Cuando se le otorgó el Premio Nobel de Literatura su discurso fue pronunciado ante el rey, en Estocolmo, con una lengua de trapo, de manera ceceante, gangosa, balbuceante y nasal con voz rauca y enunciación ininteligible. Hubo que esperar a que se publicara, al siguiente día, para poder apreciar la majestuosidad de aquella prosa y […]
Cuando se le otorgó el Premio Nobel de Literatura su discurso fue pronunciado ante el rey, en Estocolmo, con una lengua de trapo, de manera ceceante, gangosa, balbuceante y nasal con voz rauca y enunciación ininteligible. Hubo que esperar a que se publicara, al siguiente día, para poder apreciar la majestuosidad de aquella prosa y el esplendor de las ideas que había expresado. Lo que ninguno sabía es que William Faulkner había estado bebiendo intensamente durante muchos días antes de su viaje a Suecia. Cuando entraba en uno de sus episodios alcohólicos no salía de la cama y había que alcanzarle vaso tras vaso del bourbon sureño que consumía ansiosamente. Igual que Hemingway y Scott Fitzgerald se convirtió en un alcohólico desde muy joven y ese descarrío le dominó toda su vida.
Pese al sentido trágico de su obra literaria, invadida por personajes marginales que enfrentan un infausto destino, era un hombre que disfrutaba su sentido del humor. Al ser entrevistado por The Paris Review manifestó que el mejor empleo que jamás tuvo fue el de administrador de un burdel porque era un sitio tranquilo en las mañanas, lo cual le permitía escribir, y se animaba por las noches, lo cual lo entretenía; estaba libre del temor y el hambre, disfrutaba de cierta aureola social y lo respetaban por igual la policía y los delincuentes.
En un momento de su existencia se vio tentado por Hollywood y aunque llegó a escribir algunos guiones de interés, como la adaptación de «Tener y no tener» de Hemingway y «El gran sueño» de Raymond Chandler, su versión de aquél episodio era hilarante. Le envió un telegrama a un amigo expresándole su intención de sumarse a las huestes de guionistas fílmicos y a la semana siguiente le enviaron su primer cheque, sin firmar contrato alguno ni habérsele asignado tarea cierta. Así estuvo cobrando bastante tiempo hasta que le ordenaron viajar a Nueva Orleáns. Allí se encontró con otro guionista que no quería mostrarle el argumento hasta que no escribiese los diálogos. Finalmente recibió otro telegrama con su despido y el director dijo que protestaría pero recibió, a su vez, un telegrama similar.
No creía en las técnicas literarias. Decía que el escritor que se interesaba en las reglas y métodos para escribir mejor se dedicaba a ser albañil. Lo importante para él era que un novelista no debía sentirse jamás satisfecho con lo que hacía y debía apuntar alto en sus metas de perfección. Afirmaba que el responsable de su primera publicación fue Sherwood Anderson quien le puso como condición, para recomendar su libro a un editor, que jamás le pidiera que leyera sus originales.
Faulkner fue un autor de prosa difícil. Toda su obra se basa en el enfrentamiento del ser humano a sus culpas y deudas por sus pecados. Sus personajes son caracteres grotescos que sufren de parálisis moral. Él confesó en una carta al crítico Malcom Cowlwy que en su obra estaba contando la misma historia una y otra vez: la misma carrera de caballos hacia la nada. Manifestaba que el deber de un escritor es ayudar al ser humano a sobrevivir. La crítica ha calificado su facultad imaginativa de brillante e impura. Él ha considerado su modo narrativo como un «movimiento cautivo», mediante el cual el flujo del tiempo puede ser capturado de manera que pueda ser recuperado tras un lapso transcurrido. Ese tiempo congelado es un intento de trascender la desordenada fluidez de la vida y darle algún sentido y ordenamiento. Faulkner estimaba que el artista es solamente responsable ante su obra y debe echarlo todo por la borda con tal de expresar lo que trae dentro.
Faulkner fue, sin dudas, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra se caracterizó por su riqueza estilística y estructural y una lúcida introspección en el carácter humano. Algunos críticos le censuraron su frondosa retórica y otros su innecesaria violencia pero ninguno pudo negarle que su imaginación recorrió senderos inexplorados hasta entonces.