La creciente polarización de la sociedad española, sociedad de divisiones históricas, no se puede comprender sin atender a los paralelismos entre los dos populismos surgidos recientemente. Dos Españas con un punto de partida común, la crisis de 2007, y un desarrollo antagónico, pero con similitudes importantes. Si el origen de Podemos lo encontramos en la […]
La creciente polarización de la sociedad española, sociedad de divisiones históricas, no se puede comprender sin atender a los paralelismos entre los dos populismos surgidos recientemente. Dos Españas con un punto de partida común, la crisis de 2007, y un desarrollo antagónico, pero con similitudes importantes.
Si el origen de Podemos lo encontramos en la capitalización política del malestar social derivado de la gestión neoliberal de la crisis que se expresó en la calle mediante el movimiento 15M. Para Vox la revolución de los balcones, hija de la conflictividad territorial entre España y Cataluña, conformó el caldo de cultivo propicio para la aparición de la extrema derecha en las pasadas elecciones autonómicas en Andalucía. Desde entonces, el partido de extrema derecha se ha comportado como esa gran masa cósmica que, al igual que Podemos en los primeros compases de su existencia, posee la capacidad de hacer orbitar la agenda política, mediática y social a su alrededor. El hilo conductor es claro: Crisis político-económica, malestar social, expresión no institucional (la calle) y capitalización política del ciclo por la aparición de un partido de retórica populista.
Obsérvese con especial atención la influencia de las diferentes culturas militantes en el proceso de traducción de la emotividad a su expresión en sociedad; la izquierda, debido a su tradición sindicalista, encuentra su lugar de expresión en espacios artificialmente creados para ello, la manifestación o, a efectos de la modernidad tecnológica, las RRSS. En contraposición, la derecha, tal vez por la influencia de los valores católicos de corte oscurantista, actúa en el ámbito de la privacidad, como el hogar, la cola de la panadería, o, y nuevamente bajo la revolución de las TICs, RRSS de amplitud reducida y selectiva como whatsapp o forocoches.
Toda estrategia populista requiere de la conformación en la psique colectiva de un enemigo común (casta/»ellos», amplio colectivo constituido por diferentes etiquetas representantes de la diversidad: independentistas, feminazis, comunistas, lgtbiq+…) sobre el que canalizar las pulsiones negativas del pueblo -sirvan de ejemplo la rabia, indignación o la frustración, característica, esta última, propia de las sociedades neoliberales articuladas bajo el binomio loser/winner-, así como la construcción de una identidad opositora (la gente/España que madruga) que represente los valores y virtudes que el colectivo populista pretenda abanderar. Si el populismo de Podemos nos planteaba un eje de orden vertical que nos sonaba nuevo «casta/gente», el populismo de derechas nos ha devuelto al eje horizontal de toda la vida izquierda/derecha. Las estrategias de enemigo común, junto a la emotividad de sus discursos, implican irremediablemente cierta rivalidad o enfrentamiento sociales, en tanto en cuanto el enemigo se circunscriba como interno o externo a la nación. Vox ha planteado un enemigo común que bebe del thatcherismo, si la primera ministra inglesa situó a los mineros como los enemigos de la nación, Abascal ha colocado en el punto de mira a medio país, a la mitad no normativa. Ante dichas tensiones sociales, la expresión verbal o física de la fuerza coercitiva toma un protagonismo diario en los medios -recordemos los dos recientes episodios de terrorismo contra centro de menores-, las instituciones y la calle que tienden a ligar en un tándem los destinos del poder ejecutivo y legislativo. Fuerzas de seguridad del estado y gobierno, de la relación entre ambos, de su simpatía y fidelidad, depende el triunfo de los populismos.
Frente a los discursos golpistas: El ejemplo de América Latina
La discursiva de Vox ha sido capaz de desplazar las posiciones del ala derecha del congreso hacia relatos de corte antidemocrático. Lo que empezó como un grupo político de franquistas que exigían medidas contundentes contra los «enemigos de España» ha terminado por conformar una masa social amplia. Así podemos observar cómo, a lo largo de estos últimos meses, se han sucedido las declaraciones de retórica golpista y guerracivilista de mano de un heterogéneo número de actores sociales no directamente relacionados con la formación de extrema derecha: ciudadanos anónimos, militares, manifestaciones de la falange, cadenas de whatsapp y otras RRSS… La capacidad de influir y transformar la sociedad de estos argumentarios reaccionarios debe ser observada, no solo respecto a los cambios que provoque en la sociedad receptora, sino en sus efectos performativos para con los sujetos emisores de dicha discursiva. En la medida en que estos relatos permanezcan inmunes y extiendan su aceptación social, mayor será la probabilidad de que los actores emisores inicien una trayectoria de radicalización, no necesariamente consciente, de su ideología y expresión. Pensar que la totalidad los sectores reaccionarios de nuestra sociedad actual llevaba años moviéndose en la clandestinidad, silenciada bajo la humillación de la censura social, es, además de ingenuo, propio del paternalismo y elitismo intelectual de la izquierda más ególatra.
A lo largo de este proceso de radicalización, pareciera que la derecha española hubiera aprendido de las recientes experiencias fascistas en Latinoamérica; Abascal, como Leopoldo López en Venezuela, habla de fraude electoral respecto al resultado de las elecciones del 10N. Rosa Díez ha intentado imitar a la boliviana Jeanine Áñez y ha pedido a los españoles salir a la calle para impedir la formación del nuevo gobierno. Hermann Tertsch, creyéndose Pinochet, alude directamente a las fuerzas armadas. No se trata de una práctica meramente discursiva, institucionalmente -gracias a una separación de poderes fraudulenta fruto de transiciones democráticas incompletas, las oligarquías herederas de las dictaduras siguen aferradas al poder estatal. Oligarquías que con frecuencia comparten apellidos y negocios a ambos lados del Atlántico, sirva de ejemplo Bertín Osborne- las derechas han utilizado la justicia para remar en la misma dirección: la JEC inhabilitando a Torra nos recuerda al fraudulento comportamiento de la OEA en Bolivia o a los tribunales brasileños que encerraron a Lula. Los ejemplos, por desgracia son casi interminables, pero todos tienen símiles con las experiencias golpistas latinoamericanas y, por tanto, la izquierda española debería observar con especial interés aquellos gobiernos que han sido capaces de resistir la amenaza golpista de la extrema derecha. Al respecto, Venezuela es ejemplo, ¿la clave de su resistencia? Movilización social y una relación de impecable fidelidad entre gobierno y ejército.
La figura de Hugo Chávez será, a ojos de la historia, la del más digno sucesor de Bolívar. Sin su carisma no se puede comprender la rearticulación del sentimiento nacional venezolano. Componer la idea de «pueblo» bajo el amparo de su experiencia implica construir un enemigo externo (los yanquis), apelar a lar tradiciones nacionales para disputar su posesión a la derecha (teología de la liberación) y la democratización del ejército, proceso facilitado por la titulación militar de Chávez. Tres pilares fundamentales que la izquierda española no puede obviar. Actualmente, la construcción del enemigo interno promovida por la extrema derecha y el conflicto independentista, así como la cultura antimilitarista, anticlerical y antipatriótica de la izquierda militante suponen un anclaje a la España dividida en, al menos, dos identidades nacionales.
La izquierda y el ejército
El poder de un estado emana, en última instancia, de la fuerza coercitiva. Dos son los actores que poseen dicha fuerza, la ciudadanía, el actor democrático por excelencia, y el ejército. Si bien cualquier gobierno con pretensiones democráticas, y en especial uno amenazado, debe mantener a su ciudadanía activa, la coyuntura actual debería centrar la atención de los actores políticos en la relación gobierno-ejército. Pues tal vez este tenga la última palabra.
La cultura política de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, así como de las Fuerzas Armadas, se encuentra tradicionalmente ligada por nuestra historia reciente a las ideas y valores de corte conservador, y por desgracia golpista, de Primo de Rivera a Franco, pasando por Tejero hasta la actualidad solo distan 97 años. Obviamente, la dictadura dejó sus huellas y la transición no fue capaz de borrarlas. Tal vez por falta de voluntad; tanto la entrada a la OTAN como el referéndum de permanencia en ella, incluyeron promesas respecto a la modernización del ejército de corte progresista que jamás, o de forma poco sustanciosa, se verían cumplidas. Así nos encontramos con llamamientos militares como el del general retirado Fulgencio Coll o el realizado por la plataforma tsunami español, un grupo anónimo de militares de extrema derecha que se atrevió a mandar un ultimátum al gobierno español durante las últimas protestas acontecidas en Cataluña. Así rezaba el encabezado de su página web antes de ser cerrada por sus propios impulsores:
«Avisamos al gobierno de España:
Militares del Ejército Español exigimos al gobierno de España, que restablezca el orden en Cataluña enviando todos los medios y personal necesario para ello, de todos los cuerpos de seguridad del estado, para apoyar a nuestros compañeros de Policía Nacional.
Damos de plazo hasta el martes 22 de octubre para anunciar dicho requerimiento.
Si el martes a las 23:59 horas, no vemos ninguna medida, militares unidos de diferentes cuarteles de todo nuestro país, nos reorganizamos para solicitar días de permiso y acudiremos en masa para aplicar el artículo 8 de la constitución española.
El día que juramos bandera, juramos defender nuestro país, a sus ciudadanos y a nuestra bandera, aunque a ello nos cueste la vida».
El contexto requiere precaución e internacionalmente no se observa consuelo alguno. Respecto al orden supranacional considerar a la UE como una salvaguarda de las prácticas golpistas podría ser un error fatal, por lo menos a medio plazo si atendemos al crecimiento europarlamentario de las extremas derechas en la última década. Si el contexto nacional lo permite y la correlación de fuerzas internacionales mantiene su viraje, la ultraderecha nacional no tendría mayor oposición que la ciudadanía. Así ocurrió en el 36, el alzamiento franquista se fraguo bajo el apoyo de Hitler, Mussolini y Salazar, y así puede volver a suceder. A menudo, la forma de diagnosticar la soberanía de un país es observar el mapa como una partida de Risk: si no existen aliados en sus proximidades encontraremos que su soberanía nacional es, sino una pantomima, una realidad pendiente de un hilo. Es por esto, y por todo lo anteriormente expuesto, que el actual gobierno de coalición haría bien en promover un proceso democratizador dentro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, así como de las Fuerzas Armadas. Recuperando el símil con América Latina: Hugo Chávez siempre contó con el apoyo del ejército, Evo Morales no. El legado del primero perdura, el del segundo se encuentra usurpado.
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