El autor tiene una debilidad como lector de diarios: los lunes compra Clarín, porque a despecho de todas las deformidades políticas que allí se publican, viene con el suplemento deportivo. Y quiere saber cómo jugó Ríver, para felicidad o cierta amargura de la semana. El lunes 20 de abril pudo leer en la sección internacionales […]
El autor tiene una debilidad como lector de diarios: los lunes compra Clarín, porque a despecho de todas las deformidades políticas que allí se publican, viene con el suplemento deportivo. Y quiere saber cómo jugó Ríver, para felicidad o cierta amargura de la semana. El lunes 20 de abril pudo leer en la sección internacionales una nota crítica sobre las elecciones en Cuba, ilustrada con una foto de Fidel Castro emitiendo su voto, y con consideraciones liquidacionistas respecto a ese sistema electoral.
En cierto modo contradiciendo el sentido de sus críticas, aquella nota decía que por primera vez habían sido candidatos dos contrarrevolucionarios propuestos por sus vecinos. Contradictorio, porque ese dato avala la afirmación cubana de que se cumple la ley: no es el Partido Comunista quien presenta los candidatos sino que los van eligiendo los vecinos. Luego el voto libre, voluntario y secreto del padrón de algo más de 8 millones es el que resuelve quién gana. Desde abajo hacia arriba se va armando el sistema representativo hasta llegar a la Asamblea Nacional del Poder Popular, que elige al presidente y el Consejo de Estado.
La Constitución cubana lo resolvió así en 1976. Hubo una modificación aún más democrática por ley de 1992. Hasta ese año los electos para miembros de las asambleas municipales eran quienes decidían quiénes eran los candidatos a diputados de asambleas provinciales y asamblea nacional. A partir de la reforma los miembros electos de las asambleas municipales nominan al 50 por ciento de los candidatos provinciales y nacionales, pero el otro 50 por ciento es propuesto por las comisiones de candidaturas, con intervención de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), la Federación de Mujeres, la Federación de Estudiantes Universitarios, etc.
De allí surge un primer dato muy valioso sobre el sistema de la isla: es muy participativo. Contrasta con el rasgo más negativo de las democracias burguesas de gran cantidad de países, que se limitan al voto periódico del electorado. Luego las camarillas partidarias, en unidad con el poder económico y mediático, lo deciden todo. Y por lo general se incumplen las resplandecientes promesas de campaña. Como admitió Carlos Menem, quien propuso «Salariazo y Revolución Productiva» en las elecciones de 1989: «si decía lo que iba a hacer no me votaban». Tal cual. En Cuba se sabe lo que se vota y se hace un esfuerzo por cumplir con ese mandato, aún con bloqueo estadounidense y muchas penurias económicas que están despejándose de a poco.
La participación
El sistema cubano le saca ventaja al de otros países en cuanto a la participación. En Argentina, donde el porcentaje es relativamente elevado, el 27 de octubre de 2013 votó el 72 por ciento en las legislativas nacionales. En EE UU, donde tanto se critica a La Habana, supera levemente el 50 por ciento, y como allí son dos los grandes aparatos partidarios, quiere decir que se llega a la Casa Blanca con algo más del 25 por ciento del padrón.
En la isla, en las elecciones del 19 de abril pasado votó el 88,3 por ciento del padrón y las boletas válidas superaron el 92 por ciento. Así lo informó Alina Balseiro, titular de la Comisión Nacional Electoral. Ese día fueron electos 11.425 delegados municipales al Poder Popular y el 26 de abril, en segunda vuelta, los 1.165 delegados que no alcanzaron el 50 por ciento de los votos. En otros comicios hubo una participación mayor. La diferencia puede obedecer a que por flexibilizaciones de la salida y entrada de cubanos hubo varias decenas de miles o quizás más que este abril no estaban en su patria.
Está a la vista que el grado de participación de ese electorado es muy superior a la media capitalista. Y eso se llama conciencia política, cultura y educación. No es que los cubanos vayan a votar porque se los amenace o presione. El voto no es obligatorio. Y es una forma de mostrar su identificación con la revolución que encabezó Fidel Castro en 1959.
La baratura
Otra característica muy ventajosa del sistema caribeño es su baratura. Los legisladores no cobran un sueldo como tales sino que siguen ejerciendo sus oficios y profesiones, que retoman a full luego de cesar en las bancas. Un médico siguió siendo tal y un militar otro tanto pues continuó en las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Silvio Rodríguez siguió cantando y componiendo cuando estaba en la Asamblea Nacional. Etc.
Los diputados y senadores de EE UU ya eran ricos antes de llegar a los cargos y siguen allí por largo tiempo enriqueciéndose más aún, en yunta con los empresarios que los financiaron para llegar al Capitolio o la Casa Blanca. Eso es plutocracia, o gobierno de los ricos, no democracia.
No cobrar sueldo especial por legislar y gobernar es una ventaja cubana también en otro aspecto. Los dirigentes no son una casta o capa social privilegiada por encima de los sectores que frecuentaba; siguen haciendo la misma vida de antes, sólo que con más trabajo y compromiso.
Los cubanos, que son martianos (por José Martí), también son marxistas, porque uno de los objetivos de la primera insurrección obrera en 1871, en la Comuna de París, fue lograr un gobierno barato, con sueldos de obreros. Los cubanos lo lograron y lo mantuvieron 56 años.
Eso no significa que no tengan casos de funcionarios que se corrompen, al calor de contratos firmados con empresas extranjeras. Los hay, pero lo bueno es que los han descubierto y llevado ante la justicia, en algunos casos a la cárcel.
La baratura también se nota en las campañas. En el comicio donde Barack Obama le ganó a Mitt Rommey, los demócratas y republicanos gastaron 7.000 millones de dólares. En Argentina también se gastan muchos miles de millones de pesos para promocionar los candidatos y en muchos casos las empresas y particulares aportistas luego recuperan su «inversión».
Cuba es lo opuesto. La Comisión Nacional Electoral pega en lugares públicos una hoja con la sintética biografía de cada candidato, sus datos personales y foto. Son lo suficientemente conocidos por sus vecinos como para eximirse de más data. Es una campaña casi gratuita, sin erogaciones, empleados, spots, reportajes pagos, gigantografías, viajes, hoteles cinco estrellas, alquiler de locales, punteros, comidas gratis, promociones, coimas, encuestas, etc.
Número de partidos
Otra de las cantinelas entonadas contra Cuba es la del partido único. Tal crítica tiene un costado formalmente cierto, pues allí existe el PC cubano, que tuvo por base principal al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. El ataque es falso y mal intencionado porque oculta que ese partido único, como se refirió, no propone ni dispone de las candidaturas a los órganos de poder de los distintos niveles, pues eso queda en manos de la población.
La otra falsedad y mala intención es que se oculta que esa circunstancia, de un partido, ya viene con el ADN isleño y no resulta una imposición «castro-comunista». Fidel y su pueblo la tomaron como legado de Martí, creador del Partido Revolucionario Cubano para la tercera etapa independentista de 1895-1898. La idea martiana era unificar al pueblo para poder luchar por la liberación del dominio colonial español.
Cuba perdió esa batalla porque se interpuso EE UU, que la convirtió en una semi colonia y le impuso la enmienda Platt a perpetuidad, con robo de Guantánamo y el derecho a intervenir cuando lo considerara necesario. En esas condiciones, luego de la revolución gestada en Sierra Maestra, el líder cubano retomó ese pensamiento de Martí de no dividirse frente al imperio, mucho más luego de derrotar la invasión de Playa Girón en 1961 y proclamar el carácter socialista de la revolución.
Un solo partido no es signo de autoritarismo. Que los norteamericanos tengan dos partidos (hay otros pero no tienen mayor peso) no les da patente de democracia.
El 27 de abril pasado se conoció un estudio de la Universidad de Princeton, donde los investigadores Martin Gilens y Benjamin I. Page afirman que «EEUU ya no puede considerarse una democracia, ya que las decisiones políticas no se toman de acuerdo con la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos, sino únicamente para promover los intereses de la élite económica y los grupos organizados».
El número de partidos no es un asunto decisivo sino, sobre todo, cuál es su naturaleza política y de clase, y su función en la sociedad. Pueden ser uno como en Cuba, dos como en el imperio o 686 partidos como en Argentina, de los cuales 33 son nacionales y 653 de distrito, según estadística de mayo de 2009 dada a conocer por Alejandro Tullio, el director nacional electoral.
Lo decisivo es qué función cumplen esas agrupaciones. La de Cuba está a la vista: invicta frente al mal vecino, dirigente de una potencia cultural, educativa y científica; mortalidad infantil de menos del 5 por mil nacidos vivos y único país de Latinoamérica y el Caribe en cumplir el programa «Educación Para todos» según la Unesco. Ese sistema político les dio excelentes resultados y no quieren volver a la democracia semicolonial y prostibularia.
Fuente original: http://www.laarena.com.ar/