencias y de sus valoraciones públicas, pues afectan gravemente a los criterios no de un Gobierno, sino de una nación a la que, supuestamente, él representa como máxima institución. El Rey no debe “meterse en política”, debe seguir “reinando, pero no gobernando”, pues se hará entonces mucho daño a la separación funcional de instituciones, contribuyendo a la degradación de las mismas, y a la perversión de la naturaleza de nuestro Estado de Derecho.

(Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.