Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las […]
Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra este industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las páginas de Rebelión.org).
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Estábamos en el apartado 1.4: «Subregistro de enfermedades y penetración de organizaciones» y en él deberíamos entrar (¡en él debemos entrar!) pero déjeme antes preguntarle unas cuestiones de las que he tenido noticias estos últimos días… también gracias a usted desde luego. Creo que su amigo Antonio Bernardo Reyes le hizo llegar este link de un artículo publicado de Le monde: http://www.lemonde.fr/sante/article/2014/08/22/l-amiante-pourrait-faire-jusqu-a-100-000-morts-d-ici-a-2050_4475442_1651302.html Le pregunto sobre este escrito: ¿cien mil muertos por amianto de aquí al 2050? ¿Dónde? ¿En toda Europa? ¿En el mundo? ¿Qué se puede hacer frente a ello?
La predicción ha sido efectuada por el Instituto de Vigilancia Sanitaria, de Francia (INVS): entre 68.000 y 100.000 muertes, sólo en Francia, desde ahora hasta el año 2050. Si tales fallecimientos corresponden a exposiciones padecidas hace decenas de años, como así sucede, por todo ello, evidentemente, lo único que cabe intentar hacer, es tratar de hallar terapias que resulten eficaces frente al mesotelioma, pero, desgraciadamente, la perspectiva no puede ser más sombría, si nos atenemos a lo sucedido al respecto, hasta el presente.
La segunda pregunta le tiene a usted como fuente directa, una nota-carta que dirige a un tal doctor Menéndez. En las páginas 14 a 18 de este pdf –http://eprints.ucm.es/1719/1/AH1003904.pdf– le comenta, «se puede ver una insólita aplicación de las planchas lisas de amianto-cemento: como soporte en el traslado de cuadros. El «detalle» bárbaro, es cuando, para preservarlos durante ese traslado (que es para lo que se insertan en el bastidor)… ¡se recortan sus dimensiones, para adaptarlas a las de la plancha «Eternit»!». ¿Por qué el detalle es bárbaro? ¿Por qué se opera así?
Los frescos denominados «Triunfo de la muerte», retirados del camposanto de Pisa (Italia), en 1949, para su transporte fueron troceados en catorce partes, para adaptarlos a las dimensiones de las planchas de amianto-cemento, utilizadas en la confección de los bastidores de soporte. Evidentemente ese maltrato dañó irreversiblemente la integridad de la obra de arte, con efectos indisimulables. La alternativa, evidentemente, habría debido de consistir en emplear un único bastidor, y si se querían emplear como soporte chapas lisas de fibrocemento (uso que no aportaba ventaja alguna), lo procedente habría sido disponer las catorce precisas, adjuntas y fijadas en su respectiva posición, en ese bastidor único.
En cuanto al «un tal doctor Menéndez», al mismo ya nos hemos referido anteriormente, en cinco ocasiones, en el curso de estas entrevistas. En la primera de tales menciones, ya expliqué los datos curriculares básicos de dicho historiador de la medicina ocupacional.
¡Podrá disculparme usted, podrá disculparme el doctor Menéndez! ¡Qué burro, lo siento! Mi memoria da para poco últimamente y mi cortesía ha invadido los mínimos exigibles. Continuó con algo de vergüenza.
Hablaba también usted el otro día de Imposturas intelectuales, el libro de Sokal y Bricmont. Este tema, la de las imposturas, comentaba en su observación, había tomado una deriva, la que ahora a usted le interesa, y que, consecuentemente, trataba de poner de relieve. Cuando Sokal nos respondía en una entrevista a un amigo, Joan Benach, y a mi mismo «que en ciencias naturales es mucho más improbable que escritos tan ridículos sean publicados, por lo menos en revistas importantes» porque el sistema de control y porque era verdad que era «mucho más difícil que en los otros campos que habéis citado» aunque no dudaba de que «muchos artículos malos son publicados en física o biología, artículos mediocres, incluso erróneos, pero sería muy improbable la publicación de pura charlatanería digamos del nivel de las cosas que nosotros criticamos», no podía prever lo que se avecinaba, comenta usted. Y señala a continuación: «Me refiero concretamente a cuando ya no es un humano quien directamente redacta el artículo-parodia, sino un programa informático interpuesto -«SCIgen» (por: «Science generator»)-, que a partir de un léxico científico preseleccionado, y sin más reglas que las puramente gramaticales y un generador de aleatoriedad, se dedica (en una exótica variante de la ideal máquina de Turing, que supuestamente habría de servir para hacer indistinguibles los textos generados por ella y los de autoría directamente humana), a generar «artículos científicos» que son remitidos como auténticos a determinadas revistas de dicha índole… ¡y van y los publican!, a pesar de que, por supuesto, tales textos no son, todos ellos, más que una sarta de disparates sin el menor atisbo de coherencia ni de pertinencia científica. ¡Esto es lo preocupante!». ¿Conoce algún caso? ¿Sabe de algún artículo trampa de este tipo relacionado con el asunto que nos tiene entre manos?
Bueno, en primer lugar tendríamos al propio «artículo» de Sokal, que tituló: «Transgredir los límites: Hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica», camelo que consiguió que en 1996 le publicara la revista Social Text, editada por la Universidad de Duke. El engaño fue desvelado, el mismo día de su publicación, por el mismo Sokal, en otra revista: Lingua Franca.
En cuanto al programa «SCIgen», había un precedente, como mínimo: un generador automático de una sucesión indefinida de frases vacías de contenido real, y habituales en el empalagoso lenguaje promocional corporativo de los altos directivos de las grandes empresas, en sus discursos de consumo más o menos interno. El programa evacuaba una lista de sucesivas frases encadenadas, y para darle fin, había que predeterminarlo en el propio programa, cuantitativamente, o hacer el corte «manualmente», porque, de no hacerlo así, no se pararía nunca. Un eventual usuario, podía, a su gusto, seleccionar lo que estimare conveniente asumir como de su propia autoría, y todo ello sin tener que molestarse en crear realmente tales engendros de vacuidad.
Pero el generador automático de tonterías, «SCIgen», creado por los estudiantes Jeremy Stribling, Dan Aguayo y Maxwell Krohn, y que puede ser descargado gratuitamente, ha supuesto todo un torpedo en la línea de flotación de la credibilidad de las revistas técnicas o científicas.
En 2005 un documento generado por SCIGEN: Rooter: Una Metodología para la unificación típica de puntos de acceso y de redundancia, fue aceptado como un documento no revisado, en la «Multiconferencia Mundial en Sistemas, Cibernética e Informática» (WMSCI) de ese año, y se invitó a los autores a hablar en ella, sobre el contenido de su supuesto trabajo. Los autores de SCIGEN describieron su engaño en su página web, y pronto recibió una gran publicidad, al recogerlo el blog «Slashdot», tras lo cual la WMSCI retiró su invitación.
Hay, por supuesto, más casos. Por ejemplo: entre las obras que fueron dadas por buenas, figuró un documento SCIGEN (el artículo titulado «TIC: una metodología para la construcción de e-commerce«), y que fue publicado como un procedimiento, en la «Conferencia Internacional sobre Calidad, Confiabilidad, Riesgo, Mantenimiento e Ingeniería de Seguridad», celebrada en Chengdu, China, en 2013.
Nature informó de que el investigador francés Cyril Labbé había revelado que 16 documentos creados por SCIGEN habían sido utilizados por la editorial académica alemana Springer, dándolos por buenos. Más de 100 falsos papeles SCIGEN, además, fueron publicados por el Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos (IEEE). Ambas organizaciones tomaron medidas para eliminarlos. Preguntado sobre si cesarán tales situaciones, uno de los creadores del programa, Krohn, manifestó: «Estos papeles son tan divertidos, que los lees y no puedes dejar de reír. Son una mierda total. Y yo no veo que esto vaya a desaparecer».
Y para usted, ¿qué implicaciones tiene todo esto que denuncia?
Todo esto, a mi modo de ver, lo que evidencia es hasta qué grado ha sido abatido el listón de exigencias en lo tocante a rigor académico, e incluso a mero sentido común, a la hora de admitir trabajos supuestamente técnicos, para su publicación, por parte de determinadas publicaciones periódicas profesionales, y también por los organizadores de determinados eventos científicos o meramente técnicos.
Ya en nuestra novena entrevista, mencioné el caso del artículo de Zubritsky (2008), en el que alegremente se le atribuyen al mesotelioma las más variopintas etiologías, mencionando a un total de trece supuestos factores, entre los que menciona al tabaco (a pesar de todas las evidencias epidemiológicas y experimentales a contrario), la tuberculosis, el hierro, el silicio, las sales de níquel, el poliuretano, el óxido de manganeso, etc. Parodiándolo, en mis escritos pendientes de publicación, irónicamente hago mención de estas otras supuestas «causas» del mesotelioma: «el pelo de conejo, las dentaduras postizas, las escaleras de caracol, la diarrea, las artes marciales, la luz lunar, etc., etc.».
Me apunto lo de la luz lunar y el pelo de conejo. Ahora sí, entro ahora en el apartado 1.4. de su libro. La cita de Orwell: «Si la libertad sirve para algo, es para poder decirle a los poderosos lo que ellos no quieren oír». ¿Para eso sirve, para eso debe servir?
Si sirve para eso, como efectivamente así es, tarde o temprano, servirá también para todo lo demás que también asociamos positivamente al término «libertad».
El subregistro, ésta es la afirmación inicial de su escrito, de los casos de enfermedad y/o muerte por amianto, es uno de los ingredientes fundamentales de la conspiración de silencio. ¿Por qué es tan importante? ¿No ocurre algo parecido en muchas otras disciplinas? ¡No es fácil, obrando bien, registrar todos los casos de una determinada enfermedad!
El subregistro, en el caso de las patologías asociadas al amianto, abarca a todo un amplio abanico de comportamientos deliberados; desde el caso del trabajador argelino que se marcha jubilado a su recóndita aldea natal, ignorando por completo las gravísimas dolencias de las que es portador, y que quedarán eternamente ocultadas al registro y a las estadísticas, hasta el obrero nicaragüense al que su empresa despide, sin ningún género de explicaciones, en cuanto los reconocimientos periódicos delatan que sus males ocupacionales ya avanzaron lo suficiente como para que ya no sea rentable el mantenimiento de la contratación, con riesgo para la empresa, además, de que el nexo causal pueda quedar evidenciado.
En la obligada brevedad de las respuestas a un cuestionario, no se puede compendiar todo el drama humano que conlleva todo ese subregistro, pues si no, al final, nos encontraríamos con una misma extensión, tanto del texto comentado, como de su glosa.
De acuerdo, pero es muy significativo lo que señala. Por cierto, ¿qué es un subregistro? ¿Un mal diagnóstico? ¿Una observación no apuntada? ¿Un enfoque que impide registrar como X lo que es X? ¿A qué patologías o a qué casos afecta?
Un subregistro se produce, por ejemplo, cuando una Mutua Patronal de Accidentes y Enfermedades Profesionales no deriva a un paciente al registro correspondiente, catalogando la dolencia como enfermedad común, para que los costes derivados los asuma el sistema público de Seguridad Social en vez de la Mutua respectiva. Ahí hay implícito, evidentemente, un deliberado falseamiento del diagnóstico médico, o éste queda atribuido a una etiología idiopática (indeterminada, desconocida); pero, vuelvo a repetirle, me refiero solamente a meros ejemplos, pues hay muchas variantes de, básicamente, lo mismo.
Cuando, en nuestro país, lo que abundan de forma abrumadora, son los estudios transversales, cuando serían los longitudinales los que pondrían de manifiesto la velocidad de avance en el deterioro ocasionado por una enfermedad progresiva, como es la asbestosis, en el conjunto de una cohorte, y es precisamente ese rápido avance el que señala el grado de agravamiento y la necesidad de un temprano cese de la actividad laboral del trabajador concernido por dicha circunstancia, es obvio que el fallo es sistémico; que es todo él, el que está implementado para que ese subregistro sea endémico.
En España, los reconocimientos periódicos, tanto para activos expuestos en las tareas del desamiantado, como para los post-ocupacionales -el «Programa integral de vigilancia de la salud de los trabajadores expuestos a amianto»-, se rigen por un protocolo, que deja al arbitrio de cada equipo facultativo (y de forma individualizada para cada paciente), la realización de pruebas de difusión de gases, que son de decisiva importancia para la detección precoz de la asbestosis. Si tenemos en cuenta que tales pruebas suponen un gasto adicional, que presuponen superar una cierta dificultad de realización e interpretación, y que representan, en cualquier caso, una sobrecarga de trabajo ¿nos puede extrañar que las mismas no se prodiguen precisamente mucho, sino todo lo contrario?
Y esas insuficiencias, esos defectos que usted señala, desde su punto de vista, responden a un plan diseñado por determinadas instancias para ocultar datos, para quitar importancia al tema. ¿Qué instancias por lo demás?
En el desarrollo de las sesiones de un curso de verano, organizado por la Universidad de Cantabria, en lo relativo a la problemática del amianto, y por parte de varios de los asistentes -magistrados, inspectores de trabajo, médicos, sindicalistas, historiadores- se habló, metafóricamente, de una «mano negra», aquí en España; es una fortísima apreciación, compartida por muchos de los que nos acercamos a estos temas, porque las «coincidencias» son demasiadas, y todas convergentes a lo mismo. O eso es cierto, o todo sucede como si lo fuera. Si basta con asomarse al contenido de la web del bufete «Almodóvar & Jara» -www.migueljara.com-, para comprobar cómo no escasean precisamente las menciones -nada vagas, sino concretas y precisas-, a casos de sobornos a facultativos de nuestro país, por parte de determinadas empresas, pues de todo ello podemos colegir, también metafóricamente, que sumando dos y dos, obtendremos, obviamente, cuatro.
Pero, ¿por qué en nuestro país de países se producen más subregistros en la notificación que en la detección? ¿Notificación a quién?
El cuadro estadístico de muertes por enfermedad ocupacional, que cada año publica el INSS, ni siquiera establece un renglón específico para el mesotelioma; téngase presente que esa dolencia representa un elevado porcentaje respecto de todos esos fallecimientos, cualquiera que sea el agente etiológico, es decir, incluso fusionándolos todos en una misma estadística. Las cifras, además, son inverosímilmente bajas, casi nulas (y en algunos años, cero), y han sido ásperamente criticadas en el ámbito académico internacional. Contradicen, además, a los datos derivados de otras fuentes de la propia administración pública española.
Le interrumpo un momento. ¿Qué fuentes?
Pues evidentemente las publicaciones de los facultativos que prestan sus servicios profesionales en los hospitales e institutos dependientes del Ministerio de Sanidad, sacadas a la luz pública con el beneplácito e incluso con el patrocinio de esas instituciones, pertenecientes a la misma administración pública que, por boca del INSS, éste contradice, con sus datos enormemente divergentes, a lo que esos profesionales de la Salud Pública informan, como resultados de sus respectivos estudios.
Continúe, continúe,…
El mesotelioma, por desgracia, determina el fallecimiento, a pocos meses después del diagnóstico; sin embargo, si se contrastan los datos de morbilidad por esa causa, publicados por el INSS, con los de mortalidad por mesotelioma, según la misma fuente, en el primer o en los dos años inmediatamente subsecuentes al registro de esos casos, las cifras no cuadran. O sobran enfermos, o faltan muertos.
Nuestros pacientes del amianto, paradójicamente, resultan ser, aparentemente, una suerte de «enfermos inmortales». Enferman, pero aparentemente nunca mueren.
Refiriéndonos ya al conjunto de todos los fallecimientos por enfermedad profesional, y no sólo a los del asbesto, es curioso que el propio INSS satisfaga complementos de pensiones de viudedad, cuyo montante no se corresponde con el número de fallecimientos registrados por causa laboral, como si estuviéramos ante un supuesto fraude privado, que evidentemente no existe. Peyorativamente, podríamos decir… que aquí no se muere ni Dios, según las estadísticas del INSS.
¿Pero no ocurre lo mismo en otros países?, dice usted que España es líder por doble motivo?, ¿por qué dos motivos? Le pregunto ahora por todo ello.
Cuando quiera.
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