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El voto, el 25N y la suma de tres tercios

Fuentes: Rebelión

Las dudas nos acechan a algunos ciudadanos y ciudadanas de izquierda antes las elecciones del próximo 25N. No puedo precisar cuántos seguimos indecisos pero no creo que sea un asunto marginal ni de minorías de uno, cinco o treinta. Hay, por supuesto, otros temas políticos y sociales de enorme importancia que parecen contar mucho menos […]


Las dudas nos acechan a algunos ciudadanos y ciudadanas de izquierda antes las elecciones del próximo 25N. No puedo precisar cuántos seguimos indecisos pero no creo que sea un asunto marginal ni de minorías de uno, cinco o treinta.

Hay, por supuesto, otros temas políticos y sociales de enorme importancia que parecen contar mucho menos en estas semanas electorales y que exigen nuestra participación y atención. Hay trabajo para largo, desde luego. Sin olvidar el éxito de la huelga y las manifestaciones del pasado 14N, está la lucha democrática contra la política duramente represiva del conseller Puig y sus hooligangs, que ayer mismo abonaron, entre otros, ese colectivo imprescindible llamado «Iaiofluatas» en una acción otra vez reprimida duramente («Tolerancia cero», gritó don Puig en compañía de don Mas [1]). También, y destacadamente, el admirable -y arriesgado- combate de los trabajadores de Telefónica en huelga de hambre por la readmisión de un compañero injustamente despedido. Su lucha, sea cual sea su desarrollo final, está consiguiendo romper el cerco informativo al que fue sometida -el lado oscuro de la fuerza inconmensurable de Telefónica- y ha conseguido sensibilizar a muchos ciudadanos-trabajadores sobre las características antiobreras de las últimas contrarreformas laborales. Tampoco hay que olvidar la lucha tenaz, permanente, sin concesiones ni descanso, de trabajadores y trabajadoras de la sanidad o de colectivos como Caféambllet contra uno de los intentos privatizadores más infames de la historia de nuestro país y acaso de Europa. ¡Con la salud no sea juega!, a pesar de que, según el conseller Boi Ruiz (sin desautorización del senyor Mas), la salud no es un derecho ciudadano. Y así siguiendo: la ciudad arde en manifestaciones y la necesidad de una rebelión cívica generalizada está en la mente de todos nosotros.

Pero el 25N hay lecciones al parlamento de Catalunya, tras un convocatoria precipitada después de dos años de duro desgobierno neoliberal (¡el peor que ha sufrido este país en décadas, superando incluso las políticas del conseller Maragall!), y cabe de nuevo hacerse la gran pregunta leninista: ¿qué hacer?

Parecen evidentes los descartes: PP, CiU, ERC, SC, Ciutadans, PSC. El españolismo conservador de rancio abolengo; el neoliberalismo de derecha extrema -el partido de los negocios y la corrupción- que aspira a privatizar todo el espacio público; la subordinación al nacionalismo hegemónico y un discurso alejado crecientemente de todo pulso social; un independentismo gritón y excluyente pletórico de amistades sionistas y de odio ignorante a «España=Queipo del Llano»; las viejas formas de hacer política presentadas como la última novedad de lo nuevo y la absoluta falta de solidez en asuntos esenciales, y, finalmente, la inconsistencia de un partido que ha defendido, cuando ha tenido ocasión, políticas socialmente indefendibles y subordinaciones borbónicas que avergüenzan al más moderado [2], son razones, todas ellas, que pueden esgrimirse para desaconsejar el voto a estas organizaciones políticas, a todas de ellas. No hace falta de ser un ciudadano «muy izquierdoso» para llegar a esta conclusión.

¿Qué hacer entonces cuando uno no es Guevara ni el autor de El desarrollo del capitalismo en Rusia? No es fácil. Si se pudiera, lo mejor sería dividir por tres el voto: 1/3 para cada posibilidad.

Hay que mantener sosegada la casa de la izquierda. De acuerdo, intentémoslo y no abonemos posiciones hipercríticas que paralizan cualquier avance. Aunque así fuera, cuesta mucho aceptar que un dirigente de ICV-EUiA no sea capaz -o no vea ocasión- en un debate televisivo de hablar de trabajadores barceloneses en huelga de hambre; que una coalición de izquierda vote en el Parlamento una iniciativa política -por muy «soberanista» que esta pueda ser- del dueto nacionalista CiU-ERC y mantenga, según parece, acuerdos no públicos sobre reivindicaciones fiscales en fechas determinadas; que use un lenguaje (dret a decidir) que nunca ha sido el lenguaje de la tradición; que se comporte en sus acciones de gobierno, cuando ha sido el caso, de forma no muy diferente a como actúan partidos del régimen borbónico imperante; que coquetee abiertamente con el independentismo falsario; que haya apoyado la manifestación nacionalista del 11S (¿qué hace un grupo político como ese en un lugar como aquél?) o que publicite como lema electoral central de su campaña el «Dret a decidir, sí; drets socials també» y no en orden inverso como parece más justo y razonable. Desde luego, no hay que olvidar que en esa coalición en la que el mando de ICV-y de sus sectores más derechistas- es casi total y absoluto, hay luchadores sociales, de esos que no aspiran a puestos ni a privilegiadas posiciones institucionales (otros muchos sí, desde luego, aspiran a caramelos vitales), que merecen el máximo respeto y la máxima consideración. Con decir que gentes como Paco Téllez, Diosdado Toledano, Higinio Polo (si no ando errado en estos dos casos) o Àngel Plà siguen en esa brecha está todo dicho. Más consistencia, más honradez de izquierda imposible.

Está, por supuesto, la CUP. No hay ninguna coalición política en estas elecciones que presente y defienda -y no sólo de palabra- un programa más radical y documentado. Sin atisbo para ninguna duda. La campaña, su campaña, ha contado además con uno de los luchadores más importantes desde hace muchas décadas, Diego Cañamero. Sin ningún problema por su andalucismo. Su apoyo y participación en las luchas obreras -la huelga de hambre de los trabajadores de Telefónica por ejemplo- y sociales es conocida y vivida fraternalmente por todos. Su cabeza de lista por Barcelona es un cooperativista admirable, sólido, fraternal, solidario, internacionalista, al que las instituciones no lograrán cambiar por mucho que lo intenten. Ya ha dado muestras de ello. ¿Entonces? No hay ninguna duda que sería una alegría para la izquierda en Catalunya que CUP obtuviera un excelente resultado, que obtuviera representación en el Parlament, pero algunos no logramos comulgar con su fuerte independentismo, con una concepción de España absolutamente injusta y parcial ni con la defensa de una política lingüística en la futura Catalunya independiente que, curiosamente, reproduce los vicios esenciales de la España uniformista que se ellos mismos critican con multitud de buenas razones.

Quedan luego, por supuesto, otras opciones políticas minoritarias de izquierda que, en mi opinión, deberían hacer todo lo posible para unirse a fuerzas que abarcan un espectro más amplio, sin desconocer las dificultades para llegar a acuerdos con organizaciones que no siempre recuerdan cosas básicas de las tradiciones emancipatorias y que se las dan, con evidente menosprecio a los «alocados, dogmáticos e ignorantes», de exquisitos y sabios.

Están también los escaños en blanco. El voto nulo, el voto en blanco. Está la abstención desde luego. Todo ello suma el último tercio. De todo ello, tal vez lo más sensato, para no perjudicar a nadie, sea la abstención o el voto a «escons en blanc». Tal vez, no hay seguridad.

¿Entonces? Pues no sé sabe… y estamos a unas 40 horas de las votaciones. Somos, pues, ciudadanos y ciudadanas al borde de un ataque de nervios. Nos gustaría votar a una fuerza que no fuera independentista y que estuviera por el derecho democrático a la autodeterminación y la senda federalista, que luchara -¡consistentemente!- por los derechos obreros y sociales y contra las agresiones permanentes del neoliberalismo dominante, y que ubicara la segunda restauración borbónica en las páginas superadas de la Historia. La verdad no vemos cómo podemos hacerlo. Como diría el camarada Pietro Ingrao, ¡pedimos la Luna!.

Notas:

[1] ¡Cuánta razón tenía Herbert Marcuse en este y en otros ámbitos!

[2] Por no recordar (¡hierve la sangre!), la despedida con aires de acto de Estado de un fascista de la talla y trayectoria de Juan Antonio Samaranch durante el gobierno tripartito.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.