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Entrevista a Paco Puche sobre la enfermedad, el cuerpo, la vida y la muerte (y II)

«El sentido de la vida para mí sería sentirse profundamente imbricado en natura, gozándola, imitándola y sacralizándola»

Fuentes: Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global

Ingeniero, librero, activista, escritor y mil cosas más, Paco Puche es uno de los mejores conocedores de la industria criminal del amianto en nuestro país y en Europa. Su libro más reciente sobre esta importante temática ha sido publicado por Libros de la Catarata. La conversación, esta vez, se centra en temáticas más existenciales y […]

Ingeniero, librero, activista, escritor y mil cosas más, Paco Puche es uno de los mejores conocedores de la industria criminal del amianto en nuestro país y en Europa. Su libro más reciente sobre esta importante temática ha sido publicado por Libros de la Catarata. La conversación, esta vez, se centra en temáticas más existenciales y esenciales incluso: vida, enfermedad, muerte.

***

 

Nos habíamos quedado aquí. ¿Cómo has pensado en ti mismo, en tu cuerpo, tras la irrupción de la enfermedad?

Yo tengo una cosmovisión que también ayuda a llevar mejor estos contratiempos. Esta manera de ver tiene como dos ejes principales: uno es el referido del «descentramiento del yo». Decía Aranguren que para ser feliz hay que estar preparado y luego si hay suerte llega la felicidad. La preparación consiste en el ejercicio habitual de la despreocupación, el desprendimiento y el desapego. Como se ve, virtudes muy poco funcionales con el consumismo, el egotismo, la chulería y esos otros antivalores del capitalismo, aunque no solo. Tienen algo de budistas. Y son compatibles con el compromiso y las tempestades (aquí recuerdo a Goethe: «el talento se cultiva en la calma, el carácter en la tempestad»).

Mi cosmovisión continúa con una valoración de la especie humana que contiene una parte de humildad profunda: no somos los seres más importantes para la vida, no somos tan sabios al cuadrado, no somos la especie elegida, no somos dioses, somos unos seres vivos que hablamos y tenemos conciencia, sin saber bien qué grados de comunicabilidad y conciencia tienen los demás seres vivos. El antropocentrismo fuerte es una auto justificación, y una inevitable manera de mirarnos, tan centrados en el «yo» como estamos. Soy más bien bacteriocéntrico, seguidor de Lyn Margulis (en este punto hemos de decir que es inevitable leer a Margulis, su «Microcosmos» por ejemplo, para poder entender mejor todo lo que sigue) y más cerca de su homo insapiens insapiens (sin sabor ni saber) que de lo que nos creemos sobre nosotros mismos. Esto sirve para Dios, la trascendencia y demás exageraciones, que son meras construcciones humanas que llegamos a creérnoslas y suelen tener graves consecuencias. Parece ser que la religión, en contra de lo que suele decir, es moderna en los humanos. Bacteriocéntrico porque han sido (y son las bacterias) los seres vivos a los que debemos la vida, los más creativos de todas las criaturas y los más indispensables para la vida. Humildad por tanto en nuestro sitio en el mundo, que si no sirve para mantener la vida y para hacer más dichosos a todas las criaturas es vacío. Sobre las pretensiones de sabiduría hay que decir lo que me has recordado de Ludwig Wittgenstein cuando recomienda que «de lo que no se puede hablar, hay que callar», y sabemos tan poca cosa…siguiendo la enseñanza socrática del «solo sé que no sé nada». Estos atisbos de humildad profunda tienen mucho que ver con la etimología de esta palabra que sigue este recorrido: la palabra designada para nombrar la Tierra, al principio de las lenguas indoeuropeas, era dhghem. A partir de esta palabra que no significa más que tierra surgió la palabra humus, que es el resultado de las bacterias en el suelo. Y de ella surgieron las palabras humilde y humano. Somos pues, además de hijos de las estrellas hijos, por segunda, vez de las bacterias.

Esta humildad profunda no es incompatible, ni mucho menos, con la dignidad humana que nos concedemos a nosotros mismos, y que se basa en nuestra igualdad metafísica. Eso justifica aquella frase de Marx cuando decía que «el hombre es el ser supremo para el hombre». De aquí también que nuestro apego a los oprimidos y a las víctimas sea a causa de haberse establecido una desigualdad insoportable en el mundo. De nuestra profunda sociabilidad no solo ha surgido el lenguaje humano sino también la omnipresente empatía que espontáneamente mantenemos entre nosotros, cual parientes próximos de los bonobos y cual seres sociales que tienen la experiencia de 150.000 años de solidaridad, que ha dado lugar a las neuronas espejo. Elogio pues del «primitivismo».

El otro eje es mi visión gaiana (de Gaia, la Madre Tierra) del mundo de la vida. Lo que nos caracteriza es nuestra imbricación en ecosistemas de ecosistemas. Ese mundo interrelacionado, en donde lo individual no es más que un detenimiento en esa densidad inabarcable, es en el que estamos abrazados en campos de relaciones más que en líneas que nos conectan. No sabemos más por estar en hombros de gigantes-as sino por estar abrazados (afectivamente) a ellos y a ellas. En esta visión nada se desperdicia, nada muere para siempre, pues llevamos en nuestras vidas algo de lo que fue y contribuiremos a formar parte de lo que será…, y en nuestro mundo social de humanos nos mantendrán resucitados los recuerdos amables que hayamos podido suscitar y los sueños de los que queden en donde aparezcamos. De todos modos la intrascendencia y la inmanencia han de ser nuestras guías para llevar vidas buenas y buenas vidas. Para tomarnos en serio lo que nos toca vivir como cuasi individuos. Lo sagrado para mí es el mundo de la vida y el de los demás iguales. La religación o religión más pertinente a esta profesión de fe gaiana es el panteísmo intrascendente.

En 2002 reeditamos un libro del poeta malagueño Alfonso Canales, que fuera premio nacional de poesía, titulado El canto de la Tierra, y con esa ocasión le hice una presentación, que me permito en parte transcribir, porque expresa muy bien mi sentido de la muerte. 

Adelante con ella.

Dice así:

«En su prólogo, Canales, nos revela su intención: ´proponer una posible forma de resurrección´. No en vano, dos teólogos prestigiosos, Juan Mateos y Shöeckel, un Viernes Santo, le han sugerido que la verdadera resurrección no es la que siempre ha estado en nuestras mentes de greco-cristianos, basadas en el dualismo cuerpo-alma. Se abre pues la imaginación a otras formas resucitadoras:

…Se trata de romperlo, 

de desnudarte de prisión, molida 

tierra, para que hagas, sólida madre, nuevos 

precarios hijos.

Es una forma 

… Tierra, 

mi paraíso terrenal, mi cielo.

Es otra 

… No acabamos en esto 

que sucedió y sucede. Nada se descompone 

sino para ser algo 

nuevo: de alguna forma, en todo lo que ocurra 

estaremos presentes.

Es una más 

Y otra, apoteósica: 

…favorable 

a la reconstrucción, asciende el polvo 

hasta un nuevo destino». 

Este prólogo que hice en su día termina así: 

» … Al otro lado 

del rito, está la tierra 

hembra, madre de todos los que le dan sus noches 

y sus días, poniendo 

huevos durables en los engañosos 

anuncios de la muerte.

Canales se anticipa a la hipótesis Gaia, y con Quevedo nos dice: 

Y no nos engañemos 

del todo: como sales 

disueltas en las mismas 

aguas, coincidiremos en futuros parajes 

de la perpetua recreación. En sitios 

insospechados, una porción de lo que fuego 

nos parece ( y es tierra 

pura) hallará otra mota de enamorado polvo. 

….. 

…. amada 

mía, en alguna parte 

me encontraré contigo.

Fin de la larga cita. Los versos son del libro presentado. 

Son muy hermosos.

Me preguntabas qué he pensado de mi cuerpo y te digo: mi cuerpo anda por ahí en medio. Y he acogido la enfermedad (que hago porque no sea la última) sin sorpresa (me la esperaba), sin queja y con cierta serenidad… y proponiéndome además vivir con alegría el tiempo que quede, que no es sinónimo de egocentrismo ni de visitar todo lo que me gustaría y no he podido, si no de seguir humildemente mis trabajos y mis días. Eso sí, los colores se subrayan, los afectos son más intensos, los deseos de justicia se exacerban… sabes que has agotado gran parte del tiempo que se te ha concedido. Pero cada uno tiene unas reacciones distintas. 

Ya sé que son preguntas demasiado generales y un poco grandes, pero allí me sitúo: ¿la situación te ha empujado a pensar, por ejemplo, por el sentido de la vida? Si fuera así, ¿qué sentido tiene la vida humana desde tu punto de vista?

Antes también te he respondido «a lo grande», porque mi visión holística me impide usar demasiado el método analítico. Ya sabes, lo decían Pascal y Descartes: el primero sostenía que «tengo por imposible el conocer las partes sin conocer el todo» frente a la cartesiana propuesta de «dividir las dificultades en tantas parcelas como se pueda». En cuanto al sentido de la vida se me ocurre relacionarlo con la geometría. El término «sentido» también se refiere a esa flecha que apunta hacia alguna parte siguiendo una dirección dada. Si me sitúo en la rosa de los vientos, todas las líneas rectas que pasan por el centro son direcciones distintas, el sentido lo marca el apuntar al norte o al sur, al este o al oeste o a las miles de direcciones mencionadas. Es una concepción lineal que creo marca nuestras concepciones habituales; así progreso está en este paradigma lineal de adelante, más, mejor; y teleología en ese otro de finalidad pero orientado hacia un punto omega (de corte theilardiano) que nos engrandece y nos lleva hacia adelante, a más y mejor, más que a esa otra concepción finalista vinculada a la estructura de los seres que a veces llamamos determinismo estructural. Es, en el fondo, la concepción exponencial de estos seres sapiens sapiens que no cesan en su tentación de ser como dioses. Y lo exponencial tiende pronto al infinito que al decir de Albert Einstein «Sólo conozco dos infinitos: el del Universo, y el de la estupidez humana, y no estoy muy seguro del primero de ellos». Por eso el capitalismo es tan funcional a estas ideologías del crecimiento.

Por todo ello, yo doy como sentido de la vida mi concepción gaiana que es circular, no lineal. La muerte es un retorno a la Madre Tierra para seguir «vivos». El sentido de la vida, para mí, sería el sentirse profundamente imbricado en Natura, gozándola, imitándola y sacralizándola y el llevar en la sociabilidad humana una finalidad consistente, por ejemplo, en la fórmula de Paul Ricoeur: ser feliz o tener una vida buena, con los otros en instituciones justas. Qué más podemos pedir. Las fantasías del paraíso/cielo (y el consiguiente infierno) me resultan inhumanas y son centrales en el cristianismo y entre los musulmanes: unos, según san Pablo, «si no resucitásemos vana sería nuestra fe», los otros, con la promesa del Paraíso se inmolan en las guerras santas. La fórmula latina que pronuncia la Iglesia en los Miércoles de Ceniza me pare muy ilustrativa del sentido circular por el que inclino: memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris.

Podemos rescatar en este punto el testamento de Pericles, que tan bien glosa Castoriadis. En él se da este otro sentido a la existencia: «vivimos por el amor de la belleza y de la sabiduría; y en la actividad que suscita ese amor; vivimos por la belleza y la sabiduría, con ellas y a través ella, pero lo hacemos evitando las extravagancias y la molicie». Ser y estar al mismo tiempo. Otro hermosos programa de vida vivible.  

Más incluso, en la misma línea: ¿qué es la vida humana para ti? ¿Qué sería, desde tu punto de vista, una vida buena?

Me remito a lo anterior: tratar de ser feliz, con y para los otros en instituciones dignas, lo cual no es tarea fácil en este mundo terrible y vivir en la belleza y la sabiduría. Exclamaba el mitólogo Joseph Campbell: «!Oh mundo tremendo y fascinante!». 

¿Podemos llevar una vida buena en sociedades tan desiguales y tan poco dadas a la reflexión y al reposo como las nuestras?

Malamente, pues en la triada anterior tendríamos dejar de sentir muchos de los sufrimientos ajenos y eso no es posible en humanos empáticos y éticos como somos. La injusticia y la consiguientes desigualdades nos hace infelices, por eso su lucha contra ella nos mejora, nos da bienestar. Víctor M. Fernández, de la Complutense, concluye su libro «Prehistoria. El largo camino de la humanidad» tan bellamente como sigue: «Por último, y no menos sino más importante, que a igual que a mucha gente le interesó destacar, a mucha más, parece haberle importado también con una constancia igual de admirable durante todo el tiempo de la historia humana, mantener la igualdad y el que ´nadie sea más que nadie´». 

Voy a la otra: ¿qué es entonces la muerte?

Para cada cultura es una cosa. Haciendo un repaso por encima nos encontramos a los epicúreos, por ejemplo, para ellos la muerte y la vida no coinciden, pues para qué preocuparse: cuanto una está no existe la otra y viceversa. Sócrates la toma con serenidad y prefiere la justicia y la dignidad a seguir con vida. La muerte de todas maneras ha de venir y los individuos van a tener una segunda oportunidad, nos dice, siguiendo la creencia de la transmigración de las almas. Para los cristianos la muerte es tremenda porque espera o bien el Cielo, previo Purgatorio, o bien el infierno atroz, y como tratar con Dios es siempre desproporcionado, basta un pecado de última hora para condenarse eternamente (la literatura ha ahondado sobre este asunto temible, por ejemplo en El condenado por desconfiado de Tirso). La relajación actual sobre el Infierno y el Purgatorio por parte de la Iglesia no quita siglos de amedrentamiento que ha consolidado una cultura de miedo. Hasta los griegos tenía su Tártaro, el equivalente al infierno cristiano, adonde eran llevados por la diosa Némesis, la que se encargaba de castigar los excesos.

Y tenemos la muerte gaiana, ni más ni menos que la que tan bellamente propone Kurosawa en sus Sueños. En esta película se visualiza la alegría de vivir hasta el final. Dice el viejo de cerca de cien años que va a acompañar la procesión del sepelio de una pretendienta suya, ya muy mayor, que había muerto (lo transcribo de memoria): «cuando uno es mayor y ha hecho su tarea no hay que tener pena, ha llegado su hora, por eso se celebra, se canta y se baila alegremente. Otra cosa sería que muriese una niña o un joven que eso sí que es una pena y hay que hacerle un duelo». La muerte como tránsito alegre, con el deber cumplido, devolviendo las criaturas a la Madre Tierra, requiere una compañía festiva.

Por eso, lo principal es que no quiero perder la alegría de vivir y de morir sabiendo de nuestra insignificancia y de nuestra pertenencia a un mundo que nos envuelve, nos da y nos quita la vida en un proceso circular del que no podemos salir. Esta, creo, es la forma de «resucitar» más congruente con nuestra dimensión contingente y con la visión gaiana de una mundo de la vida autopoiético (que se crea y recrea así mismo).Todo esto no quita cierto canguelo y sinsabor por falta de praxis preparatoria… y porque produce dolores. 

¿Por qué la tememos tanto si es así y creo que en general es así?

No entiendo el sentido de esta pregunta ¿qué significa ese «es así»? En todo caso los cristianos le tememos, ya lo he dicho, por esa cultura el miedo infundida en nuestras entrañas y, en general, por ese centramiento en el «yo» con tintes narcisistas. Si nos creemos lo mayor y con un acento individual, lógicamente perdemos mucho, todo diría yo. En otro caso, tal como hemos tratado de explicar, el individuo lo es menos y la «resurrección» simbiótica está asegurada. Decía Quevedo: «vive para ti solo si pudieres/ que solo para ti/si mueres/mueres», que parece de un egoísmo atroz, pero no, la clave está en el «si pudieres». Y no se puede ni vivir solo ni morir solo.

Hacen falta además ejercicios para poder mejor afrontar la muerte y no los hacemos. Pensando en ella, por ejemplo sin rechazo. Yo hice una especie de poema-reflexión hace ya más de treinta años que titulaba «La muerte siempre avisa». Recuerdo que decía así: «dardos de continuo caen muy cerca/ abatiendo afinidades/lacerando corazones/en memoria de Diana/Llamar fatal a lo letal /pero no reprocharle traición/la muerte siempre avisa/como una fiel amiga/Con ella de compañera/ se pierden horas en quimeras/pero no en ostentación … y seguía para culminar diciendo: la vida y la muerte/ son inseparables amigas/ quien las enemista/mata la vida/mata la muerte/la una es la otra. La otra clave es la conversión a la humildad verdadera, no a la falsa. Y así. 

¿Crees en algún tipo de trascendencia?

Como no sea que queramos llamar trascendencia a la Madre Tierra que nos envuelve, que en ella participamos de las propiedades emergentes que están por encima de nosotros, o bien en el respeto sagrado a la vida, a los demás y a lo existente, el panteísmo por el que apostábamos, no creo en el sentido más convencional de referido a un Dios omnipotente, Creador, Salvador y ese largo etcétera con que nos vienen martilleando desde que nacemos; no, no creo en este sujeto. Es una concepción lineal de la historia que remite a un principio, a un extremo, creador y no creado. Es una concepción que no tiene que responder a la pregunta de ¿Quién ha creado al Creador? Y eso es jugar con trampa. En una formula ambigua te diría que en la trascendencia convencional creo más bien poco. 

¿Podemos seguir queriendo a nuestros muertos? ¿Cómo? ¿Qué queda de ellos?

Claro que sí. Esa es la función de la memoria y de los sueños. Y ellos representan, en la medida en que no se hayan equivocado demasiado y dejen a las generaciones venideras al borde del precipicio, representan, digo, parte de ese esfuerzo colectivo por la igualdad, la justicia y el amor. Pues nuestra empatía llega ahí también. 

¿Por qué no podemos en ocasiones asumir la muerte de personas que hemos querido y seguimos queriendo mucho?

Porque tenemos una pérdida importante y eso duele. Con Juan Ramón Jiménez tenemos que decir «que bellas son las cosas/ y que bien se está con ellas», igualmente con las personas. El duelo en muchos casos es inevitable; las perdidas nos devuelven una señal de finitud y contingencia y cuando nos sentimos a gusto queremos seguir así indefinidamente. Es la tentación de las tres tiendas en el monte Tabor, que recoge la Biblia. Esa es la parte más individual de cada uno de nosotros. Somos seres complejos y vinculados o abrazados en campos de relaciones, pero con una instancia personal diferencial de los demás. Y esa es la parte dolorida en el duelo. 

¿Por qué hablamos tampoco de la muerte en nuestras sociedades? ¿NO estamos para gaitas cuando tocamos un tema así?

Esa es la falta de preparación que decía antes. Y creo que como estamos en una continua pretensión de ser como dioses, estos son inmortales. «No me fastidies con estas cosas, que ya llegará la ciencia o la tecnología a inventar la inmortalidad, no me seas gafe». De hecho el capitalismo súper tecnológico y soberbio nos anuncia ya la pronta compra de eternidad, que como la venda a trozos para que compren todos es una paradoja insalvable. 

Pienso ahora en mis muertos. ¿No hemos mecanizado y mercantilizado en exceso la despedida, la ceremonia del adiós que decía Simone de Beauvoir?

No sé qué decirte. Yo veo más bien que la gente muere en el hospital, se incinera, desparraman sus cenizas por los sitios de moda… y «el vivo al bollo». A mí la despedida que más me gustaría es la de Kurosawa, qué quieres que te diga. 

En otras sociedades las despedidas no eran así (tal vez tampoco lo sean ahora). Pienso ahora, por ejemplo, como acabas de decir, también antes has hablado de ello,, en uno de los sueños de la película de Akira Kurosawa, en de la despedida de un fallecido.

Eso, de acuerdo. 

¿Quieres añadir algo más?

Que quizás he hablado demasiado de algo inefable pero, de nuevo, la empatía hacia ti me ha empujado a contestar tus curiosidades aristotélicas y tus propias inquietudes; al fin y al cabo a partir de ciertas edades o ciertos acontecimientos próximos uno se empieza a plantear esa otra igualdad radical de la muerte universal … que para mí es resurrección gaiana.

Finalmente, una crítica a Freud. Para mí no existe la pulsión del tánatos, solo hay pulsión de vida; la pulsión de muerte decía From es una patología, igual que la depresión es otra patología, lo natural es la alegría de vivir.

Por eso la muerte gaiana también duele.

Nota: esta respuesta está hecha cuando mi salud va mejorando notablemente. No sé si hubiese sido igual en los primeros meses de enfermedad y quimioterapias juntas, que me tenía algunos días bastante postrado y dolorido. Dejémoslo ahí. 

De acuerdo, lo dejamos ahí querido amigo. Muchas gracias.

 

Nota de edición: la conversación se realizó en mayo-junio de 2017.  

Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Paco Puche sobre la enfermedad, el cuerpo, la vida y la muerte (I). «Hasta el final hay que hacer lo que uno ha creído casi siempre que debe hacer». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=241373  

Fuente: Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global, n.º 140, invierno 2017/2018, pp. 153-165.