Cuentan que hace ya meses, una alta dirigente del PP le iba expresando su indignación a todo periodista que se veía o almorzaba con ella. La razón: el apoyo de grandes empresas y grupos mediáticos a una nueva fuerza política con el viento a favor en las encuestas electorales. Desde la responsabilidad de su negociado […]
Cuentan que hace ya meses, una alta dirigente del PP le iba expresando su indignación a todo periodista que se veía o almorzaba con ella. La razón: el apoyo de grandes empresas y grupos mediáticos a una nueva fuerza política con el viento a favor en las encuestas electorales. Desde la responsabilidad de su negociado le parecía una traición que empresas del Ibex fomentasen la competencia a su partido, sin alcanzar a entender que en realidad le intentaban hacer un favor. Antes, el presidente del Banco de Sabadell planteó públicamente la necesidad de crear un «Podemos de derechas».
Efectivamente, Ciudadanos surge tras el susto de las élites económicas por las elecciones europeas de mayo de 2014 y las encuestas posteriores en favor de Podemos. Parecía que por fin había aparecido quién podía canalizar las sinergias de la indignación hacia un cambio político en profundidad. Se empezaba a hablar de proceso constituyente, de acabar con el artículo 151, de auditar la deuda y no pagarla, de rescatar a las personas y de rentas básicas universales. En fin, se apuntaba casi a una revolución en el estanque de aguas descompuestas de la democracia española.
Como los amigos de las sombras son muchas veces más sagaces que los amigos de la luz, se diseñó una operación que se ha bautizado como Gatopardo por sus reminiscencias lampedusianas. El objetivo es claro: establecer un vaso comunicante para que los votos que pierda el PP por la corrupción y los recortes sean recogidos por Ciudadanos. Después ya se alcanzarían los pactos para asegurar la estabilidad del régimen establecido, tanto con el PP como, incluso, con el PSOE. De esta manera se frustrarían los intentos de transformación que demanda la sociedad española y estaríamos ante un escenario que aparentase que las cosas cambian, pero sin que cambie realmente nada. En fin, todo puro teatro, incluido el «laborioso» proceso para llegar a los pactos.
La operación ha salido redonda y desde el españolísimo partido de Albert Rivera en Cataluña se construye una franquicia para el Estado. Todo ello a la carrera, con cuadros-candidatos (que no militantes ni afiliados) de aluvión, que les obliga a realizar una investigación con agencias de detectives para evitar la penetración de personas no deseables. Y con una financiación abundantísima y el apoyo mediático de los grandes grupos.
Y ya se han empezado a ver los frutos. Ciudadanos vota a favor del PSOE en Andalucía para que pueda gobernar, y en Madrid vota con el PP para repartirse la mesa de la asamblea en un anticipo del apoyo a Cifuentes para que forme gobierno. Todo en el mismo día. A pesar de que una mayoría absoluta de los votantes de Ciudadanos (58%) está en contra de facilitar con su voto la continuidad del PP en el gobierno de Madrid y por facilitar que gobierne otro partido. Estos acuerdos se toman el día en el que la Guardia Civil busca contratos en diez ayuntamientos de Madrid y Valencia en la segunda fase de la Operación Púnica. O en el momento en que la policía arresta a 24 ex altos cargos de la Junta de Andalucía y a varios empresarios.
Ciudadanos ha pactado muy rápidamente. No han hecho falta grandes campañas mediáticas sobre la «estabilidad» de las instituciones. Han tirado del argumento de la lista más votada siempre que fuera del viejo bipartidismo. Las condiciones para los apoyos son pura cosmética y recuerdan el refrán de «a moro muerto gran lanzada», si pensamos en Victoria, Figar, Chaves o Griñán. Los ingenuos que desde la izquierda se habían creído que había una nueva dinámica de los partidos emergentes frente a los viejos partidos deben de tomar nota y aprender que para poder gobernar dependen solo de sus fuerzas, de su unidad y del apoyo popular.
Porque el «cambio» de Ciudadanos contra la corrupción era éste: que gobiernen el PP en Madrid y el PSOEen Andalucía; partidos que nutrían una corrupción generalizada, solo destapada a partir de los jueces y nunca por ellos mismos. Votando a uno y a otro intentan aparentar que dan una de cal y otra de arena. Pero en el fondo es la crónica de una «muleta» anunciada: el apoyo de Ciudadanos al viejo bipartidismo para que regresen a casa los votos perdidos por el PP y para que el PSOE no tenga ninguna tentación de virar a la izquierda y gobierne sin recurrir a la desgastante gran coalición. Objetivo cumplido -de momento- por las élites del poder en España ¿alguien da más? No, si al final va a tener razón aquella pintada callejera que decía: «Si votar sirviera para algo, ya estaría prohibido».