“Como las flores vuelven su corola hacia el sol, así también todo lo que ha sido, en virtud de un secreto heliotropismo, se empeña en volverse hacia el sol que está por salir en el cielo de la historia”.
Walter Benjamin
El secreto heliotropismo del 25 de Marzo. Un gigantesco girasol de dignidad se tornea hacia el presente, reclamando el sol de la justicia para una tierra tantas veces saqueada. Una revolución pacífica y sin nombre, desterrada de los libros de texto, expulsada de los paraninfos y parlamentos, cegada tras el retablo de vírgenes y burócratas.
Arrojaron su memoria a las cunetas, la expurgaron de los archivos, pusieron a trabajar a todos sus peritos en legitimación histórica para que no quedara de ella ni el simple rastro. Pero ahora vuelve con fuerza. Centenares de jornaleros y campesinos abrigaron su recuerdo casi clandestino de boca en boca. Y la bandera escondida del 25 de Marzo renace en las manos de los nietos y bisnietos de la epopeya.
Retorna la algarabía de los oprimidos, el tumulto de las olvidadas. La Germinal de Badajoz le gana la partida a los patronos y siembra de luz rebelde las orillas del Guadiana. El maestro Bugarin ayuda a los campesinos de Alburquerque en su pelea por los Baldíos. En Don Benito el pueblo se amotina contra los criminales de Inés María, para impedir la impunidad de los señoritos. El médico Pedro Vallina, desterrado en la Siberia, es protegido por los jornaleros y es tan querido que hasta las mujeres de los guardias civiles de Garlitos piden que no le expulsen de nuevo. En Fuente del Maestre y en Salvaleón los campesinos cantan la Internacional y la Marsellesa sin que ahora les ametrallen. Las lavanderas de Cáceres celebran el febrerillo loco. El Tostaero y sus compañeros de Navalvillar de Pela entregan en el ayuntamiento las armas de los guardias que pretendían detener la ocupación pacífica de la finca del Marqués. Han vuelto de las cárceles de Burgos y de Ocaña los 600 obreros extremeños que se llevaron prisioneros tras la huelga general campesina de junio. María Zambrano entrega una gramola a la escuela de las Navas del Madroño y, en Zafra, César Vallejo oye bajo el pie del campesino el humo del lobo y aprende allí su lucha para que hasta los señores sean hombres. Los hijos de los segadores de Almendralejo son acogidos en las casas de sus compañeros de utopía en Aceuchal o Torremejía mientras dura la larga huelga. E incluso la alondra ensangrentada en la plaza de toros de Badajoz, en la navidad fusilada de Cáceres y en tantos otros pueblos de Extremadura, no cesa en su furioso canto. El hombrecino de Almendral trae su lista con los nombres de los fusilados, guardada durante cuarenta años en la cartera.
El 25 de marzo es la cita que los congrega a todos. También a los artesanos o a las maestras. Pero, sobre todo, a los campesinos sin tierra, la clase negada, la clase incómoda. El poder les escupió a conciencia, con inquina: les llamó destripaterrones, ganapanes, pelaespigas, peones, braceros, paletos, morralla. Pero aquel ejército de parias, con yunta o sin yunta, puso en pie la revolución silenciada de Extremadura. Señalaron una verdad escondida: la tierra no es una mercancía, la tierra, como recordará Karl Polanyi, “no es más que el medio natural en que cada sociedad existe”. Arriesgaron y entregaron sus vidas para defender aquella certeza, que apuntaba a la mutación antropológica del capitalismo. Frente a la gran máquina que desamortizaba las tierras comunales, que les despojaba y les expulsaba a las ciudades, a las fábricas, a la humillación de la sirena, a la lóbrega boca del metro, al rebaño de la metrópolis donde ni siquiera puede salvarte Chaplin con su involuntaria bandera.
A pesar de todo, de la inmensa represión, del mar de sangre derramada y del miedo para diez generaciones, otros cogerán el testigo y renovarán la promesa de un mundo nuevo. “El 25 de marzo ha tenido siglos de rumia”, escribirá Víctor Chamorro. “El pan no ha muerto”, la dignidad tampoco.
Nuestra mina a cielo abierto se llama Reforma Agraria
“Un solo acontecimiento hace saltar el curso de la historia, en un solo acontecimiento se resume toda una vida o toda una historia. Pero para que un acontecimiento pueda tener esa fuerza tiene que ser mesiánico, es decir, tiene que brindar la oportunidad revolucionaria de enfrentarse al presente”
Reyes Mate
¿Cómo es posible que un acontecimiento de la trascendencia del 25 de Marzo, que ha sido abordado por historiadores de la talla de Malefakis, Tuñón de Lara, Paul Preston, Francisco Espinosa o Víctor Chamorro, sin embargo esté ausente de los programas de estudio o de la “memoria democrática” institucional en Extremadura?
Las razones que explican ese ostracismo no son precisamente de tipo historiográfico, sino de orden político y económico. El 25 de Marzo interpela al presente, a la opresión y a la dominación de nuestros días. El latifundio ha sido y es una máquina de paro y emigración, funcional al papel de colonia interior de Extremadura, abastecedora de mano de obra barata, materias primas y energía. El latifundio, siempre intocable y además, desde hace décadas, subvencionado con una riada de millones de euros de la PAC y de la propia Junta, para financiar a los viejos y a los nuevos ricos con títulos, nobiliarios o financieros.
El viejo sueño de la Reforma Agraria, el fantasma que estremeció a las clases dominantes de Extremadura y de España, volvía a aparecer en la Transición. Emanaba del pujante movimiento obrero que emergía en el tardofranquismo. Las huelgas de la vendimia en Tierra de Barros ya en 1976 son una buena muestra de hasta qué punto había cuajado el paciente trabajo de organización del nuevo sindicalismo. Y, para sorpresa del bunker, aparecía además un nuevo sujeto totalmente inesperado: los colonos del Plan Badajoz, que ponían en pie durísimas luchas, las conocidas guerras del tomate y del pimiento, enfrentándose a las conserveras, las fábricas favorecidas por la trama de influencias del régimen, la avanzadilla del nuevo capitalismo agro-industrial. La aparición de estos dos nuevos protagonistas, el sindicalismo jornalero y el movimiento del pequeño campesinado, y su eventual alianza reabrían la posibilidad de acometer cambios sustanciales en el campo. La Reforma Agraria retornaba al orden del día. Y tan es así que habría de incorporarse al primer Estatuto de Autonomía en 1983 como uno de los objetivos a cumplir por los poderes públicos. Ni siquiera la derecha política se atrevería entonces a cuestionar una demanda histórica que respondía al lastre estructural de nuestra tierra, el latifundismo y sus consecuencias en caciquismo y subdesarrollo.
El ibarrismo y los gobiernos que lo continuaron no solo no cumplieron el mandato estatutario de la Reforma Agraria. No contentos con ello, en 2011 los dos grandes partidos se pusieron de acuerdo en suprimir incluso la mera mención que se hacía en la principal ley autonómica. Los poderes políticos y económicos se aplicaron a desmontar a los dos perturbadores sujetos que habían emergido en el mundo agrario durante los últimos años del franquismo y en la Transición. A los jornaleros los doblegó fundamentalmente a través del sistema conocido como PER. La debilidad de los trabajadores asalariados del campo la hemos podido constatar en los dos últimos años: una parte sustancial de ellos ni siquiera se han podido beneficiar de la subida del Salario Mínimo Interprofesional, una obligación legal que la patronal desobedece abiertamente con la bochornosa connivencia de la Junta de Extremadura. La reconversión agraria y el desmantelamiento del tejido cooperativo construido durante dos décadas por los agricultores-lo que llegó a representar ACOREX y la Caja Rural- fueron las herramientas utilizadas para someter al pequeño campesinado, a mayor gloria, claro está, de las grandes industrias del sector.
Los latifundistas de siempre, la Casa de Alba, el marqués de Valdueza, la familia Domecq, los Álvarez de Toledo o la Dehesa del Guijo, pero también ahora los otros imperios agroindustriales construidos al amparo de los nuevos poderes, como Haziendas Bio, el Grupo Sol o Atanasio Naranjo, son algunos de los grandes beneficiarios de las últimas décadas. Ellos, junto a la banca y a las eléctricas, y a la clientela de los grandes partidos, conforman la madeja extremeña, el bloque de poder político y económico que manda en Extremadura. El balance de su dominio es demoledor y se resume en dos datos esclarecedores: más del 50% de los jóvenes extremeños está en paro y más de 40.000 han tenido que emigrar en los últimos ocho años.
Ellos, los mismos que nos han conducido a esta situación sacan ahora el último conejo de la chistera, el de las minas a cielo abierto en Extremadura. El latifundio y el extractivismo son hermanos de modelo social y de clase. Necesitamos derrotarlos a ambos al mismo tiempo, si no es así perderemos la batalla. Se profundizarán el colapso ecológico y las contradicciones sociales. Hay que poner en pie otra forma de producir y de vivir, regido por la austeridad, que es algo bien distinto a la miseria. Una alternativa al neoliberalismo y al neofascismo que, por ejemplo, suprima o limite la obsolescencia programada al tiempo que aboga por la reducción drástica de la jornada de trabajo y por el reparto del mismo.
Nuestra mina virgen por explotar es la Reforma Agraria. Una reforma integral, atravesada por los valores de la agroecología y la soberanía alimentaria. Pero que no deje de atreverse a cuestionar el latifundismo. Que no acepte la naturalización de la propiedad privada, como si fuera algo incuestionable. En este tiempo dramático del coronavirus estamos viendo el sinsentido de aplicar el dogma de la propiedad privada –en este caso de la industria farmacéutica- a una pandemia sanitaria. El mercadeo y opacidad de las vacunas, el crimen de la creación artificial de la escasez, la irracionalidad de que la sociedad tecnológicamente más avanzada de la historia sea incapaz de inmunizar en un tiempo razonable a la población.
El girasol del 25 de Marzo nos habla de la revolución social que podría y debería venir. De la dignidad humana, de la democracia real en la que los de abajo tomen la palabra y determinen sus vidas, de la necesidad de libernarnos de los poderes salvajes.
Con la memoria de los 60.000 campesinos que abrieron la esperanza de un tiempo nuevo. Disparemos a los relojes, a la rutina de la Historia. 25 de Marzo: Tierra, pueblo y dignidad.
Manuel Cañada, miembro de la Asociación 25 de Marzo