Aunque no hay fecha para las próximas elecciones catalanas y un halo de incertidumbre envuelve su convocatoria, la campaña, de hecho, ya ha empezado. Y, con ella, los sondeos, las proyecciones de voto, las especulaciones. Cada opción política, como es lógico, va a ir enfatizando su propio perfil y tratará de fijar el marco mental […]
Aunque no hay fecha para las próximas elecciones catalanas y un halo de incertidumbre envuelve su convocatoria, la campaña, de hecho, ya ha empezado. Y, con ella, los sondeos, las proyecciones de voto, las especulaciones. Cada opción política, como es lógico, va a ir enfatizando su propio perfil y tratará de fijar el marco mental de la contienda. La izquierda alternativa entra en liza esbozando una perspectiva de poder que tiene cierta fuerza evocadora y pretende ser una salida al actual marasmo político, pero que merecería mayor reflexión. Me refiero a la idea de un gobierno tripartito, formado por ERC, Comunes y PSC; una idea que, si la consideramos atentamente, tiene mucho de «significante vacío», susceptible de llenarse de un contenido distinto del que se está sugiriendo o se espera.
Ha llovido mucho desde aquel gobierno «catalanista y de izquierdas» presidido por Pasqual Maragall que concibió el Estatut de 2006. E incluso desde aquel segundo tripartito que, dividido, lo sometió a referéndum y tuvo que encajar en la recta final de la legislatura, cuando se hacían sentir ya los efectos de la recesión económica mundial, la ingrata sentencia del Tribunal Constitucional -acicate de aquel «desafecto» de la ciudadanía del que advertía el President Montilla. Entretanto hemos vivido la mayor crisis política e institucional desde el advenimiento de la democracia en España. Se ha planteado ni más ni menos que la secesión de Catalunya. El conflicto no se ha resuelto -apenas se están dando los primeros pasos para reconducirlo por la vía del diálogo- y la fractura provocada por el «procés» sigue abierta en el seno de la sociedad catalana. No podemos invocar sin más un tripartito como si el país no hubiese cambiado en estos años… y como si no lo hubiesen hecho los propios actores políticos.
Las fórmulas algebraicas no tienen un poder mágico por encima de la política. La pregunta a la que hay que responder en cuanto al futuro gobierno de la Generalitat se refiere es ésta: ¿queremos un ejecutivo dispuesto a colaborar con el gobierno de Pedro Sánchez en la búsqueda de soluciones a la crisis territorial y a los desafíos sociales y medioambientales… o se trata de mantener la tensión con él? Dicho de otro modo: ¿ha llegado la hora de pasar página del «procés»… o, por el contrario, se trata de reformularlo? ERC no responde con claridad a esta disyuntiva. Por un lado, exhibe un perfil pragmático – cuando hasta el aciago otoño de 2017 pretendía aparecer como el ala más determinada del independentismo. Por otro, siente en su nuca el aliento del mundo posconvergente, puntualmente respaldado por la CUP, presto a denunciar la traición de los republicanos. Por mucho que unos y otros se detesten, si los próximos comicios diesen una mayoría de escaños a las fuerzas independentistas, lo más probable es que se reeditase la alianza entre ellas. Y eso incluso si se produjera el esperado sorpasso de ERC a JxCat – algo que no está garantizado de antemano y que, de darse, las encuestas vaticinan muy ajustado. La hegemonía cultural de la derecha nacionalista en ese campo parece incólume.
Por supuesto que la izquierda debe hablar con ERC. Es más: a término, un «compromiso histórico» catalán, un nuevo pacto de convivencia, deberá contar sin duda con ERC -junto con la socialdemocracia- como actores imprescindibles. Pero, en estos momentos, cuando arrecia la disputa por el liderazgo del campo soberanista y ERC cultiva la ambivalencia, ¿por qué debería la izquierda social y federalista, aquella que se reconoce en el PSC y el espacio de los comunes, aceptar el liderazgo del partido de Oriol Junqueras? Porque esa es la única idea que conforta el espejismo del tripartito. ERC no ha hecho balance de su aventura unilateral, ni ha renunciado a «volver a hacerlo», por mucho que las circunstancias le obliguen a atenerse al principio de realidad. El PSC ha dicho que excluye la posibilidad de ese tripartito. Pero con mayor vehemencia incluso la ha descartado también ERC. Y es que, más allá de cualquier otra consideración acerca de su política, el PSC es fundacional y constitutivamente federalista. Sin esa perspectiva, la socialdemocracia no podría existir en Catalunya. Aunque ERC tenga hoy que moverse en los márgenes de la Constitución, todavía no está en condiciones de «aterrizar» y reformular su proyecto político desde el respeto a ese marco jurídico – o de su eventual reforma según los cauces establecidos. En tales circunstancias, lo lógico, por parte de la izquierda, es facilitar una pista de aterrizaje a esa franja del nacionalismo, no reabastecer de carburante al avión… ni menos aún subirse en él.
Y es que hay una diferencia fundamental, de principios y concreta, entre el federalismo y el independentismo. El primero se opone a la secesión y propone una articulación solidaria y fraternal de la España plurinacional. Pero lo hace abrazando esa diversidad y favoreciendo su autogobierno. El federalismo es, por esencia, inclusivo: es capaz de recoger muchos de los anhelos de quienes, frustrados por la intransigencia del gobierno de España y las inercias de su Estado, pasaron del catalanismo al independentismo; pero es capaz también, como lo demostró la experiencia canadiense, de pactar reglas democráticas de convivencia con el propio independentismo. Éste, sin embargo, en posición dominante, necesitado de definir el demos diferenciado de un nuevo Estado, tiende inexorablemente a la exclusión y a la deriva populista y autoritaria, tal como quedó patente en el sesgo iliberal de las leyes votadas el 6 y 7 de septiembre de 2017 por el Parlament de Catalunya.
No hay condiciones políticas para un tripartito. Ilusionarse con ello sólo puede llevar a enredarse en las maniobras de una Esquerra Republicana que aún no sabe qué rumbo tomará -por mucho que, roída de impotencia, sueñe con dejar de ser el eterno partido de los masovers para adueñarse del cortijo. Lo que debe hacer la izquierda es definir un proyecto avanzado de autogobierno y de desbloqueo del conflicto territorial, y pelear por llevarlo a la Generalitat. Con sus votos, el electorado decidirá si es posible configurar una mayoría para hacerlo… o si habrá que seguir trenzando esa alternativa desde la oposición. Pero lo que no habría que hacer en ningún caso es debilitar, desdibujar o hipotecar la perspectiva federal. El tripartito es cosa de dos. O, mejor dicho, en estos momentos, la evocación de esa fórmula no hace sino enmascarar la disyuntiva ante la que se encuentra Catalunya.
Fuente: https://lluisrabell.com/2020/02/08/el-tripartito-es-cosa-de-dos/