Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Recibí hace poco un sorprendente correo en el que se afirmaba que la rápida propagación de una epidemia mundial de diabetes era causada por el uranio empobrecido (DU, en sus siglas en inglés). Como médico, nunca escuché una idea tal. Todos los médicos saben que la radiación puede producir cáncer, pero la conexión entre el DU y la diabetes me pareció absurda. Sin embargo, pensé que sería interesante echar un vistazo al asunto en Internet.
En la Red, la mejor herramienta para la investigación médica es la página PubMed, patrocinada por la Biblioteca Nacional de Medicina de EEUU. Tecleé las palabras clave: uranio empobrecido y diabetes. En la pantalla de mi ordenador no apareció referencia alguna a documentos científicos publicados en revistas médicas, lo que hizo que me ratificara más en la idea de que no había conexión científica. Incluso cuando utilicé las claves -uranio empobrecido y enfermedad humana- aparecieron sólo 16 documentos para el período comprendido desde 1994 a 2005; y sólo la mitad de esos documentos trataban de los problemas médicos de soldados expuestos al DU en la Guerra del golfo.
Lo que se revelaba en ellos es que el DU se acumula en nódulos linfáticos, cerebro, testículos y otros órganos, y que se conocían sus efectos a corto y largo plazo. En la descendencia de personas expuestas al DU se había registrado un aumento evidente de malformaciones de nacimiento, y las investigaciones efectuadas tras la Guerra del Golfo con quienes habían inhalado DU mostraban que, diez años después, todavía excretaban por la orina cantidades anormales de uranio.
¿Por qué se ha escrito tan poco sobre el DU y sus efectos sobre el cuerpo humano? El hecho no me sorprendió, al haber escrito extensamente sobre la epidemia de SIDA provocada por el hombre y su encubrimiento durante dos décadas. Siempre sospeché que las investigaciones de los efectos del DU sobre la salud de los veteranos de la guerra del Golfo se consideraban «políticamente incorrectas». Por otra parte, una rápida búsqueda en Google de «efectos colaterales» + «uranio empobrecido», me remitió a 71.000 páginas en inglés de la Red. Cuando añadí la palabra clave «diabetes» aparecieron 22.000 páginas.
También descubrí que apenas se habían publicado artículos que trataran de los peligros sobre la salud del DU en los medios importantes. En un informe de prensa de enero de 2001 de FAIR (Fairness&Accuracy in Reporting), se acusaba a los medios de «ínfima cobertura respecto a las armas de uranio empobrecido». Sin embargo, en Internet se puede encontrar mucha información sobre el DU.
El DU fue usado por primera vez por EEUU en la Guerra del Golfo de 1991 y, posteriormente, en los Balcanes en los últimos años de esa misma década, en Kosovo en el 2000, en la guerra contra Afganistán, en Iraq en 2003 y también lo utilizaron los israelíes en la guerra de 2006 contra el Líbano. Huelga decir que el ejército estadounidense y los funcionarios gubernamentales niegan totalmente cualquier peligro para la salud que sea consecuencia del DU. Un tranquilizador artículo del New York Times del 9 de enero de 2001 titulado «1999 US document warned of depleted uranium in Kosovo» (1), por Marlise Simons, indicaba que «aunque conocían los riesgos, tanto el Pentágono como la OTAN, citando a expertos médicos, habían negado que pudiera existir cualquier vínculo entre la exposición a uranio empobrecido y las enfermedades y muertes de veteranos».
El armamento a base de DU se desarrolló en 1968 por la Marina estadounidense y se entregó a Israel con motivo de la guerra árabe-israelí de 1973. Desde entonces, EEUU han probado, fabricado y vendido sistemas de armas con DU a 29 países. La isla de Vieques, en Puerto Rico, un lugar donde se llevan a cabo experimentos, fue repetidamente bombardeada con DU en 1999, antes de que pasaran a utilizarlo en Kosovo.
El DU es un subproducto del enriquecimiento del uranio natural que se usa en los reactores nucleares. Como deshecho nuclear, es muy costoso de conservar pero relativamente barato de obtener. Debido a sus capacidades para perforar tanques blindados, las armas de DU son extremadamente efectivas y es la razón por la que los ejércitos se muestran tan fascinados con ellas.
Denunciantes del Uranio Empobrecido
El Mayor Doug Rokke es un destacado experto en DU que no cesa de denunciar la ilegalidad de su uso. Afirma que cada cartucho redondo anti-tanque se compone de 10 libras de uranio-238 sólido contaminado de plutonio, neptunio y mericio. El cartucho es pirofórico, lo que implica que genera un calor intenso al impactar, penetrando fácilmente en un tanque debido al peso pesado del metal. Cuando las municiones de DU impactan, se produce una tormenta de fuego en el interior de cualquier vehículo o estructura, provocando quemaduras y heridas devastadoras con muerte e incineración inmediatas.
Con el impacto, el DU desprende polvo de óxido de uranio y por todo el lugar se producen una serie de explosiones causadas por trozos de uranio. Una vez en el interior del cuerpo, diminutas nanopartículas entran en los pulmones y en el torrente sanguíneo y son transportadas por todo el cuerpo. Cuando Rokke y su equipo fueron asignados para «limpiar» el DU tras la primera Guerra del Golfo, una vez que llegaron a la zona y transcurrieron 72 horas, todos sus hombres cayeron enfermos con problemas respiratorios, erupciones, pérdidas de sangre y úlceras. En una entrevista realizada en Australia con Gay Alcorn en 2003, Rokke admitió: «Después de todo lo que he visto, de todo lo que hecho, me queda muy claro que no puedes coger las deshechos radiactivos de un nación y largarte a arrojárselos a otra nación. No está bien. Sencillamente, no está bien».
Según el Dr. Asaf Durakovic, del Centro de Investigaciones Médicas sobre el Uranio en Washington DC, el término «uranio empobrecido» es un término equivocado. Tanto el uranio «empobrecido» como el «natural» están compuestos por, más o menos, un 99% de uranio 238. El DU tiene una concentración tan alta como el uranio puro y puede contener vestigios significativos de plutonio (un elemento mortífero) en cantidades importantes.
Leuren Moret es una científica independiente estadounidense que trabaja en temas de radiación y cuestiones sanitarias con comunidades de todo el mundo. A la edad de 61 años, es la principal activista contra el uso de DU y ha trabajado en dos laboratorios de armas nucleares, incluido el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en Berkeley, California, dirigido por el Departamento de Energía de EEUU. Ella es la máxima denunciante de las prácticas ilegales del gobierno con el DU, junto con Rokke y Durakovic, y los tres han tenido que sufrir personalmente por sus puntos de vista en contra del DU (incluidas amenazas de muerte).
En su artículo «Depleted uranium: The Trojan Horse of Nuclear War» (2), que apareció en junio de 2004 en el World Affairs Journal, Moret afirma: «El uso de EEUU de armamento dotado de DU, en desafío a todos los tratados internacionales, aniquilará lentamente a todas las especies sobre la tierra, y este país continúa usándolo con total conocimiento de su potencial destructivo».
El DU viaja.
Las partículas radioactivas del DU son recogidas por la atmósfera y desplazadas por las tormentas de viento y corrientes de aire. Contaminan de forma permanente regiones inmensas y destruyen lentamente el futuro genético de las poblaciones que viven en esas zonas. Como «caballo de Troya de la guerra nuclear» que es, Moret denomina al DU como «el arma que continúa matando sin tomarse un respiro». No hay forma de eliminarlo, y no hay forma de limpiarlo. Se integra, pues, en la propia definición del gobierno estadounidense de lo que son «armas de destrucción masiva».
Uranio Empobrecido sobre el Reino Unido
El DU tiene una afinidad muy alta con el ADN celular y lo daña permanentemente. El DU es la «cuarta generación» de armas nucleares. Primero fue la bomba atómica, luego la bomba de hidrógeno, después las bombas de neutrones y, ahora, el DU. Moret afirma que el polvo de DU contaminado del Oriente Medio ha sido absorbido por la atmósfera. A través de las tormentas de polvo y las corrientes de aire termina llegando a Europa y a Gran Bretaña. Finalmente, se sigue extendiendo y la atmósfera lo absorbe de forma global. No hay lugar seguro; no hay forma alguna de escapar de él.
Las preocupaciones de Moret han sido confirmadas por un informe publicado el pasado año en Inglaterra elaborado por Chris Busby y Saoirse Morgan, que apareció en «European Biology and Bioelectromagnetics», titulado «Did the use of Uranium weapons in Gulf War 2 result in contamination in Europe?» (3). Los datos (obtenidos con ayuda del Acta por la Libertad de Información) del Atomic Weapons Establishment en Aldermaston, Berkshire, Reino Unido, revelaron que nueve días después de la «Operación Conmoción y Pavor» con la que se inició la guerra de Iraq el 19 de marzo de 2003, se recogieron niveles de uranio mucho más altos de lo habitual en cinco lugares de Berkshire. En dos ocasiones, los niveles excedían el umbral ante el que la Agencia para el Medio Ambiente debe ser informada, aunque todavía dentro de los límites de seguridad. Esos niveles fueron los niveles más altos de DU jamás medidos en la atmósfera de Gran Bretaña. El informe también confirmó las condiciones meteorológicas durante ese período de guerra, que mostraban unos flujos constantes de aire desde el norte de Iraq.
No es sorprendente que esta investigación fuera rotundamente rechazada por varios funcionarios del gobierno alegando que se trataba de «uranio de origen natural». Sin embargo, Busby y Morgan insisten en que sus hallazgos son la primera evidencia que las partículas de DU pudieron viajar miles de millas desde Bagdad hasta Inglaterra. Se puede encontrar su informe en Internet.
El Síndrome de la Guerra del Golfo
En 1991, se dispersaron unas 300 toneladas de DU sobre Iraq. Sin embargo, el Departamento de Defensa de EEUU (DdD) considera que hay pocos riesgos para salud de los soldados que inhalaron DU y sigue afirmando que la exposición al DU es segura. Fueron desplegados casi 580.000 soldados en la guerra. 294 soldados murieron y 400 fueron heridos o enfermaron. En el año 2000 había ya 325.000 con incapacidades médicas permanentes y unos 11.000 habían muerto. Obviamente, algo grave sucedió con la salud de esos hombres y mujeres que sirvieron en el Golfo.
El DU es conocido por ser neurotóxico. Los veteranos de la guerra del Golfo tienen el doble de probabilidades en caer enfermos de esclerosis lateral amiotrófica (ALS, en sus siglas en inglés o enfermedad de Lou Gehrig) que los que no sirvieron en Iraq. La ALS, una enfermedad neuromuscular mortal, se considera ahora una enfermedad «relacionada con el servicio» y los veteranos pueden conseguir la incapacidad. Los Veteranos de la Guerra del Golfo tienen dos veces más posibilidades de tener «enfermedades crónicas multisistémicas» que los soldados que sirvieron en esa misma época en otros lugares. Pero el tan conocido como «Síndrome de la Guerra del Golfo (SGG)» continúa siendo rechazado como enfermedad específica. La evaluación del Departamento de Defensa no considera el SGG como un síndrome único, como una enfermedad única o como un conjunto de síntomas único de los veteranos desplegados en la Guerra del Golfo.
La Epidemia de Diabetes Mundial.
Hace medio siglo, durante los primeros años de la Guerra Fría cuando yo asistía a la Facultad de Medicina, la diabetes no era una enfermedad común. Ahora, en el siglo XXI, es normal escuchar hablar de la diabetes como una epidemia inminente. Es verdad, las estadísticas así lo corroboran.
En la actualidad, el 7% de los estadounidenses tienen diabetes (17 millones). Además, en un informe de primera plana de «Los Angeles Times» del 16 de septiembre de 2006, se afirma que hay más de 41 millones de estadounidenses con cantidades anormales de glucosa en sangre «que indican que pronto pueden desarrollar una diabetes». En Puerto Rico (donde se probó el DU), el 10% de la población tiene diabetes.
El Centro para el Control de las Enfermedades (CCE) en Atlanta declara que «a menos que los estadounidenses cambien sus formas de vida», un 33% de los niños nacidos este año serán diabéticos cuando se alcance el año 2050. También para esa fecha se espera que haya 45 millones de diabéticos en EEUU. Un grupo de apoyo a los veteranos, Veteranos Internacionales con Diabetes, dice que hay 143 millones de personas en el mundo con la enfermedad y se espera que en 2025 la cifra llegue ya a los 300 millones.
La diabetes de Tipo 1, que es más propia de niños y jóvenes, comprende el 5-10% de los casos. La de Tipo 2, un desorden metabólico consecuencia de la incapacidad del cuerpo para producir suficiente o adecuado uso de insulina, ataca frecuentemente a adultos, especialmente a adultos obesos. Este grupo comprende el 90%, o más, de los diabéticos. El CCE predice que la diabetes de Tipo 2 aumentará hasta un 165% para 2050. Las personas con diabetes de Tipo 2 son dos veces más propensas a contraer cáncer pancreático.
Treinta y cuatro años después de que terminara la Guerra de Vietnam, el CCE presentó finalmente las «más firmes evidencias» de que la diabetes de Tipo 2 puede estar relacionada con el Agente Naranja. El ejército estadounidense roció Vietnam con 18 millones de galones de esta planta defoliante y venenosa. Se sabe ahora que provoca cáncer y defectos congénitos. A comienzos del año 2002, la diabetes era ya reconocida como una enfermedad «relacionada con el servicio» en relación con todos los veteranos de Vietnam. En este momento, la diabetes no se relaciona aún con los veteranos de la Guerra del Golfo.
El 9% de veteranos de la Guerra de Vietnam tienen diabetes Tipo 2. No hay actualmente evidencias de que los veteranos de la Guerra del Golfo tengan una incidencia alta de diabetes, pero no pude encontrar ninguna investigación sólida que lo confirmara o lo negara. Quizá en una o dos décadas más, los científicos gubernamentales descubran una relación con el DU.
Se piensa que las causas comunes de diabetes son la obesidad, una dieta pobre y ausencia de ejercicio. Leuren Mollet cree que las causas de la nueva epidemia son más siniestras, a saber: los niveles crecientes de DU en la atmósfera por todo el mundo, combinados con las emisiones provocadas por la proliferación de plantas de energía nuclear.
En contra de los científicos del gobierno, Moret dice que el DU es un producto muy, muy, muy peligroso; y que la diabetes es una respuesta inmediata al DU, en contraste con las décadas en las que el uranio podía producir cáncer inducido por la radiación. Aunque no puede probarlo, es la primera científica en sugerir con toda firmeza que hay una relación entre la nueva epidemia de diabetes mundial y el DU.
Moret insiste en que la profesión médica se ha mostrado activa a la hora de encubrir el nivel de radiación de las pruebas atmosféricas en relación con las plantas de energía nuclear. No he podido verificar esto, pero tiene coherencia con el papel pasivo que la profesión médica adoptó hacia las pruebas nucleares realizadas en EEUU durante la Guerra Fría (o después). También se ha referido a los profesionales sanitarios que en los hospitales recibieron amenazas por parte de funcionarios del gobierno con multarles con 10.000 dólares y una temporada en prisión si hablaban abiertamente del regreso de los soldados de la guerra de Iraq y de sus problemas médicos. Esto podría explicar la penuria de informes en la literatura científica sobre los veteranos que estuvieron expuestos al DU y las enfermedades asociadas con la guerra.
Moret dice también que los informadores tienen prohibido contactar con los más de 14.000 soldados evacuados por los servicios médicos de la actual guerra de Iraq y que han sido llevados al Hospital Walter Reed, que se encuentra cerca de Washington DC. Para saber más sobre Leuren Moret y su investigación, consúltese en Google: Leuren Moret + videos. Además, aparece en el reciente documental «Beyond Treason» (4), detallando los horribles efectos de la exposición al DU de tropas estadounidenses y civiles iraquíes en la región del Golfo en 1991.
¿Es seguro el DU?
Ronald L. Kathren es un profesor emérito de la Universidad Estatal de Washington y una autoridad importante que defiende la seguridad el DU. Al contrario del Mayor Rokke, no parece haber servido nunca en el ejército ni haber entrado en contacto con el DU en el campo de batalla. Sin embargo, sus opiniones tienen mucho peso en el mundo científico.
Kathren no discute el hecho de que el personal militar que haya estado en contacto con el DU pueda estar sufriendo diversas enfermedades, pero cree muy improbable que la causa sea haber estado expuesto al uranio.
En un artículo escrito para el Centro de Información Independiente de Portland el 3 de julio de 2005, declaraba: «Los expertos en protección radiológica están profundamente preocupados por la salud y el bienestar públicos y, como expertos en radiación y en sus efectos sobre la gente y el medio ambiente, están muy inquietos ante la posibilidad de que algo diferente a la exposición del uranio sea la causa de las enfermedades sufridas por aquellos que han estado en contacto con municiones con DU. Una cantidad realmente enorme de datos científicos muestra que es virtualmente imposible que el uranio sea la causa de sus enfermedades. A pesar de este conjunto de datos científicos en sentido opuesto, personas mal informadas, o sin conocimiento alguno, continúan alegando que el DU, y específicamente la radioactividad asociada con el DU, es la causa de esas enfermedades. Para los expertos en protección radiológica y otros científicos y físicos, eso es algo desafortunado, porque saben ya que el DU no es la causa de esas enfermedades y, así, cualquier investigación sobre las mismas se enfocará hacia otras causas posibles. Si vamos a ofrecer una serie de medidas de alivio o consuelo para poder obtener más conocimientos sobre las causas de su enfermedad, no deberíamos gastar nuestras valiosas y limitadas energías, recursos y tiempo intentando señalar con el dedo al DU como culpable, cuando ya se sabe casi con certeza que no es la causa del problema». (http://portland.indymedia.org/en/2005/07/320739.shtml)
No hay ningún nivel de radiación que sea seguro para el ser humano.
Como físico, para mí es inconcebible que expertos aprobados por el gobierno como Kathren puedan asegurar tan rápidamente que el DU es seguro e inofensivo, especialmente cuando el 29 de junio de 2005, un panel de la Academia Nacional de Ciencias en Washington DC llegó a la conclusión que no hay un nivel de radiación que sea seguro para el ser humano.
El panel concluía que «Cualquier dosis de radiación, no importa cuán pequeña sea, puede inducir al cáncer. Ante el uso creciente de la radiación en medicina, la exposición a la misma es muy probable para la mayoría de la gente. Los nuevos hallazgos podrían provocar cambios en las prácticas médicas y en los niveles de radiación permitidos en los antiguos emplazamientos nucleares». El panel también contradecía el tan a menudo escuchado pronunciamiento de que «un poco de radiación es bueno para Vd.».
La idea de que dosis bajas de radiación son seguras es el mito que permitió pruebas nucleares extendidas durante la Guerra Fría sin que se produjeran muchas protestas por parte de los integrantes de la raza humana. Ese mito es el que todavía permite que se usen armas con DU en los campos de batalla contra los «terroristas».
Históricamente, la prueba del peligro de la guerra nuclear fue proporcionada hace una década por la publicación de un informe de un comité del Congreso estadounidense autorizado por el Presidente Bill Clinton y titulado «The Human Radiation Experiments» (5). El informe mostraba claramente que no se podía confiar en los pronunciamientos de físicos y científicos del gobierno sobre la seguridad de las armas nucleares. Aún peor fue la documentación sobre innumerables experimentos secretos llevados a cabo con confiados ciudadanos durante la Guerra Fría «en nombre de la ciencia». Desgraciadamente, ese horrible informe de 1996 no disuadió a Clinton de permitir el uso de armas de DU en Kosovo en 1999, ni tampoco impidió que el Presidente George W. Bush autorizara de nuevo su uso en Afganistán e Iraq.
Cualquiera que tenga acceso a Internet puede pulsar simplemente en Google «experimentos radiación humana» para encontrar detalles de la vergonzosa ciencia que rodea las pruebas nucleares y los desastrosos efectos sobre la salud de confiados ciudadanos estadounidenses.
En 2001, medio siglo después de las amplias pruebas con armas nucleares realizadas en el Oeste estadounidense, el Instituto Nacional para el Cáncer de EEUU fue finalmente obligado a revelar sus hallazgos sobre las pruebas con bombas llevadas a cabo en Nevada, que provocaron y extendieron una lluvia radioactiva a través de todos los estados de la Unión que causó al menos 15.000 muertes por cáncer y hasta 212.000 casos de cáncer de tiroides que no fueron mortales. John LaForge de Nukewatch.com nos recuerda que «de las 67 pruebas con bombas realizadas entre 1946 y 1958, de todas se dijo siempre que eran seguras».
Dinero, Poder y Uranio Empobrecido.
¿Quién se está beneficiando de esta pesadilla global a partir del uranio? En «The Enemy Within» (6) (1996), Jay Gould revela que la familia real británica posee inversiones en los holdings creados alrededor del uranio por valor de unos 6.000 millones de dólares a través de Minas Río Tinto, una compañía anglo-australiana que es la compañía minera mayor del mundo con más de 60 operaciones en 40 países. África y Australia son dos de las principales fuentes de uranio del mundo; y los Rothschilds controlan los precios y suministros de uranio a nivel global.
Gould apunta que la radiación nuclear ha producido aumentos dramáticos en la mortalidad por cáncer de mama, especialmente en comunidades que están a una distancia de entre 50 a 100 millas de los reactores nucleares en la dirección del viento. La correctora de estilo Donna Lee escribe: «The Enemy Within tiene suficientes datos científicos como para poder rebatir a esos burócratas que niegan que vivir cerca de un reactor nuclear sea un riesgo para la propia salud. También incluye una prosa suficientemente directa y clara para convencerme, como superviviente de un cáncer de mama que creció durante la Guerra Fría como una confiada cobaya, doble víctima a causa de la política de supresión y negación».
Lee continúa: «Sin embargo, después de leer el libro, me preocupaba una cuestión persistente. Había nacido y crecido y continuaba viviendo en San Francisco, California, que tiene la incidencia de cáncer de mama más alta del mundo. The Enemy Within se preocupa de las tasas de mortalidad de cáncer de mama, que son las más altas en las comunidades que hay alrededor de la Ciudad de Nueva York. San Francisco está dentro de las 100 millas de distancia de un reactor nuclear y nunca se menciona en el libro. Si los bajos niveles de radiación explican los grupos de cáncer por todo EEUU, ¿qué nos está indicando?».
Actualmente, hay una planta de energía nuclear situada en Sacramento, a menos de 100 millas de San Francisco, que entró en funcionamiento en 1975. Probablemente, Gould no la incluyó en su libro de 1996 porque la Planta de Energía Nuclear de Rancho Seco fue obligada a cerrar en 1989, debido a las protestas públicas y al referéndum celebrado.
David Bradbury dice que las tasas de cáncer infantil en la Isla de Vieques se dispararon un 250% por encima de la media nacional portorricense en los últimos treinta años. En su película documental de 2005 «Blowing in the Wind», el provocador director australiano y dos veces nominado a los Premios de la Academia también proporciona algunas respuestas sobre los inmensos intereses financieros implicados en la producción de uranio y armas con DU. Australia suministra la tercera parte de los abastecimientos mundiales de uranio y Bradbury revela un tratado secreto que permite que el ejército estadounidense se adiestre y pruebe el armamento de DU en suelo australiano. Denuncia planes para hacer extracciones en las minas de uranio por valor de 36.000 millones de dólares en los próximos seis años, y muestra la construcción terminada de una línea de ferrocarril de 1.000 millas para transportar el mineral desde el área minera hasta un puerto en la costa norte de Australia.
El proyecto del ferrocarril fue construido por la compañía Halliburton, con sede en Texas. En 1995, el Vicepresidente Dick Cheney fue el presidente ejecutivo de esa compañía. El director dice: «Los bucaneros estadounidenses favoritos de la Reina, Cheney, Halliburton y la familia Bush están unidos a ella a través de las minas de uranio y el uso compartido de municiones de DU en Oriente Medio, Asia Central y Kosovo/Bosnia. Los papeles principales, jugados por la diversidad de individuos y grupos como el Grupo Carlyle, George Herber Walter Bush, el ex presidente ejecutivo de Carlyle Frank Calucci, y la Universidad de California gestionando los laboratorios de armamento nuclear en Los Alamos y Livermore, y las inversiones de fondos de pensiones internacionales y estadounidenses, no son bien conocidos o en muchos casos ni siquiera conocidos dentro y fuera de Australia. ¡Dios Salve a la Reina de su culpa por su complicidad a la hora de convertir el Planeta Tierra en una ‘Estrella Muerta’!
Uranio Empobrecido y la Guerra contra el Terror
No hay nada más aterrador que el pensamiento de estar exponiendo todas las formas de vida existentes sobre el planeta a una radiación que altera el ADN a fin de conseguir «seguridad» y «democracia». Es realmente diabólico pensar en la destrucción del planeta que está teniendo lugar en la actualidad y en la poca gente que sabe bien lo que está ocurriendo. Y menos gente aún es la que está tomando postura activa contra esta tragedia. Es evidente que a la mayoría de los dirigentes políticos y espirituales mundiales, así como a científicos, físicos, abogados y otros profesionales de la salud, no les preocupan los peligros de las armas de DU y otras formas de energía nuclear. Si les preocupara realmente lo escucharíamos en televisión y lo leeríamos en los medios más importantes.
Durante las últimas décadas, como investigador y escritor me he centrado en los orígenes, creados por el hombre, del SIDA y en la poco conocida causa bacterial del cáncer, prestando poca atención a la radiación nuclear. Sin embargo, en 2001 escribí un artículo titulado «The Human Radiation Experiments: How Scientists Secretly Used US Citizens as Guinea Pigs During the Cold War» (7), que se publicó en el número de septiembre-agosto de 2001 de «New Down» y apareció en varias páginas de Internet. Aunque debo admitir que no era consciente de los graves problemas planetarios planteados por el DU. Sencillamente, asumí que ningún país civilizado y amante de la paz podría ser nunca tan temerario e inhumano para usar esas armas radioactivas. ¡Qué equivocado estaba!
Lo que encuentro más patético e inconcebible es que no hemos aprendido nada de los perjudiciales efectos sobre la salud desencadenados por el bombardeo atómico de Japón, y tampoco nada de los horrores de los experimentos nucleares de la última mitad del siglo XX. En vez de hacerlo, continuamos contaminando inmensas zonas del mundo con una radiación de la que no sabemos cómo deshacernos.
Me recuerdo como niño de once años y lo jubiloso que estaba todo el mundo por el ataque atómico contra Hiroshima y Nagasaki de agosto de 1945 que acabó rápidamente con la guerra. Medio siglo después, mi sobrina caucasiana se casó con un hombre japonés-estadounidense. Poco después de la boda notó un bulto en su cuello, que resultó ser un cáncer de tiroides. Su madre era una niña que vivía a 50 millas de Hiroshima cuando se lanzó la bomba. Décadas después, cuando tenía cuarenta años, fue diagnosticada de cáncer de tiroides, sin duda a causa de la lluvia radioactiva causada por la radiación. Los doctores consideraron la posibilidad de que el marido de mi sobrina pudiera haber desarrollado cáncer de tiroides, al haber pasado de su madre a él los genes alterados por la radiación causantes de cáncer de tiroides. Desde luego, la familia se preguntó si sus dos pequeños podrían acabar padeciendo también cáncer de tiroides. ¿Quién habría pensado que el bombardeo atómico de Japón en 1945 tendría efectos cancerígenos cinco décadas después sobre mi familia que vivía en California?
Hace pocos años desarrollé un nódulo en el tiroides, del que se hizo una biopsia y se vio que no era cancerígeno. Como adolescente de la década de 1950, recibí tratamientos de radiación «superficiales» para el acné por recomendación de un famoso dermatólogo de Nueva York, un tipo de tratamiento que fue después prohibido debido a su potencial para causar cáncer de tiroides.
Es casi un cliché recordarle a la gente que «todos estamos interrelacionados». La lluvia radioactiva y la energía nuclear nos vinculan a todos en un planeta cada vez más radioactivo. Nadie es inmune ante los aniquilantes efectos de la radiación y nadie sabe cómo eliminarla.
Hemos hallado a los causantes de la nueva radiación inducida por la «guerra contra el terror». Y ha resultado que, desgraciadamente, somos nosotros mismos.
El Dr. Alan Cantwell es un dermatólogo jubilado y autor de cinco libros sobre los orígenes artificiales del SIDA y el origen infeccioso del cáncer, publicados por Aries Rising Press, PO Box 29532, Los Angeles, CA 90029, EEUU. Su libro: «Queer Blood: The Secret AIDS Genocide Plot», se puede conseguir en Australia a través de New Dawn Book Service. Su libro más reciente es «Four Women Against Cancer: Bacteria, Cancer and the Origin of Life». También pueden encontrarse sus libros en: www.amazon.com y, en los EEUU, a través de Book Clearing House @ 1-800-431-1579. Su email es: [email protected]
N. de T.:
(1) «Un documento estadounidense de 1999 advertía del uso del uranio empobrecido en Kosovo»
(2) «Uranio Empobrecido: El Caballo de Troya de la guerra nuclear»
(3) «¿Resultó Europa contaminada por el uso de armas con uranio en la segunda Guerra del Golfo?»
(4) «Más allá de la traición»
(5) «Experimentos con seres humanos sobre radiación»
(6) «El Enemigo Interior»
(7) «Los Experimentos con Radiación Humana. Cómo los Científicos Usaron Secretamente a Ciudadanos Estadounidenses como Cobayas durante la Guerra Fría»
Texto original en inglés:
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=viewArticle&code=CAN20070118&articleId=4508
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.