El PP y el PSOE no son uno y lo mismo. Ni por votantes ni por tradición ni por composición social ni por programa politico ni incluso, puestos a señalar diferencias concretas, por determinadas formas de acción gubernamental. Por ejemplo: es inimaginable hoy por hoy una ley sobre matrimonios homosexuals, como la propuesta y aprobada […]
El PP y el PSOE no son uno y lo mismo. Ni por votantes ni por tradición ni por composición social ni por programa politico ni incluso, puestos a señalar diferencias concretas, por determinadas formas de acción gubernamental. Por ejemplo: es inimaginable hoy por hoy una ley sobre matrimonios homosexuals, como la propuesta y aprobada por el PSOE con el apoyo de la izquierda y de otros grupos politicos, surgida de las filas del PP.
Podrían darse otros ejemplos. La reciente legislación sobre el aborto es otra posible ilustración. Hay muchas más sin duda.
Destacado lo anterior cabe añadir sin ceguera que las coincidencias del PP y el PSOE en temas esenciales no son infrecuentes, que la antigüedad de esas coincidencias no es una aseveración subjetiva de mal cálculo y comentar de paso un artículo de Luis García Montero aparecido en Público el pasado 4 de Julio [1], «Socialfascistas y extremistas» en el que el poeta granadino señala que «evitar las recetas y las ideas precocinadas es la primera misión del ciudadano que quiere conocer la realidad». Resulta cómodo, añade, utilizar argumentos sin adecuados matices. Tomemos nota de ello.
Según LGM «empieza a oírse de todo». Así, en foros, manifestaciones y en barras de los bares, «he vuelto a encontrarme con la palabra socialfascismo». El estribillo de la canción del verano, prosigue, «va a tener música de conclusión fatal: PSOE y PP son lo mismo». Por historia, por realidad y por estrategia, añade, «las personas de izquierdas no deberían perderle el respeto a la palabra «socialismo». La historia del socialismo español está llena de nombres admirables». Permítanme que yo mismo concrete esta última afirmación: Juan Negrín es un buen ejemplo; Julio. Alvárez del Vayo es otro ejemplo destacado.
La realidad de los votantes y de los militantes socialistas tiene poco que ver con las consignas de la patronal y de Angela Merkel, afirma con razón LGM. Sin embargo, si no ando errado, quienes han perdido el respeto a la palabra «socialismo» y, sobre todo, a la tradición del PSOE no son los ciudadanos críticos con muchas aristas y vértices de sus políticas sino una gran parte de la dirección del PSOE. ¿No es un hombre tan prominente como el «izquierdoso» Felipe González o su ministro de economía Carlos Solchaga quienes hablaban de que era bueno enriquecerse y de que lo importante era cazar ratones y que los procedimientos para ello eran secundarios? ¿Tiene algo que ver esta apología neoliberal con la tradición socialista o socialdemócrata? ¿Es necesario recordar lo que ha ocurrido en Catalunya con los casos Pretòria y el hotel Palau?¿Hay que hablar de nuevo de la contrarreforma laboral emprendida por el actual gobierno del reino de España?
Señalar por ello, y por muchas otras razones (política «antiterrorista» por ejemplo), que el PP y el PSOE, para desgracia de la ciudadanía de izquierdas de este país, tienen, lamentablemente, más de un punto de coincidencia no sugiere ni implica olvidar las diferencias de tradición, de composición y las características sociales de muchos de sus votantes, aunque las cosas tampoco permanecen estáticas en este punto.
En cuanto al uso del término socialfascista, un uso que en mi opinión no está presente de forma significativa ni en foros, ni en reuniones, ni en barras de bares ni en manifestaciones, más allá de su uso puntual, y que puede ser un espantajo para justificar políticas de unidad acríticas e injustificables, sobre ese término decía, hace 32 años, en 1978, Manuel Sacristán ya dijo lo esencial en una conferencia sobre el estalinismo impartida precisamente un 23 de febrero [2].
No menos increíble, señaló el autor de Sobre Marx y marxismo, era la idea del socialfascismo. «Me he traído copiada la afirmación central de Stalin sobre el socialfascismo -esto es, la hipótesis de que los partidos socialdemócratas son partidos fascistas, son fascismo- porque leída hoy parece increíble, pero eso ha sido doctrina official». El paso central, escrito por el propio Stalin en la época del VI Congreso de la III Internacional, decía así, recordaba Sacristán: «No es verdad que el fascismo sea la organización militante de la burguesía sola. Es la organización militante de la burguesía basada en el apoyo activo de la socialdemocracia. El fascismo es la estructura política común a esos dos organismos fundamentales: la socialdemocracia y la burguesía. No son opuestos, sino gemelos»
Si se recordaba por un momento que los militantes socialdemócratas asesinados por el nazismo, sin llegar probablemente a los 350.000 comunistas, debían rozar, según los cálculos más verosímiles en aquel período, los 250.000, la declaración ponía verdaderamente los pelos de punta. «Aparte de que también pone los pelos de punta que entre marxistas se haya podido tolerar que el nombre de un partido -«socialdemocracia»- y el nombre de una clase social -«burguesía»- aparezcan en el mismo plano de análisis como organismos fundamentales ambos». Era un insulto para el cerebro de los militantes marxistas de la época, pero, añadía Sacristán, era evidente que encajaron el insulto.
Incluso la noción de socialismo había quedado falseada desde entonces. En la tradición socialista se llamaba «socialismo» a una determinada forma de vida. A partir del estalinismo, y durante muchos años, se había usado el término para «significar sólo la obtención de algunos instrumentos de lo que creíamos que era el socialismo; por ejemplo, estatalización económica, etc. La misma palabra «socialismo» ha quedado prácticamente afectada en este período».
Treinta años después de esta conferencia, habría que admitir que en la tradición del PSOE, socialismo es una palabra casi vacía, sin apenas contenido. Criticar ese abadono politico y semántico que abona confusions sin fin y comentar sin servilismo unas políticas impropias de un partido «socialdemócrata», por moderado que éste sea, no es ningún atentado a la racionalidad política ni ninguna vuelta a los tiempos (inadmisibles) del socialfascismo.
Notas:
[1] Luis García Montero, «Socialfascistas y extremistas». http://blogs.publico.es/luis-garcia-montero/20/socialfascistas-y-extremistas/
[2] Manuel Sacristán, Seis conferencias. Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2005. Presentación de Francisco Fernández Buey; epílogo de Manuel Monereo. Edición de Salvador López Arnal.
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