Ali Shehadeh, un conservador de plantas originario de Siria que huyó de la guerra en su país, en su trabajo en Terbol, Líbano. Credit Diego Ibarra Sánchez para The New York Times TERBOL, Líbano, Ali Shehadeh, un cazador de semillas, abrió los sobres con todo el cuidado del mundo. Dentro de cada uno había una […]
Ali Shehadeh, un conservador de plantas originario de Siria que huyó de la guerra en su país, en su trabajo en Terbol, Líbano. Credit Diego Ibarra Sánchez para The New York Times
TERBOL, Líbano, Ali Shehadeh, un cazador de semillas, abrió los sobres con todo el cuidado del mundo. Dentro de cada uno había una vaina de semillas minuciosamente secada y prensada: clavo dulce de Egipto, un trigo silvestre que se encuentra solo en el norte de Siria, una variedad antigua de trigo candeal. Tenía miles de sobres apilados en orden en una oficina sin ventanas, un valioso herbario, que contenía semillas recolectadas a lo largo de la calurosa, árida y cada vez más inhóspita región conocida como la Media Luna Fértil, donde se originó la agricultura.
Shehadeh es un conservador de plantas de Siria. Está a la caza de los genes que contienen las semillas que plantamos hoy en día y lo que llama sus «parientes silvestres» de hace mucho tiempo. Su objetivo es salvaguardar las semillas que puedan ser lo suficientemente resistentes para alimentarnos en el futuro, cuando muchas más partes del mundo puedan volverse tan calurosas, áridas e inhóspitas como esta. Sin embargo, buscar las semillas que puedan soportar los peligros de un planeta más caliente no ha sido fácil. Esta búsqueda ha conducido a Shehadeh y su organización, el Centro Internacional de Investigación Agrícola en Áreas Secas (Icarda, por su sigla en inglés), a caer de lleno en la intersección entre los alimentos, el clima y la guerra.
Aunque Icarda no recibía fondos del Estado, alguna vez fue reconocido por tener buenas relaciones con el gobierno sirio. Con sede en Alepo, sus investigaciones habían ayudado a volver envidiablemente autosuficiente a Siria en cuanto a la producción de trigo. Sin embargo, el impulso de producir cultivos sedientos también drenó las aguas subterráneas de Siria a lo largo de los años, a lo que siguió una devastadora sequía que ayudó a alimentar las protestas que hicieron erupción en la forma de una revuelta armada en contra del gobierno en 2011.
Unos trabajadores libaneses en el banco de semillas en Terbol. Icarda, la organización de Shehadeh, trasladó sus operaciones fuera de Siria tras el estallido de la guerra. Credit Diego Ibarra Sánchez para The New York Times
A su vez Icarda se convirtió en una víctima de la guerra. Para 2014, la lucha se aproximó a su sede en Alepo y a su extensa estación de campo en la cercana Tal Hadya. Se robaron camiones de Icarda. Los generadores desaparecieron. Se robaron y se comieron a la mayoría de las ovejas awassi de cola gruesa, criadas para producir más leche y necesitar menos agua. Llegó un momento en que Shehadeh y los otros científicos mejor enviaron fuera todo lo que pudieron -incluidas unas cuantas ovejas- y huyeron, uniéndose así a la mitad de la población del país en el exilio.
El proyecto más importante de Icarda -un banco de semillas con 155.000 variedades de los principales cultivos de la región, una especie de archivo agrícola de la Media Luna Fértil- se enfrentó a la extinción.
Sin embargo, los investigadores de Icarda tenían una copia de respaldo. A partir de 2008, mucho antes de la guerra, Icarda había comenzado a enviar muestras de semillas -«accesiones», como las llamaban- al Banco Global de Semillas de Svalbard, la Bóveda del Día del Juicio Final, alojado debajo de la ladera de una montaña en una isla noruega que se encuentra en el Círculo Polar Ártico. Era un procedimiento estándar, en caso de que algo sucediera.
Lo que sucedió fue la guerra. En 2015, mientras Alepo se desintegraba, los científicos de Icarda pidieron prestadas algunas de las semillas que habían guardado en Svalbard y comenzaron de nuevo. Esta vez se esparcieron, estableciendo un banco de semillas en Marruecos y otro justo al otro lado de la frontera de Siria con Líbano, en ese amplio valle de cipreses y uvas conocido como el valle de la Becá.
«Estamos haciendo todo lo que podemos para recrear todo lo que teníamos en Alepo», dijo Shehadeh.
La sede central de Alepo aún contiene la colección más grande de semillas de la región (141.000 variedades de trigo, cebada, lentejas, habas y similares), aunque ni Shehadeh ni sus colegas saben cómo se encuentra. No han podido regresar.
Los bancos de semillas siempre han servido como importantes repositorios de biodiversidad. Sin embargo, ahora son incluso más cruciales, dijo Tim Benton, un experto en seguridad alimentaria de la Universidad de Leeds, en un momento en que el mundo necesita cultivos que puedan adaptarse al rápido inicio del cambio climático.
«Debemos cultivar cosas considerablemente diferentes de maneras considerablemente diferentes», dijo Benton. «Para nuestros cultivos principales, como el trigo, los parientes silvestres se consideran en verdad muy importantes debido a los genes con los que se pueden hacer retrocruzamientos a las líneas de trigo que tenemos ahora para crear resistencia y adaptación al cambio climático».
Esto es especialmente importante, dijo Benton, porque podrían desaparecer con gran facilidad sin protección.
Es debatible en qué medida la crisis agrícola de Siria es culpable del estallido de la guerra. En cambio, no hay mucho debate sobre el impacto del calentamiento global en la región, donde parece seguro que este fenómeno volverá muy precaria la agricultura.
Las temperaturas se elevaron al menos 0,2 grados Celsius por década a todo lo largo y ancho del Medio Oriente de 1961 a 1990, y cerca de 0,4 grados Celsius en el periodo transcurrido desde entonces, de acuerdo con Andrew Noble, quien hasta hace poco fue el subdirector de investigación de Icarda.
Este verano, en países calurosos y secos de por sí como Irak, las temperaturas llegaron algunos días a más de 50 grados Celsius; las sequías son más intensas y frecuentes. En los lugares donde los agricultores dependen por completo de las lluvias, como en la mayoría del Medio Oriente, el futuro de la agricultura, dijo Noble sin rodeos, «es muy sombrío».
Esto, dice Shehadeh, es la razón de su obsesión con los parientes silvestres de las semillas que la mayoría de los agricultores plantan hoy en día. Él evita las semillas modificadas genéticamente. En su lugar, quiere aprovechar la riqueza de esos ancestros silvestres, que a menudo son resistentes y se adaptan mejor a los climas rigurosos. «Son el linaje bueno».
La colección completa de Icarda alberga semillas que han alimentado a las personas del Medio Oriente durante siglos, incluyendo unas 14.700 variedades de trigo candeal, 32.000 variedades de cebada y casi 16.000 variedades de garbanzo, el componente clave del falafel. El banco de semillas de Líbano guarda cerca de 39.000 accesiones, y Marruecos otras 32.000. La mayoría de esto tiene respaldos en Svalbard.
En Sudán, Icarda ha introducido una variedad de trigo que espera que sea más resistente a la sequía y al calor. También está criando una variedad de habas que puedan resistir una hierba parasitaria y lentejas que puedan madurar en una temporada corta de cultivo.
Eso es útil no solo para el Medio Oriente, dijo Noble. Los veranos calurosos y secos que son comunes ahí pueden hacerse frecuentes en otras partes del mundo. «Los climas del futuro serán similares a los que estamos experimentando», concluyó.
Fuente: https://www.nytimes.com/es/2017/10/17/el-sirio-que-es-protector-de-la-alimentacion-del-futuro/